Cristo y el colibrí (Montes de Oca)

La poesía mexicana del siglo XVII usó con frecuencia la comparación del colibrí con la figura de Cristo, porque es un ave graciosa que se mantiene en el aire, que asciende y que significa la pureza y se acerca al perfume.

06 DE SEPTIEMBRE DE 2013 · 22:00

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SE AGRIETA EL LABIO, NACE LA PALABRA Mientras hay quienes se afanan por encontrar vestigios de la época de Jesús, el poeta Montes de Oca considera que “el santo sepulcro lo llevamos dentro”, repotenciando esa conocida expresión de Pablo, contenida en Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…”. El autor mexicano (1932-2009), hombre de amplio desapego a los bienes materiales, decía: “dame Dios mío/ el reino de la piedra vacía,/ el cántaro sobre la mesa…”. En vida publicó más de treinta poemarios, recogidos finalmente en un solo volumen tituladoDelante de la luz cantan los pájaros (poesía 1953-2000), editado el año 2000 por el FCE (Fondo de Cultura Económica). Algunos libros suyos son:Ruina de la infame Babilonia(1953);Contrapunto de la fe(1955);Pliego de testimonios(1956);Delante de la luz cantan los pájaros(1959); Cantos al sol que no se alcanza(1961);Fundación del Entusiasmo (1963);La parcela en el Edén(1964);Vendimia del juglar(1966); Las fuentes legendarias(1966);Pedir el fuego(1968);Se llama como quieras(1974);Lugares donde el espacio cicatriza(1974);Las constelaciones secretas(1976)… Para quienes no conocen su fértil abundancia ni el alto voltaje de su palabra poética, conviene degustar estos breves fragmentosde un autor que considera que, por lo general, “el poeta habla del tiempo anterior a la memoria con mayor fluidezque cuando habla del presente”: Dime que no ha muerto la inocencia, que siempre se gana, que no se pierde, que nunca se pierde la inocencia. (…) Se agrieta el labio nace la palabra Surge un otoño de hojas verdes y perpetuas Aquí es allá el norte ya no existe Vamos en viaje todos… VÍA RÁPIDA 19 La oración es el oro molido del silencio Dios estoy dolido Tu sollozo amotina mis harapos Tus ángeles escribanos Estrujan los papeles sin sentido Tu brisa vuelve pájaro a un palenque de granito Tu mano pinta las nubes con un ciprés Tu llave maestra abre la boca plagada de jilgueros Hay en Ti más cera de la que arde Tus ojos dicen mucho más de lo que dicen Tus sirenas rasgan su vaina de púrpura hojarasca Y tu amor las enseña a caminar en poco tiempo. CRISTO, EL TOPO Y EL COLIBRÍ Cierto: hay poemas de los cuales solo se puede conjeturar el significado final, pues su arquitectura metafórica torna difícil aprehender lo que busca dejar como mensaje. Eso sucede con el Apocalipsis de Juan, con esas revelaciones que se entroncan con lo supra real. Lo mismo sucedería con libro “Contrapunto de la fe”, un único poema-río escrito por Marco Antonio Montes de Oca en 1955. Este poema-libro gustó mucho a Octavio Paz, quien se percató de buena parte de su mensaje. Por ello el libro está dedicado al Premio Nobel. Sobre ese contrapunto o dicotomía del ser humano, Montes de Oca aclara: “Durante el éxtasis estamos en la gloria del ser, en la mayor capacidad de expresarnos. Tendemos a ser metafísicos y abrazar de todas las formas posibles la idea del éxtasis, la parte contraria del ir y venir de las metáforas. Entre la existencia como daño y la existencia como éxtasis se hace un contrapunto, y todo lo que perseguimos como bien de la vida está basado en Cristo, simbolizado por el colibrí”. Y como tenemos el testimonio completo del autor, mejor no hacer conjeturas, limitándonos a reproducir lo que él confesara a Javier Galindo Ulloa, en una entrevista realizada en el año 2000, y también reproducida tras su muerte. Dice Montes de Oca: “En este poema hay dos metáforas base que parten sobre todo de la idea de Cristo. La poesía mexicana del siglo XVII usó con frecuencia la comparación del colibrí con la figura de Cristo, porque es un ave graciosa que se mantiene en el aire, que asciende y que significa la pureza y se acerca al perfume. Esta relación de Cristo y el colibrí funda un tema que surge varias veces en un poema de treinta páginas, que tiene como contrapunto al topo, al ser humano que vive debajo del suelo; un ser humano bien dotado de vida, pero que nunca ve la luz, vive en la oscuridad. Todo está en este cotejo de que, cuando el hombre tiene fe, posee la capacidad de elevarse y obtener así el sentimiento de la gloria de ser o la vivencia de la divinidad; entonces se eleva y hace de su vida un homenaje, una ofrenda muy cálida: Esta búsqueda fue inicialmente explorada desde las primeras líneas de Ruina…: ‘Todo se ahoga de pena/ y hasta las mismas escafandras/ se amoratan bajo el mar.’ La vida, sin embargo, es de total asfixia”. Cristo es el colibrí; el topo es el hombre(curiosamente, en un poema escrito años después, titulado “Esconderse de Dios”, retoma la figura del topo que excava un largo túnel para esconderse de Dios, pero es misión imposible, concluye), y aquí en les dejo con fragmentos del rotundo contrapunteo metafórico de un poeta cuya obra tiene anclajes en lo sagrado. CONTRAPUNTO DE LA FE (…) Al hombre pertenecen estas orillas no sujetas a la muerte a ellas debe asomarse provisto de caracoles sin comienzo porque eterno es lo que debe cantar, así en los ríos como en el árbol altísimo de azules nidos; pues escuchando y cantando el hombre renueva su palabra. Y si el contrato del ojo y la creación es arrojado al cesto del abismo; si la paciencia no tritura el pan del polen y no lo espolvorea sobre la hora aún no fecundada; si la raída tempestad que deviene en brisa no envuelve con su aliento a la ciudad soñada, desaparece para siempre el oasis d e donde escapa la belleza por piedad al peregrino deslumbrado. Aún siento el tranquilo desorden de tus alas, colibrí. Cuando así lo quieres el aerolito se descarna y se reviste de estupor y llanto; el alma sale por los flancos esponjados de su niebla para blindarse con la túnica de tu voz y volverse inmemorial de sólo contemplar su propio nacimiento. Desde tu trono de inocencia, entre caudas que un cometa prolífico enreda en cada pino, apuntala el alba, colibrí, presencia sin espalda, estrella emplumada que nos miras tiritar en nuestras chozas de aire y quemas el olvidado ombligo enterrado bajo lívidos jardines que ya se mudaron a tu aéreo domicilio. Lánzanos tu cardillo y no creas en nuestra fe; pues si sabemos que tu sombra basta para desti­tuirnos, no lo sabemos todo el tiempo; ni el tiempo mismo, atareado en ser nosotros, lo sabe siquiera todo el tiempo. (...) Dios romperá el reloj y nosotros la esperanza. Se apagarán diademas cuya pulpa dorada irradia hasta desfallecer; se apagará este mundo siempre dispuesto a flotar, a creerse ola, paja en los dedos más nerviosos, páramo que rinde vasallaje a la luz cuyo paracaídas es la mitad de un fruto completado por el vértigo. Oh Dios que eclipsas a todo ser como a una pareja que es tu aliada mas no tu confidente verdadero: permite a la llanura ser escalada y que las estatuas asomen la nariz por encima de la inundación y sus rojos tropeles. Haz que lo vivo y lo muerto con torpes arañazos se defiendan; pues el caos acopla ya la boquilla y la trompeta apocalíptica y el arcángel que ha de soplar ya infla los carrillos y desertan las estaciones… (…) Colibrí, astilla que vuelas hacia atrás y te detienes y en picada avanzas contra el pecho milenario del perfume: En tus manos encomiendo las generaciones todavía plegadas a mi carne, las llamaradas de nieve en el diamante y la coraza de súplicas que protege a la ruina contra el definitivo polvo. En tus manos y alas encomiendo al siempre silencioso, al poeta que rasga sus vestiduras hasta el hueso y acoge a sus espectros y les trasmite nueva niebla soplando una canción entre sus labios secos. En tus manos encomiendo al niño marinero que crece cuando le falta piel para tatuarse el perfil de cuanto sueña; pues no le duele al revés del párpado su propia carne viva, ni el hombre al hombre, ni la sal a las heridas del mar. En cambio los niños sufren lacerantes vértigos cuando a punto de nacer, —completamente vendados por un vientre— sólo contemplan la luna cuando su madre bosteza. Por lo menos un niño sufre, pasa las de Caín y las de Abel cuando en la fiesta en que el adulto se complace, deshila o masca un pezón de trapo, en el sofá que doran por igual sus bucles y el siglo XVII. Mas yo voy a halarte de tus lágrimas, niño de huesos y encajes, flama, lumbre abovedada que no decreces cuando más te brilla la cabeza. Y a ti, niño sin zapatos ni pan, te alzaré por el lóbulo de la oreja, —asa por donde otros toman tu pequeña malicia— para extraerte de tu overol, ese caracol azul pegado en las esquinas donde tu hambre se enrosca junto a la pupila de los ricos. Voy a librarte de los espejismos que cortan. Sabe que hay para ti inéditos lugares, países envueltos en celofán y luces nacidas en el arco iris que empapelan de mariposas la carne al descubierto; hay altos pinos que ahorran caminatas a la lluvia, juncos alzándose en llanuras de espuma donde uno parte golpeándose en un cuadril y monta escobas de rubios belfos que van a buscar cebada al horizonte. Entretanto, olvidaré fastuosos convoyes que riegan zafiros mientras avanzan; olvidaré funámbulas imágenes que atraviesan el aro incendiado de una mirada; pero tú, colibrí, nunca olvides a los niños. (…) Los sencillos héroes hicieron añicos sus escafandras de corcho y los escarceos en la superficie; con sus manos blindaron al mundo y gracias a su desolada insistencia se aclimataron en la tierra especies casi extintas de rocío. Ellos fueron naipes sobre castillos izados a pulso, diques de agua frente al infierno encrespado. Guardaron el silencio más difícil con un topo vivo emboscado en el pecho, mas no parecían llevar más allá del fin al delfín de sus hazañas; desfalcados por su abundancia de virtud, semejaban un vellón sin esperanza de cordero. (…) Cristo entre las olas, el colibrí en la comba de sí mismo, para siempre se asentaron entre volanderas plomadas que la gravedad perdona, entre bailarinas prendidas con suelas de lapa a la cumbre momentánea del albatros, instante blanco, reflejo de agua que como tú desapacece, colibrí. Te ausentas y un segundo después, ya somos espejos de negra espalda lodosa que un sol amante de las sucesiones talla y reseca hasta mudarnos en vidrios comunes. Pero si tú lo soportas todo, como si todo fuera tu madero, el cohete hollará el espacio virgen al interrumpir el ayuno de altura que ha guardado desde su nacimiento y devendrá cóndor irreprimible, libertad asentada más allá de Orion. Entretanto, oh sereno previsor que no llevaste al Gólgota una sola gota de agua, no abandones las piedras a su fondo, no abandones mis huesos a su fondo cuando por fin los hombres orienten al lucero. (...) ¿Tiemblas marino? ¿Acaso la íntima galaxia es demasiado para tus párpados? ¿Sueñas en tu orfandad, que un padre viene y sacude sobre tu mano hambrienta el tronco de las constelaciones? Solo y sin soledad, a veces muerto de suicidio natural, o muerto de nover la suya o asesinado por las preguntas que se enroscan en su desamparo, el corazón pule su rostro a cada traspié y lo ensucia nuevamente. Así ha de ser, a eso estamos condenados, hasta que en las postrimerías de la temporada de la muerte manos prometidas acaricien nuestras sienes y rediman, despierten, salven la jornada en que fuimos precipitados. El solo golpe de un guante perfumado estremecerá de nuevo zonas agotadas. Después de un desmayo, después de una pequeña huelga de la vida, el corazón será ofrecido y aceptado en el umbral de su nuevo país. Cuando el sueño suena, agua lleva.

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