El fariseo electrocutado

Ahora no había comparación posible, él solo ante Dios, él mejor que nadie.

19 DE JULIO DE 2014 · 22:00

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Flickr: Ángel. 

“Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro” (Lc. 18:14) El fariseo salió del templo después de compararse en la oración con aquel miserable sirviente que se golpeaba el pecho por sus pecados. Era del todo evidente su superioridad. El caso es que sentía un punto de insatisfacción, parecía como si en su percepción interna careciese de la aceptación divina. Por el contrario, al sirviente se le veía manifiestamente aliviado. De sobras conocía el fariseo a aquel hombre, era su sirviente. A pesar de vivir muy humildemente, al sirviente lo veía satisfecho, trabajaba contento en su finca, parecía que gozase de mayores privilegios que él. No obstante todo lo que disfrutaba se lo proporcionaba él: la vivienda, el sustento, la educación, los médicos, etc. Deseoso de no tener rival en privilegios, comenzó a restarle bienestar. Se sentía superior ante Dios y ahora iba a hacerlo visible. Le hizo pagar los medicamentos y las visitas médicas; le hizo pagar la educación de sus hijos; le redujo el salario y le aumentó las horas de labranza bajo el sol; disponía de él los sábados e hizo lo posible para no encontrárselo de igual a igual en el templo. El fariseo volvió al templo para orar, esta vez con la satisfacción interna de que el sirviente no iba a estar allí, precisamente porque le había mandado labrar la tierra a pesar de ser sábado. Ahora no había comparación posible, él solo ante Dios, él mejor que nadie. Como quiera que este fariseo tuviese la mano rota compareciendo ante Dios, se pensaba que podría introducirse sin perjuicio alguno en el Lugar Santísimo del templo. Y así lo hizo, aprovechando un despiste del guardia, cruzó el velo sagrado y al instante se vio ante el Arca. Además de verla quiso tocarla, pero con tan mala suerte que recibió una descarga eléctrica que lo estampó contra la pared, quedando sin vida al instante. Todos se preguntaban por qué no volvió el señor a su hacienda, la cual quedó en manos del sirviente. Iniciaron su búsqueda por todo el territorio menos en el templo, nadie imaginaba que un hombre fuese tan soberbio como para invadir el lugar reservado para el sumo sacerdote. Mientras, el sirviente meditaba en las palabras de un sueño que tuvo la noche que desapareció su amo: “los mansos recibirán la tierra por heredad”.

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