El corazón de las tinieblas y las tinieblas del corazón

La violencia contra minorías (o mayorías que son minorizadas por las élites políticas, económicas, étnicas y de otras índoles) tiene como meta la “depuración” de la sociedad.

25 DE MAYO DE 2013 · 22:00

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La negación de la humanidad de los otros tiene muchas causas, pero su fin es único: aniquilarlos simbólica o físicamente. El discurso del odio étnico, político, ideológico, sexista, religioso y nacionalista tiene el común denominador del supremacismo: niega igualdad a quienes no comparten la identidad que se levanta sobre las demás como paradigma incuestionable. En el Centro para la Justicia y la Construcción de la Paz de la Universidad Menonita del Este (Harrisonburg, Virginia), que auspicia los cursos del Instituto de Verano sobre Construcción de Paz se estudia cómo transformar los conflictos para canalizarlos hacia la posibilidad de que se imparta justicia y condiciones duraderas de paz. Como precondición para lo antes descrito, explican expertos en estudiar el tema y con práctica en la transformación de conflictos en muchos lugares del mundo, es necesario entender cuál es el centro de la confrontación. Aunque se han citado casos conflictivos, y que en no pocas ocasiones se desbordan en violencia, la gran mayoría de los ejemplos compartidos por docentes, investigadores y asistentes a los cursos están relacionados con la conflictividad provocada por quienes detentan el poder (sea este económico, político, cultural, de género, religioso, etcétera) y las estructuras que protegen ese poder. Desde los poderes se arrincona a determinado sector de la población, se busca reducirle espacios simbólicos y físicos imprescindibles para reproducir su forma de vida y/o dignificarla. En ocasiones es intencional ese ejercicio de reducción, en otras puede no ser intencional pero el efecto sobre los acosados es contrario a su bienestar y dignidad. Ciertos patrones culturales, que han quedado imbricados en las instituciones que enmarcan a una sociedad, van edificando estructuras que a su vez reproducen aquellos valores culturales a los que se les considera compartidos por la generalidad de un grupo social y/o de una nación. Las terribles historias escuchadas sobre la violencia estructural que lastima cotidianamente a sectores muy específicos (infantes, mujeres, población indígena, pobres) no dejan duda que es en tal terreno, el estructural, en el cual debe empujarse la transformación para crear condiciones en las que pueda haber vida en abundancia en todos los órdenes, no la flagrante mortandad de todos los días. La violencia contra minorías (o mayorías que son minorizadas por las élites políticas, económicas, étnicas y de otras índoles) tiene como meta la “depuración” de la sociedad. Los depuradores son acérrimos enemigos de la diversidad. Anhelan sociedades monocromáticas, les incomoda en grado supremo el colorido del pluralismo socio cultural. Quienes así piensan desarrollan primero un discurso de linchamiento simbólico, en el que su principal componente es el odio a los otros, a los diferentes. Ese odio enfermizo se reviste de supuestos argumentos, y de seguidores que los hagan suyos, para transitar del linchamiento simbólico a crecientes ataques hacia los sujetos identificados como el mal a ser extirpado. El pensamiento único se reviste de una pretendida racionalidad de la que carece, porque lo que le caracteriza es el esquematismo y la simplificación que propone un horizonte idílico si los “monstruos” son eliminados. Los participantes en talleres han deconstruido un amplio segmento de discursos de odio que inflamaron a grupos sociales que cometieron horrendas acciones “depuradoras”. Al hacerlo han debido internarse en el corazón de las tinieblas, en el centro desde donde se desatan las justificaciones para emprender rituales sanguinarios. En esos rituales devastadores se deshumaniza a las víctimas, se les bestializa para que sus agresores se sientan cómodos eliminándolos. El corazón de las tinieblas, su centro motor, saturado de odio acusatorio y sediento de venganza no tiene miramientos para llevar a cabo su metódica tarea de borrar de la faz de la tierra a los “deformes”. Pero ese corazón de la oscuridad es resultado de haber sembrado tinieblas en el corazón. Por eso el proceso educativo, que no necesariamente es lo mismo que la escolarización, es vital para formar ciudadanos y ciudadanas y no clientelas ideológicas inermes ante los discursos que niegan la dignidad humana de los otros. Hay que educar para la libertad y no para la esclavitud de modelos mentales que se sienten amenazados por el dinamismo de la diversificación cultural. El mundo es social y culturalmente más diverso que nunca antes. En el futuro lo será más, realidad contra la que desde varias arenas ideológicas se aprestan para combatirla. Los tambores de guerra tocan para azuzar con discursos tribalistas a quienes hacen suyo el llamado para ofrecer víctimas propiciatorias. ¿Y los cristianos qué tenemos para ir a contracorriente de quienes se afanan por oscurecer los corazones con odio que convoca a cortar de tajo la heterodoxia? Poseemos un valor bíblico de enorme trascendencia, la enseñanza de que todos los seres humanos somos imagen de Dios(Génesis 1:26-27). En consecuencia los cristianos y cristianas debemos estar a favor de todo lo que respete y potencie esa dignidad intrínseca de cada persona. Tenemos la obligación ética de anunciar, recordar y practicar lo comunicado por Pablo a los orgullosos atenienses (quienes consideraban a los demás “bárbaros”, es decir los que balbucean, porque no hablaban la lengua humana por excelencia, el griego): “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra” (Hechos 17:26). Sí, la humanidad es una.

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