Once de septiembre de 1973

Muchos de los que nos opusimos al golpe militar, lo hicimos –en realidad hablo más por mí que por otros—simplemente por una reacción cristiana. No política. Cristiana.

13 DE SEPTIEMBRE DE 2014 · 21:50

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Golpe de Estado de 1973 en Chile.

Once de septiembre de 1973, ¡qué lejos te siento! Ya casi me he olvidado de Pedro, de Antonio, de Marta y de Manuel. De Hernán Enríquez y de Salvador Allende. Del Perro Olivares y de José Tohá y de… y de… y de…

Si no le hubiese echado una ojeada a la prensa esta mañana como es nuestra rutina en casa, no me habría percatado que hoy es 11 de septiembre.

Hace 41 años, se vivía el caos en Chile. Toda la civilidad de la que tanto nos enorgullecíamos, «se iba al carajo». Los chilenos que empuñaban ametralladoras, que montaban tanques, que volaban aviones y que daban y obedecían órdenes sin ningún tipo de racionalidad hicieron de las suyas. Detuvieron a su antojo, sometieron a tribunales de guerra a miles de chilenos (Chilenos contra chilenos. «Y se mataron hermanos/ sin acordarse de Dios»), muchos de los cuales juicios duraban un minuto o eran simplemente prerrogativa del que estaba frente a ciudadanos indefensos. Un tiro en la cabeza y se acabó el juicio. Que pase el siguiente; o la siguiente. Porque en esta escalada de muerte no había tiempo para segregaciones sexistas. Ni para comprobar la militancia. Para los golpistas, todos eran comunistas y como dijo el general Matthei (padre de Evelyn Matthei que pretendió ser presidenta de Chile. ¡Qué cinismo!) «el único comunista bueno es el comunista muerto».) ¡Nunca hubo tantos comunistas en Chile!

Un pastor evangélico con quien intenté infructuosamente mantener un diálogo sobre este y otros asuntos, me dijo, defendiendo la barbarie del golpe militar: “Es que los otros no eran blancas palomas». Pensé y le dije que aunque las palomas no hayan sido blancas y se hicieran caca sobre la Catedral Metropolitana, nadie tiene el derecho de matarlas. ¡Matar gente como matar palomas! ¿Cómo alguien, inspirado en el Evangelio de Jesucristo puede justificar algo así? «Angustiado él y afligido, enmudeció y no abrió su boca/ Como cordero fue llevado al matadero/ Y como oveja delante de sus trasquiladores. Enmudeció y no abrió su boca… habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores» (Citas de Isaías 53).

Cuando Juan Carlos, el ex rey de España se fue a África a matar elefantes, todo el mundo lo censuró al punto que tuvo que pedir perdón. Y claro, se lo perdonó pero ya los elefantes estaban muertos. Cuando abdicó a favor de su hijo, aquellos elefantes por él asesinados le penaron y le siguen penando seguramente hasta el día de hoy. Matar elefantes indefensos es una barbarie. Matar gente indefensa es la misma barbarie pero elevada a la undécima potencia.

El tiempo nos ha ido borrando de la mente el recuerdo del 11 de septiembre. La verdad es que muchos de los que nos opusimos al golpe militar, lo hicimos –en realidad hablo más por mí que por otros—simplemente por una reacción cristiana. No política. Cristiana.

El Dios guerrero y guerrerista del Antiguo Testamento se manifiesta en el Nuevo como un Dios amoroso. «¿Matar?» pareció haber dicho en su momento. «Maten si quieren a mi Hijo». Y Jesús el Cristo murió para que los hombres no se siguieran matando. Las matanzas, sin embargo, siguen, muchas de las cuales se llevan a cabo en nombre de este Dios de paz, de justicia, de amor, de paciencia, de benignidad, de tolerancia. De este Dios que, como canta el poeta, «atiende al humilde, mas al altivo mira de lejos».

Hace poco, una abuela de la Plaza de Mayo logró dar con el paradero de su nieto que había sido inscrito con otro nombre y como hijo de una madre que no lo había parido. Las fotos que recorrieron el mundo demostraban mucha alegría: rostros sonrientes, abrazos apretados por la consanguineidad. Pero queda poco espacio para pensar en las torturas a que fueron sometidos los padres de este joven. Torturados hasta quitarles la vida. ¡Cuánto dolor! ¡Cuánta tragedia junta! ¡Cuánto cinismo! ¡Cuánta indiferencia ante el dolor ajeno! ¡Cuántas vidas desgarradas! ¡Cuántos sueños hechos jirones! Cuántos, cuántos, cuántos…

Once de septiembre de 1973. Una fecha para recordar. Nunca para celebrar. A menos que adhiramos, por convicción y doctrina, a la Caravana de la Muerte.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El escribidor - Once de septiembre de 1973