Tolerancia cero vs. Intolerancia

En materia religiosa, los evangélicos somos intransigentes cuando por ahí alguien «pisotea» nuestra verdad. Y lanza en ristre, salimos en defensa de nuestra verdad.

03 DE MAYO DE 2014 · 22:00

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La Nebulosa de la Tarántula, en la imagen del telecopio 'Hubble' / NASA

Últimamente, en diversos ambientes y regiones del mundo se ha puesto de moda la expresión «tolerancia cero» para sugerir que respecto de ciertos comportamientos, individuales o colectivos, la aplicación de la justicia sería absoluta, inapelable e insobornable. En la práctica, sin embargo, aparte de ser una frase con algún efecto sicológico, ha demostrado poco más que eso. Porque la tolerancia cero no funciona cuando se trata de gente de influencia con conexiones «respetables» que los hacen invulnerables. O casi. (Si no me creen, hojeen cualquier ejemplar de cualquier día de «El País».) La «tolerancia cero» ni siquiera es aplicable según el espíritu que conlleva aun en los casos de delitos menores porque siempre habrá defensores, privados o de oficio, que con argumentos bien manejados y retruécanos casi metafísicos lograrán doblarle la nariz a la justicia y a la dichosa «tolerancia cero». Intolerancia es otra cosa. Es soberbia respecto de lo que se tiene o de lo que se cree; es ofuscarnos y perder los estribos cuando, por ejemplo, alguien hace una afirmación que a nosotros nos parece que no corresponde a la verdad. Por lo menos a la verdad que nosotros manejamos. En materia religiosa, los evangélicos o, si quiere, los cristianos no católicos somos intransigentes –intolerantes diría mejor—cuando por ahí alguien «pisotea» nuestra verdad. Y lanza en ristre, salimos en defensa de nuestra verdad con más ímpetus que los de Don Quijote atacando los molinos de viento. Con esa actitud, estamos echando por tierra una de las varias interpretaciones que podemos darle a la famosa frase dicha por Jesús de que «la verdad nos hará libres» (Juan 8.32). ¿Libres de qué? De intolerancia religiosa; de fanatismos, de expresiones condenatorias contra quienes no piensan como nosotros; del uso de vocablos ofensivos; de orgullo, de vanidad, de creernos que después de nosotros se acaba el mundo. Cuando hace algún tiempo a algunos se les ocurrió irrespetar a Mahoma ridiculizándolo sin haber el menor asunto, nosotros guardamos silencio con lo que nos hacíamos cómplices de aquellos intolerantes. Protestamos porque en los países musulmanes persiguen a los cristianos pero no decimos nada cuando en el mundo cristiano ridiculizamos su religión y a sus líderes. Cuando autores como Dan Brown y Paulo Coelho irrumpieron con sus obras de ficción tocando temas religiosos, nuestros intolerantes no tardaron en poner el grito en el cielo. Y empezaron a aparecer volúmenes atacando, desvirtuando o aclarando lo que Brown y Coehlo decían. Ante tal reacción, mi amigo el Dr. Plutarco Bonilla y este escribidor dijimos: «Quien escribe ficción tiene el derecho de decir lo que le dé la gana» (PB) y «Si quiere, puede volver la historia al revés» (EE). «Para el que escribe ficción no hay límites ni cortapisas salvo los que le podría imponer su propio criterio y su ética personal» («La bicicleta de Noé», julio de 2009, p. 40). Hace poco apareció en Internet un artículo que, traducido, reprodujo Protestante Digital. Escrito por alguien de nombre Will Graham (no hay que confundir con Willy Graham) lanza improperios contra el astrofísico Stephen Hawking, catalogando sus expresiones como «idiotas», «una contradicción descarada», «una tontería dicha por un experto». Intolerancia que se estrella contra la expresión de Jesús ya mencionada, «la Verdad os hará libres». Libres para ser pacientes, amorosos hacia nuestro prójimo inclusive el que no piensa ni cree como nosotros; libres para «seguir la verdad en amor» para «crecer en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo… edificándose en amor» (Efesios 4.15-16). Las expresiones con que Graham intenta desvirtuar las supuestas creencias de Hawking están lejos de ser amorosas según la idea expresada por el apóstol Pablo. («Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Jesús en su Sermón del Monte, Mateo 5.43-44). Hay creyentes que piensan que su «gran comisión particular» difiere de la Gran Comisión de Hechos 1.8 y Mateo 28.19 y que han sido sacados de las tinieblas y traídos a la luz no para anunciar las Buenas Nuevas sino para defender a Dios. Dios –ni Su Palabra-- necesitan que los defendamos. Dios necesita que nosotros, bajo toda circunstancia, hagamos lo que Él nos ordenó. Lo otro es verter líquido fuera del tiesto. Una de las recomendaciones tipo críticas que le hace Graham al astrofísico la expresa de la siguiente manera (según la traducción): «… pedirle amablemente que deje de meterse en el mundo de la metafísica cuando su verdadero ámbito de trabajo es la ciencia. Y si quiere hacer una incursión en el campo de la filosofía, entonces, que al menos, piense de manera lógica y racional sobre lo que está escribiendo». Con declaración tan tajante, mejor apagamos y nos vamos. Hawking, como Carl Sagan en su tiempo y el propio Albert Einstein son mentes superiores. Por lo menos bastante más superiores que la mía y la de Will Graham, según deduzco por su nota académico-bibliográfica. Ni él ni yo somos astrofísicos ni hemos enseñado en Cambridge o en Cornell; por lo tanto, mi ego tiene que reducirse a su más mínima expresión y respetar a quienes respeto merecen. Tenemos, entonces, que al astrofísico se le pide «amablemente: idiota, descarado, tontería» que no se meta en un campo que no es el suyo. Cabe preguntarse: «¿Estamos nosotros capacitados para meternos en el campo de la astrofísica, que es el de Hawking? ¿No estaremos cometiendo el mismo error que le atribuimos a él y, en el pasado, a Carl Sagan? Un día de estos, en mi clase bíblica en la iglesia pregunté a mis alumnos si creían que en la Jerusalén celestial las calles serían, literalmente, de oro y el mar, literalmente, de cristal. Dos respondieron que sí, que creían que serían de «nuestro» oro y de «nuestro» cristal; los otros, sorprendidos por la pregunta, prefirieron callar. ¿No será, les dije, que para expresar algo tan sublime como serán «los materiales usados para construir» la Jerusalén celestial y para que nosotros los mortales pudiéramos aproximadamente entenderlo, el escritor bíblico usa elementos terrenales de la más alta pureza como son el oro y el cristal? ¿No será que Hawking y Sagal, desde su singular cosmovisión o, visión del cosmos, han intentado decir algo diferente de lo que se puede expresar en un lenguaje al nivel de nuestra comprensión? Pero aun si fueran ateos que no creen que el Universo fue producto de la mente de Dios, no tenemos ningún derecho de maltratarlos con expresiones que no deberían salir de la boca de alguien que se mueve, piensa y actúa según la Verdad que nos hace libres. En otras palabras, de ningún modo se justifica decir: «la razón principal por la que Hawking rechaza a Dios es algo incomprensible en el mejor de los casos (y francamente idiota en el peor)»; «la afirmación filosófica de nuestro astrofísico implica una contradicción descarada»; «Esta afirmación de Hawking, pues, no tiene sentido ninguno. Sólo comprueba la teoría de que una tontería dicha por un experto sigue siendo una tontería». (Las itálicas son mías.) Tenemos un buen amigo en Costa Rica que nunca ha querido arriar la bandera de su ateísmo. Lo hemos respetado y hasta hemos entendido su irreligiosidad; a la vez, nunca hemos dejado de hacerle ver nuestra fe. Poco a poco, ha ido cediendo. Ahora, cada vez que nos sentamos a la mesa, sea en su casa, en la nuestra o en un restaurante, él sabe y lo acepta que antes de llevarnos la comida a la boca tenemos que dar gracias a Dios. Tal cosa nunca habría ocurrido si lo hubiéramos tratado de idiota, de descarado o su incredulidad respecto de la cosa religiosa como una tontería. Y en cuanto a quién hizo o no hizo el Universo, nos bastaría con seguir adherido a Génesis 1; sin embargo, por sobre esta fe fundamental, con solo mirar a nuestro alrededor vemos la mano amorosa y sobrenatural que supo ponerle los colores y el aroma a las flores, llevar y traer a su antojo el viento sin que sepamos exactamente de dónde viene, ni a dónde va, porque sopla de donde quiere (Juan3.8). O, «Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta; así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas» (Eclesiastés 11.5). Mis simpatías y mi respeto hacia Stephen Hawking y mi gratitud a Dios por este universo maravilloso e insondable que salió de su mano. «Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos. La luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre la obra de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies… ¡Oh Jehová, Señor nuestro, Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!» (Salmos 8.3-6, 9).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El escribidor - Tolerancia cero vs. Intolerancia