Los pájaros suben al cielo: en los 80 años de Gabriel Zaid (i)

Navegar, navegar. Ir es encontrar. Todo ha nacido a ver. Todo está por llegar. Todo está por romper a cantar. G.Z.

03 DE MAYO DE 2014 · 22:00

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El pasado 24 de enero el poeta y ensayista Gabriel Zaid cumplió 80 años. Establecido desde hace décadas como un referente obligado, ha sido un duro crítico de las políticas económicas y culturales, al mismo tiempo que un entusiasta promotor de la lectura y la poesía. Católico militante, sorprende siempre con observaciones agudas y profundas, al mismo tiempo, además de que su poesía, antologada por él mismo y reducida a su mínima expresión, es parte ya del patrimonio artístico de México. 1. Puntos de encuentro Antes que otra cosa, Gabriel Zaid es un poeta, un poeta autocontenido hay que decir, que en la prosa se ha explayado suficientemente acerca de la enorme variedad de temas que le interesan. Prosa de poeta, de poeta que sabe que el canto lo resume todo, lo abarca todo, lo alcanza todo. Su voluntariamente exigua obra poética es un festín para quienes estén dispuestos a acompañarlo en el juego. Su prosa, incisivamente crítica, es una aportación al debate de las ideas, de ahí que el encuentro con la polifacética obra de Gabriel Zaid depare tantas sorpresas, sobre todo si se tiene la imagen preconcebida de un autor encerrado en los límites de un género literario, en este caso la poesía. El ingeniero Zaid, se ha dicho muchas veces, invadió los terrenos literarios y político-económicos para dotar a los frutos de dicha incursión de un tono divergente, distinto al de alguien con formación humanística o en ciencias sociales. Y es que hay varias formas de acercarse a su trabajo. En mi caso, marcado por un interés literario primordial, lo primero fue el encuentro con algunos poemas recogidos en antologías varias. Allí, llamaba la atención la brevedad de los textos y un dejo de ironía, perceptible hasta en una lectura superficial. Eran los años ochenta, y en pleno entusiasmo por el descubrimiento de autores teológicos y poetas, me topé en la vieja Librería Parroquial de Clavería con Cuestionario, el volumen que recoge sus poemas de 1951 a 1976, con el forro en tela que no despedía un olor muy agradable, típico del Fondo de Cultura Económica. Se notaba que ese libro llevaba años ahí, pues la camisa con grecas o rombos verdes (¿de Vicente Rojo?) estaba bastante maltratada. Inmediatamente llamó mi atención la tarjeta adjunta en la que el autor invitaba a sus probables lectores a depurar el libro mediante una encuesta sobre los textos leídos y el efecto que ocasionara en su gusto. No respondí pronto, aunque quise encontrar aquellos poemas que me habían interesado en la antología de poesía latinoamericana de Juan Gustavo Cobo Borda, especialmente “Teofanías”, el que se habla de la ausencia casi metafísica de taxis. Especial impresión, por la alusión bíblica, me causaron estos versos: “Dicen/ que Elías, una vez, tomó un taxi,/ mas no volvió para contarlo”. El desparpajo que transmitía ese poema y la escasa solemnidad que contenía, junto con las alusiones cultistas, me atraparon al instante. Tiempo después, mientras me enteraba de la participación de Zaid en el grupo que hacía la revista Vuelta y de que se trataba de uno de los más perspicaces analistas de la política económica mexicana, caí en la cuenta de que debía responder el cuestionario, aunque tal vez ya fuese tarde para ello. Era tal vez a principios de 1985, nueve años después de lanzado el experimento. Y me puse a leer para participar en él. No me aparté ni un ápice de lo que proponía básicamente la tarjeta: señalé poemas según me habían gustado y “descubrí” todo un corpus de gusto personal que me ha acompañado durante muchos años, acerca del cual hablaré más adelante. Al terminar, envié mis respuestas y semanas más tarde recibí el agradecimiento de Zaid en la dedicatoria de La poesía en la práctica, recién editado por la SEP en la segunda serie de la colección Lecturas Mexicanas, donde me informaba que “llegó muy a tiempo, pues estoy cerrando el experimento”. Para entonces ya sabía del enorme hermetismo que lo caracteriza y de la forma en que esquiva fotos, entrevistas y apariciones personales. La prueba fue que en dicho libro debía aparecer su foto pero él lo había evitado. Al hojearlo, me asomé por primera vez a la forma lúdica, festiva y sugerente con que Zaid aborda los temas relativos a la poesía. Su propuesta de llevar a la práctica la lectura de poemas significativos me impactó desde entonces. El siguiente punto de encuentro con la labor de Zaid fue con el de su faceta de antologador. La Asamblea de poetas jóvenes de México, primero, y más tarde el Ómnibus de poesía mexicana me mostraron a un lector exigente, acucioso y deudor, como vería más tarde en sus libros de ensayo, de Alfonso Reyes, sobre todo, acaso por ser su paisano, para empezar. En la Asamblea encontré un celo por documentar el enorme mapa poético de la poesía juvenil mediante la aplicación de la estadística, algo a lo que los críticos siempre le han hecho el feo, por considerar que no existe afinidad entre territorios tan opuestos. Pero el poeta regiomontano ya llevaba un buen tramo recorrido en el acercamiento de ambas áreas, pues desde La máquina de cantar (publicado primero en la añorada colección Mínima de la editorial Siglo XXI) comenzó a integrarlas para obtener conclusiones deslumbrantes e inesperadas. Pues bien, en dicha antología leí los poemas primerizos de muchos autores/as nacidos sobre todo en la década de los 50, pues la misma cierra con Aurelio Asiain (1960), ya cerca de mi generación. Allí estaban Coral Bracho, Eduardo Langagne, los Serrano, Ulacia, Daniel Sada, Hermann Bellinghausen y hasta Federico Reyes Heroles, junto con una multitud de nombres que no prosiguieron en el intento, como aquel médico homeópata que pergeñó unos versos ingeniosos tomando como base algunos aspectos de su profesión. Zaid se convirtió, para mí, en un cartógrafo excepcional de la nueva poesía mexicana. Años después, vi con agrado cómo ese libro llegaba a las tiendas de autoservicio, con una portada infame, gracias al ímpetu divulgador de Armando Ayala Anguiano. Secretamente albergaba la esperanza de que Zaid actualizara el volumen, pero entendí plenamente que no lo hiciera, aun cuando su muestrario había perdido actualidad. Con respecto al Ómnibus, cronológicamente anterior a la Asamblea, llegué a ella en la búsqueda de una especie de complemento a Poesía en movimiento, pues anhelaba conocer (inconscientemente, por supuesto) un panorama ecléctico, vasto y totalizante de la poesía mexicana. El Ómnibus es mucho más que eso: un espacio de reunión de todas las formas habidas y por haber de la poesía hecha en el país, desde los cantos prehispánicos hasta algunos himnos evangélicos, pasando por los villancicos y la poesía popular más desgarradora. Prueba de ello es la devoción, para llamarla de algún modo, que Zaid le profesa a “El brindis del bohemio”, de Manuel Aguirre y Fierro, cuya superioridad sobre los famosísimos poemas de Manuel Acuña se encargó de demostrar en Leer poesía, otro libro fascinante que también he leído a destiempo y fragmentariamente. La amplitud de visión del Ómnibus, su carácter provocador y el enorme guiño que hizo a los viejos lectores y recitadores de poesía le ganaron un lugar indisputable en el campo de las antologías. Publicada cinco años después de Poesía en movimiento y de la realizada por Monsiváis, constituye un auténtico vademécum al que hay que volver una y otra vez. El siguiente encuentro fue precisamente con los libros de crítica literaria, libérrimos todos en su asedio al objeto privilegiado de atención, la poesía. Pues para quien esto escribe, Zaid es ante todo, poeta. Cuando se acerca a los demás asuntos de su interés, salta a la vista que quien habla es un poeta preocupado, ya sea por la economía presidencial, improductiva, o por los demasiados libros. La creatividad orgánica del poeta Zaid se detiene, meditativamente, a pasear la mirada por distintos problemas. En el caso específico de los poetas y poemas que le importan, el detenido análisis, ajeno a las modas y dogmas de la crítica escolástica, despliega la curiosidad de un lector atento, singular, postrado ante el altar de la impudicia poética que otros han desarrollado. Así, recorre territorios cultos y populares, se detiene en versos que registra su memoria y los mide con exactitud milimétrica. El feliz matrimonio, en una sola persona, del escritor sensible y el pensador instruido en las matemáticas, hace de Zaid un verdadero milagro analítico, capaz de encontrar vetas infinitas en textos aparentemente sobreleídos, como en el caso de “El brindis del bohemio”, al cual le encuentra virtudes que la crítica canónica nunca se atrevió a reconocer. Sus observaciones sobre Pellicer y Manuel Ponce, a quien se ha encargado de divulgar, apuntan a horizontes de sentido que nadie había esbozado, acaso por las afinidades religiosas que registra puntualmente debido a su fe católica no escondida. Precisamente en el tema religioso se encuentra otro aspecto llamativo en el trabajo escritural de Zaid: la lectura del ensayo “Muerte y resurrección de la cultura católica” en Vuelta, significó para mí el planteamiento de ideas y situaciones que intuía desde mi propia reflexión menos informada por ese trasfondo confesional, pero coincidente en lo esencial por la común preocupación acerca de las relaciones entre fe y cultura. La humildad, pero al mismo tiempo la energía con que discute el tema, así como la crítica al comportamiento de las élites eclesiásticas, hacen de este ensayo el resumen de una reflexión de largo alcance sobre el papel de la cultura religiosa en el mundo actual. Zaid se ubica, teórica y prácticamente, en una tradición ilustrada que aterriza las verdades de la fe en una sociedad conflictiva sin temor a implicarse o a perder terreno ante los embates de la modernidad y la posmodernidad. Busca extrapolar las lecciones que encuentra en los grandes artistas cristianos de todas las épocas para que el fermento religioso, aun cuando ya no sea el primordial, continúe iluminando áreas de la vida que de otra manera carecerían de sentido. La cita que hace de Jung como pensador protestante que defendió en su momento el dogma de la asunción de María, abre la puerta a un diálogo teológico que todavía está esperando un terreno fértil para desarrollarse en ambos espacios confesionales. Zaid, sin ser un teólogo, esboza la necesaria revisión de los dogmas de manera interdisciplinaria. Su trinchera es el arte, y allí las verdades religiosas no requieren un estatuto canónico que las gobierne. En un número posterior de Vuelta, Zaid organizaría los textos de varios autores más que trabajaron el tema de la religión y la cultura. Una nueva edición de Cómo leer en bicicleta (1986) permitió apreciar cómo el poeta, literalmente, se fajaba, en términos boxísticos, con todo el medio cultural. No dejó títere con cabeza, pues los desaguisados de la burocracia dedicada a la cultura le dieron pie para exponerlos brutalmente en toda su desnudez, como un eco o complemento de la otra veta crítica ensayada por Zaid, la crítica demoledora de la economía presidencial. Zaid no sólo se quejaba de los abogados habilitados como economistas por obra y gracia del compadrazgo y la militancia en el partido dominante, sino que, al lado de análisis inolvidables de libros como Corriente alterna y de cómo hacer poesía de protesta, de la defensa de Pellicer y de la exposición de “las nuevas letras sin brasier”, lanzaba sus dardos contra la manera en que el Estado gastaba en educación, la “canalla literaria” o de cómo vino Marx y se fue. En este libro aparecen las ya clásicas transformaciones sufridas por el epigrama de Cardenal en las versiones de Pacheco y del propio Zaid, completamente en la frecuencia de su rechazo total al partido en el gobierno: Me dijiste que ya no me querías. Intenté suicidarme gritando ¡muera el PRI! Y recibí una ráfaga de invitaciones. Su “Adiós al PRI”, que se venía gestando desde largos años atrás, y su reproche incontestable a “un presidente apostador” no podían dejar de lado la vena poética que le acompañaba incluso en el tratamiento de los peores temas: No hay que perder la paz ¿Sigue usted indignado, Señor Presidente? Mala cosa es perder por unos muertitos, que ya hacen bostezar a los gusanos, la paz. Todo es posible en la paz. ¿Poesía de protesta? Tal vez, pues Zaid responde con este poema a su provocación acerca de que nadie ha hecho saber cómo se prepara poesía casera de este tipo. Al fin y al cabo, “toda la poesía de protesta desciende de un solo poema que sigue repitiéndose desde hace treinta y tantos años”. De los libros al poder (1988) es otra estación en esta serie de encuentros con Zaid. En ese libro, su crítica sociopolítica alcanza la incisividad más plena, pues concentra en su análisis en una zona híbrida donde la cultura del libro y la política se funden en un todo indivisible. Desde el título, ataca las costumbres de quienes se sirven de la educación libresca para escalar los puestos políticos sin más razones que esgrimir, en una especie de asalto al poder. Las páginas que revisan el comportamiento de los guerrilleros salvadoreños manifiestan una voluntad ética sólo comparable a la del mejor Octavio Paz, pues al hablar de “la entrega incondicional” de Roque Dalton, no sin antes citar y analizar un poema suyo, la crítica evalúa todas las implicaciones de la conducta revolucionaria del poeta en cuestión. Qué mejor ejemplo de poesía en la práctica dice Zaid: “Dalton quería ser un Che Guevara salvadoreño: un escritor que sacrifica al escritor en aras del revolucionario”. Dalton no dejó de ser un poeta burgués “que quisiera dejar de serlo acusando a los otros”. En el orden de las ideas y las prácticas, Zaid encuentra que Dalton y sus compañeros no sólo habían equivocado la estrategia, sino que de raíz su proyecto estaba condenado al fracaso debido a que “en el discurso de la razón gana el que tiene razón. En el discurso de la pistola gana el que tiene la pistola”. Costaba trabajo entender por qué Zaid había dedicado casi 60 páginas al problema salvadoreño, pero los años le darían la razón, muy en la línea de quienes trabajaban asuntos tan candentes en medio de la desaprobación generalizada. Ese mismo libro recogió otro de sus ensayos clásicos: “UNA Megalomanía” que en pocas líneas acababa con el mito de la intocabilidad de “nuestra máxima casa de estudios”. Sus dolorosas conclusiones, acaso porque él no había estudiado allí y por lo tanto, no podía ser aquejado por la ceguera de otros defensores, señalaban que el fin del mito megalómano estaba cerca y que “la UNAM no es la patria”, por lo que su refundación no pasaba, según Zaid, por los caminos burocráticos sino por otros muy distintos. La jauría, una vez más, reaccionó con ira ante semejante atrevimiento. Sonetos y canciones (1992), cuyas Canciones de Vidyapati se habían publicado desde 1978, es un librito en el que Zaid da rienda suelta a su relación ludo-erótica con la poesía, y exhibe sus cualidades de traductor o adaptador de poesía tan lejana en el tiempo y el espacio. Así justificaba su esfuerzo: “Traté de hacer versiones que valgan por sí mismas en español, como un poema que ‘le roba la idea’ al original y muchos detalles”. Con ello, se sitúa, nuevamente, en una tradición de poetas-traductores que ha alcanzado en México niveles magníficos. En cuanto a los siete sonetos que aparecen en el libro, el que citamos a continuación lo pinta de cuerpo entero en su afán experimental donde la tradición es filtrada y transformada por el genio: Agua rizada En los manantiales del tiempo, no hay prisa ni presión. El espacio crece de espacio como un álamo. En el espejo está la eternidad que se queda mirada. Cuando, por fin, dichosa, parpadea, el tiempo nace como interrupción. El tiempo, la costilla de Narciso, es una astilla de la eternidad, espejo roto de Eco en Eco. El tiempo irrumpe cuando ya no hay tiempo. Te amo eternidad fugitiva. Dichosa interrupción: detente. Síntesis exacta entre experimentación gozosa y sed de eternidad, de trascendencia, este soneto delata a un poeta que domina ampliamente sus recursos. Ni una palabra de más, sin rima, es verdad, pero no sin música. La poesía fluye como si viniera del otro lado del tiempo, en consonancia con su tema: la eternidad fugitiva. Cuando El Colegio Nacional comenzó la publicación de sus obras completas y abrió con Reloj de sol (1995), nueva recopilación de su poesía (a pesar de que dos años antes aparecieron los Ensayos sobre poesía), se comprobó cuál es su interés principal en tanto escritor. Publicada simultáneamente en España, Colombia y México, este delgado libro mostraba al poeta antólogo de sí mismo que, auxiliado por sus lectores, se desprendía de una buena masa de poemas que consideró prescindibles y nos agradecía, a los 57 lectores que respondimos el cuestionario, haber aceptado la invitación, y confesaba: “La lectura de mis lectores me ayudó a distanciarme de los poemas, verlos con otros ojos y cuestionarlos en conjunto y en detalle. Años después, al intentar este volumen de ‘poesía completa’, la experiencia me sirvió para descubrir en ochenta poemas (corregidos y barajados interminablemente con otros tantos suprimidos) mi verdadera ‘poesía completa’”. De esta forma despachó más de 50 poemas que todavía tuvo la gentileza de informar cuáles fueron. En 115 páginas aparece toda su poesía, decantada por los años y por su rigor autocrítico. Por otra parte, debo decir que me pareció una mutilación excesiva y que experimenté una suerte de vacío al anticipar que no veríamos un nuevo libro de poemas. Para quienes lo habíamos acompañado hasta allí, Reloj de sol es la bitácora de un poeta que consuma su obra en medio de una nostalgia por la labor cumplida. Los Ensayos sobre poesía (1993) sirvieron para confirmar el tamaño del poeta-crítico que es Zaid: la reunión de tres de sus libros que giran alrededor de la poesía permitió visualizarlo en el desarrollo de una tarea que fluye de su pluma como una emanación de la misma fuente que originó sus poemas. La poesía en la práctica es, acaso, el libro más zaidiano en relación con la poesía, pues sus intuiciones, sugerencias y propuestas rondan simultáneamente la crítica de las políticas culturales, del capillismo literario y la egolatría de los escritores. Leer poesía es el libro central y en donde su voracidad y su afán casi cartográfico, pero siempre dirigido por un gusto ejemplar, dan rienda suelta a la crítica amena y nunca solemne. “Muerte y resurrección de la cultura católica” (que merece un análisis aparte) era el obligado pórtico de sus acercamientos a Tres poetas católicos (López Velarde, Pellicer y Ponce), libro con que cierra el grueso volumen. Por fin era posible apreciar la intensa y extensa producción de un poeta enamorado de su arte, fielmente sometido por éste al pago de un tributo crítico que nunca se negó a cumplir. Descompensado en relación con sus poemas, este libro es testimonio de la pasión crítica con que siempre acometió la labor de desmenuzar sus preferencias y, en ocasiones, sus fobias. Porque Zaid no se tienta el corazón cuando no debe hacerlo y se lanza de frente contra los timoratos y los malos poetas donde quiera que se encuentren. Los demasiados libros (1996), cuyo antecedente procedía de 1972, significó el reconocimiento del Zaid ensayista en España, aunque la edición original se realizó en Argentina. El crítico cultural se entrega a una disquisición que toma por objeto al libro y divaga sobre su presencia y validez en la cultura contemporánea. La misma firmeza con que trató a la poesía, la dedicó ahora al libro, otra de sus obsesiones. El rastreo temático, dominado por una consistencia irrefrenable adonde asoma el antecedente de su lejana tesis de licenciatura sobre la industria editorial, es un intenso debate sobre la presencia de los libros en la vida de la sociedad actual, a contracorriente de los augurios en favor de su desaparición, pero lejos de conclusiones superficiales u optimistas. Negándose abiertamente a satanizar la idea de comercio en el ámbito cultural, construye un alegato en favor del humanismo auténtico, no de aquel dominado por las burocracias o los vaivenes políticos. En efecto, hay demasiados libros, pero él se atreve a contribuir a la discusión agregando otro más. Junto con otros colegas imbuidos de intereses afines, la animación cultural, ahora desde la colección Clásicos Cristianos de la editorial Jus, es la otra tarea que ha acometido Zaid con una enorme dignidad y exigencia. La forma en que presentó dicho esfuerzo en las páginas de Letras Libres (donde dicho sea de paso ha publicado semblanzas extraordinarias de poetas como Alfredo R. Placencia y Manuel Ponce, a quien antologó en otro momento) es, aunque a él seguramente no le gustaría la afirmación, la demostración de un compromiso auténtico con lo mejor de la cultura occidental, desde su vertiente religiosa. Se trataba, ahora, de llevar a la práctica lo esbozado en “Muerte y resurrección de la cultura católica”, en función de que no desaparezca el diálogo entre la cultura moderna y la cultura religiosa. Esto es una lección de congruencia, incluso para quienes no comulguen con su horizonte religioso.

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