En Navidad hace 140 años (III)

Alejo Hernández, Marcelino Guerrero y Arcadio Morales fueron los otros tres predicadores en los cultos especiales de diciembre de 1873 en la Iglesia Metodista de Gante 140.

03 DE ENERO DE 2014 · 23:00

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Acadio Morales.

Cada uno de ellos fue pieza clave para la consolidación del cristianismo evangélico en la ciudad de México, y otras partes del país.Antes me he referido a los primeros tres predicadores que participaron en los cultos especiales por la apertura de la Iglesia metodista la Santísima Trinidad en diciembre de 1873. Hoy me ocupo de los últimos tres. El domingo 28 de diciembre, a las 19:30 hrs., desarrolló la exposición bíblica Alejo Hernández. Él nació en la ciudad de Aguascalientes, el 17 de julio de 1842. En su niñez le tocó la invasión norteamericana de 1847. Sus padres le encaminaron para que iniciara estudios con el fin de ordenarse al sacerdocio católico romano. Paulatinamente Alejo Hernández fue desencantándose del catolicismo y abandonó los estudios. Decidió enlistarse en las fuerzas liberales para luchar contra el Imperio de Maximiliano de Habsburgo (1864-1867). Fue apresado y durante su encarcelamiento estuvo leyendo el libro de Michael Hobart Seymour, Noches con los romanistas, donde se hacía una tajante defensa del protestantismo. La obra había sido traducida del inglés por la Sociedad Americana de Tratados y distribuída con cierta profusión en México. Tras salir de la cárcel, Alejo Hernández viajó hacia la frontera de la nación mexicana con Texas. En Brownsville entró en contacto con una Iglesia presbiteriana y comenzó a leer la Biblia. Convertido al protestantismo regresó a México para hacer obra evangélica y nuevamente viaja a Estados Unidos donde, esta vez, se relaciona en Corpus Christi con la Iglesia metodista y forma parte de clases de discipulado junto con otros mexicanos. Por invitación y con el apoyo de Guillermo Headen es que Alejo Hernández asistió a la Conferencia Anual del Oeste de Texas en 1871, reunión de iglesias metodistas en la que Hernández compartió su testimonio de conversión y deseo de trabajar con la población mexicana de uno y otro lado de la frontera. Por indicaciones del obispo Marvin fue ingresado provisionalmente en la mencionada Conferencia y ordenado diácono. Poco más tarde es nombrado pastor asociado con el reverendo J. W. Fucker, en Laredo Texas. En la Conferencia Anual del Oeste de Texas de 1872 “recibió nombramiento como asociado del Rvdo. Alejandro Sutherland, quien después tiene íntima relación con la evangelización de México en el norte del país”. Su función fue ministrar entre la feligresía de habla española. En la Conferencia de 1872 conoció al obispo John C. Keener, quien meses después viajaría a la ciudad de México para iniciar actividades de la Iglesia metodista episcopal del Sur en la urbe. A partir del 29 de junio de 1873, Alejo Hernández se hizo cargo de la Capilla de San Andrés, que meses antes había sido adquirida por el obispo Keener. En la primera entrega de esta serie mencioné que tal Capilla estaba situada en la esquina de la calle de Estampa de San Andrés y el callejón del 57. Hoy en ésta esquina confluyen Xicoténcatl, Donceles y cerrada del 57. En un nuevo viaje a México, en 1874, el obispo Keener ordenó el 9 de febrero presbítero a Alejo Hernández. Solamente seis meses de su ordenación presbiterial Alejo Hernández tuvo un ataque de parálisis. Fue trasladado a los Estados Unidos. Podía hablar pero sus movimientos corporales eran muy limitados. Murió el 27 de septiembre de 1875, a los treinta y tres años. Fue sepultado en Corpus Christi. El médico Marcelino Guerrero fue el predicador en el culto dominical del 4 de enero de 1874. Fue él quien invitó a los misioneros William Butler y Thomas Carter, de la Iglesia metodista episcopal, para que visitaran al grupo que dirigía en Pachuca. El 11 de abril de 1873, Butler y Carter estuvieron en Pachuca para establecer acuerdos de cooperación con el núcleo de Marcelino Guerrero y con la pequeña congregación de inmigrantes ingleses. El grupo de inmigrantes ingleses “practicaba un protestantismo de trasplante, es decir que su práctica religiosa no rebasaba las paredes de sus casas o de sus centros de reunión. Los oficios religiosos eran en inglés y no es probable que asistieran mexicanos”. Por su parte el núcleo de Marcelino Guerrero “lo formaban en su mayoría personas que manifestaban su disidencia religiosa a través de la lectura de la Biblia y de posturas anticlericales”. Guerrero “dirigía estas reuniones y denominaba al grupo con el nombre genérico de protestante, [él] fue uno de los impulsores de la creación del Instituto Científico y Literario del estado, y tenía cierta influencia en los círculos educativos locales. Hacia 1871 editaba un periódico de corte liberal y oposicionista llamado La Libertad, impreso por Vicente García Torres”. Ambos grupos, el de inmigrantes ingleses dirigido por el ingeniero en minas Richard Rule, y el de Marcelino Guerrero se unirían para conformar el primer núcleo metodista en Hidalgo. No cabe duda que la existencia de células evangélicas antes de la llegada de Butler y Carter fue un factor importante para que “el estado de Hidalgo [fuera] el que respondió más rápido y con más fuerza a los esfuerzos misioneros” metodistas norteamericanos. Finalmente, a las 19:30 hrs., del 4 de enero de 1874 se efectuó el último culto con motivo de la apertura del Claustro Mayor de San Francisco a servicios evangélicos. Esa noche el predicador fue Arcadio Morales. De todos los predicadores que hicieron exposiciones bíblicas en los cultos inaugurales de los que he dado cuenta en esta serie, es de Arcadio Morales de quien más datos tenemos. Nació en la ciudad de México el 12 de enero de 1850. Es hijo de Benito Morales y Felipa Escalona. Ella viene al mundo en 1832, “en una finca de campo, perteneciente a San Juan Estayopa, entonces comprendido en el extenso estado de México”. Felipa es enviada por sus padres a trabajar en los curatos, “y quizás por el conocimiento que tuvo del despotismo, avaricia y relajación de costumbres de los sacerdotes, se había apartado de la Iglesia Romana”. Hasta los nueve años de edad, recuerda Morales, su vida transcurre con relativas comodidades. Hacia 1858 y 1859 su madre trabaja en Zacualtipán (población entonces perteneciente al estado de México y después al de Hidalgo), en casa de “un licenciado en donde se leía la Biblia todas las noches […] cuando volvía a nuestro lado nos hablaba con calor de un libro, que sin ser de los sacerdotes, enseñaba cosas muy buenas en verdad”. Sus condiciones cambian y debe comenzar a trabajar para contribuir al sostén familiar. Lo emplea un dulcero, al respecto cuenta: “este señor me enseñó a hacer dulces y después venderlos, llevándome consigo a pie, sin zapatos, muchas veces hambriento, en calzoncillos y mangas de camisa, relacionándome en esta triste situación con la gente de la más baja clase de la ciudad de México y sus alrededores”. A los trece años de edad, a causa de contraer tifo y recuperarse difícilmente de la enfermedad, su madre decide que debe cambiar de oficio y lo relaciona con quien le toma como aprendiz en el oficio de hilador de oro. Su mentor es Francisco Aguilar, “más tarde ministro de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur”. En el taller había algunos libros, y entre ellos una Biblia, que Arcadio comienza a leer por curiosidad. Sobre esa lectura menciona que “No entendía lo que leía y más bien se pudiera decir que era una inocente diversión para mí; me recreaba leyendo de la Creación, de las plagas de Egipto, de las guerras de Israel y algo del Nuevo Testamento. Lo que siempre me impresionaba era lo de la idolatría, pero con todo yo seguía siendo un ferviente católico: me confesaba, hacía penitencias, peregrinaciones a la Villa de Guadalupe porque no había quien me enseñara, pues aunque mi madre era completamente opuesta al romanismo, nada sabía de la salvación de Cristo y, además, casi ni sabía leer. Doña Felipa Escalona recibe una invitación para asistir a un bautismo en la Iglesia evangélica de San José el Real número 21, donde por lo menos desde 1864 se reunía el grupo dirigido por Manuel Aguilar Bermúdez, el agente de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, John William Butler, y Sóstenes Juárez. No puede asistir a causa de un trabajo doméstico que debía concluir, en su lugar decide que vaya su hijo. El siguiente es el testimonio de Arcadio Morales sobre su experiencia del 26 de enero de 1869: “El templo quedaba en el fondo de unos callejones tortuosos, oscuros, en el tercer piso de la casa mencionada […] me acompañaban el señor Luis Ortega, amigo mío y el señor Julián Rodríguez, que en paz goce, y que era el que se había empeñado en llevarme a su culto. Por fin llegamos a la capilla, y cual no sería mi sorpresa al encontrarme en una sala casi hermosa, limpia y bien alumbrada, como que era nada menos que la biblioteca de los padres filipinos, pues todo aquel edificio había pertenecido al convento de los jesuitas de la Profesa, que por virtud de las Leyes de Reforma había sido secularizado. Allí se hallaban reunidos como unos veinte individuos pertenecientes a la clase humilde del pueblo; campesinos y obreros todos; no había ni una sola señora ni un niño; pero, los hombres que se hallaban allí era muy devotos y reverentes. El señor Sóstenes Juárez, profesor, era el pastor de aquel rebaño, y en aquella noche tenía como ayudante al señor Coronel Lauro González, quien leía la fórmula bautismal. Cuando el señor González leyó el capítulo tercero del Evangelio de San Mateo, me pareció al momento reconocer a un antiguo amigo mío, un viejo conocido que, al oírlo me llenaba de placer. Al concluir el culto fuimos presentados al pastor y su ayudante, quienes nos invitaron a volver. Al salir de la capilla pregunté al señor Rodríguez: “Este es el culto protestante. Sí, señor, me contestó. ¿Nada más? Nada más leer las Escrituras sagradas, hacer oración y explicar sencillamente el Evangelio. Entonces, dije para mí, yo he sido protestante hace mucho tiempo. ¡Qué equivocado estaba!” Inmediatamente después de ese primer contacto con los protestantes, Arcadio Morales dedica los días posteriores a evaluar el significado de cambiar sus creencias religiosas y menciona que tiene conflictos al respecto. Decide “comparar las dos biblias, la católica y la protestante”, leyendo pasajes ya conocidos por él. El resultado del ejercicio le hace tomar una decisión: “Por fin cuando concluí este estudio yo era feliz; mi oración humilde había sido contestada, y, sin saber cómo, yo había abrazado el protestantismo, sin otro auxilio que el de Dios. Una nueva luz brilló en la senda de mi vida […]” En compañía de su madre, al martes siguiente, 2 de febrero, Arcadio asiste nuevamente a la congregación y al concluir el servicio Sóstenes Juárez abre tiempo para quien quiera dirigir algunas palabras a los presentes. Arcadio Morales se pone en pie y da su primer discurso como evangélico. Los detalles que describe Arcadio Morales acerca de la congregación de San José el Real núm. 21 nos ayudan para darnos una idea de cómo funcionaba la misma. Sabemos que las reuniones eran en un salón interior de la Profesa, “no tenía más ajuar que una tribuna en forma de pozuelo al frente y una cuantas sillas de morillo”. Las reuniones tenían lugar los domingos a las 11 de la mañana, con 70 asistentes, y los martes a las 7 de la noche, con entre 16 y 22 congregantes. Sóstenes Juárez “aparecía en el púlpito con su traje civil, y dirigía el culto con una liturgia especial que había formado tomando la idea, según decía él, de otra en francés que un ministro protestante que había venido con la Intervención francesa, le había proporcionado”. Lo usual era que Juárez leyera “sus sermones, y generalmente tomaba sus asuntos del Nuevo Testamento”. Ya con más elementos por su conocimiento de las distintas denominaciones protestantes, y militancia en una de ellas (la presbiteriana), tres décadas después de su arribo a San José el Real, Arcadio Morales describiría que ahí se realizaba un culto “que algo se parecía al episcopal porque tenía una liturgia escrita; al metodista porque permitía que todos tomaran la palabra en la lectura; oraciones y exhortaciones en el culto de los martes, y al presbiteriano porque no reconocía a los obispos”. Sin embargo no era igual a ninguno de los anteriores “porque aunque él [Sóstenes Juárez] bautizaba y celebraba la Santa Cena del Señor, no se consideraba sino como presidente de una Sociedad”. El joven Morales inicia pronto el camino que le llevaría a ser un elemento muy importante para el trabajo pionero y consolidación de las iglesias protestantes, en especial presbiterianas, de la ciudad de México y otras entidades del país. Del tiempo en que se incorpora a los núcleos evangélicos existentes en la capital nacional tenemos el testimonio de Pascual Vilchis Espinosa, integrante de la pequeña congregación dirigida por Gabriel Ponce de León [convertido en el grupo de San José el Real]: “Desde que [Arcadio Morales] asistió a los cultos cautivó con su entusiasmo; animó a dar mayor movimiento al trabajo de la propagación del Evangelio”; para lo cual “propuso su casa situada en la calle de la Garrapata, distante una cuadra hacia el occidente de la plazuela de San Pablo”. Agrega que “era una casa de vecindad con muchos vecinos; los cultos celebrábanse los domingos a las tres de la tarde en el último cuarto del lado derecho”.

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