El contentamiento

Un hombre contento nunca es pobre, aunque posea poquísimo. El descontento nunca es rico por mucho que posea.

13 DE OCTUBRE DE 2014 · 09:57

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Foto: antonioags, freeimages.com.

El contentamiento no es una virtud innata. Se adquiere con gran resolución y diligencia en el empeño de vencer los deseos desarreglados. De aquí que sea un arte que pocos estudian. Y como sé que hay millones de almas descontentas, “Desde el Corazón” pienso que será útil para todos, el analizar diligentemente algunas de las principales causas del descontentamiento y ver los medios de vencerlo.

Una de las primeras causas del descontentamiento es el egoísmo, debido a que cada uno nos consideramos el eje en derredor del cual gira todo. Otra de las causas del descontento es la envidia, que nos hace mirar las posesiones y talentos de los otros como cosas que nos hubieran sido robadas. Una tercera causa es la codicia, o desordenado deseo de tener siempre más para compensar el vacío de nuestro corazón. Y otra causa realmente importante del descontento son los celos, a veces motivados por la melancolía y la tristeza, y en otros casos, por el odio a los que tienen lo que deseamos para nosotros mismos.

Uno de los más crasos errores es creer que el descontento procede de causas exteriores y no de malas cualidades del alma. No se halla el contentamiento en un cambio de lugar. Hay quienes suponen que viviendo en otra parte del mundo tendrían mayor paz del alma. Una dorada, en un acuario y un canario en una jaula empezaron a dialogar. “Quisiera nadar como ese canario” dijo el pez. El canario repuso: “qué bien se debe estar en el agua fresquita donde vuela el pez”. Una voz ordenó: “¡al agua, canario!; ¡a la jaula el pez!; inmediatamente cambiaron de sitio y ninguno se sintió dichoso, porque el Creador había dado a cada uno lo más adecuado a su naturaleza.

La condición precisa para el humano contentamiento es ser prudentes y reprimidos y reconocer límite a las cosas; sí, sí, ya sé que el concepto “reprimido”, suena a esclavitud y para muchos a debilidad. No obstante, el concepto es ejemplar “dominio de uno mismo” Lo contenido en límites será verosímilmente plácido. Un jardín entre tapias es uno de los parajes más sosegados del mundo. Si el alma del hombre sabe recluirse entre límites (no siendo avaricioso, sórdido, amigo de atesorar demasiado, ni egoísta), sabe aislarse en un contentamiento sereno, tranquilo y luminoso. El que sabe contentarse con los límites que presentan las circunstancias, convierten esos mismos límites en la curación de sus inquietudes. No importa que el jardín tenga una hectárea o tres y carezca de muros o no. Lo esencial es vivir en su recinto, grande o pequeño, para sentir el ánimo quieto y el corazón feliz.

El contentamiento dimana en mucho de la fe, esto es de conocer el propósito de la vida y estar seguros de que todas nuestras pruebas proceden de un Padre amoroso.

En segundo lugar, para sentirnos contentos necesitamos tener la conciencia limpia. Si el ser interno se ve desgraciado a causa de sus fracasos morales o desorbitadas culpas, nada exterior podrá satisfacer el espíritu. Y una tercera y vital necesidad es la mortificación de los deseos y la limitación de los deleites. Sentirse contento aumenta nuestras alegrías y disminuye nuestras miserias. Todos los males se tornan más ligeros si se toman con paciencia, mientras el descontento amarga a los mayores bienes. Las miserias de la vida son lo bastante profundas y extensas, para que no habiendo necesidad, las hagamos peores.

El estar contentos con nuestra situación en el mundo, no excluye el que aspiremos a mejorar. El pensamiento cristiano exhorta a los pobres a vivir y ser “diligentes en sus tareas”. El contentamiento es siempre cosa del momento. Un hombre pobre, hoy puede estar satisfecho merced a su fe, pero el mejorar de condición económica puede fijarlo para el mañana, de modo que trabaja y se esfuerza para acrecentar su prosperidad. Puede no lograrlo, y, si su pobreza continúa otro día, la aceptará hasta que llegue un mejor alivio. El contento debe referirse a nuestro estado presente y no resulta absoluto respecto a todas las demandas de nuestra naturaleza.

Un hombre contento nunca es pobre, aunque posea poquísimo. El descontento nunca es rico por mucho que posea.

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