Venga tu reino

Todo tiene su lugar en la Historia, de parte de Dios; de parte nuestra, todo es vanidad, vacío.

18 DE ENERO DE 2014 · 23:00

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Estas reflexiones sobre la obediencia a la fe las pongo en el contexto de la iglesia de Sevilla, con la comunión de los otros grupos que se daban en España en el siglo XVI.Pero como esa obediencia a la fe es común sin importar la época, se nos vienen episodios que la ilustran, con los que vivimos esa experiencia en comunión. No es un artificio forzado, pues, que apuntemos los sucesos de la época de Daniel, con los del XVI o el mismísimo presente en España. Se podrían colocar tantos otros. Al fin y al cabo estamos en la experiencia de nuestro apocalipsis; se nos desvela nuestra identidad. Dios declara lo que somos, él nos identifica; ésa es nuestra seguridad y victoria. Cuando testifica de su Hijo, con él estamos todos los suyos. En él nos conocemos, en él nos conoce Dios. Realmente nuestra existencia es una oración; oración que se describe en poco espacio. En ella rogamos “venga tu reino”, pero nuestro ruego es de esperanza, confiando en su reino, lo suyo, y eso lo hacemos con nuestra experiencia; y lo nuestro es solo vanidad, basura. Cuando somos glorificados, lo somos en la pertenencia a ese reino de gloria; nuestra experiencia entonces es de pertenencia, de haber recibido, de haber sido llamados, de haber pasado de muerte a vida. Y ese reino es del pasado, del presente y del futuro; y esa es la esfera de nuestra experiencia, de nuestra vivencia. Solo nos encontramos con nuestra confusión de rostro, nuestra vergüenza; eso no significa que nuestra confianza en Dios es equívoca, o que los frutos son de vergüenza: todo lo contrario; el que cree no será avergonzado ni confundido; la fe es la certeza de lo que se espera, convicción. En esa condición somos glorificados; participamos de la gloria del resucitado; con él estamos (ya) sentados a la diestra de Dios. Pero todo eso corresponde a él; lo nuestro, lo de sí propio de cada uno, no es más que confusión, basura, todo lo que tiene que ser castigado y repudiado por la justicia divina. Esa es la gracia manifestada, el misterio de la Redención, que Cristo se hizo ese repudio y basura de pecado por nosotros; el que no conoció pecado, el obediente hasta la muerte, es hecho uno con nosotros: rebelión. Le escupen los rebeldes, le azotan, lo expulsan de su terreno sagrado; pero él por nosotros, hecho uno con su pueblo, hecho pecado, está escupiendo a la santidad, es escupitajo contra la justicia, es muerte. Esa es nuestra vida, asegurada, eterna. Y nos encontramos con ese pueblo redimido; que vive en su experiencia de nulidad y rebelión, pero que vive la obediencia a la fe. (Realmente no se puede tener lo uno sin lo otro.) Y pedimos que venga el reino de nuestro Señor. Y viene. Como él quiere, cuando quiere. Viene en nuestra Sevilla del XVI, o en Valladolid. Llega en las cenizas y el humo de un auto de fe. En esas humaredas cada uno ve el reino por el que vive. Unos son convocados al triunfo de su rey, invitan a reyes; llegan, son agasajados; tarimas de gloria; gloria inquisitorial. Las finales cenizas son el testimonio de su triunfo, de que ha venido su reino. Nosotros vemos otro triunfo, otro reino que está allí. No me resisto a ponerles algo. “Vuestras barbas largas y enmarañadas, vuestras vestiduras inmundas y rotas de las inmundicias de las cárceles, las mordazas que os echan, las sogas y cordeles con que os atan, y los garrotes con que os aprietan, todas estas cosas las convierte Dios en lenguas, que con gran armonía cantan las alabanzas de Jesucristo y descubren que sólo Él es el Señor y Redentor, y que vosotros sois fieles testigos de su verdad y de su justicia. No escuchan ellos esta música del cielo tan acordada, porque los tiene sordos su impiedad; pero la oyen los que son santificados por Jesucristo, y los que lo han de ser, y son despertados por ella al deseo de ser compañeros y consortes de vuestras afrentas, para ser instrumentos de tanto bien y testigos de tan divina y hermosa justicia y santificación, cual es la que os ha dado el Señor que poseáis”. (Juan Pérez. Epístola Consolatoria [1560], Sevilla, 2007) Se nos ha puesto delante en varias ocasiones Daniel y su tiempo. Recibe su apocalipsis (luego lo hará Juan), donde se le desvela el progreso de la Historia sujeta a la presencia del Mesías (que ha de venir; en Juan, que ha venido, pero es igual). Llegan nuevos reinos y personajes a la Historia, pero ésta sigue guiada por otra mano, eterna, trascendente. Pide Daniel que “venga su reino”, y se le muestra en el Mesías. El reino está en él. Querían los judaicos un mesías para establecer “su” reino; quieren los nuevos del templo, los anticristianos, que venga otro, (otros, cada uno tiene el suyo) “su” mesías a establecer “su” reino. Ésa es la historia de la cristiandad; reinos establecidos por mesías a medida. Pero Daniel nos coloca en la verdad revelada. El Mesías es el todo, y todo está bajo su tutela, y todo es por medio de él y para él. Él es el Señor. Casiodoro de Reina vio esto y lo predicó en sus anotaciones a las tentaciones de Cristo (cap. 4 de Mateo. Están incluidas en el vol. VII de la colección Obras de los Reformadores Españoles del siglo XVI, que corresponde a la traducción del latín por Francisco Ruiz de Pablos del Comentario al Evangelio de Juan; también se tradujo por primera vez y se editó en ese vol. el prefacio a la Biblia del Oso. Sevilla, 2009). En aquel desierto está la Historia que Daniel tiene delante; y que luego tendrá Juan. Cristo solo; y con él todo su pueblo, todos igual, todos en la misma victoria. No hay nadie que tenga una victoria superior o inferior; solo hay la de Cristo, y es perfecta. Venció. Ha deshecho las obras del diablo. Ha sido tentado en todo y ha vencido. Todo tiene su lugar en la Historia, de parte de Dios; de parte nuestra, todo es vanidad, vacío.El reino se establece, está viniendo, cuando los judíos son vencidos y deportados a Babilonia. Está viniendo cuando los nuevos reyes promulgan (y financian) el decreto de regreso para reconstruir Jerusalén y el templo. Está viniendo cuando los del regreso regresan a donde nunca se fueron: la rebelión y sincretismo. Está viniendo con la reacción de los macabeos. Está viniendo con los fariseos y sus rebeliones, con el templo contra el Mesías. Está viniendo con la victoria de Cristo en el desierto; con su soledad en el huerto; con su cruz; con su resurrección; con su reinado soberano presente. Él es el Señor. Ese reino del triunfo de Cristo está viniendo en los autos de fe de Sevilla o Valladolid. En las persecuciones hugonotas; en los errores de los presbiterianos escoceses; en los asentamientos de Nueva Inglaterra; en la insensatez de tantos clérigos farisaicos; en iglesias que son “reinos”. Llega en la Historia, que podemos ver como humareda. Por ejemplo, ahora que recordamos el año 14, hace cien años; toda la soberbia e insensatez de gobernantes y “reyes” eclesiásticos. Absurdo. Muerte de millones. Se dijo que el mundo progresaría; los “progresistas” primeros fueron pastores de iglesias. ¿Qué se arregló, qué evangelio social se impuso? Luego la segunda gran guerra. También se progresaría. Y luego todo lo demás. Humareda. Cada uno pone el humo según su imagen, forma sus formas a su medida. Solo la fe ve en todo a Cristo y su reino. Lo que viene es el triunfo de Cristo. Viene porque ha venido. Todo es por él y para él. Eso se vive en parcelas variadas, ese es el camino de la fe, la obediencia de la fe.¿Qué nos depara el tiempo inmediato? A través de la humareda vemos la gloria de Cristo; la propia humareda es parte de su control. En cada país habrá una percepción, pero la fe obedece sin pararse en las fuerzas propias. Cada creyente tendrá una percepción de cómo es su tiempo, qué puertas están delante; ahí vivirá su obediencia, su responsabilidad. Al final está el triunfo del Redentor, el que nos lleva de triunfo en triunfo. “No hay medio ninguno para embotar los filos de la espada cruel de los tiranos, ni agua que más presto apague las llamas de fuego que encienden, que la fe y la confianza en el Señor. Por tanto, no pongamos los ojos en nuestra flaqueza y soledad, ni nos consideremos fuera de Jesucristo, porque como están muertos para él todos los enemigos que nos afligen y atormentan, así los tiene muertos para nosotros”. (Juan Pérez. Id.)

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