La gran fuerza del amor

Era el tiempo de las primeras cosas, de la grandeza mínima del gozo, cuando todo lo bello de la vida trascendía de ti para mis ojos. Lo más leve, lo más niño…, sencillo o cotidiano –por encima o lo hondo– era “un milagro” por tu mano, siempre, lo mismo repetido y sin asombros. Me contaba la vida en tu palabra, en el claro lenguaje de tu rostro, en el alto contacto de tu risa y en las risas felices… de los otros. Mi soledad lejana, los temores, mis “sueños de poeta”, libros, todo; donde cualquier dolor que me dolía lo dejaba al pasado poco a poco. Era… como volver a la partida con nuevo corazón en sus antojos latiendo para ti, sin nunca miedos, compartiendo con Dios y… Dios con todos. Tal cual dejar el alma de domingo, abrirse una sonrisa por… decoro, comprender esperanza, sin recato, archivando los golpes que no nombro. Era una fuente inédita en la senda donde lavar mis pies llenos de polvo; el agua cristalina –por Dios mandada– que yo, sediento, me bebí de un sorbo. Así, amor, ¡qué sueño las palabras de verdad!: rebuscar lo PURO solo.