El mejor regalo en esta Navidad

En vísperas de la Navidad de 1873, Charles Haddon Spurgeon predicó sobre el regalo prometido a los mansos. ¿Te gustaría recibir la tierra como herencia? ¿Sí? Entonces, pon tu mirada en Jesucristo.

21 DE DICIEMBRE DE 2014 · 06:05

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El mejor regalo en esta Navidad

 Cerrando el análisis de la tercera bienaventuranza de Jesús en el Sermón del Monte, este artículo es el final del sermón bíblico que Spurgeon nos entrega aún hoy a hombres y mujeres de buena voluntad, que anhelan ser agentes de cambio en un mundo hambriento de justicia, misericordia, paz y amor genuinos.

Decía el predicador:

La persona mansa no es un Napoleón que está dispuesto a vadear en medio de sangre humana para alcanzar un trono, y cerrar las puertas de la misericordia sobre la humanidad; no es avara atesorando con una voracidad que lo engulle todo, todo lo que caiga en su mano, agregando una casa a la otra, y un campo al otro, en tanto que viva. 

La persona mansa tiene un laudable deseo de hacer uso de los talentos que Dios le ha dado, y de encontrarse una posición en la que pueda hacer más bien a sus semejantes; pero no es un ser inquieto, ansioso, irritable, apesadumbrado, codicioso; sino contento y agradecido.

Pongan estas cinco cualidades juntas, y tendrán a una persona verdaderamente mansa: humilde, delicada, paciente, perdonadora y contenta; es exactamente lo opuesto del ser orgulloso, duro, airado, vengativo y ambicioso. Únicamente la gracia de Dios, obrando en nosotros por el Espíritu Santo, puede hacernos así de mansos.

Ha habido algunos que se han considerado mansos sin serlo. Los ‘quintamonarquistas’ en los días de Cromwell1, decían que ellos eran mansos, y que por tanto, recibirían la tierra por heredad; así que querían sacar a otros hombres de sus propiedades y de sus casas para poder obtenerlas, y de esta manera demostraban que no eran mansos; pues, si lo hubiesen sido, habrían estado contentos con lo que poseían, y habrían dejado que la demás gente gozara de lo que les pertenecía.

Hay algunas personas que son muy amables y mansas en tanto que nadie los moleste. Todos nosotros tenemos un carácter notable mientras hacemos lo que queremos; pero la verdadera mansedumbre, que es una obra de gracia, soportará el fuego de la persecución, y pasará la prueba de la enemistad, de la crueldad, y del mal infligido, de la misma manera que la mansedumbre de Cristo lo hizo sobre la cruz del Calvario.

 

II. ¿CÓMO RECIBEN LOS MANSOS LA TIERRA POR HEREDAD?

Jesús dijo: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.”2 Esta promesa es similar a la inspirada declaración de Pablo, “La piedad para todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente, y de la venidera.”3 Así, primero, el hombre manso es el que recibe la tierra por heredad, pues él es el conquistador de la tierra, el conquistador del mundo doquiera que va. Guillermo el Conquistador4 llegó a Inglaterra con espada y fuego, pero el conquistador cristiano gana sus victorias de una manera superior con las armas de la amabilidad y de la mansedumbre.

En los tiempos de los puritanos, vivió un ministro eminente y piadoso, de apellido Deering, que ha dejado escritos que todavía son valiosos. Cuando estaba sentado a la mesa, un día, un tipo malvado lo insultó arrojándole un vaso de cerveza a la cara. El buen hombre solamente sacó su pañuelo, limpió su rostro, y continuó comiendo su comida. El hombre le provocó una segunda vez haciendo lo mismo, e incluso llegó a hacerlo una tercera vez en medio de muchos juramentos y blasfemias. Deering no respondía nada, sino solamente se limpiaba el rostro; y, en la tercera ocasión, el hombre vino y cayó a sus pies, y comentó que el espectáculo de su mansedumbre cristiana, y la mirada de ternura, y de amor compasivo que el señor Deering le había dirigido, lo habían doblegado por completo. Así el hombre bueno fue el conquistador del malo.

Ningún Alejandro5 ha sido jamás mayor que el hombre que puede soportar insultos como esos. Otro santo apellidado Dodd, le habló a un hombre que estaba lanzando juramentos en la calle, y recibió un golpe en la boca que le rompió dos dientes. Limpiándose la sangre del rostro, le dijo a su atacante: “puedes romperme todos mis dientes pero sólo permite que te hable para que tu alma pueda ser salva”; y el hombre fue ganado por esta cristiana clemencia.

Es maravilloso comprobar lo que las naturalezas ásperas pueden experimentar frente a naturalezas delicadas. Después de todo, no es el fuerte el que vence sino el débil. Ustedes saben de la larga enemistad entre lobos y ovejas, y que las ovejas no se han puesto nunca a pelear; sin embargo ellas han ganado la victoria, y hay más ovejas que lobos en el mundo hoy en día. En nuestro propio país todos los lobos han muerto, pero las ovejas se han multiplicado en decenas de miles.

El yunque permanece firme mientras el martillo golpea sobre él, pero un yunque desgasta a muchos martillos. Y la amabilidad y la paciencia tendrán éxito a la larga. En este momento presente, ¿quién es el más poderoso, César con sus legiones o Cristo con Su cruz?

Sabemos quién será el triunfador antes de mucho tiempo entre Mahoma6 con su filosa cimitarra o Cristo con Su doctrina de amor. Cuando todas las fuerzas terrenales sean vencidas, el reino de Cristo permanecerá. Nada es más poderoso que la mansedumbre, y en ese sentido el manso es el que hereda la tierra.

Los mansos reciben la tierra en heredad en otro sentido, y es que ellos disfrutan lo que tienen. Si me presentaran a un hombre que dice disfrutar plenamente de la vida, yo les diría de inmediato que ese es un hombre manso y de espíritu tranquilo. El gozo de la vida no consiste en la posesión de riquezas. Hay muchos ricos que son completamente miserables, y hay muchos pobres que son igualmente miserables. Pueden experimentar la miseria o pueden disfrutar de felicidad, de conformidad al estado de su corazón en cualquier condición de vida.

El hombre manso es agradecido, feliz, y está contento, y el contentamiento es el que vuelve disfrutable a la vida. Lo mismo sucede con nuestras comidas comunes. Allí vemos llegar a casa a un hombre que se dispone a cenar; inclina su cabeza, y dice: “por lo que estamos a punto de recibir, que el Señor nos vuelva verdaderamente agradecidos”; y luego abre sus ojos, y gruñe: “¡Cómo! ¿Carnero frío otra vez?” Su espíritu es muy diferente al del buen cristiano que, cuando llegó a casa, encontró dos arenques y dos o tres papas en la mesa, y pronunció sobre ellos esta bendición, “Padre celestial, te damos gracias porque Tú has rebuscado tanto en la tierra como en el mar para encontrarnos este convite.” Su cena no era tan buena como la del otro hombre, pero estaba contento con ella, y eso la hacía mejor.

¡Oh, qué contraste entre los refunfuños que albergan muchos mientras se revuelcan en la riqueza, y el gozo que otros experimentan cuando sólo cuentan con muy poco!; pues la cena de hierbas si es acompañada de contentamiento es más dulce que el novillo cebado. “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”7, sino en el espíritu manso y tranquilo que le da gracias a Dios por cualquier cosa que se agrade en darle.

¡Oh!”, -dirá alguien- “pero eso no es recibir la tierra por heredad; es sólo heredar una parte de ella!” Bien, es heredar lo que necesitamos, y hay un sentido en el que el manso realmente hereda la tierra entera. A menudo he sentido, -cuando he estado con un espíritu manso y tranquilo-, como si todo a mi alrededor me perteneciera. He caminado por un parque perteneciente a un caballero, y le he quedado muy agradecido por mantenerlo en tal orden a propósito para que yo lo recorriera. He entrado a su casa, y he visto su galería de cuadros, y le he estado muy agradecido porque ha comprado tan grandiosos cuadros, y he llegado a desear que comprara más para que yo pudiera verlos cuando regresara la próxima vez. Yo estaba muy contento porque no tenía que comprarlos, y pagar a algunos siervos para que los cuidaran, y que todo esto hubiera sido hecho para mí.

Y algunas veces he mirado, desde una colina, a las extensas llanuras, o a alguna tranquila aldea, o a alguna ciudad industrial, congestionada de casa y tiendas, y he sentido que todo eso era mío, y que además no tenía la molestia de cobrar las rentas que tal vez la gente no quisiera pagar. Yo sólo tenía que mirarlo todo como el sol brillaba sobre todo ello, y luego tenía que mirar al cielo, y decir: “Padre mío, todo esto es tuyo; y, por lo tanto, todo es mío; pues yo soy un heredero de Dios, y un coheredero con Jesucristo.” Así es como, en este sentido, los de espíritu manso heredan la tierra entera.

También hereda en otro sentido, es decir, él se alegra cuando piensa en todo lo que tienen los demás. Tal vez camine y se sienta cansado; alguien va cabalgando por allí, y se dice: “gracias a Dios ese hombre no necesita caminar y cansarse, como lo hago yo. Me alegra que haya alguien que está libre de esa prueba.”

Trabaja muy duro, y tal vez gana muy poco; pero es vecino de un obrero que gana el doble, y piensa, “gracias a Dios porque mi vecino no experimenta los apuros que yo paso; no me gustaría verlo en el aprieto en que me encuentro.” Algunas veces, cuando estoy enfermo, alguien entra, y me dice: “fui a visitar a alguien que está peor que usted”; pero yo no obtengo ningún consuelo de una observación como esa, y mi respuesta usual es: “me has hecho sentir peor de lo que me sentía antes que me dijeras que hay alguien que está peor que yo.”

El mayor consuelo de un manso es este, “aunque yo estoy enfermo, hay mucha gente que está bien”; o este, “aunque yo estoy ciego, bendigo a Dios porque mis queridos hermanos pueden ver las flores y el sol”; o este, “aunque yo soy cojo, estoy agradecido porque otros puedan correr”; o este, “aunque mi espíritu está muy deprimido, me alegra que haya cantores de dulce voz”; o este, “aunque yo sea un búho, me regocija que haya alondras que se remontan y cantan, y águilas que vuelan hacia el sol.”

La persona de espíritu manso se alegra al saber que otras personas son felices, y la felicidad de ellos es su felicidad; tendrá un gran número de cielos, pues el cielo de los demás será un cielo para él. Será un cielo para ella saber que muchas otras personas están en el cielo, y por cada uno que vea allí, alabará al Señor. La mansedumbre nos regala el gozo de lo que pertenece a otras personas, y el gozo de ellas no se ve reducido por el nuestro.

Además, el hombre de espíritu manso hereda la tierra en este otro sentido: si hay alguien que sea bueno en cualquier lugar cerca de él, procura verlo. He conocido a personas que se han unido a la iglesia, y después de haber estado poco tiempo en ella, han dicho: “aquí no hay amor.” Ahora, cuando un hermano afirma: “aquí no hay amor”, sé que se ha estado mirando al espejo, y que su propio reflejo ha sugerido ese comentario. Esas personas se quejan de los engaños y de las hipocresías de la iglesia profesante, y tienen alguna base para hacerlo; sólo lamentamos que no puedan reconocer a la buena gente, a los verdaderos santos que están allí.

El Señor todavía tiene un pueblo que le ama y le teme, un pueblo que será Suyo en el día en que reúna Sus joyas; y es una lástima que no seamos capaces de ver lo que Dios admira tanto. Si somos mansos, más fácilmente veremos las excelencias de otras personas. Hay un pasaje muy hermoso en la segunda parte del "Progreso del Peregrino" 8, que narra que, cuando Cristiana y Misericordia fueron bañadas y vestidas de lino fino, blanco y limpio, “comenzaron a valorarse más entre ellas”.

Si nosotros también hacemos esto, no pensaremos tan mal de esta pobre vida presente, como algunos de nosotros lo hacemos ahora, sino que la viviremos dando gracias a Dios, y alabando Su nombre, y así estaremos heredando la tierra.

Con un suave temperamento, y un espíritu tranquilo, y gracia para que se mantengan así, recibirán la tierra por herencia bajo cualesquiera circunstancias. Si viene algún problema, se inclinarán ante él, como el sauce se doblega ante el viento, y así se escapa de los daños que sufren los árboles más robustos. Si llegaran pequeñas vejaciones, ustedes no permitirán ser vejados por ellas; sino que dirán: “con un poco de paciencia, pasarán.”

Creo que nunca admiré más al Arzobispo Leighton que cuando leí acerca de un cierto incidente que está registrado en su vida. Él vivía en una pequeña casa en Escocia, y sólo contaba con un criado. Juan, el criado, era muy olvidadizo; y, una mañana, cuando se levantó antes que su señor, se le ocurrió ir de pesca ese día, así que se fue, y dejó encerrado con llave a su señor. Pescó hasta muy tarde ese día, y se olvidó por completo de su señor, y cuando regresó, ¿qué creen que le dijo el obispo? Le dijo simplemente: “Juan, si te vas de pesca otro día, por favor recuerda de dejarme la llave.” Él había pasado todo un día feliz de oración y de estudio en soledad. Si se hubiese tratado de alguno de nosotros, nos habríamos encolerizado y habríamos estado muy irritables, y le habríamos dado un buen sermón al regresar; y lo tenía muy merecido; pero no creo que hubiera valido la pena que el buen hombre se hubiera sacado de quicio por Juan. Creo que el incidente es una buena ilustración de nuestro texto.

Pero el texto significa más de lo que he dicho hasta este momento, pues la promesa, “Recibirán la tierra por heredad” puede leerse como la tierra prometida, el Canaán celestial. Las personas que heredarán el cielo que está allá arriba son todos los mansos. No hay contenciones allá; el orgullo no puede entrar allí. El enojo, la ira, y la malicia no contaminarán nunca la atmósfera de la ciudad celestial. Allí, todos se postran delante del Rey de reyes, y todos se gozan en la comunión con Él y en la comunión mutua. 

Ah, amados, si algún día hemos de entrar al cielo, debemos deshacernos de la ambición, y del descontento y de la ira, y de buscar los propios intereses, y del egoísmo. Que la gracia de Dios nos limpie de todas estas cosas; pues, en tanto que algún remanente de esa mala levadura permanezca en nuestra alma, donde está Dios no podríamos estar nosotros.

Y luego, queridos amigos, el texto significa todavía más que eso: recibiremos la tierra por heredad dentro de algún tiempo. David escribió, “Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz.”9

Después de que esta tierra haya sido purificada por el fuego, después de que Dios haya incinerado las obras de los hombres y cualquier traza de la humanidad corrupta haya sido destruida por el calor ardiente, entonces esta tierra será aprestada otra vez, y los ángeles descenderán con nuevos cánticos para cantar, y la Nueva Jerusalén descenderá procedente del cielo de Dios en toda su gloria.

Y entonces sobre esta tierra, en la que siempre hubo guerras, el clarín ya no sonará más; no habrá ni espadas ni lanzas, y los hombres ya no aprenderán más las artes marciales. Los mansos poseerán entonces la tierra, y cada colina y cada valle se alegrará, y cada llanura fértil sonará gritos de gozo, y de paz, y de alegría, a todo lo largo del día eterno.

¡Que el Señor lo envíe y que todos nosotros nos contemos entre los mansos que poseerán el nuevo Edén, cuyas flores no se marchitarán nunca, y donde el rastro de la serpiente no será visto jamás!

Pero esto tiene que ser la obra de la gracia. Debemos nacer de nuevo, pues de lo contrario nuestros espíritus altivos no serán mansos nunca. Y si hemos nacido de nuevo, que sea nuestro gozo, en tanto que vivamos, mostrar que somos seguidores del manso y humilde Jesús, con cuyas palabras llenas de gracia concluyo mi sermón:

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”10

Estimado lector, mientras algunos esperan a Papá Noel, Santa Claus o al Niño Dios, este sermón ha sido el regalo de Navidad que comparto contigo. Afuera hace frío, o abrasa el sol, el Señor está allí tocando a la puerta de tu vida para darte un regalo hoy11. ¿Le abrirás ahora? Si lo haces esta será, te lo aseguro, la mejor Navidad de tu vida.

¡Que así sea, por Jesucristo nuestro Señor! Amén.

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Notas del autor

Charles H. Spurgeon (1834 –1892) notable predicador inglés utilizado por Dios para salvación de miles de pecadores. El autor ha adaptado la traducción literal al castellano del mensaje original, que puede leerse en forma completa entrando a: http://www.spurgeon.com.mx/sermon3065.html

1. Oliver Cromwell (1599 –1658) líder político y militar inglés que introdujo el sistema republicano en el denominado interregno (1649 –1660). Los ‘quintamonarquistas’ eran cristianos disidentes que predicaban sobre la inminente venida del Señor y el Milenio, aplicando la profecía de Daniel sobre los cuatro reinos (babilonio, persa, macedonio y romano). La ‘quinta monarquía’ (la de Cristo) era la respuesta a ‘la república’ de Cromwell. Fueron perseguidos y diezmados, aunque su doctrina reverdece hoy en muchas iglesias cristianas evangélicas en todo el mundo, particularmente en América Latina.

2. Mateo 5:5.

3. 1ª Timoteo 4:8.

4. Guillermo I de Inglaterra, (1028 –1083), primer rey normando en el trono de Inglaterra.

5. Referencia a Alejandro Magno (356 – 323). Rey de Macedonia cuyas conquistas y extraordinarias dotes militares le permitieron forjar, en menos de diez años, un imperio que se extendía desde Grecia y Egipto hasta la India, iniciándose así el llamado periodo helenístico (siglos IV-I a.C.) de la Antigüedad. Su maestro fue Aristóteles.

6. Clara referencia a la histórica crueldad del fundamentalismo árabe, comprobable hoy con el IS, Terrorismo de Estado.

7. Lucas 12:15.

8. “El Progreso del Peregrino” novela alegórica por John Bunyan, originalmente publicada en inglés en 1678, el libro más vendido después de la Biblia, según algunas fuentes.

9. Salmo 37:11

10. Mateo 11:28

11. Apocalipsis 3:20.

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