Si tuviera ojos azules, todo sería distinto

La novela presenta las consecuencias de una espiral de odio que se transmite de generación en generación.

04 DE AGOSTO DE 2013 · 22:00

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¿Por qué una niña iba a querer cambiar sus ojos marrones por unos azules? Toni Morrison, quien plantea esta pregunta, fue la primera escritora afroamericana en recibir el Nobel de Literatura (en 1993), y su primera novela, Ojos Azules (The Bluest Eye), se publicó en 1970. La historia transcurre en 1941 en el lugar donde nació la autora: Lorain, Ohio. Morrison quiso escribir sobre las consecuencias trágicas del sufrimiento de una niña afroamericana que acepta el rechazo racista como algo legítimo y evidente. Se trata de la historia de Pecola, una víctima sin voz propia, que se derrumba de forma invisible y silenciosa. En el texto hay varias voces narrativas: una de ellas pertenece a Claudia, que conoció a Pecola en su infancia y cuenta la historia combinando su perspectiva como niña y como adulta. El secreto del que nos hace partícipes Claudia es una historia terrible sobre cosas que preferiríamos no saber. Las palabras iniciales de Claudia presentan la conexión entre dos sucesos que para el mundo pueden ser insignificantes, pero que para ella fueron terribles: En el otoño de 1941 no crecieron caléndulas, y ella pensó que era porque Pecola iba a tener el bebé de su padre. Las semillas que simbolizaban la inocente esperanza de las niñas no dieron fruto, y el bebé murió. Estos son los hechos de los que parte la novela, que presenta las consecuencias de una espiral de odio que se transmite de generación en generación y termina en incesto y muerte. El caso ficticio de Pecola es único, no se trata de una situación representativa, como explica la autora en su prefacio a la novela. Pero Morrison construye el argumento de manera que se pueda descubrir cómo la vulnerabilidad y el maltrato que sufre Pecola tienen sus orígenes en las heridas que arrastran sus padres así como en los prejuicios de la sociedad que la rodea. Al principio de cada capítulo aparecen fragmentos de uno de los cuentos de Dick y Jane, que servían para que los niños aprendieran a leer en esa época. Pero la autora hace referencia a esas alegres historias de una familia blanca ideal para establecer un fuerte contraste con la historia de Pecola. Del mismo modo, aparece la imagen de la actriz Shirley Temple como una niña que a todos les parece adorable precisamente por sus rasgos físicos. Cuando a Claudia le regalan una muñeca blanca y rubia, a la niña sólo le apetece destrozarla para descubrir dónde se esconde esa belleza que ella no ve por ningún lado. Así, tanto niños como adultos, revistas y escaparates intentan imponer su concepto de la belleza sobre niñas como Claudia. La razón por la que Pecola le pide a Dios todos los días por ojos azules no es tan sólo para que la gente piense que ella es bonita en vez de fea, sino porque está convencida de que al tener ojos azules verá la realidad de un modo distinto. Cree que sus padres dejarán de pelearse al apreciar su belleza y que todo les irá mejor si cambia el color de sus ojos. Morrison denuncia el daño que puede hacer el ideal de la belleza física, porque se alimenta de la envidia, crece con la inseguridad y termina en la desilusión. La familia de Claudia acoge a Pecola en su casa cuando ésta se queda en la calle y le muestran cariño sin caer en el sentimentalismo. Así nos encontramos con el discurso airado de la madre, que se queja de que Pecola se haya bebido casi dos litros de leche. La madre afirma que la Biblia dice que hay que dar de comer al hambriento, pero es que ella no tiene por qué ocuparse de elefantes que quieran beber tanta leche. Esta es una escena que sirve de ejemplo de cómo en esta tragedia también hay lugar para el sentido del humor, presente en episodios que podrían ser traumáticos, pero debido a la perspectiva de las niñas se vuelven cómicos. El amor en esta familia se expresa por medio del blues: cuando Claudia está enferma, su hermana le canta canciones de amor que son tan terapéuticas como el jarabe que se tiene que tomar. Y la madre de Claudia puede quejarse en monólogos que duran horas, pero tarde o temprano acaba cantando. Y lo hace de una forma que fascina a su hija, porque las canciones tratan de tiempos difíciles y de alguien que le abandona, pero suenan tan dulces que la niña anhela vivir penas, pobreza y abandono. Esas canciones le hacen creer que el dolor no solo se puede soportar, sino que incluso puede ser dulce al expresarlo así. Pero el dolor también es terriblemente amargo. Claudia reconoce que no le mostraron suficiente cariño a Pecola: nadie la ayudó realmente. No duda que el padre de Pecola la amara, pero las consecuencias de su acto fueron fatales. “El amor no es nunca mejor que el amante”, como dice la sabia narradora al final. Por eso continúa diciendo: la gente malvada ama con maldad, las personas violentas aman con violencia, las débiles aman con debilidad, etc. Estando a merced de nuestros actos de amor imperfecto sufriremos daño con toda certeza, y ni siquiera el amor del ser humano más amable y generoso puede salvar a otro de su tragedia personal. La historia no está contada para que el lector desarrolle cómodamente cierta compasión por la protagonista, sino que agita al lector para que investigue. Por eso la novela está dividida en cuatro partes (marcadas por las estaciones del año) que han de ser reconstruidas para averiguar las razones que hay detrás de la tragedia. El quebrantamiento presente en el contenido también se refleja en la forma, lo cual se ve de forma especial en el diálogo que tiene Pecola consigo misma. Pero ese es el único pasaje en el que se rompe el silencio de la víctima. En realidad su voz es un vacío, sus pensamientos son un misterio. Al mismo tiempo, la narración presenta los diálogos y la acción de forma que el lector no puede distanciarse de los personajes, sino que se ve obligado a meterse en la piel de éstos. Morrison nos obliga a ver las miserias de personajes como Soaphead Church, el adivino y curandero al que acude Pecola pidiéndole ojos azules. Él entiende por qué ella los quiere, y siente rabia porque sabe que no puede dárselos. Por eso la engaña, y sabe que tan sólo ella verá esos ojos azules. A continuación, este hombre destrozado por la falta de amor le escribe una carta a Dios en la que le acusa de no hacer bien su trabajo, de no atender a las necesidades de la gente. Soaphead Church justifica sus actos echándole la culpa a Dios: le dice que como Él no ha respondido a la oración de la niña, él mismo ha tenido que jugar a ser Dios. Y la respuesta de este dios falso es una mentira que la niña abraza en su locura. El sueño de Pecola se cumple, y resulta horrible. Por eso, podemos agradecer que el Dios verdadero no nos conceda todo lo que le pedimos. En este caso, está claro que Pecola no sabe lo que realmente necesita: esos ojos azules no cambiarían su realidad. El dolor se intensifica al final de la novela porque nadie aparte de Claudia y de su hermana siente verdadera compasión por Pecola, y sólo ellas desean que el bebé nazca. Las niñas no creen que sea suficiente pedirle a Dios por el bebé de Pecola, porque ya le han pedido cosas antes y Él no se las dio, así que a modo de un ritual mágico las niñas deciden sacrificar sus posesiones más valiosas: entierran el dinero con el que pensaban comprarse una bici y siembran unas semillas de caléndulas… Pero las semillas no florecen y el bebé se muere. La narradora cree que la tierra de ese lugar y esa época era inflexible para cierto tipo de semillas. Esa tierra inquebrantable simboliza la situación social que hizo creer a Pecola que tan sólo había esperanza para ella si tenía ojos azules. Las palabras finales de la novela no ofrecen ningún atisbo de esperanza: es demasiado tarde para Pecola y ningún ser humano puede reparar el daño que ha sufrido. Tendremos que buscar a alguien que nos ame con un amor Supremo, y una tierra que sí permita que las semillas den fruto para encontrar esperanza. Este artículo forma parte de la revista P+D Verano/05,descárgala aquí (PDF).También en ISSUU:

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Dinamita de verano - Si tuviera ojos azules, todo sería distinto