Adolfo Suárez sin memorias

Lo que necesitamos es que seamos libres y responsables, entonces no consentiremos a indignos en la acción de gobierno.

29 DE MARZO DE 2014 · 23:00

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Adolfo Suárez, junto con el resto de representantes de partidos políticos en los Pactos de La Moncloa / El Mundo

Escribo el martes por la mañana. Cuando el domingo salga esto, d. v., ya se habrán realizado todos los protocolos de entierro de Estado del presidente Adolfo Suárez. Será enterrado en la catedral de Ávila, junto al presidente en el exilio Claudio Sánchez Albornoz. (A veces las puertas de las catedrales para que alguien se entierre se abren, otras, hay que abrirlas.) Como se habla tanto estos días de la transición y de aquella época, me pareció sumar algo de la memoria. Otros asuntos están delante, el mundo sigue lleno de violencia. Las condenas a muerte de Egipto. Y aquí mismo, esta noche vi los actos de Madrid del pasado sábado, cuando eso de las marchas por la dignidad. Hacer ciudadanía en esos momentos era simplemente impedir que los asaltantes llevaran a cabo sus fines. No se puede tolerar que agredan así a nuestras fuerzas de seguridad, que son nuestras y para nuestra seguridad. La dignidad debe impedir la indignidad. Ya se sabe, pero apena comprobarlo, eso de hacer ciudadanía tiene todo tipo de impedimentos y falsificaciones. Hacerla con nuestra naturaleza y en la naturaleza de aquí, pues no da para mucho júbilo, pero es lo que hay, y hay que seguir haciendo y caminando, poco a poco. Por los años me tocó, como a tantos, vivir eso de la transición. Nada de cosas sublimes, un avanzar a trompicones, para nosotros los creyentes, por la pura providencia de nuestro Dios. Queda, eso sí, el recuerdo de la gran miseria cultural en la que estaba España, la oscuridad asumida, metida dentro, el gran triunfo del miedo. Los más viejos que no querían ni hablar de lo que pensaban, una sociedad silenciada, y silenciosa, con la memoria cosida. La calle era procesión, no camino. Seamos agradecidos, porque hoy tenemos grandísimos bienes de libertades civiles. (La próxima semana, d. v., les pongo algo del bien de lo público.) Franco se murió. Yo estaba en el Sáhara, en aquello de la Marcha Verde, haciendo la mili (el servicio militar era obligatorio); la cosa no se lió de puro milagro. Que avanzamos a trompicones. Nada de cosas selectas y sublimes; lo sublime es el milagro de avanzar. Y llegó Suárez y la transición. Memoria. Las memorias que Suárez no quiso escribir porque de hacerlo más de uno se iba a acordar de él. El príncipe, luego rey, que la lidera, está allí por dedo de Franco y bajo juramento de guardar y defender los principios fundamentales del Movimiento. Suárez está allí por dedo y bajo juramento idem. Y las Cortes están allí por dictado del dictador, bajo el mismo juramento, y ahora sin dictador, deciden aprobar la nueva forma de hacer política. Milagro. Había una dinámica social de querer hacer cosas y solucionar problemas, empezando por los propios barrios. Esa dinámica se canalizaba por la acción política. Hoy igual, pero no se canaliza por la acción política, sino precisamente por lo de fuera de la política, las oenegés y grupos de colaboración ciudadana. La sociedad sigue (para nosotros los creyentes, por la providencia de Dios), a pesar de los destruidores del bien social. Visto desde el presente, existía una ignorancia política asombrosa. Incluso los propios términos eran desconocidos. Recuerdo que compré unos libritos monográficos sobre formas políticas que vendían en los quioscos; para salir del paso y poder contestar algunas preguntas que te hacían. (Decir que nuestro Redentor nos ha librado y nos librará es algo muy real.) Les pongo algo personal. En aquella época ya era pastor; la Palabra se abría paso en mí, pero con todo tipo de impedimentos. Aprendí a trompicones. En medio no ya del desierto, sino de un desierto con escorpiones. En muchos casos, como hoy, los que perturban el camino de la fe, eran los mismos que posaban en el púlpito. En mi memoria solo tengo ruina y corrupción, y gratitud porque nuestro Redentor nos ha librado y llevado hasta aquí. No me caía bien Adolfo Suárez. Nunca le voté. Propuso el no para el referéndum de la autonomía de Andalucía; fue su final. Precisamente en sus pasos finales, cuando ya nadie lo quería, con el nuevo partido, el Centro Democrático y Social, me pareció mejor. Luego, cuando el banco le ejecutó una hipoteca y le privó de su casa, me pareció mejor. (¿Qué banco sería, y quién el directivo que dio la orden?) Ambicionó el poder, pero no el dinero. Suárez ambicionó el poder. Lo procuró por los medios que se tenían a mano. Antes de la democracia, con los que había. Y lo consiguió. Luego aprendió (es la providencia de Dios) que en el nuevo tiempo el poder solo se podía conseguir y mantener con nuevos mecanismos.Y fue instrumental en la creación de esos mecanismos. Los que hoy tenemos. En eso no estuvo solo; más de uno pensaba igual; incluso los comunistas. El poder, ahora se consigue por otros medios; y en esa estamos. Y ese es el problema. Que la libertad cívica, el ser persona y sus derechos y deberes inalienables, se quede solo en medio, mecanismo para. Ejemplo: si dices que Suárez trajo la democracia y las libertades, entonces se las puede llevar. Eso no se trae, ya está en cada uno. Eso es ciudadanía viva y consciente. Con eso no tendremos ni dictaduras y democracias traídas por salvadores especiales. (La Libertad, claro está, la ha traído Uno, el Redentor, pero eso es otro ámbito.) A España la han criado con leche mala, envenenada. Le han dicho que le tienen que traer las cosas. Eso es el sacramento. Uno, especial y necesario, lo elabora y te lo concede. Ese sacerdote vive de tu esclavitud; te dice que lo necesitas, incluso después de muerto. La libertad es otra cosa. Ahora los políticos actuales se han arropado en la figura del que expulsaron de la política, porque ha quedado, por comparación, como alguien honrado. El discurso sigue; necesitamos a políticos así. No, lo que necesitamos es que seamos libres y responsables, entonces no consentiremos a indignos en la acción de gobierno. Serán nuestros representantes; llevarán nuestro nombre en los actos públicos. Nosotros, como sociedad, pondremos a nuestros representantes. Los que están son lo que la sociedad es y quiere. Si no, pues quitemos este sistema y empecemos por el inicio, cada individuo en sus derechos y deberes. No sigo más. Solo indicarles que estoy apenado, porque tras tantos años, el discurso, en el mejor de los casos, se asemeja al de un despotismo ilustrado. Por otro lado, lleno de esperanza, porque el Señor nos bendice y bendecirá.

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