Carta a Monsiváis: persecución a protestantes, México, s. XIX

Carta a Carlos Monsiváis: a propósito de las persecuciones contra los protestantes en México en el siglo XIX.

15 DE FEBRERO DE 2014 · 23:00

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Te lo comenté en más de una ocasión, y me dijiste que sería necesario documentar esa larga cadena de atrocidades. Te referiste a la ominosa realidad de que en el siglo XIX en ningún otro país de América Latina se perpetraron tantos ataques violentos contra los protestantes como en México.[1] Al leer lo afirmado en la voluminosa obra de Hans-Jürgen Prien, me propuse que en algún momento intentaría hacer una recopilación de casos en los cuales se diera cuenta de esas persecuciones y sus trágicos saldos. Desde las primeras conversaciones que tuve contigo, en 1988, hasta nuestros postreros encuentros, pocos meses antes de tu deceso, uno de los temas recurrentes en las charlas era el de la intolerancia contra los protestantes y el casi absoluto silencio de sectores que tú esperabas se solidarizaran con los perseguidos. Te irritaba que, por cierta inercia cultural, se siguieran reproduciendo estigmas contrarios a los derechos de quienes optaban por una creencia religiosa distinta a la tradicional y fuesen hostigados por ejercer esa elección. Siempre tuviste un vivo interés en denunciar la invisibilización, arrinconamiento y/o franca hostilidad contra las minorías. A ése interés contribuyó poderosamente un elemento que siempre reivindicaste, saber de forma directa lo que significaba haber nacido del lado de las minorías, como lo dejaste asentado en tu temprana autobiografía.[2] Tu pertenencia minoritaria te sensibilizó para que dieras amplio espacio en tu vastísima obra intelectual a las persecuciones simbólicas y físicas contra las minorías de distinta índole. El corpus de tus escritos en defensa de protestantes perseguidos en distintas épocas y lugares de México no ha recibido atención debida por parte de tu comunidad lectora. Además de los escritos mencionados, siempre estuviste dispuesto a participar en foros, conferencias y mesas redondas sobre el tema. Gracias a tu insistencia, querido y recordado Carlos, escribí un libro titulado El martirio de Miguel Caxlán: vida muerte y legado de un líder chamula protestante,[3] del cual recibiste un ejemplar el 29 de agosto del 2008. En tal ocasión te hicimos entrega Carlos Mondragón y yo, en nombre de algunas instituciones y organizaciones protestantes, del Premio Miguel Caxlán. En el pergamino que te dimos dice la razón del reconocimiento, por tu “continua defensa de los derechos de las minorías religiosas, particularmente de la comunidad protestante/evangélica”. Elegimos el nombre del Premio “como un recordatorio y homenaje al líder histórico indígena chamula protestante, quien fue atrozmente asesinado (24 de julio, 1981) por los caciques tradicionalistas de San Juan Chamula, Chiapas”. Tu prima Beatriz me diría tiempo después que cuando llegaste a tu casa le entregaste el pergamino, con el encargo de que lo guardara bien porque no querías que se perdiera entre los laberintos de periódicos, revistas y libros que, literalmente, te rodeaban. En uno de los múltiples foros en los que nos acompañaste para exponer sobre la temática de las persecuciones contra las minorías religiosas, sostuviste que “al protestantismo mexicano lo nacionaliza, si el verbo tiene algún sentido en materia religiosa, el número de víctimas o, desde otra perspectiva, de mártires. La historia de las persecuciones es atroz. Y es impresionante el número de templos quemados o lapidados, así como el número de comunidades hostigadas en grados que incluyen con frecuencia el linchamiento, el número de feligreses y pastores asesinados o abandonados muy mal heridos”.[4] Retomo las líneas iniciales con las que inicié esta carta, lo afirmado por Jürgen-Prien, sobre que de toda Latinoamérica fue en México donde se cometieron el mayor número de casos violentos contra protestantes. Él sostiene que en el siglo XIX “el número de mártires protestantes se eleva a 59, entre los que vale la pena advertir sólo un extranjero. Se trata, pues, de protestantes mexicanos, victimados por católicos mexicanos. En efecto, el peso fuerte de la labor misionera evangélica descansaba desde fechas tempranas sobre los hombros de los mexicanos, de manera que en 1892, del total de 689 colaboradores que trabajaban en México, 512 eran mexicanos”. Para Prien el único protestante extranjero (norteamericano) víctima mortal de la intolerancia fue el misionero John L. Stephens, de la Iglesia congregacional. El hecho tuvo lugar en Ahualulco, Jalisco, el 2 de marzo de 1874. Junto con él cayo abatido por la horda linchadora Jesús Islas. En realidad fueron por lo menos tres los extranjeros víctimas de la intolerancia, motivada ésta por la idea de que era necesario defender la integridad religiosa católica romana del país. El primero fue un protestante norteamericano (de oficio zapatero), asesinado en agosto de 1824. Supe del caso porque tú llamaste mi atención al mismo, y lo incluyo en este libro en el capítulo inicial. Otro crimen es el ya citado de John L. Stephens. Y el tercero que he localizado es el de Henri Morris, ultimado en el ataque sufrido por la congregación evangélica de Acapulco el 26 de enero de 1875. El número de víctimas mortales proporcionado por Jürgen-Prien está tomado de un recuento hecho por una fuente periodística protestante: El Abogado Cristiano Ilustrado.[5] Dos años después otro periódico, El Evangelista Mexicano (26/VI/1890),reportaba que “sesenta y cinco protestantes han sido asesinados por los romanistas en los muchos motines que la Iglesia romana ha levantado contra el Evangelio en México […]”.[6] Abundaba en su consideración sobre la actitud de las autoridades católicas y sus órganos de información respecto de las persecuciones y sus trágicos resultados, ante los cuales “ni el arzobispo Labastida, ni ningún obispo o cura romanista, ni los periódicos de esa secta han dicho una sola palabra para hacer que los romanistas desistan de sus sanguinarios ataques contra sus hermanos. Según nuestro modo de juzgar, el clero tiene toda la culpa y toda la responsabilidad en estos casos”.[7] Mucho puede escribirse sobre los argumentos esgrimidos por quienes, desde el punto de vista católico, intentaron explicar, en realidad justificar, los ataques contra los protestantes. En el caso de John L. Stephens, el abogado del párroco Reynoso (señalado como el instigador de la turba que asesinó al misionero), hizo un amplio alegato para exculpar a su defendido. En la óptica de Juan Zalayeta la víctima es culpable por haber retado los valores tradicionales de la gente. Así lo dejó asentado: “El asesinato del desgraciado Stephens, es señores, una consecuencia de la poca prudencia con la cual han sido atacadas en nuestras poblaciones, las costumbres inveteradas, resultado de su antigua educación. Esos imprudentes apóstoles de nuevas doctrinas encuentran pocos prosélitos entre la clase indígena que, apegada a sus usos y sus creencias, mira con desdén y con odio, todo lo que de fuera nos viene”.[8] En el siglo XIX contribuyó mucho a la estigmatización de los protestantes la imagen de ellos difundida por los medios oficiales y oficiosos católicos. Se les tildaba de anti mexicanos, aliados a los intereses políticos y económicos norteamericanos. En septiembre de 1869, ante la clara evidencia de que se ha consolidado la Sociedad Evangélica encabezada por Sóstenes Juárez en la capital del país, el Semanario Católico advierte: “Es un hecho que los sectarios del caduco protestantismo han llegado a México, y se esfuerzan en apartar a los mexicanos de la doctrina, católica, apostólica, romana”.[9] Cuando en 1876 ya existían bien consolidados núcleos evangélicos en distintas partes de la nación mexicana, El Amigo de la Verdad, que se publicaba en Puebla, se lanza por igual contra liberales y protestantes: “Aquí la impiedad y la herejía son antipatrióticas. Atacar aquí al catolicismo es combatir el vínculo más fuerte y duradero que ata a los corazones de los mexicanos, es combatir a la Patria misma. Hacer aquí profesión de protestante, es declararse francamente traidor a Dios y a la Patria y llamarse liberal es llamarse amigo de los enemigos de nuestra nación”.[10] Los hábitos mentales decimonónicos tuvieron continuidad en el siglo XX, y en la primera década del XXI que te tocó vivir, en cuanto a la estigmatización de los protestantes. Tú escribiste en distintos lugares sobre tal fenómeno mental que servía como fundamento para justificar acciones intolerantes. El generalizado uso del término secta te molestaba, por sus connotaciones peyorativas y punta de lanza para deslegitimar las creencias y prácticas de los no católicos. Al respecto escribiste: En el fondo, a veces disfrazada, la vieja tesis: son “ilegítimas” las creencias no mayoritarias. Antropólogos, sociólogos y curas insisten con frecuencia, sin mayores explicaciones (tal vez por suponer que el asunto es tan obvio que no lo amerita), en el “delito” o la “traición” que cometen los indígenas que, por cualquier razón, desisten del catolicismo. “Dividen a las comunidades”, se dice, pero no se extrae la consecuencia lógica del cargo: para que las comunidades no se dividan, que se prohíba por ley la renuncia a la fe católica (a los ateos se les suplica que finjan). Este retorno a la intolerancia (este olvido de la libertad de cultos) se acompaña de registros ominosos del término secta, que evoca de inmediato clandestinidad, conjura, sitios macabros, sesiones nocturnas a la lívida luz de la luna, miradas cómplices de los enanos que se reconocen a simple vista.[11] La línea de continuidad analítica es muy clara entre lo que sostuviste en la cita anterior y el que nuestro común amigo Leopoldo Cervantez-Ortiz llama tu “testamento protestante”.[12] Ése testamento es tu escrito “De las variedades de la experiencia protestante”.[13] Allí te refieres a distintos momentos históricos en los que se han acuñado imágenes despectivas y descalificadoras de los protestantes. Por ejemplo: “Al protestantismo se le califica de enemigo de la cultura hispánica, de esa América ‘que aún reza a Jesucristo y aún habla en español’ […] A los protestantes, y casi por decreto, se les excluye de la ‘Identidad Nacional’, del respeto y la comprensión de sus semejantes, y se les hace pagar el abandono de las costumbres católicas con los costos altísimos de la segregación”. Como lo hizo tu admirado Ignacio Manuel Altamirano en el siglo XIX, al defender las libertades y los derechos de los protestantes al tiempo que denunciaba las persecuciones azuzadas contra ellos por clérigos católicos, de la misma forma te referiste al entresijo de los mecanismos persecutorios cuando escribiste lo siguiente: La maniobra de aniquilamiento se resume en un término: sectas. Las sectas –de acuerdo con el Episcopado y sus numerosos aliados– son la oscuridad en las tinieblas (así de reiterativo), de ritos casi demoniacos que apenas disfrazan la puerilidad, de los servicios religiosos que a los Verdaderos Creyentes les resultan indignantes y risibles, de la compra de la fe de los indecisos y los ignorantes. La noción de las sectas autoriza a los Creyentes Auténticos para hacer con los sectarios lo que su fe autoriza. Y el disgusto ante lo distinto legitima los ejercicios del odio. […] Los más pobres son los más vejados, y los pentecostales la pasan especialmente mal, por su condición de “aleluyas”, gritones del falso Señor, saltarines del extravío. […] tú eres nadie por ser protestante, un enemigo de Dios, un disparate de la religión. ¿Cómo se atreven a desertar de la Fe de Nuestros Mayores? Éste es el axioma: el desleal a sus orígenes religiosos, ya no pertenece a la nación y, también, como a los miembros de otras minorías, a los protestantes o evangélicos todavía hoy no se les reconoce su integración al país en lo cultural, lo político y lo social. […] Y la izquierda nacionalista explica sin cesar, y como si fuera adjunta del Episcopado católico, que el protestantismo es un invento yanqui, una táctica para despojarnos de nuestra identidad nacional, una trampa para incautos.[14] En buena parte los casos actuales de persecución contra protestantes mantienen continuidad con el molde mental del siglo XIX. Se les persigue porque son ajenos, extraños y peligrosos a una idea de lo que es, y debe ser, la cohesión social que no admite diversidad. Son monstruos a los que hay que combatir y exterminar. Por cierto que un periódico decimonónico que se publicaba en Orizaba tenía un nombre que revelaba toda una declaración de principios: El Martillo de los Cíclopes. Su objetivo fue desaparecer a los deformes. Ésta publicación se sumó al linchamiento simbólico de Manuel Aguas, quien renunció a la orden de los dominicos e hizo pública en misiva (16 de abril de 1871) a su ex superior que se sumaba al protestantismo. De inmediato pasó a ser líder en la Iglesia de Jesús, cuyos antecedentes datan de 1861. Conforme avanzaba en la investigación del tema tratado en esta misiva, y te compartía de esos avances en nuestros frecuentes desayunos a los que invariablemente asistía Carlos Mondragón, seguiste urgiéndome para que le diera cauce a la lista de persecuciones contra protestantes en el siglo XIX que había compilado, pero a la que no le había dado forma definitiva para ser publicada. Tras distintos contratiempos y vericuetos he completado la tarea, y este libro es una aproximación a un tema sobre el que se hace necesario ahondar, para sacar a la luz más episodios de una historia de intolerancia persecutoria. En una de las sesiones extraordinarias del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano, proyecto que comenzamos a animar Carlos Mondragón, Rubén Ruiz Guerra, Alfredo Echegollen, Julia Santibañez Castañón y el redactor de la carta, nos compartiste las que considerabas líneas de investigación a seguir. Una de ellas tendría que ser la violencia ejercida contra los protestantes: La historia del protestantismo es la historia del odio a lo diferente. La historia de las persecuciones, los asesinatos, los hostigamientos, las expulsiones. No se ha hecho una historia de lo que ha sido la campaña de la Iglesia católica y su alta jerarquía contra los protestantes, ésta es una historia increíble. El primero que lo advierte –lo hemos comentado en otros espacios– es Martín Luis Guzmán, un gran escritor, director de la revista Tiempo, que en 1951 puso en la portada una cabeza que dice: “Contra el Evangelio, la Iglesia católica practica el genocidio”. Genocidio en ese momento era un término muy novedoso, surgido de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, y creo que la primera vez que se aplicó en México se destinó a caracterizar la persecución de los disidentes religiosos, que vale la pena documentar porque es una historia múltiple que tiene que ver con el odio a lo diferente, pero también con una certidumbre: ese odio está bendecido por Dios, extirpa la cizaña, le devuelve a la vida mexicana la “pureza original”. Vale la pena explorar esta idea del asesinato como un acto de purificación.[15] Los capítulos que conforman el presente libro narran actos purificadores cometidos por quienes creyeron que al perpetrarlos estaban salvaguardando la estabilidad cultural, religiosa, espiritual, identitaria y política del país. Concluyo confesando que no he querido borrar tu dirección de correo electrónico ni tu número telefónico de mi directorio. En estos casi cuatro años que llevas de no estar aquí he comprobado la certeza de lo que escribiste ante las ausencias entrañables: “Los amigos muertos son el diálogo incesante y la melancolía de las conversaciones pendientes”.


[1] Hans-Jürgen Prien, Historia del cristianismo en América Latina, Ediciones Sígueme, 1985, p. 775.
[2] Carlos Monsiváis, Carlos Monsiváis, nuevos escritores mexicanos del siglo XX presentados por sí mismos, Empresas Editoriales, México, 1966 (3ª. ed. 1975), p. 15.
[3] Editorial Cajica, Puebla, 2008.
[4] “Tolerancia y persecución religiosa en México”, en Carlos Monsiváis y Carlos Martínez García, Protestantismo, diversidad y tolerancia, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México, 2002, p. 23.
[5] El Abogado Cristiano Ilustrado, 15/II/1888, p. 2.
[6] Citado por Alicia Villaneda, “Periodismo confesional: prensa católica y prensa protestante, 1870-1900”, en Álvaro Matute, Evelia Trejo y Brian Connaughton (coordinadores), Estado, Iglesia y Sociedad en México, siglo XIX, UNAM-Miguel Ángel Porrúa, 1995, p. 355.
[7] Ibíd.
[8] La Voz de México, 12/IX/1874, p. 2.
[9] “Romanistas y evangelistas”, Semanario Católico, 4/IX/1869, p. 1.
[10] Alicia Villaneda, op. cit., p. 335.
[11] Carlos Monsiváis, “Las demás iglesias: los mexicanos de tercera clase”, en Cuadernos de Nexos, México, octubre de 1989, p. XI.
[12] En el capítulo “‘El testamento protestante’ de Carlos Monsiváis”, en el libro Carlos Monsiváis: cuaderno de lectura, CUPSA, México, 2013, pp. 103-131.
[13] En el libro coordinado por Roberto Blancarte, Los grandes problemas de México, tomo XVI. Culturas e identidades, El Colegio de México, México, 2010,pp. 65-85.
[14] Ibíd., pp. 77 y 80.
[15] Carlos Monsiváis, “¿Por qué estudiar al protestantismo mexicano”, en Carlos Monsiváis y Carlos Martínez García, op. cit., p. 85-86.

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