La imperfección de las instituciones temporales

Para Calvino, Dios quiere la vida política, pero ello no significa divinizar este ámbito porque la sociedad política sigue siendo provisional, imperfecta.

01 DE FEBRERO DE 2015 · 11:05

El Parlamento Europeo.,
El Parlamento Europeo.

Todavía estamos con lectura de Antonio Rivera en su trabajo presentado en uno de nuestros congresos sobre Reforma Española.

Antes de presentarles una parte de su trabajo, no quiero evitar referirme al buen entender de este autor (también, lo he dicho en otras ocasiones, de José Luis Villacañas; a ambos traigo aquí como referentes, y les muestro algo de lo que han escrito) sobre nuestra Reforma, sobre el calvinismo, y, lo que es necesario, del jesuitismo como contraste y evidencia de lo opuesto. Si se conocen las dos cosas, y se lee la obra del pastor R. Warren (ya hace tiempo que lo hice), es evidente (así lo expresé en su momento) que su interpretación es jesuítica. Si quieren lo discutimos donde convenga. No es extraño en absoluto su aplauso al papado. No sé si ya habrá realizado los ejercicios espirituales, pero sería lógico.

Después de la primera sección que les copié en el artículo anterior, sigue una valoración de la interpretación sobre el calvinismo que hace un autor, Eric Voegelin, que, para el profesor Antonio Rivera, está totalmente desacertada; pues quiere colocar al reformador en el campo contra el que él más luchó, y lo pone de modelo moderno de re-encantamiento gnóstico del mundo, de modo que la puritana obra de Calvino, la presenta Voegelin como “la primera filosofía e ideología modernas”, que se caracterizaría por “afirmar que la representación de la trascendencia tiene lugar en su plenitud en la inmanencia, y esto es así gracias al conocimiento que los elegidos tienen de la verdad. Saber que, por lo demás, les legitima para regir el orden político y social.”

Pasa a un capítulo que titula Autoridad y deber: la legitimidad de la institución, del que les copio la primera parte.

Para comprender la importancia que alcanza lo político en el reformador ginebrino, es preciso tener en cuenta que los grandes enemigos de Calvino se encuentran en la Reforma radical, que cuando no es apolítica se limita a construir comunidades sectarias, cerradas, esto es, comunidades de elegidos. El reformador insiste, en oposición a los espiritualistas y demás radicales que condenan las instituciones temporales, en que Dios quiere las virtudes políticas. De otro modo no se comprendería por qué concede todo lo necesario para conservar la vida social. [Cita su comentario de Génesis.] “Como le es agradable la conservación del género humano, la cual consiste en justicia, rectitud, moderación, prudencia, lealtad y temperancia, Dios ama las virtudes políticas, no porque sirvan para merecer la salvación o su gracia, sino porque sirven a un fin que Él aprueba. En este sentido podemos decir, dependiendo del punto de vista adoptado, que Dios ha amado a Arístides y Fabricius, pero también los ha odiado.”

 

Eric Voegelin.

 Ciertamente, Dios ha amado las obras externas de los republicanos paganos porque persiguen fines temporales justos, pero tales acciones no sirven para lograr la salvación, ya que la Reforma, que todo lo fía en la gratuita donación divina de la gracia, no puede confiar como los católicos en la justificación por las obras. En cualquier caso, la comunidad política, lejos de ser un mal necesario, se convierte en un instrumento de la providencia divina. Los poderes temporales, las magistraturas, proceden de Dios, pero no –aclara Calvino- como son enviadas la “peste, el hambre, la guerra y otros castigos de los pecados”, sino como bienes instituidos “para el legítimo y recto gobierno del mundo”. [Comentario a Romanos.]

En contra de la Reforma radical, Calvino afirma que sustraerse a la vida política equivale a negar nuestra naturaleza, a negar los dones otorgados por Dios, como se expresa en estos fragmentos: “Mas si la voluntad de Dios es que caminemos sobre la tierra mientras suspiramos por nuestra verdadera patria; y si, además, tales ayudas nos son necesarias para nuestro camino, aquellos que quieren privar a los hombres de ellas, les quieren impedir que sean hombres [lui ôtent sa naure humaine]… Despreciar la providencia de quien es autor del poder político, supone emprender una guerra contra Él”.

Dios quiere la vida política, pero ello no significa divinizar este ámbito. Desde el punto de vista del teólogo, el de la trascendencia, la res publica, la sociedad política, sigue siendo provisional, imperfecta, y regida por una regla que no es de naturaleza espiritual: “…Hemos designado dos formas de gobierno en los hombres [nous avons distingué deux régimes en l’homme]… la primera, que reside en el alma, o en el hombre interior, y se refiere a la vida eterna…, la segunda, a la cual compete solamente ordenar la justicia civil y reformar las costumbres y conductas exteriores [les moeurs extérieurs].

En este mismo sentido, véase también el conocido fragmento de la Institución (III, xix, 15) en el que se trata del doble régimen del hombre o de las dos jurisdicciones, mundos o reinos, el espiritual, que tiene su asiento en el alma, y el político o civil, que sólo se ocupa de las costumbres exteriores. “Hemos de considerar cada una de estas cosas en sí mismas, según hemos distinguido: con independencia cada una de la otra. Porque en el hombre hay, por así decirlo, dos mundos en los cuales puede haber diversos reyes y leyes distintas. Esta distinción servirá para advertirnos de que lo que el Evangelio nos enseña sobre la libertad espiritual no hemos de aplicarlo sin más al orden político; como si los cristianos no debieran estar sujetos a las leyes humanas según el régimen político, por el hecho de que su conciencia es libre delante de Dios; como si estuviesen exentos de todo servicio según la carne por ser libres según el espíritu.”… Y es que el orden civil externo no puede ordenarse de acuerdo con la regla exigida en el orden espiritual.

Pensamos que Voegelin se equivoca cuando apunta que la Reforma de Calvino nos lleva a una comunidad –eclesiástica o estatal- perfecta y gobernada por los elegidos. Es más, el reformador siempre manifestó que no existen medios humanos para hacer visible la elección. Y, como únicamente Dios puede discriminar entre hipócritas y verdaderos cristianos, las instituciones, Iglesia o Estado, deben estar integradas por todos, por elegidos y por condenados. Igualmente se ha exagerado el problema de la predestinación en el reformador de Ginebra. Según Biéler, este dogma ha tomado en los siglos XVII y XVIII una importancia desmesurada en la vida eclesiástica del calvinismo. Ahora bien, para Calvino, el dogma tiene un lugar muy secundario [y siempre en referencia al consuelo de la doctrina, no a la especulación sobre ella]. Solo al final de su carrera, en la última edición de la Institución, desarrolla esta enseñanza y como consecuencia de las polémicas que había suscitado. No cabe duda de es un dogma teológico importante, pero supone un error decir que determina toda la vida religiosa y profana de las originarias comunidades calvinistas.

Aquí lo dejo, han leído algo más de la reflexión del profesor Antonio Rivera sobre política protestante. La próxima semana, d. v., seguimos, el tema será el pensamiento de Calvino sobre la ley.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Reforma2 - La imperfección de las instituciones temporales