Leer y escuchar

John Stott acostumbraba referir que si el Señor nos dio una boca y dos oídos tal vez fue con la intención de que escucháramos el doble de lo que hablábamos.

14 DE JUNIO DE 2013 · 22:00

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Leer libros es una forma de escuchar. Mientras nuestros ojos recorren los renglones, decodifican palabras, desglosan el pensamiento de un autor o autora vertido en letras que forman frases y párrafos; en el cerebro un complejo mecanismo desmenuza lo que entra por el sentido de la vista. Una parte toral del Antiguo Testamento convoca al pueblo de Dios a escuchar. En Deuteronomio 6:4 leemos la expresión “Shema Israel” (escucha Israel). A partir de ahí el Señor llama al ejercicio continuo de escuchar y recordar lo escuchado, ponerlo en práctica y transmitirlo a las siguientes generaciones. De igual forma Jesús hizo advertencias sobre escuchar con atención. La conclusión del Sermón del Monte (Mateo 7:24-29) combina el oír cuidadosamente para hacer lo registrado por nuestros oídos. También Jesús con cierta ironía refirió la necedad de quienes teniendo intacta la capacidad física de oír simplemente se hicieron voluntariamente sordos al mensaje y la acción salvífica de Dios (Lucas 16:19-31). John Stott acostumbraba referir que si el Señor nos dio una boca y dos oídos tal vez fue con la intención de que escucháramos el doble de lo que hablábamos. También subrayaba que el cristiano debía escuchar por partida doble: a la Palabra y al mundo, con el fin de crear puentes entre aquella y éste. Una herramienta para escuchar la Revelación y tomarle el pulso al palpitar de nuestro contexto histórico/cultural es leer distintas traducciones de la Biblia, y libros de autores cristianos y no cristianos. En las semanas pasadas he tenido tiempo para leer libros con pausa y en un ambiente muy grato. Pronto me reincorporaré al agitado ritmo de vida que se lleva en la ciudad de México. En tanto que esto acontece dispuse de una última jornada para leer apaciblemente. El soneto de Francisco de Quevedo me acompañó como un recordatorio del significado que tiene el sencillo acto de leer cuando se hace para continuar con el aprendizaje de la vida. Por las imágenes es obvio que no estoy en un desierto, pero sí apartado y, a veces, observando a un conejo retozón que decidió hacerme compañía. En palabras de Quevedo: Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan, o fecundan mis asuntos; y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos. Las grandes almas que la muerte ausenta, de injurias de los años vengadora, libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta. En fuga irrevocable huye la hora; pero aquélla el mejor cálculo cuenta, que en la lección y estudios nos mejora.

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