No me quieres

Toda persona tiene intelecto, emociones y voluntad. Esos tres factores deben ser guiados a los pies de Cristo para su salvación.

01 DE AGOSTO DE 2014 · 22:00

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Desde que aterricé en España el pasado jueves, he tenido la oportunidad de mantener unas cuantas charlas con diferentes personas acerca del Señor. Me gustaría referirme hoy a una de esas conversaciones con un incrédulo. Lo voy a llamar Alex para proteger su identidad. Antes de hablar con Alex sobre el asunto de seguir a Jesús, debería aclarar algunos de los argumentos que utilizó para negar la existencia de Dios.Los dos principales se basaban en la existencia del mal en el mundo y la cantidad de diferentes religiones que actualmente pululan por ahí.Después de una larga conversación, finalmente llegó a la conclusión de que tenía que haber un Dios. Después de todo, si no hubiera Dios, el concepto del mal no tendría ningún sentido; además, si Dios no existiera, ¿cómo es que hay semejante tendencia religiosa en toda la humanidad? En realidad, resultó que Alex sólo había estado utilizando esos argumentos como un escudo para defenderse de los mandamientos y las demandas de Dios. Confesó que él realmente sí creía en Dios, incluso antes de que empezáramos a charlar, pero como tantos paisanos, sólo estaba tratando de suprimir la conciencia de Dios que estaba muy despierta dentro de él. Incluso me dijo que había estado en reuniones evangélicas donde había "sentido" la presencia de Dios y sus cabellos se habían erizado. En uno de esos servicios, incluso había llorado. Pero la fe, ahora, había quedado en algo del pasado para él. Así que con Alex pude ver dos cosas. En primer lugar, intelectualmente hablando, él estaba totalmente abierto a la idea de Dios. Sabe que Dios existe. Está plenamente convencido de que Dios es. Y en segundo lugar, emocionalmente hablando, también estaba seguro de una presencia divina que le había salido al encuentro en ciertos momentos de su vida.Así, tanto intelectual como emocionalmente, Alex era -teóricamente hablando- un creyente.Pero había un inmenso problema: su voluntad. Al igual que con todos los hombres y mujeres, Alex tiene intelecto, emociones y voluntad. Esos tres factores, después de todo, son los que nos hacen personas. Él sabía que Dios existía y había sentido Su presencia; pero su voluntad se oponía frontalmente a la santidad de Dios. Le expliqué el Evangelio y le advertí del juicio venidero, pero él me respondió: "Lo sé. Pero mi problema es que simplemente no quiero ser cristiano. No quiero." Eso era todo. Esa era la razón. Él deseaba una vida de pecado por encima de una vida de servicio a Dios. ¿Qué más podía decirle? Le respondí: "Tienes toda la razón. No quieres a Cristo". Y así nos separamos. Como Jesús proclamó en Juan 5:40: "No queréis venir a mí para que tengáis vida." El problema era lavoluntad.No es que los pecadores no saben o no creen que Dios es real. Es que, en última instancia, simplemente no quieren a Dios.Lo odian por naturaleza. La voluntad humana se opone totalmente a cualquier cosa que huela a piedad. Entonces, ¿qué vamos a hacer con aquellos como Alex que han oído el Evangelio y no tienen ninguna excusa para permanecer en la incredulidad? Respuesta:orar para que el Espíritu los convenza, los derribe y los lleve a los pies de Cristo. Como un simple hombre, no tengo el poder para cambiar la voluntad de nadie. Esa capacidad no está a mi alcance. Pero la buena noticia es que mi fe no depende de mí; sino que se basa enteramente en Aquel de quien está escrito: "En las manos del Señor el corazón del rey es como un río: sigue el curso que el Señor le ha trazado." (Proverbios 21:1). Traducido por: Antonio Espino.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Brisa fresca - No me quieres