Ejercicio de poder en las iglesias evangélicas (I)

La figura de 'siervo' a que se refiere Jesús ha sido distorsionada en un amplio sector de las iglesias evangélicas.

13 DE SEPTIEMBRE DE 2014 · 21:55

,liderazgo, ajedrez

Desde varios espacios del amplio espectro evangélico latinoamericano se hacen señalamientos sobre que nuestras sociedades estarían mucho mejor con políticos evangélicos conduciendo los destinos de cada nación. ¿Hay autoridad moral en esos espacios para tales pretensiones?

La obra coordinada por Harold Segura (¿El poder del amor o el amor al poder? Luces y sombras del ejercicio del poder en las iglesias evangélicas, FTL-Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2011) es muy útil para quien desee hacer a un lado el discurso triunfalista propio de ciertos campos protestantes/evangélicos.

El primer trabajo incluido en el volumen (Francisco Mena Oreamuno, “Poder y Espíritu: la renuncia al dominio en el movimiento de Jesús”) inicia refiriendo la discusión de los discípulos de Jesús acerca de quién de ellos sería el más importante, escena que aparece en Marcos 9:33. Más adelante, en el mismo Evangelio, Jesús expone a sus seguidores la conducta contrastante que deben tener con respecto a los gobernantes, quienes dominan a sus gobernados de forma autoritaria. Entonces Jesús encomia el servicio y lo contrapone al dominio (Marcos 10:42-45).

La contraposición de Jesús, observa Mena Oreamuno, es inquietante porque la realiza en una sociedad en la cual el honor adscrito y/o el honor adquirido de las personas era clave para las relaciones personales y grupales: “En una sociedad en donde el honor es vital para la sobrevivencia, ¿por qué Jesús aconseja ser el último y actuar como un sirviente?”.

Jesús tenía poder y lo ejercía, sin embargo no coaccionaba ni recurría a imposiciones. Es cierto “que el poder no es algo abstracto, es un dominio que se ejerce sobre otras personas o grupos. Quien tiene poder lo tiene porque posee algo que otros no tienen […] el poder es la medida de la influencia o dominio que una persona o grupo tiene sobre otras personas o grupos”.

La figura de siervo a que se refiere Jesús –la encomia como una de las características que debieran tener sus discípulos y discípulas– ha sido distorsionada en un amplio sector de las iglesias evangélicas. Lo que ha acontecido es una transmutación semántica, que contradice el sentido original del concepto. Acierta Francisco Mena al afirmar que “el poder se oculta de muchas maneras”. El uso de la palabra Siervo refleja este tipo de ocultamiento. El contenido de la palabra se ha subvertido: Siervo es la persona que tiene poder dentro de una congregación, es un título honorífico. Sin embargo, Siervo significa todo lo contrario a tener honor o poder. Es la persona que sirve en un contexto de esclavitud o de subordinación total. Dar el nombre Siervo a un pastor o apóstol u otro ministro/a con evidente autoridad/poder sobre otra persona de la congregación es invertir su significado” (p. 17).

Tener poder no es lo mismo que tener autoridad. Podemos hacer esta distinción si tenemos en cuenta que, como afirma Fernando Savater, “autoridad viene del verbo latino auctor, que significa ‘lo que hace crecer, lo que ayuda a crecer’. Por lo tanto, se define como aquello que ayuda a crecer bien. Es precisamente lo contrario a la tiranía, porque el interés del tirano es mantener en una infancia perpetua a aquellos a los que quiere someter”.

Jesús tenía autoridad y ella era evidente para quienes conocían bien modelos de dominio religioso. Recordemos que al finalizar el Sermón del Monte “las multitudes se asombraban de sus enseñanzas, porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley” (Mateo 7:28-29).

Los vocablos neotestamentarios (como el de siervo, apóstol y profeta que tanto se mal usan en el neoevangelicalismo) deben analizarse bien, para evitar equívocos semánticos que se vuelven prácticas erróneas y hasta adulteradoras de la enseñanza original. En el tema del rol a desempeñar por los dirigentes es certera la observación de Hans Küng: “¿Podemos hablar de ministerios en la iglesia primitiva? No, pues el término secular ministerio (arche y otros términos griegos similares) no se utiliza en ninguna fuente para los diferentes oficios y llamamientos de la iglesia. Es fácil advertir por qué. Ministerio designa una relación de dominación. En su lugar el cristianismo usaba un término que Jesús acuñó como estándar cuando dijo: ‘El mayor entre vosotros será como el menor, y el que manda como el que sirve’ (Lucas 22:26). Más que hablar de ministerios el pueblo se refería al diakonia, el servicio, originalmente a servir la mesa. Así pues, esta era una palabra con connotaciones de inferioridad que no podía evocar ninguna forma de autoridad, norma, dignidad o posición de poder. Ciertamente también había una autoridad y un poder en la iglesia primitiva, pero de acuerdo con el espíritu de esas palabras de Jesús no debía favorecer el establecimiento de un gobierno (para adquirir y defender privilegios), sino solo el servicio y el bienestar comunes” (La Iglesia católica, Editorial Mondadori, Barcelona, 2002, p. 32).

En el mismo sentido apuntado por Küng, el de prestar atención a los conceptos sobre los que se construyen creencias, se orienta el estudio de Catalina Feser Padilla, quien para empezar nos dice que laico es un vocablo ausente en el corpus neotestamentario. “En el Nuevo Testamento, cuando se usa laos para diferenciar entre el pueblo y sus líderes, la palabra siempre se refiere a la diferencia entre el pueblo y las autoridades civiles o religiosas de la cultura judía; nunca se emplea para referirse a diferencias entre cristianos. El laos de Dios incluye a todos los cristianos, líderes y miembros, todos con sus respectivos dones y funciones. Todos los cristianos son laicos […] Tampoco hay evidencia en el Nuevo Testamento de la práctica de nombrar a un solo pastor como responsable de una congregación. El cuadro que se pinta en Hechos y las Epístolas es de congregaciones en las cuales los que tienen dones de liderazgo, los más maduros, llamados ‘ancianos’, ‘obispos’ o ‘pastores’, junto con los ‘diáconos’ sirven de manera colegiada” (“Los laicos en la misión en el Nuevo Testamento”, Bases bíblicas de la misión, perspectivas latinoamericanas, Editorial Nueva Creación, Buenos Aires-Grand Rapids, pp. 408 y 419).

En las últimas dos décadas se ha fortalecido una corriente al interior del protestantismo evangélico latinoamericano que hace una tajante división entre clérigos y laicos. Incluso esta concepción recurre a títulos antes ausentes en las comunidades evangélicas. Cada vez es más frecuente encontrar pastores que se hacen llamar reverendos, muy reverendos, excelencias, apóstoles, o el mencionado título de siervo ya mencionado, y así marcan una diferencia entre ellos y el resto de la congregación). El clericalismo evangélico florece, su marca es el dominio de los creyentes. En lugar de proveer a los cristianos de una formación bíblico/teológica que les permita evaluar sus circunstancias y tomar decisiones maduras, les mantienen en la dependencia y evitan que crezcan tanto en la fe como en su entendimiento de los retos de la sociedad contemporánea.  

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Ejercicio de poder en las iglesias evangélicas (I)