“Como si yo lo hubiera creado todo”

La admiración por la construcción de la torre que llama la atención en toda la tierra e intenta alcanzar el cielo expresa la fe utópica en las supuestas posibilidades ilimitadas del hombre.

14 DE JULIO DE 2013 · 22:00

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	E. Zamiatin, autor de <em>Nosotros.</em></p>
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E. Zamiatin, autor de Nosotros.

“¿No es humorístico demostrar que el ser humano ignora lo que quiere?”, propone Fernando Moreno en su introducción a la novela Nosotros, escrita en 1920 por Evgueni Zamiátin (28). Vale, es cierto que esta historia nos hace sonreír por su humor sutil, pero también resulta trágica. La ironía es un amargo remedio para el problema del ser humano. Zamiátin afirmaba que hay dos maneras de conquistar la tragedia de la vida: Por medio de la religión o por la ironía. Él escogió esta última, porque no creía ni en Dios ni en el hombre. Además, Zamiátin explicó que su obra es una “utopía paródica” que lleva al absurdo una posible solución a la problemática relación entre el individuo y el estado. Para buscar una respuesta a la pregunta inicial, veamos primero por qué D-503, el protagonista, ignora lo que quiere. En realidad, al principio D no es consciente de que le falte nada: es completamente feliz, de hecho. ¿Para qué va a desear algo más que la razón que rige la vida de los habitantes del Estado Único con tan buenos resultados? El protagonista está a gusto, y descubrimos la razón de su orgullo de manera visual: En lo alto del hangar donde dirige la construcción de la Integral, contempla satisfecho la perfección de la ciudad que le rodea, donde todos marchan a un mismo ritmo, uniformados, en línea recta. El constructor de la nave espacial se ve a sí mismo como si fuera una torre enorme. Zamiátin parodia las referencias a la torre de Babel como una imagen positiva de la utopía revolucionaria (estas metáforas eran comunes en las obras producidas por el Proletkul’t, la institución oficial del arte soviético). La admiración por la construcción de la torre que llama la atención en toda la tierra e intenta alcanzar el cielo expresa la fe utópica en las supuestas posibilidades ilimitadas del hombre. Zamiátin muestra lo exagerado y ridículo de tal pensamiento, que llega al extremo de que el hombre cree ser mejor que Dios, un nuevo creador: “Es como si yo, precisamente yo y no generaciones enteras, hubiera vencido al viejo Dios y la vieja vida. Como si yo lo hubiera creado todo. Me sentía una torre.” Es justo en ese momento cuando se acerca la enigmática I-330, y le baja los humos a D, diciéndole: “Lo contempla todo tan embelesado como el dios mitológico en el séptimo día de la creación. Parece estar seguro de que ha sido usted, y no otro, quien me ha creado. Me halaga” (105-106). La característica que describe a la seductora I-330 es la “X” que se forma en las líneas de su rostro. Esta intrigante imagen refleja su función en el argumento: Ella es la incógnita, la chispa de misterio y el signo de interrogación… El protagonista ha de buscarla para descifrar todo lo que empieza a notar que ocurre a su alrededor y en su interior. Más tarde, al leer sus propias anotaciones, D reconoce que usó argucias contra sí mismo. Confiesa que se había mentido a sí mismo para no ver lo irracional, el monstruo extraño que invade su cuerpo. Esa criatura metafórica, con garras peludas–que remiten al hombre antiguo, salvaje- representa el conocimiento que tanto asusta a D. Por otra parte, varias de las escenas más importantes de Nosotros remiten al tema tratado por Dostoievski en la historia del Gran Inquisidor. El relato del diálogo entre Jesús y el Gran Inquisidor se encuentra en la novela Los Hermanos Karamazov, que es en su totalidad una crítica a la utopía moderna. El diálogo presenta la idea de que los hombres han preferido renunciar a su libertad a cambio de la felicidad y de la seguridad, pero el precio que pagan es que viven engañados por sus autoridades religiosas, privados de la posibilidad de ser liberados por la verdad de Jesús. Zamiátin profundiza en estas cuestiones, y le da una vuelta de tuerca al planteamiento por medio de la ironía. Por ejemplo, R-13 (que trabaja como poeta oficial del Estado) compone un poema sobre el Paraíso. Supuestamente es una alabanza al Estado Único, pero está descrito de un modo tan ambiguo que aunque a D le parezca maravilloso, al lector le choca el tono orgulloso con el que se defiende la esclavitud de los números. El poeta alude a la historia del Jardín del Edén en los primeros capítulos del Génesis y explica cómo su poema para la Integral “es la antigua leyenda del Paraíso… pero adaptada a nuestra realidad” (156). El discurso se basa en el presupuesto de que, como Adán y Eva, al desobedecer a Dios escogieron la libertad, y desde entonces, la humanidad sufre y añora la servidumbre que vivía en el Edén. Y sólo los ciudadanos del Estado Único -gobernados por el Benefactor y las “Tablas de la Ley”- supieron recuperar esa felicidad perdida: 'El antiguo Dios y nosotros comemos en la misma mesa. ¡Sí! Con nuestra ayuda, Dios derrotó finalmente al Diablo, el embaucador que tentó a los hombres con la perniciosa libertad. ¡Él, esa víbora! Nosotros hemos aplastado su cabeza, ¡paf! Y listo: volvemos al Paraíso. De nuevo somos pobres de espíritu, inocentes, como Adán y Eva. No hay confusión sobre el bien y el mal. Todo es simple, paradisíaco, cosa de niños. El Benefactor, la Máquina, el Cubo, la Campana de Gas, los Protectores… Todo es solemne y puro, majestuoso, noble, elevado, cristalino y transparente. Porque protege nuestro estado de no libertad, es decir, nuestra felicidad. Los antiguos habían comenzado a juzgar, convenir y devanarse los sesos: es ético…, no es ético….' (156) Así pues, los números no sólo dicen estar a la altura de Dios, sino que también toman el lugar de Cristo, al derrotar al diablo y abrir el camino al Paraíso. Incluso efectúan una supuesta santificación de los números, que además están tan unidos como la Iglesia, al parecer. Todo esto constituye el fin que justifica el medio: Ya no se preguntan si el control, la tortura y la vigilancia son éticos o no, porque lo único que vale es su felicidad. Tanto el Inquisidor como el Benefactor juegan un papel de autoridad que no les corresponde, y se toman la libertad de engañar a sus súbditos, que aceptan la esclavitud a cambio de la felicidad. Aún así, el protagonista está inquieto: Después de escuchar el tema del poema, D contempla el cielo cubierto de niebla, confundido por todo aquello que no comprende, y clama “Ojalá supiese qué hay más arriba, en lo alto. ¡Ojalá supiese quién soy yo!” (158). Al identificar a su protagonista con Adán, Zamiátin facilita que el lector reflexione sobre el problema del ser humano en general. En el oscuro diálogo que más claramente alude al de Dostoievski, el Benefactor se dirige al protagonista, que calla ante un discurso provocador y escalofriante. Primero, el Benefactor defiende su condición de verdugo comparándose con el Dios que fue “el autor de la tragedia” de la cruz y que deja arder a gente en el Infierno. Y sin embargo, este ha sido alabado como el Dios del amor. Según el Benefactor, esto sólo se comprende lógicamente si el amor verdadero se manifiesta por medio de la crueldad. Así es como justifica el terrible proyecto del Estado Único: 'Yo le pregunto, ¿a qué le reza la gente? ¿Con qué se atormenta? ¿Con qué sueña desde la cuna? Con alguien que le explique de una vez por todas en qué consiste la felicidad y luego los encadene a ella. ¿Acaso nosotros no cumplimos ese sueño? (...) Allí sólo están los siervos del Señor, ángeles dichosos a quienes se les ha extirpado la fantasía (por este motivo lo son).' (294) El protagonista ya no parece dar crédito a estas ideas, y se ríe cuando alza la mirada y ve al hombre corriente que en realidad es el Benefactor, que ya no parece esa figura divina (aquí Zamiátin también aprovechó para parodiar las descripciones que se hacían de Lenin). Pero cuando D está frente al instrumento de tortura, y se debate entre lo que es su deber y su deseo, sentimos compasión por él, porque nadie escucha sus gritos, pidiendo que le salven. Es justo entonces cuando expresa su deseo de tener una madre que le escuche y le quiera, porque en ese caso, daría igual que fuera crucificado o que tuviera que crucificar a alguien. Tan sólo con ese amor se podría soportar o aliviar tal sacrificio. Pero la novela no ofrece una respuesta a ese anhelo del protagonista… Zamiátin, Evgueni. Nosotros. Madrid: Cátedra, 2011. Este artículo forma parte del Número 2 de la Revista Protestante Digital Verano. Puedesdescargarla aquí (PDF)o bien leerla a continuación:

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