Aguas, el hereje

Manuel Aguas, líder de la Iglesia de Jesús, predicó un encendido sermón para explicar detalladamente su conversión al cristianismo evangélico, tras el que la Iglesia Católica lo declaró apóstata.

15 DE NOVIEMBRE DE 2014 · 22:50

El Monitor Republicano, periódico que recogió el histórico discurso de Manuel Aguas.,El Monitor Republicano
El Monitor Republicano, periódico que recogió el histórico discurso de Manuel Aguas.

El siguiente paso de Aguas para reivindicar la gesta de Martín Lutero, y la suya como peregrino de la misma senda que caminó el teólogo alemán, tuvo lugar en un céntrico templo de la capital mexicana. Fue la primera vez en México que desde un púlpito eclesiástico, y ante una audiencia que se apretujaba, se reconoció en México la lid realizada por Martín Lutero en el siglo XVI. El 2 de julio de 1871 el ex sacerdote católico Manuel Aguas, y en ese momento líder de la Iglesia de Jesús, predicó un encendido sermón para explicar detalladamente su conversión al cristianismo evangélico.

La pieza oratoria tuvo gran difusión entonces porque la publicó el muy leído periódico El Monitor Republicano.1 De ésta publicación la retomaron otros diarios y revistas y la reprodujeron en otras partes de México, dándole así mayor audiencia a lo originalmente escuchado de labios de Manuel Aguas por parte de unos cientos de personas.

El sermón expuesto por Manuel Aguas da cuenta de la intensa formación autodidacta del personaje. Su contenido muestra que Aguas en poco tiempo se hizo conocedor del protestantismo. La pieza oratoria también ejemplifica el estado del naciente protestantismo mexicano antes de la llegada institucional de los misioneros extranjeros a partir de 1872.

Las autoridades eclesiásticas católicas reaccionan a las pocas semanas de que comienza a difundirse la carta de Manuel Aguas. El 21 de junio de 1871 se aprueba la Sentencia pronunciada en el Tribunal Eclesiástico contra el religioso fray Manuel Aguas. En ella se le acusa de

[…] crimen de plena apostasía, así del sacerdocio y de los votos monásticos como de la fe católica, y por el gravísimo escándalo con que de palabra y por escrito ha propagado sus herejías, tanto por medio de la carta dirigida a su provincial. M. R. P. fray Nicolás Arias, que después publicó y repartió, en que se declara absolutamente adicto a los errores del protestantismo, como por medio de la enseñanza que por sí mismo emprendió de esos mismos errores en el templo que ha sido del Convento de San José de Gracia de esta capital […].2

 

El documento es breve pero saturado de estigmatizaciones contra Aguas. Además de apóstata, hereje y errático la Sentencia lo considera cismático, contumaz, obstinado, extraviado, criminal, ofensor, inmoral, en ruina espiritual, destructor, heterodoxo, irrespetuoso, desobediente, temerario, pernicioso, rebelde y falto de gratitud a la Iglesia católica.

La Sentencia cita distintos cánones y disposiciones eclesiásticas, especialmente las del Concilio de Trento. La pena impuesta es la de anatema y excomunión mayor latae sententiae. El tribunal manifiesta que espera del sentenciado “un motivo de reflexión y arrepentimiento, que le haga volver al camino de la verdad, al seno de la Santa Iglesia y a los brazos paternales de Dios, que le aguarda lleno de misericordia. Comuníquese en debida forma esta sentencia al Ilmo. Sr. Arzobispo, y circúlese a todas las parroquias e iglesias de esta capital, con orden que se fijen copias autorizadas de ella en la sacristía y en la puerta principal de cada templo, por la parte interior, para conocimiento de todos”.3

Como lo había anunciado en su carta al sacerdote Nicolás Arias, el 23 de abril de 1871, Manuel Aguas inicia predicaciones en el templo de la Iglesia de Jesús, San José de Gracia. Semanas después ahí tiene lugar un suceso que sacude a la ciudad de México, cuyas élites lectoras de la prensa se enteran de una exposición dada por Aguas, y que representa, así lo consideramos, un antes y después en las concepciones intelectuales que en México se habían construido sobre el protestantismo y particularmente acerca de un personaje clave en su génesis y desarrollo: Martín Lutero.

En lo que vendría a ser la nación mexicana, la Contrarreforma se encargó de exorcizar hasta su sombra. El terremoto religioso, político y cultural desatado por Martín Lutero en Europa fue simultáneo al inicio de la Conquista española del Nuevo Mundo. Apenas cuatro meses después de que Lutero comparece en la Dieta de Worms, en abril de 1521, ante autoridades de la Iglesia católica y el emperador Carlos V, cae la Gran Tenochtitlán por la superioridad de las fuerzas militares al mando de Hernán Cortés.

La corona española, y sus enviados al Nuevo Mundo, vieron en el sometimiento de las culturas indígenas un acto providencial. Conceptualizaron la conquista como una restitución divina por las pérdidas ocasionadas a la cristiandad por la “herética pravedad” luterana en Europa. De ahí procede la imagen de los doce apóstoles franciscanos que a partir de 1524, y encabezados por Martín de Valencia, se dan a la tarea de evangelizar a los naturales como el antídoto perfecto al hereje que removía los cimientos del catolicismo europeo. Una frase lo sintetizaba todo: “La capa de Cristo que un Martín [Lutero] hereje rasgaba, otro Martín [de Valencia], católico y santo remendaba”.4

La obra de la historiadora Alicia Mayer es un libro imprescindible para entender el imaginario novohispano cuidadosamente construido sobre el horror y la repulsión por parte de las dirigencias religiosas y políticas a la imposible presencia de Lutero o sus seguidores en tierras de la Nueva España.5

El cordón protector contra el hereje por excelencia, el monje agustino alemán, fue trasladado por las autoridades desde España hasta sus nuevas posesiones. Mientras allá sí existieron consolidados núcleos de protestantes, entre ellos el del grupo de monjes del monasterio de San Isidoro del Campo, en Sevilla, al que pertenecían Antonio del Corro (años después autor de una brillante carta a Felipe II, en la que alegaba en favor de la tolerancia religiosa), Casiodoro de Reina (traductor de la Biblia al castellano) y Cipriano de Valera (revisor de la traducción de Reina, conocida como Biblia del Oso); acá se dieron presencias aisladas de protestantes, pero imposibilitados de organizarse debido a la férrea vigilancia de las conciencias por la Santa Inquisición.6 Cabe mencionar que células como la conformada por los monjes isidoros son forzadas al exilio para evadir las sentencias de muerte en su contra dictadas por el Santo Oficio.

La investigación de la doctora Mayer, ex directora del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, es amplia y documentada, así como reveladora de la constante que existió a lo largo de tres siglos en crónicas, sermones, panfletos y pinturas prohijadas en la Nueva España en las que se exageraba y denigraba profusamente el nombre y la obra de Lutero. La autora nos descubre que sobre Lutero existía conocimiento indirecto en tierras novohispanas, vía la obra de teólogos y clérigos españoles, que a ellos mismos les había llegado ya con amplias distorsiones. Se representaba al ex monje como sinónimo del supremo mal, se le tenía por engendro del demonio y máximo exponente de las entrañas del infierno.

Al hereje de Lutero no se le debía tener ninguna consideración, no podía ser un interlocutor porque con el error y sus representantes sólo cabe su rendición incondicional ante la incuestionable verdad enarbolada por la Iglesia católica. La cita, que la autora toma de José Joaquín Fernández de Lizardi (con obvio sentido sarcástico por parte de El Pensador Mexicano), es aleccionadora respecto de la mentalidad inquisitorial y sus mecanismos de control: “Un hereje, un impío, un sospechoso no debe reputarse ni como ciudadano, ni como prójimo, ni como semejante nuestro”. Es decir, no es un ser humano sino un enemigo al que es necesario castigar de manera ejemplar.

La invención que de Lutero se hizo por quienes en la Nueva España escribieron, predicaron o lo representaron en pinturas, influyó en la cultura popular para que en el seno de ella el reformador germano apareciera como la maldad encarnada y el lobo rapaz de las conciencias. En la línea de los estereotipos estigmatizadores contra Lutero hicieron su contribución en el siglo XVI Bartolomé de Las Casas, y en el siglo XVII sor Juana Inés de la Cruz. Para el primero, Alemania e Inglaterra sucumbieron a las mentiras de Lutero, al dejar la fe católica. Esas naciones, de acuerdo con el primer obispo de Chiapas, “fueron cristianas” y quedaron “salpicadas de herejías pestíferas y perniciosos errores y sola España [y sus posesiones en el Nuevo Mundo] está sin mácula”.7 Por su parte, sor Juana descalifica a Lutero y su libre examen de la Biblia, y le llama malvado, heresiarca, serpiente y demonio.8

La inercia cultural de tener a Martín Lutero como excelsa representación del mal que amenazaba con manchar la pureza de naciones católicas, caso de México, continúa en las primeras décadas del siglo XIX, trasciende el final de esa centuria, tiene vigencia en el siglo XX y todavía vemos continuamente el uso de la frase “La Iglesia en manos de Lutero” para ilustrar el gran peligro de que algo bueno esté al cuidado de un personaje rapaz.9

Todo el peso de la estigmatización de Lutero estaba bien vivo en México cuando Manuel Aguas hace no solamente un elogio público del reformador, sino que va más allá y lo propone como ejemplo a seguir. A los oyentes originales de su propuesta se les agregaría un público más amplio mediante la publicación de sus palabras en El Monitor Republicano.

El reconocido teólogo católico Javier Aguilar y Bustamante lanzó un reto a Manuel Aguas para debatir con él. El ex dominico acepta de inmediato y las partes dan inicio a los preparativos del encuentro. Pocos días antes del evento la prensa difunde la noticia de que el arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, le había prohibido al doctor Aguilar asistir al debate. Esto porque “el Ilmo. Sr. arzobispo ha hecho saber al referido doctor [Aguilar y Bustamante], que según un decreto de la Sagrada Congregación de propaganda [de la fe], se prohíbe toda disputa de palabra, formal y pública sobre materias de fe”.10

La fecha de la disputa llega, 2 de julio de 1871, y el templo de San José de Gracia, sede de la Iglesia de Jesús, se encuentra completamente lleno, y “a cada paso se oyen rumores hacia la puerta de entrada, por la multitud que desea penetrar, que no puede lograr su objeto por falta de local”. Según el reporte publicado cinco días después, la asistencia superaba las mil quinientas personas.11

El servicio da inicio y lo presiden “los ministros protestantes Manuel Aguas y Agustín Palacios”. Tienen lugar participaciones musicales, canto de himnos, lectura bíblica de Éxodo capítulo 20 y después de ésta el pastor Aguas inicia su exposición. Ante la ausencia del doctor Aguilar y Bustamante, subraya:

¿Quién no ha visto, hermanos míos, que en la cuestión para la que se nos ha invitado, este día, la orgullosa Roma ha huido despavorida y espantada? Ciertamente que esta fuga no ha sido por mi insignificante persona, pues careciendo de talento y conocimiento superiores, ningún temor podría infundir mi presencia en este lugar. Soy el último y el más moderno de los ministros de la Iglesia de Jesús, que es una, Santa, Católica, Apostólica y Cristiana; que se halla esparcida por todo el Universo, y que cuenta con más hijos en su seno que la secta Romana.12

 

Tras afirmar lo anterior, Manuel Aguas menciona que “esta huida humillante ha sido porque se sabía que iba a presentarme con este libro en mis manos (la Biblia), con ésta Escritura Santa, que es la espada de dos filos [Hebreos 4:12], que cae sobre Roma hiriéndola de muerte, siempre que se atreve a presentarse delante de ella, para que mediante la discusión razonada se examinen sus falsas doctrinas”.

Si el peso de la argumentación en la carta al cura Nicolás Aguilar estuvo en un generosos caudal de citas bíblicas, en el sermón que expone Aguas en San José de Gracia el respaldo de sus argumentos es más histórico. Se ocupa del movimiento reformista de Ulrico Zwinglio en Suiza, y hace un paralelismo con el caso de la Iglesia de Jesús. Dice que Zwinglio era “ministro de una humilde parroquia”, y que “estudiando la palabra de Dios, advirtió que Roma había incurrido en multitud de errores, que había extraviado a los pueblos conduciéndolos por senderos tortuosos, imponiéndoles una carga pesada, que no es la dulce y suave que Jesús nos impone”. Alude que Zwinglio fue tildado de hereje por Roma, también excomulgado, pero su resistencia y ruptura con el papado fueron el origen de la libertad gozada en Suiza.13

Proporciona otro ejemplo del siglo XVI, el del Papa León X, en cuyo pontificado tiene lugar “en un oscuro rincón de Alemania” la rebelión de Martín Lutero. Las autoridades eclesiásticas romanas hacen varios intentos de llamar a la disciplina al monje agustino, nos dice Aguas, pero él decide seguir los preceptos bíblicos antes que someterse a las autoridades romanas. Aguas exalta la postura de Lutero, quien “siempre que se pone frente de la tiranía papal, la avergüenza, la humilla y la confunde, demostrando con toda claridad que las máximas romanas modernas están diametralmente opuestas a las verdades evangélicas”.

Prosigue con el caso de Lutero y le da prominencia a la comparecencia de éste ante la Dieta de Worms (16-18 de abril de 1521), presidida por el emperador Carlos V. Manuel Aguas describe a las autoridades religiosas y políticas que se dieron cita en Worms y frente a las cuales Martín Lutero defiende sus creencias.14 Lo siguiente da cuenta de la alta valoración que da Manuel Aguas a la lid del reformador alemán:

Comprendo, hermanos míos, que los romanistas estaban seguros de su triunfo en esa ocasión; pero se engañaron miserablemente. Lutero, sin orgullo, con calma, contesta victoriosamente a los que le interrogan; pronuncia un elocuente y sentido discurso, en el que pone de manifiesto los extravíos de la secta romana. La orgullosa Roma, ve, a su pesar, que allí es vencida por un sólo hombre, que si alcanzó tan brillante victoria fue porque se apoyaba en el libro de la revelación, que es el libro de Dios. ¿Cuáles fueron las consecuencias de tan decisiva batalla religiosa? Ya lo están mirando: la separación de Roma de casi la mitad de Europa.

Yo mismo, si en estos momentos estoy hablando con la libertad de un cristiano, es debido a ese triunfo glorioso.

 

De la argumentación histórica, en la que está presente su plena identificación con Lutero, se desprende una identificación muy cercana con el teólogo alemán ya que, como él, Aguas experimentó el mismo ciclo: lectura personal de la Biblia, lo que le llevó a una conversión, a la que a su vez la Iglesia católica le responde con la excomunión y, finalmente, ruptura pública con Roma para iniciar iglesias libres de su dominio. Una vez más da razón de su salida: “Si me he separado de Roma ha sido porque he oído la voz de Dios en la Santa Escritura, que dice: Salid de ella pueblo mío, para que no participéis de sus plagas y de sus crímenes. Porque no cabe duda, primero se debe obedecer a Dios que al hombre”.

En los días siguientes al sermón de Aguas, la prensa militante católico-romana lo critica porque no había respondido a las polémicas publicadas en distintos lugares sobre su misiva del 16 de abril. En un editorial del periódico que más espacio dedicó a denostarlo, le reclaman:

¿Cómo es que el ex-religioso dominico D. Manuel Aguas, no ha contestado a los artículos, cartas y opúsculos que se han publicado refutando los principios de su nueva doctrina, emitidos en la célebre carta dirigida a su superior el R. P. Arias, y admitió desde luego el reto del Sr. Dr. Aguilar y Bustamante para la contienda oral teológica, en lo que fue iglesia católica de San José de Gracia? ¿Será tal vez porque debiendo ser el palenque para aquella lid el templo profanado, contaba allí, más que con sus recursos oratorios, con su público, como ciertos actores de teatro para obtener un triunfo ruidoso y falso, solemnizado con vítores y aplausos de los de su secta, y consignado en algunos periódicos enemigos del catolicismo? ¿Creería que de este modo podía justificar su apostasía escandalosa, hacer vacilar los ánimos débiles, destruir o conmover las profundas convicciones de los espíritus católicos, y aumentar el, hasta hoy, tan escaso proselitismo de la secta protestante en México? ¿Qué creería? ¿Qué esperaría?15

 

Aunque el documento de excomunión contra Aguas está fechado el 21 de junio de 1871, la sentencia tarda unos días en trascender al público. Manuel Aguas se entera el 6 de julio, “a las cuatro de la tarde”, que ha sido excomulgado. De inmediato “se ha presentado en la Catedral y ha estado presente en un lugar visible, donde se fijaban sobre él las miradas de todos los canónigos todo el tiempo que estuvieron rezando en el coro”.16 No sin cierto regocijo, la crónica prosigue y hace constar que

Según los cánones romanistas, cuando un excomulgado de la clase de los del Sr. Aguas se presenta en un templo, a la hora de los oficios divinos, estos se deben suspender en el acto y todos los oficiantes deben correr para la sacristía, y si allí los sigue el excomulgado deben salirse a la calle. Este precepto de los cánones es tan fuerte, que amenaza con la pena de excomunión a los eclesiásticos que no obren de esta manera. Pues bien: el Sr. Aguas estuvo allí presente y los señores canónigos y demás clérigos siguieron impávidos en sus rezos, quedando con solo este hecho todos excomulgados.17

 

Prácticamente cada día la prensa de la capital mexicana daba cuenta de algún acontecimiento relacionado con Manuel Aguas y la Iglesia de Jesús. El jueves 6 de julio, mientras tenía lugar la celebración de un servicio religioso, “llegó un católico apostólico romano que se introdujo en el templo, diciendo que iba a degollar al presbítero que predicaba [Aguas] porque era un hereje”.18 El intento no prospera porque “uno de los asistentes quiso hacer retirar al piadoso visitante, pero este caritativamente le dio una puñalada”.19 Tuvo que intervenir la policía, dice la publicación, “para evitar que el fanático hiciera otra barbaridad”.

La esperada y exigida respuesta por la prensa católica de Manuel Aguas a sus numerosos críticos, acerca de los señalamientos y acusaciones que le hicieron por haber abandonado el sacerdocio en la Iglesia católica, desde sus primeras líneas es contundente y en el contenido el autor no deja dudas sobre la firmeza de su fe evangélica.20 Aguas llama en el inicio de su escrito a la cabeza de la Iglesia católica en el país, “señor obispo de la secta romana establecida en México, don Antonio Pelagio de Labastida”.

Después de negarle el título de arzobispo, por no existir el mismo en el Nuevo Testamento, Aguas comunica a Labastida y Dávalos que la excomunión en su contra es “absolutamente inútil y ociosa” porque con esa “excomunión dais a entender que quedo separado de toda comunicación con la secta de romana, ¿pero si ya voluntaria y públicamente me he separado de esa secta idólatra para qué excomulgarme?”. La sentencia es “para hacerme aparecer ante mis conciudadanos como un hombre aborrecible y digno de la execración universal”.21

Buena parte del escrito la dedica Manuel Aguas a una ficción, que consiste en suponer que Pablo el apóstol visita la ciudad de México y “se dirige al edificio más notable de esta capital, es decir, a la Catedral”. Lo que encuentra, en primer lugar, es que los sacerdotes son tratados con excesiva reverencia, como si fuesen divinidades, lo cual le parece al visitante una deformación de la enseñanza bíblica sobre la igualdad de las personas. Tantas reverencias y tratos ceremoniosos le parecen idolatría. Lo mismo sucede cuando comprueba que la Catedral está llena de imágenes de santos y vírgenes. Todo esto en contraposición, hace notar Aguas, a la enseñanza de Éxodo capítulo 20.

De forma lapidaria Manuel Aguas reitera al arzobispo, al final de la Contestación, por qué los integrantes de la Iglesia de Jesús han optado por el cambio de su identidad religiosa: “Plenamente convencidos los protestantes de que vuestra Iglesia no es una, ni santa, ni católica, ni apostólica, creemos que es una secta herética, sacrílega e idólatra, y por esto nos hemos apresurado a separarnos de ella”.22

Manuel Aguas es electo para el cargo de obispo de la Iglesia de Jesús, sin embargo su consagración no alcanza a ser realizada porque muere el 18 de octubre de 1872, a los 42 años, o 46 según fuentes antes consignadas. Su ministerio como pastor evangélico fue de apenas 18 meses, de abril de 1871 a octubre de 1872. En ese breve lapso vigorizó como ningún otro personaje al naciente protestantismo mexicano.

Con la muerte de Manuel Aguas se cierra un ciclo y se abre otro en la historia del protestantismo mexicano. Si bien es cierto que antes existieron esfuerzos misioneros extranjeros, éstos tuvieron un carácter casi personal o de poco apoyo con recursos humanos y financieros, si se les compara con lo que comienza a suceder a finales de 1872 y principios de 1873 con la llegada de personas enviadas por denominaciones protestantes, las que ponen a favor de esas personas sustentos considerables y de largo plazo.

No cabe duda que Manuel Aguas es beneficiario de los trabajos anteriores que diversos personajes realizaron para asentar el protestantismo en la ciudad de México. En este sentido él abona un terreno preparado por otros, pero le agrega un activismo que en pocos meses merece la atención pública por los desafíos que hace al establishment religioso y cultural de la época. Como nunca antes hace visible la construcción de una fe distinta a la dominante, y defiende vigorosamente la legitimidad de la misma en un medio que se la negaba.

Tras su deceso tiene continuadores, quienes sin mecánicamente reproducir el ministerio de Manuel Aguas sí parten de los espacios ganados por el ex dominico que es su mentor durante el año y medio que dura su ministerio público. Del trabajo de Aguas resultarían favorecidas distintas iglesias evangélicas que se asentaron en México en las tres décadas finales del siglo XIX.

 

Aquí finaliza la serie, extractada de la ponencia "En la senda de Lutero: Carta de conversión y sermón histórico de Manuel Aguas, abril-julio de 1871" presentada por Carlos Martínez García en el IV Congreso Internacional de Reforma Protestante Española, celebrado en Madrid en octubre-noviembre de 2014.

 

1 7 de julio de 1871, p. 1-2.

 

2 Documento en P. Juan Perrone, Catecismo sobre el protestantismo para uso del pueblo (traducido del italiano de la segunda edición romana y vigésima primera de la obra por T. B.), México, Imprenta de J. M. Lara, 1874, pp. 217-221.

3 Ibíd., p. 221.

4 Máxima acuñada por el cronista Juan de Torquemada, ver Jean-Pierre Bastian, Protestantismos y modernidad latinoamericana. Historia de unas minorías religiosas activas en América Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 42.

 

5 Lutero en el paraíso…, loc. cit.

 

6 En Nueva España hubo presencia de protestantes, y en caso de ser detectados por las autoridades religiosas y políticas fueron llevados a juicio, recibiendo distintas condenas. Al respecto ver Gonzalo Báez-Camargo, Protestantes enjuiciados por la Inquisición en Iberoamérica, siglos XVI-XVIII, Puebla, Cajica-Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano, 2008.

7 Alicia Mayer, Lutero en el paraíso…, loc. cit., p. 114.

8 Ibíd., p. 234.

 

9 Es obvio que esa inercia cultural no ha sido total, siempre hubo personajes que tuvieron expresiones matizadas sobre el reformador germano. En escritos de 1822 y 1825, José Joaquín Fernández de Lizardi hace una abierta defensa de la tolerancia y se refiere en términos elogiosos a Lutero, consultar Alicia Mayer, op. cit., pp. 383-384. Sin embargo la mentalidad colonial prevaleciente acerca de quien desafió el dominio del catolicismo se sigue reproduciendo en México dos siglos después de iniciado el movimiento de Independencia.

 

 

10 La Iberia, 1º de julio de 1871, p. 3.

11 El Monitor Republicano, 7 de julio de 1871, pp. 1-2.

12 Ibíd.

13 Más información sobre el personaje y algunos escritos suyos en René Krüger y Daniel Beros (traductores y editores), Ulrico Zuinglio, una antología, Buenos Aires, La Aurora-ISEDET, 2006; Pamela Johnston y Bob Scribner, La Reforma en Alemania y Suiza, Madrid, Ediciones Akal, 1998.

14 Sobre el reformador alemán es útil la obra de Roland H. Bainton, Lutero, Buenos Aires-México, Sudamericana-Hermes, 1978. Existe una edición más reciente: México, Casa Unida de Publicaciones, 2007. Evaluaciones de su legado y selección de algunos escritos en Giacomo Cassese y Eliseo Pérez Álvarez (editores), Lutero al habla, Buenos Aires-México, La Aurora-El Faro (y otras editoriales), 2005.

15 La Voz de México, 5 de julio de 1871, p. 3.

16 El Monitor Republicano, 7 de julio de 1871, p. 3.

17 Ibíd.

18 El Correo del Comercio, 8 de julio de 1871, p. 3.

19 Ibíd.

20 Contestación que el presbítero Don Manuel Aguas da a la excomunión que en su contra ha fulminado el Señor Obispo Antonio Pelagio de Labastida y Dávalos, Imprenta de V. G. Torres, México, 1871.

21 Ibíd., p. 4.

22 Ibíd., p. 70.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Aguas, el hereje