La filosofía del ‘splash’

El rechazo de uno mismo es el más propicio camino para no llegar a ser nada. Y a la vez la meta del hombre interior es alcanzar lo inalcanzable y morir, si es necesario, en esta lucha.

28 DE ABRIL DE 2013 · 22:00

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Debo reconocer que utilizar el término “Splash”, que a no pocos puede recordarle dos de los bodrios programas de concurso televisivo, puede resultar evidencia de la falta de mejores ideas de este aprendiz de escribidor, para crear un título atractivo; aun así, lo he hecho, para despertar interés, bien que no voy a escribir sobre el “concurso de saltos”, sino de la “teoría del trampolín”. Y ello tras hacer una muy rápida lectura de un viejo libro cual: “Veintidós historias clínicas”; cuyo tema central, es presentar como clave de toda psiquiatría, el que el paciente se acepte a sí mismo tal como es. Subrayando que nadie puede ser feliz si se empeña en ser “otro”. Y manteniendo en su trasfondo el dilema Hamletniano de “ser o no ser”: ser como eres, o no ser. Así como la idea de que el hombre podrá mejorar lo que es, pe-ro nunca ser otra persona, con otras virtudes, con otros defectos. Cada uno ha de realizarse con su naturaleza, con su origen social, con su inteligencia, con su modo de ser. Soñar ser alto, rubio o rico, si se es bajo, moreno y pobre, sólo es un sueño, además de inútil, desvitalizador. Es una lectura que afirma no está en el hombre cambiar lo más profundo. El mar da olas. El manzano, manzanas. El mar será feliz con sus olas o no será feliz. El manzano será feliz dando manzanas, nunca soñando producir olas. “Desde el Corazón” me parecían buenas ideas. El rechazo de uno mismo es el más propicio camino para no llegar a ser nada. De hecho, el drama de no pocas familias e incluso congregaciones, está en que no se aceptan los unos a los otros como son. Los padres se pasan mucha vida diciendo a los hijos: si te parecieras a… si fueras como… Triste forma de hacerles sentir que sus padres aman el ideal que ellos se han hecho, cuando los hijos quieren ser amados como ellos son, no sólo soportados. Algunos creyentes, también amarían algo más a sus hermanos, si fueran tan santos como Daniel o Josué, por citar unos. He pensado mucho en estas ideas, coincido en un 70%, son evidencia de que aún en la psicología secular, no hay un reconocimiento al motor espiritual que representa la relación con Dios. Una mera aceptación de como uno es, puede quedar en una filosofía puramente pasiva y resignada. Y esa postura me asusta porque conduce a la pasividad, la aceptación con resignación y anima a la pereza. Dios sabe si somos más o menos valientes, lo que quiere –y para ello nos regenera- es que valientes o cobardes nos arrojemos en sus brazos como el ciervo perseguido por los perros se arroja al agua fría y negra. El Creador es el único que nos mide por nuestros raseros y recibe el amor de listos y tontos, guapos y feos, cultos e incultos, como amores idénticos. Todo esto es verdad, pero yo leo otros libros, reflexiono sobre los eternos Evangelios, y descubro que la esencia de la vida, del alma, está en lo imposible, en más allá de los propios límites. La meta del hombre interior es alcanzar lo inalcanzable y morir, si es necesario, en esta lucha. Lo importante no es la felicidad que se consigue, sino la que se busca; no la meta, sino el esfuerzo por llegar a ella. “Desde el Corazón” muchas veces he pensado que existen tres clases de hombres y tres formas de súplicas. Unos dicen a Dios: “Dios mío, ténsame; si no, me pudriré”; otros suplican: “Dios mío, no me tenses demasiado que me romperé” y otros: “Dios mío, ténsame cuanto puedas, aunque me rompa”. Fue ésta mi súplica en mi juventud. Y ahora lucho para que siga siéndolo. ¿O hay tal vez una síntesis de todo ello?. Por eso escribí la teoría del trampolín (olvidémonos del splash). La realidad –mi cuerpo, mi vida, mi alma, mi circunstancia‑ no es para mí una butaca en la que descansar, sino un trampolín desde el que saltar. Me acepto como soy. Sé que no saltaré si no pongo mis pies en mi trampolín, sé que saltaré tanto más y mejor cuanto mejor aprenda, practique y asiente mis pies en la tabla, porque también sé que la realidad se ha hecho para ser superada, para elevarnos desde ella. Aprecio la sugerencia de aceptar a los otros como son, pero quiero aplicarme a mí mismo a no contentarme ni con lo que he sido ni con lo que soy, sino pasar la vida saltando a lo que seré. Sí, no seré yo de los que, mientras tienen en la mano una pequeña naranja se mueren de sed por soñar una naranja de oro. Pero tampoco seré de los que mientras degluten su pequeña naranja se olvidan de soñar todo un naranjal de oro.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - La filosofía del ‘splash’