‘Madre migrante’ o el respeto como paradigma (1)

Su nombre era Florence Owens Thompson. Y esta, su triste historia.

02 DE JUNIO DE 2013 · 22:00

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Un sexto sentido debería estar implícito en el conjunto de los cinco sentidos del periodista que dejó identificados Ryszard Kapuscinski: “estar, ver, oír, compartir y pensar”. No se trata de un recurso para ‘enmendar la plana’ al celebrado maestro de periodistas polaco desaparecido. No es ocurrencia alguna, sino el mismísimo corolario que encierra el ‘ADN’ de la deontología profesional del periodista: respetar. El respeto como sexto sentido del comunicador implícito en todos y cada uno de los cinco sentidos del periodista. Lo dicho: el resumen de todos ellos. El paradigma. Respetar en primer lugar la naturaleza de la propia profesión, el oficio de contar cosas, ya sea con la pluma, el teclado, la voz o la cámara. La mejor manera de desmarcarse del seudoperiodismo o periodismo basura es hacer periodismo de calidad. Respetar al medio para el que se trabaja. La credibilidad de las informaciones que publiquemos dependerá no solo de la veracidad de las mismas, sino también del aval que da el prestigio del medio o medios en que sean publicadas. Respetar a los lectores. Elemental. El comunicador se debe a quienes leen, escuchan, o visionan su trabajo. El lector, escuchante u observador de lo que contamos debe recibir toda la información sobre lo que le es ofrecido: si información u opinión, si un testimonio directo o un comentario de parte, si una foto espontánea o escenificada. Todo vale, pero cuando se trata de una foto originaria de un contexto diferente del que trate la información, hay que decirlo en elpie de foto, además de datar correctamente la imagen. Por supuesto que es lícito publicar fotomontajes, a condición de que el pie de foto informe de que se trata de un fotomontaje y se haga constar el correspondiente crédito de las fuentes de las imágenes y la firma del autor o autores. Por último… lo primero. Al periodista ético -todo periodista debería serlo, con lo que sobraría el adjetivo calificativo- hay que exigirle “sí o sí” que respete en todo momento sus fuentes, las personas sobre cuyo testimonio o declaraciones arma su trabajo construyendo informaciones. En el caso de los fotógrafos, el respeto a las personas que fotografían es asunto absolutamente innegociable. No en vano, si bien se mira, en las fotos posadas de personas puede decirse, por más tabú que sea, que una fotografía “es cosa de dos”. LA MUJER TENÍA NOMBRE: FLORENCE OWENS THOMSON Y aquí entramos en materia con la celebérrima foto de la Madre migrante de Dorothea Lange, el icono de la Gran Depresión de Estados Unidos, la imagen que resume en sí misma la novela de John Steinbeck Las uvas de la ira. Dorothea Lange vio en una tienda al descubierto en un campo en Nipomo, California, a la mujer que aparece en la archifamosa foto con una niña de pecho en brazos y otras dos de espaldas a la cámara con las cabezas reposadas en sus hombros. La fotógrafa estaba haciendo un encargo fotográfico de la Administración de Seguridad Agraria del Gobierno Estados Unidos sobre los efectos de la depresión en la población. Vio la escena y pasó de largo, pero al cabo de un rato dio la vuelta y se acercó a la tienda. Detuvo su coche, sacó su cámara de placas y le hizo seis fotos. La sesión duró diez minutos. La mujer no hizo ninguna pregunta a la fotógrafa; toda una lección magistral de educación ciudadana. No puede decirse lo mismo de la fotógrafa que, por no preguntar, no solo no le preguntó su historia, sino ni tan siquiera su nombre. Su nombre era Florence Owens Thompson. Y esta, su triste historia: En medio de la Gran Depresión, la mayor crisis económica del siglo XX, en febrero de 1936, después de cosechar remolacha en Valle Imperial, California, Florence, su marido, Jim Hill, y sus siete hijos viajaban por la autopista 101 hacia Watsonville con la esperanza de encontrar más trabajo. En el camino, se rompió la cadena de distribución del automóvil y se detuvieron en un campo en Nipomo. Mientras que el marido y los dos hijos mayores llevaron el radiador a la ciudad para su reparación, Florence y los demás niños establecieron un campamento provisional para esperar su regreso. La fotógrafa contaría más tarde así el trasfondo de la foto: “Vi a la famélica y desesperada madre y me acerqué como atraída por un imán. No recuerdo cómo le expliqué mi presencia o la de mi cámara, pero recuerdo que ella no me hizo preguntas. No le pedí su nombre o su historia. Ella me dijo su edad, que tenía 32 años. Me dijo que habían vivido de hortalizas heladas de los alrededores y pájaros que los niños cazaban. Acababan de vender las llantas de su coche para comprar alimentos. Ahí estaba sentada reposando en la tienda con sus niñas abrazados a ella y parecía saber que mi fotografía podría ayudarla y entonces me ayudó. Había una cierta equidad en aquello.” De la primera escena hizo una segunda toma excluyendo a la hija adolescente posando sentada en una hamaca. Cierto que la presencia de la chica en la foto da una idea de la temprana edad en la que la madre comenzó a tener hijos, pero también es verdad que a los ojos de la sociedad estadounidense, la chica sería lo suficientemente mayor como para valerse por sí misma. En la foto faltan, además de los dos chicos mayores que habían ido al taller a la ciudad con su padre, otros dos hijos de la pareja, por lo que se centró en incluir en la foto a solo tres de los siete hijos del matrimonio. Esto benefició el impacto de la foto, porque Estados Unidos habría visto mal que una mujer en la pobreza trajera al mundo tantos niños. La tercera imagen es un primer plano de la madre con el bebé de pecho en brazos. Lange quería retratar una imagen de crianza como la de una Virgen con el Niño de la pintura. María fue todo un símbolo de la renovación y la regeneración durante la Gran Depresión. Pero el primer plano quedaba falto de impacto; la expresión de la madre se perdía mirando hacia abajo, que Lange interpretó como que sentía vergüenza. Lange colocó a una de las niñas al lado de la madre para ayudarle a superar la inhibición. Paso a paso, va construyendo la foto. La bebé estaba ya dormida, lo que elimina una reacción negativa del espectador de ver pecho desnudo de la madre lactante. Florence, si bien con la mirada perdida, empieza a transmitir una imagen de dignidad y entereza dentro de la miseria. Pero la composición todavía no está bien. En la cuarta foto, la niña sigue con la cabeza en el hombro de la madre, pero más activa, mirando al bebé, mientras la madre muestra un perfil menos perdido, con un punto de determinación esperanzada. Lange vuelve del encuadre vertical a uno horizontal en la quinta imagen. Ha dejado fuera del encuadre la pila de ropa sucia, algo que también podríaverse desfavorablemente en Estados Unidos. La fotógrafa quiere mostrar en la composición la dignidad, no la suciedad y el desorden. Pidió a la niña que pusiese la mano sobre la mano de su madre, para sugerir así la imagen de unión familiar, cosa respetada por las familias urbanas. Con ello pretendía contrarrestar la idea de que las familias rurales no eran amorosas o afectivas. Sin embargo, Lange no estaba satisfecha. La pose de la madre seguía siendo demasiado rígida sosteniendo entre sus brazos al bebé durmiendo. Hizo venir a una segunda hija para sumarse al grupo. Pidió a las dos niñas que reposasen sus cabecitas sobre los hombros de su madre, pero vueltas de espaldas, para que no distrajesen la atención de la expresión de la madre, que era el punctum, el centro focal de la foto. Pidió a la madre que mirase de frente a un punto ligeramente a su derecha y llevase la mano a la cara... …cosa que Florence Owens Thompson, una mujer india cherokee a la que la sociedad ‘bien’ (blanca) estadounidense imaginaría ruda y falta de modales, hace con una delicada, bellísima elegancia. La mano no sujeta ni acaricia su cara, simplemente la enmarca, como reconociéndose a sí misma en su entereza como anónima, digna y valerosa Madre Coraje. Un respeto. La mano que enmarca el trabajado, avejentado rostro nos habla de los sentimientos y emociones de una persona que está (sobre)viviendo al límite en este valle de lágrimas. Las lágrimas se le han secado a Dorothea, pero todavía se percibe en su mirada un incierto, lejano hilillo de esperanza… (Continuará).

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