La nación de nuestro Estado

El Evangelio de nuestra salvación es también el descubrimiento de la mentira del Otro.

20 DE DICIEMBRE DE 2014 · 22:35

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Cuando el pueblo carece de cultura política, cuando no la ve como “un asunto propio y militante”, cuando no ve a sus representantes políticos “como a iguales, con quienes poder cooperar y participar en sus actividades y estructuras”, pues nos queda el pueblo de procesión, que se muestra en público, pero que se limita a seguir a la cruz de guía al sonido de los tambores. Ésa es la cultura que creó el tiempo franquista, como ya se apuntó la semana anterior.

Esto tiene consecuencias prácticas. Si no crees que lo público es también tuyo, con tu responsabilidad sobre ese espacio, siempre habrá algún listo que piense que sí es suyo, y se lo quede. Está pasando aquí.

La política protestante es precisamente el modelo de responsabilidad del individuo en lo público. Sólo si se entiende bien la voz, la palabra, de lo público se puede “responder” (responsabilidad).

 

La nación de nuestro Estado

 Para aclarar estos conceptos puede servirnos lo que se mostró en el artículo anterior sobre el capitalismo católico. Esa modalidad que se implanta por los hombres del Opus Dei, y que tiene sus fundamentos en las proclamas de Ramiro de Maeztu (aunque lo fusilaron al principio de la guerra, su pensamiento está presente en este proceso económico). Ese modelo ilustra también la actitud de procesión, tan contraria a la protestante. [Sobre Maeztu José Luis Villacañas publicó ya hace catorce años un libro, que es referencia para entender la política en España, Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España. (Espasa. 494 p.)]

Con Maeztu, en su etapa final, la de un catolicismo tradicional militante en extremo (antes pasó por otros espacios ideológicos; Ortega le dedicó la primera edición de Meditaciones del Quijote), encontramos esos materiales para la construcción de este pueblo de procesión. Su modelo ideal, tanto en lo tocante a la iglesia Romana de Trento, la de la Contrarreforma, como del ejército, lleva implícito un elitismo, una jerarquización, ineludibles. Pero, aclara una y otra vez, no valen las élites que solo están de bulto en el sitio de dirección; hay que buscar las verdaderas. Por eso hace una crítica permanente a un tipo de catolicismo pasivo, sin acción social, sin voz de mando, que ha supuesto la ruina de España. Ahora se trata de recobrar, de restaurar, el espíritu pasado, el del siglo XVI especialmente, el de la Contrarreforma y el de la conquista de América (desde luego que no admitirá en sus filas a gente como Fray Luis de León y otros, que no buscaron el poder, y se conformaron con la piedad). De eso se trata, del poder. Lo que tiene España en su tiempo es otra cosa, se deben buscar, pues, individuos sacramentales que tomen el alma del pueblo (que es bueno, pero lo tienen maleado los revolucionarios), que lideren con poder.

El demonio del Terror del la Pobreza, los años del hambre, ha servido para someter a la nación dentro de ella misma. La gloria del Vaticano siempre ha sido la muerte de la libertad. Aquí, nuestra historia. Ahora ese demonio tiene que ser echado fuera, y que aparezca el del Poder del Dinero, con él la acción gloriosa de la victoria se trasladará al mundo.

Ese poder tiene un aspecto social, en el que la tradición se deberá restaurar por lo métodos modernos, la violencia justificada, el fascismo; sólo así se puede acabar con la Revolución. Una élite con la moral del caballero que defiende la patria y la religión, será la única que pueda restaurar la gloria ancestral (iniciada con la conversión de Recaredo en el 589), que tiene su culmen en el XVI. [Ya me dirán si no es relevante que recobremos la memoria de nuestra Reforma; echa por tierra todos los mitos del nacionalcatolicismo] A ese siglo XVI deberán volver la mirada todos los “espíritus alertas”; ahí tienen las herramientas objetivas que les proporcionan los juristas dominicos y jesuitas para que apliquen la verdad y la moral, la de la razón “rectamente ordenada”, en las nuevas circunstancias. “Mi sueño de español sería ver a mi Patria de abanderada de la Contrarrevolución, como lo fue en el siglo XVI de la Contrarreforma”.

Ese aspecto social del poder se tiene que afirmar con su parte económica. Ahí está el capitalismo católico ya mentado. La acción política, la del terror del hambre, es instrumental para la mayor gloria de la Iglesia papal, pero estará anémica sin la fuerza de la economía. Maeztu es uno de los primeros que lee a Weber (su obra sobre el protestantismo se publica en 1905), y transforma su discurso para adaptarlo al catolicismo. El poder de las naciones protestantes sobre las católicas no está en su religión, sino en su economía; por tanto, hay que crear una economía competente, un capitalismo católico. Su admiración por los Estados Unidos no es por su religión protestante, o por su política de democracia liberal (que aborrece), sino por su capitalismo.

El capitalismo católico, pues, no tiene como fondo una sociedad moderna de libertad y democracia, sino una sociedad orgánica católica, jerarquizada, donde el nuevo caballero no es un guerrero medieval, sino uno cuyo escudo y lanza ahora es el dinero, mejor dicho, el poder del dinero. Éste es el argumento de Maeztu, por lo que tiene que criticar a un modelo de catolicismo por su relación con el dinero. Los atributos de Dios son el Poder, la Verdad, la Justicia y el Amor, por tanto el Poder es bueno, y el dinero es poder, así que es bueno. Y bueno no como simple instrumento, sino en sí mismo. Esto es lo que le falta a la España de su tiempo para restaurar la gloria del pasado. Y ya llegan los del Opus.

“Sin dinero, mejor dicho, sin poder, no hay bondad efectiva, sino meramente buena voluntad o buenas intenciones… No basta con reconocer el valor instrumental del dinero… Para llegar a ser dueños del dinero, hay que dedicarle nuestros mejores hombres y lo mejor de nuestro espíritu, lo que no conseguimos si no lo dignificamos hasta considerarlo como uno de los valores finales, y no meramente instrumentales… Ello se logra sin violencia de nuestros sentimientos… Por eso lo propongo, al cabo de una meditación de veintiocho años sobre la superioridad de los anglosajones…” (El sentido reverencial del dinero)

Este sentido reverencial, contrario al sensual en su argumento, es el que toman los santos caballeros de la nueva cruzada, pero siguen de caballeros, que a los otros nos toca ser el pueblo maleable, la plebe a la que se puede recompensar de gracia con que participe en algún plebiscito. Ese elitismo es la sustancia de nuestra política, y no conoce colores políticos. Así nos va. “España tuvo una poderosa voluntad nacional mientras fue, no solo en nombre, sino de hecho, la Monarquía católica por antonomasia… Es que la voluntad nacional no necesita la unanimidad de los hijos de un pueblo. Basta con que sea la de las personas de mayor influencia, secundada por el aplauso o el consentimiento de los menos influyentes, sobreponiéndose a la protesta de una minoría disidente”. Escrito así, literal; y este pueblo así lo quiso. ¿Y los protestantes? Habrá que buscarlos para que avisen de esta tiranía, y anuncien una política protestante. Sí, el Evangelio de nuestra salvación es también el descubrimiento de la mentira del Otro. En la actualidad, es también el que anuncia la mentira dentro del protestantismo, ése que, por ejemplo, se va al Vaticano a hablar de la familia, y juntos besan la mano de su padre; ése que hoy se encuadraría perfectamente en las filas de la Contrarreforma.

Mientras los encontramos, a ver si encontramos algún sentido a la nación española con sus naciones (así suena raro, pónganlo como mejor les parezca); a ver qué dice nuestra Constitución. Vuelvo a tomar el referente del citado libro de José Luis Villacañas. Recuerda que cuando se está construyendo la presente Constitución, por el gobierno de Suárez, cuya legalidad se cimenta en la voluntad del rey, conforme a la “constitución” anterior franquista, en el plano aparecen dos entidades nacionales (si quieren pongan otro término) con las que ya se cuenta, y que no son fruto de la Constitución que se va a votar. Esas entidades poseen incluso sus gobiernos legítimos (en el exilio).

Cito a Villacañas. “El problema central de la Constitución era incorporar la legalidad plena de la democracia parlamentaria liberal que asentara en España el Estado social de derecho. Para lograrlo bastaba echar mano de lo que había en Europa. Lo único en lo que se exigía creatividad era en el problema español de la ordenación territorial del Estado… El asunto de la construcción territorial del Estado presionaba políticamente, porque tanto Euskadi como Cataluña mantenían sus representantes legales en el exilio. No solo eso. Tenían una representación política diferenciada… Así que el bloque que podía administrar los consensos en Madrid no se reproducía en Cataluña… En el País Vasco las cosas fueron todavía peor… Era evidente que las clases política catalana y vasca no iban a seguir la evolución de la española”.

Sigo citando. “Es sabido cómo reaccionó Suárez. Para hacer frente a la recién creada Asamblea de Parlamentarios de Cataluña, con mayoría socialista y comunista, trajo a Cataluña a Josep Tarradellas, el presidente de la Generalitat en el exilio. De ese modo se reconocía que la Generalitat tenía una legitimidad originaria, no derivada de la Constitución futura de 1978. Se volvía a la situación de 1931, cuando Cataluña se había dado un Estatuto anterior a la Carta republicana, por mucho que luego fuera aprobada por las instancias centrales. Con los hechos en la mano, la Generalitat tiene un fundamento supraconstitucional, existencial, como la propia monarquía. No se vio así el asunto vasco. Como allí los socialistas, con los diputados de UCD y de AP, tenían mayoría, se creó un Consejo General Vasco presidido por Ramón Rubial. Aunque no había continuidad histórica con el gobierno vasco en el exilio, también se reconocía que el pueblo vasco mantenía una especie de unidad política que la Constitución vendría a ordenar, pero que el gobierno de Madrid ya asumía. La cosa se podía haber quedado ahí. Pero al final se impuso una perspectiva diferente. Se animó a que las fuerzas políticas afines en las demás regiones se constituyeran en entes preautonómicos”.

Los responsables actuales del gobierno en el centro o la periferia deberían quitarse el velo de su bandería, que no les deja ni ver su vacío, y que les leyeran algo de historia. Como ellos no lo harán, bueno es que el despreciado pueblo lo intentemos.

Efectivamente, nuestro título VIII de la Constitución estaba en plena construcción sin conocer nada de lo que otros estaban fraguando para meterle dentro. “El Estado se organiza territorialmente en municipios, en provincias y en las Comunidades Autonómicas que se constituyan…”. Que se constituyan, pues es un artículo de ordenación administrativa del Estado, no de su constitución territorial. La constitución territorial que ahora tenemos, con las Autonomías, se ha creado después de la Constitución y al amparo de su título VIII, pero la propia creación de la Constitución asume la existencia de unos territorios constituidos, al menos, desde la República. Ningún territorio fortalece su unidad sin reconocer de qué está compuesto. Reconocer esto será muy útil para entendernos y compartir nuestra mutua responsabilidad.

Cita de nuevo de Villacañas, para qué poner otras palabras con lo bien que están esas. “Así se llegó a la confusión que gravita en la opinión pública como una losa: que los territorios existenciales en sus derechos históricos preconstitucionales, como Cataluña, en el fondo son autonomía reguladas por el artículo 151 y, por lo tanto, un caso más de lo que ese artículo debía regular, la ordenación política y administrativa del Estado. Con ello, el problema de la organización territorial, las tierras que componen el Estado, se disolvió en la forma de ordenarlo. Una pluralidad de realidades existenciales quedó así diluida en una única realidad existencial, la nación española.”

No me resisto a ponerles el final del libro citado, que comparto plenamente. “Lo que apenas puede negarse es que los treinta y cinco años de democracia [ya tenemos uno más] han dejado al PSOE sin un discurso político claro y que el Partido Popular (PP), viejo heredero de AP, ha logrado canalizar su originaria indisposición contra la Constitución mediante una defensa de su letra que la mata en su espíritu. De este modo, el bipartidismo de los administradores de la Constitución se ha convertido en una amenaza para ella. Y sin embargo, es muy difícil prever si de la apertura del espacio político que previsiblemente tendrá lugar se derivará un bloque hegemónico capaz de reconciliarse con el espíritu de la Constitución, de hacerla evolucionar y de dotarla de sentido para los nuevos tiempos”.

Esto es política protestante, aquí en nuestro contexto.

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