Ver a Dios no es imposible

El rey David era un hombre conforme al corazón de Dios; sin embargo, porque el Espíritu se lo reveló vio que su condición era la de todo pecador común que necesita ser limpio; entonces pudo clamar: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.” 

15 DE FEBRERO DE 2015 · 11:20

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Desde el comienzo de estos comentarios1 venimos recalcando un principio exegético que es elemental tener en cuenta al estudiar en profundidad un pasaje bíblico; lo repetimos ahora: cada bienaventuranza debe verse como parte de un todo, no como si fuese una declaración totalmente independiente de las demás.

En su conjunto las bienaventuranzas de Jesús refieren a la persona que ha nacido de nuevo. Por pura gracia de Dios2, tal persona comprueba la fidelidad de las promesas a lo largo de su vida de fe y por la eternidad. Las bienaventuranzas son centrales al Plan Redentor del Creador desde antes de la fundación del mundo3.

Rematando la escala de cinco peldaños anteriores, Jesús declara en esta sexta bienaventuranza:

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”4

En la primera parte del artículo (ver “Seré pobre, pero limpito”5) mostramos en forma resumida el lugar que ocupaba la limpieza individual que Dios requería de su pueblo escogido en el AT6. Los Mandamientos dados a Moisés y el ceremonial de la Ley que regían a Israel nunca fueron comprendidos en profundidad ni en significado por el pueblo. Cumplían con el aspecto externo de la operación de limpieza; pero fueron incapaces de obedecer a Dios de corazón. En todo el AT se palpa la audaz rebeldía nacional de un pueblo contumaz. Desafiaba la santidad de Jehová, era vez tras vez advertido y castigado, mas no aprendía.

Los ejemplos que dimos sobre la limpieza requerida en todos los órdenes de la vida son solo figuras que tipifican la obra salvífica cumplida por Jesucristo. En total obediencia al Padre, el Hijo ejecutó la obra de limpieza eficaz y suficiente que ningún ser humano es capaz de realizar por sí mismo.

La enseñanza veterotestamentaria que se nos brinda con Israel, como pueblo, se afina con la figura de Job. El varón justo que es tentado con permiso de Dios es en lo individual lo que Israel es en forma colectiva: un paradigma de la esclavitud del pecado bajo el maligno7. El estado de extrema suciedad en que se encuentra todo ser humano – individual o socialmente – jamás podrá ser cambiado por el individuo de manera voluntaria al estado de limpieza exigido por Dios. La iniciativa y la obra pertenecen a Dios8.

Job era un hombre próspero, pero no avaro; instruido, pero no vanidoso; amigable, pero no cómplice. El relato bíblico lo define como “hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”9. Job, según las pautas actuales, sería un hombre sumamente exitoso. ¿Qué más podía pedir? Vivía rodeado de belleza, comodidad, dándose todos los gustos. Sus siete hijos festejaban su cumpleaños con grandes festejos10. Aparentemente no le faltaba nada teniendo mucho más que otros. Pero, las apariencias engañan.

Job fue elegido por Dios para darnos testimonio de que para verle a Él primero debemos haber sido limpiados, en el tiempo y forma que Él ya tiene decididos por Su sola gracia y para Su sola gloria.

 

LA LIMPIEZA EN EL NUEVO TESTAMENTO

Jesús, tras enseñar lo que conocemos como ‘El sermón del monte’ era seguido por la multitud del pueblo que le pedía todo tipo de favores y esperaba ver sus milagros. 

Cuando descendió Jesús del monte, le seguía mucha gente. Y he aquí vino un leproso y se postró ante él, diciendo: ‘Señor, si quieres, puedes limpiarme.’ Jesús extendió la mano y le tocó, diciendo: ‘Quiero; sé limpio.’ Y al instante su lepra desapareció. Entonces Jesús le dijo: ‘Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos.’”11

La lepra, que es símbolo bíblico del pecado en el ser humano12, era causa inmediata de separación social en la cultura judía. Los leprosos eran confinados a vivir lejos de las poblaciones, en sitios donde familiares o gente movida a misericordia les dejaba comida y bebida sin tener contacto directo con ellos. Pero, este hombre, desafiando todos los impedimentos logró su objetivo. De esta breve, pero clarísima enseñanza podemos sacar algunas lecciones:

1. Reconocimiento del Señorío de Jesús. La primera palabra que sale de la boca del leproso es ‘Señor’. Hay en la mente y corazón de este hombre la pobreza de espíritu, la capacidad de llorar, la mansedumbre, el hambre y sed de justicia que, junto a la misericordia, son característicos de toda persona creyente en la Soberanía divina.

Saber quién es Jesús allana el camino, nos hace ser breves e ir directos hasta el fondo de la cuestión.

2. Conocimiento de la Soberanía de Dios en Jesús. Más que por la fama que la gente había construido alrededor de Jesús, este hombre se las ingenió para estar entre la muchedumbre de seguidores porque ese día era su oportunidad para encontrarse con el Único que tenía poder para sanarle. Por eso, después de reconocerlo como Señor, se entrega a Él con esta frase: “Si quieres”. No hay mayor demostración de fe que ésta, que antepone el Señorío y Voluntad de Jesucristo a cualquier petición, por desesperante que sea la situación.

Ese ‘si quieres’ seguramente impactó a Jesús, quien está dispuesto para recibir a todos los que a Él vienen12.

3. Aceptación de su propio estado. El enfermo de lepra sabía que su condición era de ‘suciedad’; aunque lo desease fervientemente no podía limpiarse de su enfermedad por sí mismo. Por eso, la misma fe que lo había hecho acudir a Jesús, le hizo verbalizar lo que creía: “puedes limpiarme”. Notemos que no existe la frase ‘Te pido’, ‘Te ruego’, como se lee de otros casos. Tampoco está diciendo ‘te doy permiso para que me limpies’, o ‘te he elegido a ti para que me limpies’. “Puedes limpiarme” está íntimamente ligada a la frase anterior: ‘si quieres’. Este hombre vio la magnitud de su imposibilidad al reconocer el poder sanador de Jesús.

Nadie que no reconozca su estado de total imposibilidad puede obtener algo de Dios.

4. Respuesta inmediata. Esta es una de las acciones más paradigmáticas de la obra de Dios por medio de Jesucristo: la inmediatez de la respuesta y la perfecta limpieza. Jesús le toca y le dice: “Quiero, se limpio”. Nadie toca y limpia de una vez y para siempre como Jesucristo. Hay muchos sitios donde muchedumbres se congregan en busca de ‘un milagro’; pululan pseudo predicadores que se aprovechan de la necesidad temporal de la gente haciendo milagros externos que no limpian el corazón para poder ver a Dios. ¡Ojalá todos los que salen de allí sanados de algún mal psicofísico, lo hicieran también con el Señor que puede hacer el mayor de los milagros!:

Fue un milagro que al astro alumbró y al mundo en su órbita lo instaló,

Mas cuando me salvó y me redimió, milagro fue de todos el mejor’.13

5. Transformación en testigo. La sanidad del cuerpo no nos libra de la muerte física. En el caso del leproso de esta historia Jesús profundiza su enseñanza. Le instruye al hombre, ahora sanado completamente, a conducirse conforme a las leyes tradicionales de la religión judía. El Enviado de Dios a los hombres cumple así con el propósito de anunciarse primeramente a ‘los suyos’14 enviando a este creyente para dar testimonio de su sanidad. No lo debía divulgar, sino dar la buena nueva a los que oficiaban en el Templo de Herodes. Estos se enterarían de que esa sanidad había ocurrido directamente por intervención divina. Y ese nuevo hombre sería reincorporado en la sociedad una vez que ofrendase lo instituido por Moisés.

Las lecciones del NT respecto de la limpieza de corazón no contradicen a las del AT, sino que las cumplen puntual y perfectamente en la persona de Jesucristo. Cuando los discípulos se enteraron que Jesús había de partir, se desorientaron. Tomás confesó no saber dónde iba su Maestro y Jesús le declaró que Él es el Camino. Entonces

Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?”15

Jesús, el Hijo de Dios, está revelándoles a sus discípulos que Él, el hijo del hombre, es también el Hijo de Dios. Si a esta altura de su ministerio terrenal los propios discípulos no veían en Jesús más que al hombre no podían pretender ver al Padre celestial.

Los ojos físicos no están en condiciones de ver a Dios; tampoco la mente humana está preparada para remplazar la Revelación del Espíritu con meros razonamientos.

Concluiremos en nuestra próxima entrega sobre la sexta bienaventuranza analizando en qué consiste la promesa a los de limpio corazón: “ellos verán a Dios”. Será hasta entonces, si el Señor lo permite.

 

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Notas

Copete: Se basa en las Escrituras del AT en 1ª Samuel 13:14; Salmo 51:7.

Ilustración. Fuente: http://www.tuesenciadivina.com/2014/07/la-hora-de-limpiar-nuestros-corazones.html

Tomada de una página de autoayuda viene bien para afirmar –por contraste- que la limpieza a fondo que nos permite ver a Dios es la que solo Él produce por medio de la sangre de Jesucristo, quien murió por su iglesia cuando aún estábamos muertos en delitos y pecado. Base escritural: 1ª Juan 1:7; 1ª Pedro 1:2; Efesios 5:25; Hebreos 10:19.

01. “¿Valdrá la pena ser bienaventurados?”; Serie Evangelio vs Doctrina de hombres; Magacín, Agentes de Cambio, 02/11/14.

02. Juan 3; Romanos 3:24; Efesios 2:8,9.

03. Efesios 1:3-14; 1ª Pedro 1:18-23.

04. Mateo 5:8.

05. Agentes de cambio, 08/02/15.

06. Las normas de higiene establecidas en Israel eran de una calidad no encontrada en ninguna otra etnia o raza humana.

07. 1ª Juan 5:19.

08. Romanos 9:16; Filipenses 2:13.

09. Job 1:1.

10. Ibíd. 1:4.

11. Mateo 8:1-4; Marcos 1:41; Lucas 5:13.

12. Juan 6:37.

13. Viejo himno que el autor supo cantar en su juventud como integrante del cuarteto ‘Los Peregrinos’. La letra con arreglos especiales dice:

Mi Padre Omnipotentes es y nadie negará;

Dios de milagros y virtud, el cielo afirmará.

Fue un milagro que al astro alumbró y al mundo en su órbita lo instaló;

Más cuando me salvó y me redimió milagro fue de todos el mejor. (estribillo).

La Biblia de su gran amor nos habla sin cesar,

Y cada ave y toda flor a Él quieren loar.

Aunque su gloria aquí mostró no nos permite ver,

La gloria de su trono allí hasta la eternidad.”

14. Mateo 10:6; 15:24; Juan 1:11.

15. Juan 14:8-9.

Importante: las negritas en los textos son énfasis del autor.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Agentes de cambio - Ver a Dios no es imposible