Luz para la política

Especial gusto tengo en referirme al sermón 1º de Constantino Ponce donde aparecen “los malos consejeros”, con voz clara de aviso sobre corrupciones religiosas y políticas de su tiempo

04 DE OCTUBRE DE 2013 · 22:00

,
Seguimos con nuestro Constantino de la Fuente; y seguimos con las explicaciones del profesor José Luis Villacañas en el libro ya citado, del que de nuevo haré uso extenso. Se trata de encontrarnos con Constantino en sus sermones sobre el Salmo 1. Son extraordinarios, se publican por primera vez en 1546; luego la Inquisición perseguirá a su persona y sus obras, pero es ya relevante que en aquella Sevilla se predicasen estas cosas, y se publicasen. Especial gusto tengo en referirme al sermón 1º, donde aparecen “los malos consejeros”, porque ahí encontramos a un Constantino que, a su manera, da la voz clara de aviso sobre las corrupciones religiosas y políticas de su tiempo. De su tiempo y del nuestro; su explicación de la Biblia, por ser de la Biblia, es actual. El sermón 3º, por ejemplo, es todo un caudal de teología práctica, de ética cívica cristiana, de ética protestante. El “varón bienaventurado” está afirmado en sus raíces por la gracia de Dios. Varón, en su explicación del texto bíblico, que siempre se debe explicar, nunca cambiar; así lo hace nuestro autor, para indicar que en ese término se incluye al hombre y la mujer. Este varón ha sido plantado por Dios, es un elegido de Dios, todo le ayuda a bien; las circunstancias que en otras raíces serían de podredumbre y muerte, en las suyas se tornan nutrientes. Cito al profesor Villacañas en su presentación de este sentimiento de la elección divina. “Constantino ha dicho que la certeza de la elección está más allá de todo resultado concreto. Somos portadores de un valor que sea cual sea la noticia del futuro será una nueva ‘que alegra al mercader y diese albricias al mensajero’. El beneficio de Cristo es de esta naturaleza y por eso, respecto al mundo, todo ha de ser confianza en su misericordia. Esta palabra nos asalta una y otra vez para proponernos una confianza que está a prueba de certezas porque ningún derecho se tiene a reclamar nada. Todo será por añadidura, y nada se ha de pedir en este sentido… ‘En paz, dice nuestro profeta, dormiré’. La certitudo salutis [seguridad de salvación] no necesita prueba. No puede ser racionalizada. Nos sabemos elegidos, eso es todo. Ahí reside la ‘verdadera seguridad de la bienaventuranza’, la ‘cierta seguridad’, en el doble sentido de la expresión, que además afecta a la doble dimensión de los bienes: los de la tierra y los del Cielo. Mas si alguien insiste en pruebas adicionales, si quiere controlar el juicio de Dios, entonces está falto de confianza y nada podrá suplir su debilidad”. [Este modo de pensar, como se expone atinadamente, corresponde a un calvinismo presectario; el sectario vino después, y es el que suele andar suelto por ahí. Nuestra Reforma fue calvinista, pero no sectaria. Si quieren, hablamos de esto en otra ocasión.] Ese árbol plantado junto a las aguas, que vive su fe en la soledad, tiene su fe viva presta a la comunidad, y desde esa condición ve y observa, y habla. Sigo citando. “No es un azar que Constantino Ponce de la Fuente, al inicio y al fin de su exposición, haya hablado de política y haya mostrado las consecuencias inevitables de este su cristianismo. Y en ambos casos se ha referido de forma expresa a los dos elementos básicos del gobierno en España: el Consejo y el emperador. Es curioso que el salmo que interpreta le haya permitido hablar del consejo de los malos y de la diferencia entre el justo y el malvado. Entonces vemos hasta qué punto se ha dejado llevar por una voluntad de denuncia poderosa e imparable”. Esa denuncia se encuentra en primer lugar con el propio emperador, y con los juristas que apoyaban sus pretensiones, que no eran otras que dominar el mundo. Sigo. “No de otro que del emperador está hablando nuestro predicador cuando exclama: ‘¿Por qué amontonas tanto? ¿Por ventura es tu estómago mayor que los otros? ¿Para qué, a rienda suelta, sin temor de las leyes de Dios ni de los hombres lo quieres abarcar todo?’. Esa pretensión de poderío universal es lo que denuncia aquí y nadie sino Carlos lo representaba en grado sumo y en su sentido más literal. Si está hablando sobre alguien que aspira a ‘tener mando sobre todo lo que hay en la tierra’, ¿a quién deberemos tener en mente, si no al césar? Podemos recordar ahora los argumentos de Menéndez Pidal sobre el carácter hispano del pensamiento del imperio, sobre su atenencia a lo legítimo y heredado, sobre su carácter moderado y pacífico. No parece esto a Ponce de la Fuente, español donde los haya, que reconoce que ese afán por hacerse con nuevos territorios, ahora con Portugal y con Inglaterra, luego con lo que sea, ‘porque dado que fuese suyo, todavía querría más, según los resabios tiene’, no puede recibir sino el nombre de ambición, uno de los rasgos de la tiranía. Desde luego, como Erasmo Ponce puede decir que todo esto es locura. Pero esa locura pasa desapercibida e ignorada porque se mide también con las locuras ajenas. Sin embargo, en el Juicio Final no serán encubiertas”. Les pongo algo más. “No debe confundir al poderoso que los humildes, los simples, los pacientes, están indefensos. ‘Señor tiene todo esto’, avisa Constantino… Cuando hablan de los poderosos, los dos hombres que colaboraron con la monarquía de Carlos [Pérez de Chinchón] se dejan llevar de su furia. [Que no nos falte, que no nos falte esta furia hoy; aquella “pasión feroz” de la reina Juana de Navarra, es lo mismo; que no nos falte] ‘No se levantarán en el juicio los malos’, dice el salmo que se predica en el sermón quinto, y sobre este verso Constantino ha dicho cosas que debían resonar en la mente de Carlos cuando estaba en Yuste. Ya vimos que la maldad se descubre por la variabilidad de carácter, por la manía y la depresión, por la imaginación de ser tan poderoso como Dios y tan glorioso como Él unas veces, y ser el más mezquino de los hombres cuando el entusiasmo no nos hace vibrar con nuestro propio poder. Ahora, esa inestabilidad y esa maldad se simbolizan en el sencillo hecho de que el malo no puede permanecer ni tener firmeza en el juicio… El juicio de Dios es visto por Constantino, a la manera profética, como una tempestad que arrasa todo lo que no está bien plantado. La ‘vacilante conciencia’ del pecado se refleja en el cuerpo vacilante resucitado, que no puede sostenerse ante el juicio de Dios. La gloria de su poder no le servirá de nada. ‘El Señor vendrá a entrar en juicio con los príncipes de su pueblo para castigarlos como merecían’. Esto es lo que sabemos ocurrió con Babilonia, con Nínive, ‘y otros grandes imperios del mundo’, con los castigos de ‘tantos tiranos’”. Lo último. “Sin duda hay una fuerza mesiánica oculta en la confrontación que padece el mundo. Esa fuerza es sencilla, pasa desapercibida, viene protegida por el ocultamiento y la humildad, y tiene que ver con el contento de sí [bienaventurado], ese misterio humano, supremo sobre todos los demás, por cuanto es tanto más fácil cuanto menos bienes se tiene. Constantino, en su casa desnuda, llena de todos los libros de su siglo, o recorriendo todos los caminos de Europa, la identifica y por eso afirma que ‘están llenos los rincones del mundo de estos favorecidos de Dios’, mientras los descontentos de sí mismos caminan con los signos de sus torpezas, ‘carcomidos y afrentados de la fealdad y la bajeza de sus torpedades’, burlados y enloquecidos. Esta realidad no se ve con los ojos, desde luego. Es el panorama que se descubre cuando se mira el mundo con ‘lumbre de fe’”. La semana próxima, d. v., seguimos. Queda mucho por ver de los “malos consejeros”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Reforma2 - Luz para la política