Nicanor Parra: antipoesía y trascendencia (II)

14 DE SEPTIEMBRE DE 2014 · 05:30

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Yo no permito que nadie me diga

Que no comprende los antipoemas

Todos deben reír a carcajadas.

 

Para eso me rompo la cabeza

Para llegar al alma del lector.

Déjense de preguntas.

En el lecho de muerte

Cada uno se rasca con sus uñas.1

N.P., “Advertencia”

 

Nicanor Parra.

 ¿Ironía, increencia o búsqueda radical?

El profesor inglés Niall Binns (coeditor de sus obras completas y autor de Nicanor Parra o el arte de la demolición, publicado por la Universidad de Valparaíso) ha dicho recientemente que Nicanor Parra es “un ateo atribulado, obsesionado ante el vacío de la existencia”. Y agrega: “Su vida ha estado impregnada de la cultura católica. La conciencia ante lo que se ha perdido”. Y pone un ejemplo: “Ahí está el poema ‘Soliloquio del individuo’ con una visión desoladora”.2 Binns recuerda también la opinión del crítico estadunidense Harold Bloom: “Parra es, incuestionablemente, uno de los mejores poetas de Occidente”. Y es que, en efecto, largo y tendido se puede hablar sobre la percepción que ha tenido de la religión desde sus inicios antipoéticos en los años cincuenta hasta los Sermones y prédicas y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui, de 1977 y 1979, respectivamente, en donde el tema se despliega en toda su intensidad y relajamiento estilístico. Se ha querido citar inicialmente otro autor para no dejar la impresión de que el recurso a José Miguel Ibáñez Langlois —quien tan perspicazmente ha señalado la fuerza de esta preocupación en Parra—, limita la discusión del asunto a la obsesión de un solo crítico.

Mucha agua ha pasado debajo del puente en medio de esa experiencia redaccional atípica, pero sintomática siempre de un estado o clima espiritual que permea su pensamiento y obra. Desolación, efectivamente, como aflora en ese poema de Poemas y antipoemas (que afirma: “Se construyeron también ciudades,/ Rutas,/ Instituciones religiosas pasaron de moda,/ Buscaban dicha, buscaban felicidad,/ Yo soy el Individuo”; y concluye así: “Yo soy el Individuo./ Miré por una cerradura,/ Sí, miré, qué digo, miré,/ Para salir de la duda miré,/ Detrás de unas cortinas,/ Yo soy el Individuo./ Bien./ Mejor es tal vez que vuelva a ese valle,/ A esa roca que me sirvió de hogar,/ Y empiece a grabar de nuevo,/ De atrás para adelante grabar/ El mundo al revés./ Pero no: la vida no tiene sentido”.3), pero también una profunda e irrefrenable intención de desanudar (y desnudar también) las intrigas religiosas que lo asaltan periódicamente. Ibáñez Langlois ya lo discutía en el prólogo de 1972 a Antipoemas, al referirse al “sentido religioso de los antipoemas” y observar que Parra “hurga sin cesar en la herida religiosa, lo mismo bajo la forma del sarcasmo o la blasfemia que de la imprecación ardiente a las potencias divinas”.4

 

Nicanor Parra: antipoesía y trascendencia (II)

 Evidencias

Versos de salón (1962) es ya un poemario típicamente parriano, con su autor instalado ya en una voz anti-poética e irónica bien medida, consciente ya de que sus provocaciones formales y de contenido están sacudiendo las miradas y las conciencias. Para entonces, ya había sido reconocido no solamente como un renovador sino como alguien capaz de expresar lo más prosaico y ajeno a la poesía en endecasílabos exactos y perfectamente pulidos. Tal como dijo Neruda en su momento: “Lo que no entiendo es cómo puede hacer poesía de la nada, de la basura”.5 No es extraño que el primer poema citado por Ibáñez, “Discurso fúnebre”, proceda de este libro, pues allí Parra decantó y perfiló de manera más incisiva su tratamiento de lo religioso con un tono que mezcla varios registros y deja diversos sabores de boca. Dicho poema, un tanto extenso, profundiza en las zonas que había esbozado previamente. El crítico señala una “obsesión por la trascendencia” en estos versos, que abren con una crítica de la superstición aderezada con el toque irónico:

 

Es un error creer que las estrellas 
Puedan servir para curar el cáncer 
El astrólogo dice la verdad 
Pero en este respecto se equivoca. 
Médico, el ataúd lo cura todo.
 

La voz poética quiere ser comedida y asume las convenciones del discurso de ocasión que servirá para plantearse interrogantes sobre la vida ultraterrena:

 

Un caballero acaba de morir 
Y le ha pedido a su mejor amigo 
Que pronuncie las frases de rigor, 
Pero yo no quisiera blasfemar, 
Sólo quisiera hacer unas preguntas.
 

La primera pregunta de la noche 
Se refiere a la vida de ultratumba: 
Quiero saber si hay vida de ultratumba 
Nada más que si hay vida de ultratumba.
 

Pero las preguntas no van dirigidas a los teólogos o religiosos profesionales, aunque alguien debe conocer estos secretos, admite. Quizá quienes trabajan con los muertos o los enterradores mismos, en última instancia:

 

No me quiero perder en este bosque. 
Voy a sentarme en esta silla negra 
Cerca del catafalco de mi padre 
Hasta que me resuelvan mi problema. 
¡Alguien tiene que estar en el secreto!

Cómo no va a saber el marmolista 
O el que le cambia la camisa al muerto. 
¿El que construye el nicho sabe más? 
Que cada cual me diga lo que sabe, 
Todos estos trabajan con la muerte 
¡Estos deben sacarme de la duda!
 

Su insistencia es amarga y sus motivos también. Quien habla espera conclusiones que de antemano sabe que no alcanzará de manera sencilla, pero no de ja de traslucir cierta desesperación:

 

Sepulturero, dime la verdad, 
Cómo no va a existir un tribunal, 
¡O los propios gusanos son los jueces! 
Tumbas que parecéis fuentes de soda 
Contestad o me arranco los cabellos 
Porque ya no respondo de mis actos, 
Sólo quiero reír y sollozar. […]
 

Más adelante, observa con realismo las cosas que acontecen alrededor de la muerte y retoma el convencionalismo establecido mediante una combinación discursiva que disimula apenas su escepticismo, pero que no deja de asomarse a las posibilidades que atisba la fe en sus múltiples formas:

 

Dícese que el cadáver ha dejado 

Un vacío difícil de llenar 

Y se componen versos en su honor. 

¡Falso, porque la viuda no respeta 

Ni el ataúd ni el lecho del difunto!

Un profesor acaba de morir.

¿Para qué lo despiden los amigos? 

¿Para que resucite por acaso? 

¡Para lucir sus dotes oratorias! 

¿Y para qué se mesan los cabellos? 

¡Para estirar los dedos de la mano! 

En resumen, señoras y señores, 

Sólo yo me conduelo de los muertos.

Yo me olvido del arte y de la ciencia 

Por visitar sus chozas miserables.

Sólo yo, con la punta de mi lápiz, 

Hago sonar el mármol de las tumbas.

Pongo las calaveras en su sitio.

Los pequeños ratones me sonríen 

Porque soy el amigo de los muertos.

Estoy viejo, no sé lo que me pasa. 

¿Por qué sueño clavado en una cruz? 

Han caído los últimos telones. 

Yo me paso la mano por la nuca 

Y me voy a charlar con los espíritus.6

 

 

Esta visión sombría del tema puede iluminarse con una cita muy específica de José Alberto de la Fuente, al indagar el contexto de las “afinidades mortuorias” del poeta, que le permitió a éste explicarse un poco más:

 

En 1990, Juan Andrés Piña, entrevista a Nicanor Parra, quien le explica que su relación con ataúdes y cementerios se debe a que en Chillán, la calle Villa Alegre donde estaba situada su casa al lado del cementerio y que él se crió entre las industrias funerarias del sector. A la pregunta: “En relación a ellos tus poemas están siempre poniendo en tela de juicio el cristianismo, a la religión en general. ¿Estás de acuerdo con esa apreciación? Respuesta: No puede ser de otra manera, porque el cristianismo es la columna vertebral de la cultura occidental [...], lo que pasa es que la experiencia religiosa está muy esclerotizada, muy endurecida [...] más que críticas al cristianismo, son a la Iglesia Católica. No soy el primero en tomar cartas en este asunto: hay que acordarse del amigo Lutero y, si él se atrevió a decirlo, por qué no lo vamos a hacer nosotros [...]. No tengo una doctrina religiosa: simplemente hablo de cosas que he escuchado desde mi infancia [...]”.7

 

En el resto del libro, algo similar sucede con el escueto poema “Pido que se levante la sesión”, en donde plantea cuestionamientos cercanos a esta “búsqueda inversa”, si se quiere, por ausencia, de un sentido vital que sin desembocar en la angustia, sigue sin redefinirse. La salida resulta, en ese contexto, un recurso retórico que apunta hacia el fondo de todo. La sonrisa con que reacciona el lector es nerviosa porque el hablante poético una vez más toca la puerta de asuntos trascendentes:

 

Señoras y señores: 
Yo voy a hacer una sola pregunta: 
¿Somos hijos del sol o de la tierra? 
Porque si somos tierra solamente 
No veo para qué 
continuamos filmando la película: 
Pido que se levante la sesión.8

1 N. Parra, Versos de salón. Santiago de Chile, Nascimento, 1962, p. 16.

2 Javier García, “Niall Binns: ‘Nicanor Parra es un ateo atribulado, obsesionado ante el vacío de la existencia’”, en La Tercera, Santiago de Chile, 8 de septiembre de 2014, www.latercera.com/noticia/cultura/2014/09/1453-594944-9-niall-binns-nicanor-parra-es-un-ateo-atribulado-obsesionado-ante-el-vacio-de-la.shtml.

3 N. Parra, Poemas y antipoemas. Madrid, Poemas y antipoemas (1954). Ed. de René Costa. Madrid, Cátedra, 1988 (Letras hispánicas, 287), p. 116.

4 J.M. Ibáñez Langlois, “La poesía de Nicanor Parra”, en N. Parra, Antipoemas. Barcelona, Seix Barral, 1972 (Biblioteca breve, serie mayor, 1), p. 35.

5 Cit. por Pamela G. Zúñiga, El mundo de Nicanor Parra. Antibiografía. Santiago de Chile, Zig-Zag, 2001, p. 44.

6 N. Parra, “Discurso fúnebre”, en Obra gruesa. Santiago de Chile, Andrés Bello, 1983, pp. 101-103.

7 J.A. de la Fuente, “Disparates religiosos y políticos en la poesía de Nicanor Parra”, en Literatura y Lingüística, núm. 18, 2007, www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0716-58112007000100003#n2.

8 Ibid., p. 69.

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