Los jóvenes y la misión

No es una actividad o programa de la iglesia, por el contrario: está en la naturaleza de Dios.

09 DE AGOSTO DE 2013 · 22:00

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Juventud y Misión - Serie: Juventud Divino Tesoro from Yvan Pinto on Vimeo. Después de 5 artículos, quizás ya se note por donde va el hilo conductor de toda serie Juventud Divino Tesoro. He comenzado retando la categoría juventud en sí misma, y que quizás podría ser beneficioso enfocarnos en una definición de juventud basada en el aspecto biológico, que nos permita considerar a personas con desarrollo físico/hormonal/afectivo/emocional como adultos. Luego comencé una primera etapa de la serie analizando espacios socioculturales en donde se encuentra imbricada la juventud: la sociedad, la escuela, la familia y la iglesia. Y ahora me encuentro en una segunda etapa de la serie, desarrollando 4 aspectos que en mi humilde opinión deberíamos revisar para ayudar a desarrollar integralmente a jóvenes. En los últimos dos artículos, he hablado de espiritualidad, de discipulado/acompañamiento, y en esta entrega, quiero dedicarla a hablar de Misión. Comenzar a hablar de misión, desde mi perspectiva, es comenzar a hablar de Dios mismo, el Dios que se hizo humano y decidió cuando era el tiempo exacto para revelar Su misterio guardado en los tiempos, y así llevar a cabo un plan de restauración plena, de todo el orden creado. Y es que desde el inicio de los tiempos, vemos que este Dios no necesariamente ejecuta una misión a lo que se ha separado o roto, sino que misión es parte sustancial de lo que es. La misión es ontológicamente inherente a Dios, está imbricada en su naturaleza misma. ¿Por qué digo eso? Porque todo esfuerzo misional en cualquier ámbito, solo tendrá sentido si nace desde este Dios y fluye hacia su cuerpo mismo representado en la asamblea eclesial. Creo que en nuestras estructuras la oferta espiritual actual ha condicionando la propuesta misiológica que hacemos a los jóvenes cristianos. Y tal como lo ha estado desarrollando Rubén Gómez en sus artículos Iglesia XXI, nuestro concepto de pecado determina nuestro concepto de salvación, y a la vez, nuestro concepto de salvación determina nuestro concepto de espiritualidad, y a su vez, el concepto de espiritualidad determina nuestro concepto de misión. Cuando comprendemos que nuestra espiritualidad como seguidores de Jesús tiene que ver todos los ámbitos de nuestra vida, quizás también comprendamos que la misión tiene que ver con una concepción mucho más amplia de lo que entendemos hoy en día. Y es que hablar de misión en la gran mayoría de las estructuras eclesiales actuales, es hablar de solo dos aspectos, a saber, la proclamación y la justicia social. No quiero que me leas de forma binaria, en donde existen dos categoría excluyentes entre sí, es decir, si digo 1, no puede haber 0, y si digo 0, no habrá 1. Por ello, cuando digo que el énfasis es en estas dos, es que en realidad hay más, pero lamentablemente esta son las que resaltan en cualquier debate misional, con sus respectivos promotores y detractores. Por un lado hay quienes se enfocan solo en el aspecto de la justicia social, haciendo hincapié en los versículos que les confirman la necesidad de velar por el necesitado y carente. Y por el otro, quienes se enfocan solo en la proclamación, también con su batería de respaldo bíblico donde se da cuenta que la actividad de verbalización del evangelio es primordial y todo lo demás secundario. Hoy en día, puedo ver como el primer grupo ha ido creciendo en detrimento del segundo, con la respectiva pregunta acerca de si ese es en realidad nuestro llamado como comunidades de redención. Sin embargo, al segundo grupo se le hace la pregunta de si solo es el aspecto cognitivo de la verbalización la única manera para que las personas puedan acceder a la Verdad (entendiendo la Verdad como una persona relacional y no como un concepto intelectual). Este artículo no pretende inclinar la balanza de un lado o de otro, por el contrario, intento buscar o proponer patrones que nos permitan funcionar en el primer o en el segundo grupo. Lamentablemente, nuestros jóvenes, e incluso nosotros, adultos, no poseemos una concepción misional de nuestras vidas cotidianas. Para ello, desde nuestras iglesias oficiales, se pretende crear programas y proyectos, bajo la buena intención de sus promotores, para que los miembros puedan experimentar la vida en misión. Me viene a la mente proyectos en los que he participado en el pasado, con nombres como “viaje misionero”, “experiencia misionera” o “viaje corto de misiones” (short term missions). No quiero restar la importancia de estas experiencias que por lo general implican viajar fuera de tu pueblo o ciudad, para la gente que las vive, y que han supuesto un punto de inflexión en la vida de muchos. Pero lo que estoy intentado resaltar, es el hecho de que cuando necesitamos crear algo para que la gente viva “la misión”, restamos, o en algunos casos anulamos, la importancia de vivir la vida misma en modo misional, en cualquier contexto donde nos haya tocado vivir. Para muchos, el punto dentro de la narrativa bíblica, donde comienza la misión de Dios, se encuentra en el libro de Génesis, capítulo 3. Desde este punto de vista, Génesis 1 y 2 no son parte de la misión. Quiero decir, para estos, la misión nace cuando “caen” Adán y Eva, y Dios inicia un programa de rescate de lo “caído”, yo mismo he enseñado esto en muchos campamentos y conferencias, pero me hago esta pregunta hoy: ¿podríamos contemplar la misión de Dios antes de Génesis 3? O mejor dicho, ¿Existe un Dios misión en Génesis 1 y 2? Un Dios misión cuyo planteamiento misional es en realidad un planteamiento relacional, un Dios cuyo mandato de misión es relacionarse con lo “caído” y a través de esa relación “rescatar” lo perdido? Un Dios que cuando está creando el universo mismo está ejercitando su propia naturaleza misional, un Dios que crea a su imagen y semejanza con la intención de relacionarse de forma directa con su creación. En la comunidad cristiana a la que pertenezco, creemos que vivimos en un mundo roto y que estamos llamados a ser colaboradores de Dios en la restauración del mismo. No me malinterpretes, no quiero decir que la obra es nuestra, tan solo que Dios se sirve de su cuerpo, compuesto por individuos redimidos para ser sus manos, sus pies, sus oídos y su boca, y no pienses nada más en una boca que habla, que sí que lo hacemos, pero piensa también en una boca que besa la mejilla de aquellos que han recibido solo rechazo en sus vidas. Esas rupturas que experimentaron la primera pareja de humanos, son básicamente las rupturas que experimentamos tu y yo hoy día. Por ponerlo en palabras de Francis Schaeffer, los humanos tenemos 4 grandes problemas: uno teológico, estamos rotos en nuestra relación con Dios, uno psicológico, estamos rotos en nuestra relación con nosotros mismos; uno sociológico, estamos rotos en nuestras relaciones interpersonales; y uno ecológico, estamos rotos en nuestra relación con la creación. Ruben Gómez lo explica muy bien en su artículo “Revisando el Concepto de Misión”. Te invito a leerlo. Como ves, me estoy liando, y aún no he hecho mi propuesta, para trasmitir un concepto misional a nuestros jóvenes que sea más consonante con la narrativa de un Dios que es misión, y no solo que sale de su comodidad para hacer misión. Creo que los puntos que brevemente desarrollaré a continuación, podrían ser fundamentales para que nuestra juventud cristiana adquiera una identidad misional, y no necesariamente una concepción de la misión como una actividad. MISSIO DEI Missio Dei es un término y concepto que hablan de un Dios que es misión, en contraposición a uno que hace misión. Este término, introducido por teólogos en el siglo pasado, nos informa de un Dios que ejecuta su misión al orden creado por ser su propia naturaleza. Missio Dei nos habla que misión no es una actividad o programa de la iglesia, por el contrario está en la naturaleza de Dios, y éste invita a la iglesia a ser partícipes de esa misión. En ningún momento la misión nace del ser humano, o de la asamblea de redimidos, sino que Dios mismo llama a esos redimidos a vivir en clave misional. ¿Por qué puede ser beneficioso para nuestros jóvenes entender este concepto? Por lo escrito anteriormente, para dejar de ver la misión como una actividad y pasar a comprenderla como parte de la naturaleza de Dios que a su vez se convierte en naturaleza del joven creyente. Dios no solo está interesado en que unos pocos se conviertan en misioneros, sino que todos vivamos en clave misional. IMAGO DEI Cuando nos acercamos a nuestro contexto social y relacional en clave misional, es imprescindible obtener una visión de las personas que nos ayude a no solo verlas como piltrafas caídas y dignas de muerte, sino que que podamos ver en ellas el valor y la dignidad por el simple hecho de ser criatura de Dios. Hemos sido hechos a su imagen y semejanza, y aún cuando muchos no posean una relación con el Dios de la vida, podemos esperar ver en ellos un destello de la divinidad, por el simple hecho de compartir la imagen y semejanza del Dios mismo, y al mismo tiempo, puedo tener la expectativa que el Dios misión, el de la Missio Dei, esté obrando en personas de mi entorno. El beneficio para nuestros jóvenes, y nosotros mismos, puede verse en que la puesta en contacto con mi entorno no está basada en la arrogancia de sentirme superior, porque tengo a Dios de mi lado, por el contrario, reconocer la imagen de Dios en otros, y ver su valor y dignidad inherente, nos ayudaría a reconocer que Dios ha estado y está trabajando en ellos, llevándole por su único y sagrado viaje espiritual de encuentro con Él. PARTICIPATIO DEI El estar capacitados para vivir una vida en clave misional, solo se da cuando estamos siendo partícipes de la vida que emana de la fuente. No se puede ejercitar en categorías Bio, sino en categorías Zoé, si sabes a lo que me refiero. Y el participar en ella, solo se da en el contexto de pasar y aceptar la experiencia de la obra redentora de Jesús en la cruz. Sin ésta experiencia, puede que estemos haciendo que nuestros jóvenes solo obtengan experiencias en categorías Bio, de vida biológica, y que puedan llegar a pensar que se puede vivir la vida misional con unas simples reglas o listado de cosas que hay que hacer para “ser” misional. Por el contrario, la Participatio Dei, es la imbricación de Dios en nuestras vidas y de ésta en Dios, solo y únicamente a través de la apropiación de la experiencia total de la cruz. Una cruz y resurrección donde el Dios trascendente se convierte en inmanente, donde el Dios objetivo, se hace subjetivo, donde el Dios que vaga en misión, toma residencia en mí. Por ello, todo esfuerzo que hagamos para que nuestros jóvenes participen de esta vida Zoé, no serán en vano. Recordemos que nada podemos hacer separados de Él. Por concluir, creo que el reto actual para motivar a nuestros jóvenes a vivir en clave misional, es poder ofrecer espacios donde la misión no sea un programa más o una actividad que realizar, sino un modo de vida basado en la experiencia renovadora de la obra de Jesús y la apropiación de la misma. Estoy convencido que nuestro jóvenes no dejan la iglesia porque no deseen saber nada de Jesús, por el contrario, creo que muchos lo hacen por la convicción de que en muchas estructuras eclesiales no encontrarán la espiritualidad que les ayude a vivir cada día rendidos a Jesús, de no contar con personas que les acompañen y no les juzguen en sus particulares viajes espirituales, ayudándoles a formar el carácter de Jesús en ellos, y porque no obtienen un visión de cómo vivir la vida misional basada en la participación de la vida Zoé a través de la labor del Consolador en ellos. Por ello, creo que es inminente que nos pongamos a revisar en humildad, el cómo lo hacemos, antes de juzgarles y culpabilizarles por nuestra falta de atino en lo que a espiritualidad, discipulado y misión se refiere. Que el Dios de la sabiduría plena nos ayude y nos guíe para recuperar a esta generación.

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