Efraín Huerta en sus cien años

Autor de poemas emblemáticos sobre la ciudad en que vivió y de extensos cantos líricos, críticos y eróticos, además de algunas celebraciones nacionalistas, Huerta elaboró de manera persistente un corpus que fue creciendo con el tiempo.

07 DE JUNIO DE 2014 · 22:00

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Efraín Huerta.

Ardiente, amado, hambriento, desolado, bello como la dura, la sagrada blasfemia; país de oro y limosna, país y paraíso, país-infierno, país de policías. Largo río de llanto, ancha mar dolorosa, república de ángeles, patria perdida. País mío, nuestro, de todos y de nadie. Adoro tu miseria de templo demolido y la montaña de silencio que te mata.1 E.H., “¡Mi país, oh mi país!” De la trilogía de grandes escritores mexicanos cuyo centenario se celebra en 2014, el segundo es Efraín Huerta (originalmente llamado Efrén), nacido el 18 de junio en Silao, Guanajuato, centro del país y es, quizá, fuera de México, el menos conocido de los tres. Como José Revueltas, el tercero en esta lista, fue amigo muy cercano de Octavio Paz, aunque siguió una ruta muy diferente, pues sin salir del país más que ocasionalmente (en su madurez viajó a Estados Unidos, la Unión Soviética y Polonia), mantuvo una constante crítica social que lo llevó a escribir poemas cívicos e incluso de abierta protesta militante. Luego de sus estudios elementales en León y Querétaro, ejerció el periodismo en una carrera que comenzó tempranamente en 1936. Entre 1938 y 1941 participó con Paz, Rafael Solana y Neftalí Beltrán en la revista Taller. En 1949, el gobierno francés lo premió con las Palmas Académicas y en 1978 obtuvo en México el Premio Nacional de Literatura. Carlos Montemayor lo describió como un “ferviente partidario de los principios revolucionarios, de las luchas libertarias de los pueblos y un exhortador de la paz”. Su apasionamiento político no le impidió tener una vena erótica, irónica y caricaturesca que desarrolló ampliamente en su labor literaria. Falleció en la ciudad de México, luego de una larga enfermedad, el 3 de febrero de 1982. Autor de poemas emblemáticos sobre la ciudad en que vivió (“Declaración de odio”, “Avenida Juárez”, “Juárez-Loreto”) y de extensos cantos líricos (“Los hombres del alba”, “Borrador de un testamento”), críticos (“La muchacha ebria”) y eróticos (“Apólogo y meridiano del amante”), además de algunas celebraciones nacionalistas (“¡Mi país, oh mi país”, Amor, patria mía), Huerta elaboró de manera persistente un corpus que fue creciendo con el tiempo. Su primer libro, Absoluto amor, es muy temprano, de 1935, y ya desde ahí es posible apreciar su estilo ceñido y minucioso. Ricardo Aguilar, en uno de los primeros libros escritos sobre él, pues la crítica tardó mucho tiempo en valorar su trabajo, escribe sobre ese volumen: “Con este libro, el poeta dejará para siempre su carrera de Derecho y se dedicará de lleno a la poesía y, para subsistir, al periodismo”.2 Montemayor, por su parte, afirma, sobre este primer libro: “Octavio Paz confesó que en la temprana poesía de Efraín Huerta sólo vio la continuación del surrealismo latinoamericano y español, pero el espléndido poema ‘La invitada’, por ejemplo, que corresponde a Absoluto amor […] parece más cercano al creacionismo que al surrealismo, incluso por su apertura y elaboración, lejana de la mecánica asociativa surrealista”.3 Pero lo cierto es que, para tratarse del primer libro de un escritor tan joven, la estructura del libro es exacta e impecable: tres secciones, la primera, un poema extenso en seis partes; la segunda, un conjunto de nueve textos arduamente trabajados; y la última, tres poemas que cierran el volumen. El poema que da título al libro es una muestra puntual del estilo al que aspiraba ya el joven Huerta: Como una limpia mañana de besos morenos cuando las plumas de la aurora comenzaron a marcar iniciales en el cielo. Como recta caída y amanecer perfecto. Amada inmensa como una violeta de cobalto puro y la palabra clara del deseo. Gota de anís en el crepúsculo te amo con aquella esperanza del suicida poeta que se meció en el mar con la más grande de las perezas románticas. Te miro así como mirarían las violetas una mañana ahogada en un rocío de recuerdos. Es la primera vez que un absoluto amor de oro hace rumbo en mis venas. Así lo creo te amo y un orgullo de plata me corre por el cuerpo.4 José Homero, a propósito del título de ambos, libro y poema, afirma: El amor absoluto no es una situación duradera; acaso una ardiente llama; quizá el resplandor del pájaro en los árboles. El presente es fría y torturante noche; grande como el odio; dura como el deseo tan de siempre reprimido. El absoluto es un puerto. Agua que con los párpados cerrados mana toda la noche profecías. [O.Paz] Movimiento proyectivo más que estado. Los estados y el orden, se sabe, son indisociables de una concepción teológica del universo, y de lo que habla Huerta es del fracaso; quien habla es un expulsado del paraíso o de algo que pudo ser el paraíso.5 En “Elegía”, otro poema de amor, se permite un hallazgo que merece citarse también: “Mi fatiga te gritaría un absoluto amor./ Por el cristal de aumento de la luna/ la sonrisa de Dios estallaría.// Y mi cuerpo se deshace en gotas de mañana”.6 Estamos, pues, ante el umbral de una obra que crecería con los años y alcanzaría alturas expresivas notables, para lograr un lugar propio en la poesía mexicana y latinoamericana. ........
1 E. Huerta, Poemas prohibidos y de amor. [1973] 5ª ed. México, Siglo XXI, 1982, p. 146.
2 R. Aguilar, Efraín Huerta. México, Tinta Negra Editores, 1984, p. 10.
3 C. Montemayor, Efraín Huerta. México, CREA-Terra Nova, 1985, pp. 11-12.
4 E. Huerta, Poesía completa. México, Fondo de Cultura Económica, 1988, pp. 29-30.
5 J. Homero, La construcción del amor. Efraín Huerta, sus primeros años. México, Conaculta-Fondo Editorial Tierra Adentro, 1991. pp. 18-19.
6 Ibid., p. 19.

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