Carta abierta a Don Juan Carlos Borbón

20 DE JUNIO DE 2014 · 22:00

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	El Rey Juan Carlos I, entregando el documento de su abdicaci&oacute;n a Mariano Rajoy. / Casa Real</p>
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El Rey Juan Carlos I, entregando el documento de su abdicación a Mariano Rajoy. / Casa Real

Apreciado señor don Juan Carlos: Tal como mi familia me enseñó en mis años de adolescente a escribir cartas, empezaré con aquella tradicional frase, con la que siempre comenzábamos; “esperamos que al recibir esta carta se encuentre bien, nosotros bien Gracias a Dios” y desde ahí seguíamos con el contenido de la misiva. Yo, como cristiano, y con la inefable dignidad de ser por Gracia de Dios, parte del pueblo de Dios, que me otorga el ser “linaje escogido y real sacerdocio” sólo puedo dirigirme a Vd. llamándole señor don Juan Carlos, porque el tratamiento de Majestad, Alteza y otros títulos, los reservo para Dios, máxime cuando considero a todos los hombres iguales. Y precisamente por ser cristiano, le debo como a otros ciudadanos respeto y compromiso de interceder ante el Rey de reyes por todos los que ejercen poder y autoridad, para que los mismos sean ejercidos en justicia y responsabilidad pues ante el juicio de Dios todos deberemos rendir cuentas. Así es que con deferencia le escribo y pido a Dios Padre, que le bendiga, así como a su familia y seguro sucesor, al que menuda faena le ha hecho. Como comprenderá Vd. no podré decirle muchas cosas, pues creo que hasta Vd. se habrá sorprendido de la cantidad de especialistas que en temas de monarquías van de tertulia en tertulia y de plató en plató como sabiondos hablando de lo que saben y lo que no saben; y aunque Vd. –no creo sea un adicto a los WhatsApp- no pierda el tiempo en todas esas redes sociales, bien que ojeadores no le falten, le habrán informado que no había pasado ni una hora de su abdicación, ya circulaban cientos de chistes e imágenes trucadas y muy elaboradas, y millones de tuiteros confeccionando todo ello en mitad de una jornada laboral. Una clara consecuencia de los millones de parados, que cuando es menester reírse del poder, hay muchísimo personal con tiempo y ganas de hacerlo, y aprovechar –según estos manifestantes- la que “ni quintiparada oportunidad” se les presenta para reclamar la res-pública. Pero, ¿es que en este País nadie trabaja? Desde el mismo momento que le escuché abdicando la corona en su hijo Felipe, mi primera reacción, siendo “Desde el Corazón” no fue política, miles son los sesudísimos personajes que escribirán y debatirán sobre ello; la mía fue una reacción personal. Y el primer sentimiento fue el de no aceptar sus reiteradas frases sobre “ser el rey de todos los españoles”. Pues no, “de todos no” pues de los Protestantes, Vd. poco interés ha manifestado. Ni una visita a una capilla ni un demostrado público interés en la minoría no Católico-Romana del Estado ¡claro, se trata de una minoría!; pero abrazarse a un ídolo como un falso Santiago de Compostela, eso sí; amén de muchas otras ceremonias de claro significado idolátrico. Al menos, la reina Sofía, no tuvo inconveniente estando estudiando Humanidades en la Universidad, aceptar como Profesor al Dr. José BORRÁS, firme protestante y Bautista por más señas, y manifestar un interés y amabilidad por el genial Maestro. Será normal que su hijo, que no me disgusta, y a quien ya se le llama Felipe VI, siga por el mismo camino de tradición oficial romana, sabiendo muchos que ya desde niño fue monaguillo, en las celebraciones de misa dominical en la Zarzuela para la familia real, religión a la carta. Y sus dos años en la Georgetown University, católica y jesuita habrán añadido rescoldos de esa fe… de modo, que “no se ha sido rey de todos los españoles”, esperamos mejores días. Como Vd., según dicen, aún cooperará con su hijo como un asesor comercial, me atrevo a sugerirle, que lo sea también en la educación sobre la genuina democracia, que a Vd. tanto se le ha atribuido como valedor; y le escribe uno que pertenece a la generación del 23F, pegado a la radio en aquella noche, en la singular Valencia y que se fue a dormir cuando oí de sus órdenes a los ejércitos. Le diga, que si en aquella fecha histórica Vd. afirmó la democracia que ya se estaba instalando entre nosotros, ésta es como huésped delicado y exigente; que precisa atenciones casi sacrificiales de parte de cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros –Desde el Corazón hablo- somos sus anfitriones, y que, si a los gobernantes monárquicos o republicanos los llamamos nuestros, no es porque nos gobiernen a nosotros, sino porque gobiernan en nuestro nombre. La mayor gloria de la democracia coincide con su servidumbre mayor, su mayor riesgo: al ser de todos, por todos tiene que ser integrada y defendida. No caben más exclusiones que las voluntarias; no caben más armas que las legisladas y las previstas; recordándole lo que termina de declarar el Fiscal del Estado: “lo que no está en la Constitución no existe”; no cabe más alta apelación que la que se inste ante la popular soberanía. La democracia no puede ser implantada por unos cuantos francotiradores: primero porque no es una guerra; segundo porque ha de ser aceptada y mantenida por la mayoría. Dígale que como bien común consiste en que, del rey abajo, todos hemos de sostener si queremos disfrutarlo. Y ninguno a solas por su cuenta –ninguno del rey abajo- conseguirá sostenerla. Ha quedado claro en la historia: ni la Corona, ni Estados Mayores, ni Repúblicas, ni Ministerios del Interior ni las Fuerzas de Seguridad son garantes únicos de la Democracia, es el apoyo, el esfuerzo, la honestidad, la firmeza y la real gana del pueblo; y si este piensa y actúa en Cristiano, mucho mejor. Dios le bendiga.

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