Matanza en Atzala (Puebla, México)

Tras el ataque el grupo se dirige a las casas de los protestantes y sus centros de reunión. El saldo es de veinticinco cadáveres.

19 DE ABRIL DE 2013 · 22:00

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Al grito de viva la religión y mueran los protestantes veinticinco de éstos son asesinados por una turba en Atzala, población del municipio de Izucar de Matamoros, en el estado de Puebla. El sangriento suceso tiene lugar el 29 de septiembre de 1878. Acerca de cómo se desarrollaron los acontecimientos corrieron dos versiones, las que recoge El Monitor Republicano (diario editado en la ciudad de México) de dos publicaciones asentadas en Puebla. El 2 de octubre La Libertad concede espacio a un comunicado redactado por J. L. Pérez. Antes de glosar ése remitido, es conveniente referir algunos datos sobre quien lo escribe. Jesús L. Pérez forma parte del movimiento de la Iglesia de Jesús encabezado por Manuel Aguas de abril de 1871 a octubre de 1872 (cuando muere el ex sacerdote dominico). Conoce muy de cerca al personaje porque J. L. Pérez forma parte del grupo de estudiantes de la primera generación del Seminario de la Iglesia de Jesús, a quienes imparten clases Manuel Aguas y Agustín Palacios.[i] En su comunicado Jesús L. Pérez sostiene que fue la reelección del integrante de la Iglesia de Jesús como alcalde de Atzala, Trinidad Cortés, lo que motiva a los adversarios de él y de la comunidad protestante en el poblado a decidir atacarles. Trinidad tenía la animadversión de los “romanistas [de Atzala y la de] los pueblos adyacentes, puesto que nuestro querido hermano, liberal de corazón, honrado como el que más, y de principios cristianos, no podía transigir con los enemigos de nuestras caras instituciones”.[ii] Todo comienza cuando “al tomar posesión de su cargo [de alcalde] este hombre benéfico bajo todos aspectos, un grupo de fanáticos armados, se reúnen en casa del cabecilla Sosa, los cuales fueron desarmados por una patrulla y conducidos a la cárcel como trastornadores del orden social”.[iii] Compañeros de causa de los apresados se organizan para ir a liberarlos de la cárcel. A las doce del día del domingo 29 de septiembre “más de doscientos hombres armados con hachas, puñales y fusiles” se dirigen al juzgado mientras gritan “¡viva Jesús García!, ¡viva la religión! Y ¡mueran los protestantes!” La primera víctima de las balas es el alcalde protestante Trinidad Cortés, caen abatidos también otros integrantes del Ayuntamiento. Tras el ataque que deja los primeros muertos el grupo se dirige a las casas de los protestantes y sus centros de reunión. A unos los encuentran en dichos lugares, a otros los ubican tras buscar “en las milpas y los montes”. El saldo es de veinticinco cadáveres. En la casa de oración de los protestantes los perseguidores ingresan y “hacen pedazos cuanto encuentran, comenzando por el hermano del alcalde. Allí despedazan con los dientes las biblias, las escupen, las pisotean, y creen con esto estar coronada su obra; arbitrariamente ponen nuevo alcalde y demás autoridades, y quedan muy tranquilos”. No nada más hubo atacantes de Atzala, sino también de un pueblo cercano, Chietla, liderados por Jesús García. Varios protestantes son llevados a Chietla, “bárbaramente amarrados”, sin importar que estaban heridos. Otro periódico de Puebla, El Amigo de la Verdad, da cabida a una versión distinta. Comenta que “merced a viles intrigas, a esa horrible falsificación del sufragio que se hace en toda la República, varios protestantes usurparon los puestos de alcalde y regidores” de Atzala.[iv] Los descontentos con los resultados electorales hacen llegar su queja al jefe político de Chiautla para que intervenga e invalide los comicios. Los comisionados para ir a Chiautla, ya de regreso y en las cercanías de Atzala son esperados por integrantes de la Iglesia de Jesús que les propinan una paliza y “un católico es asesinado […] por los protestantes”. En esta narrativa, distinta de la presentada por J. L. Pérez y que antes hemos consignado, los católicos acuden a Chietla para presentar en la alcaldía una denuncia de hechos. El alcalde se dirige hacia Atzala en compañía de trece hombres armados. En Atzala “ya los protestantes se habían hecho fuertes en la torre y bóvedas de la iglesia”, desde donde abren fuego y matan a uno de los trece. Cuando “regresó el alcalde a Chietla; esta población a la vista del cadáver se alzó en masa y armándose sus habitantes como pudieron, volaron a Atzala, atacaron a los protestantes, les tomaron la torre y los hicieron pedazos”. De nueva cuenta J. L. Pérez envía un comunicado, pero esta vez no a un medio de Puebla sino al influyente El Monitor Republicano en la ciudad de México. Inicia con antecedentes que enmarcan los hechos trágicos de Atzala: “La gravedad de estos acontecimientos depende de su origen, que no es otro sino la intolerancia religiosa, manantial de tantos males que diariamente estamos lamentando”.[v] Un año antes, rememora Pérez, el ministro José Antonio Carrión, perteneciente a la Iglesia de Jesús, al visitar a la congregación protestante de Atzala es agredido por “una turba furiosa”. Carrión y “otros hermanos” son apedreados hasta “quedar postrados en el suelo y bañados en sangre”. El odio contra los protestantes siguió acumulándose en un sector católico de Atzala, considera J. L. Pérez, y solamente hacía falta un pretexto para “consumar crímenes ya premeditados”. La ocasión buscada fue la reelección del alcalde Trinidad Cortés. Afirma que de la acción criminal contra los protestantes fue enterado horas antes de que se cometiera el párroco católico. Informa que el hermano del alcalde herido en la casa de oración muere el 10 de octubre en la cárcel de Chietla, a consecuencia del ataque del 29 de septiembre. El informante subraya que el diferendo no es de carácter político/electoral, sino consecuencia de la fe distinta a la católica que aglutina a los protestantes de Atzala. En esta línea agrupa lo que sucede tras la trágica agresión: “las casas de los protestantes [fueron] apedreadas y saqueadas; las madres amenazadas por el llamado nuevo alcalde, el cura y otros, para obligarlas a que llevaran a bautizar en la iglesia romana a los niños que estaban bautizados en la iglesia de Jesús”.[vi] J. L. Pérez argumenta que los informes de las autoridades de Chietla y del jefe político de Chiautla, Jesús García, carecen de credibilidad porque “ambos fueron los cabecillas de aquel motín y que el mismo Jesús García fue el asesino de [Trinidad] Cortés. Para fortalecer su explicación informa que el alcalde de Chietla se encuentra preso en Puebla, ya que “es considerado culpable por el jurado que le juzga, puesto que este ha declarado haber lugar a formación de causa”. En tanto Jesús García “prueba patentemente su culpabilidad, evadiéndose a la acción de la justicia, pues hasta hoy ha desobedecido una orden del señor gobernador que lo prevenía se presentara ante el jurado que debía juzgarle”. En un editorial de El Monitor Republicano el periódico respalda la versión dada por J. L. Pérez sobre los acontecimientos de Atzala. Con la firma de Juvenal (seudónimo de Enrique Chávarri) es convalidada la explicación de que se trata de un caso de intolerancia religiosa. No menciona en absoluto que hubiesen sido los protestantes los agresores iniciales, acarreando en consecuencia la violenta reacción de los católicos. Juvenal tenía algún conocimiento del movimiento de la Iglesia de Jesús y de Manuel Aguas. Opina sobre el opúsculo de Aguas en el cual refuta la excomunión lanzada contra él por el obispo Antonio Pelagio de Labastida y Dávalos. Comenta que ha estado muy divertido “leyendo la contestación que el ministro protestante, Sr. D. Manuel Aguas, ha dado al arzobispo por aquello del regalito que le hizo, excomulgándole y lanzándole del seno de la Iglesia”.[vii] Juvenal considera que lo escrito por Aguas no sólo tiene repercusiones religiosas, sino que, también, incide en otros terrenos y por ello recomienda se preste atención a los planteamientos del pastor evangélico; “Verdaderamente el cuaderno del padre Aguas se presta a curiosísimas aplicaciones político-sociales, recomendamos su lectura, y después a aplicar, y después a reír”.[viii] Como observador de las formas de difusión usadas por las comunidades protestantes Chávarri escribe que “con incansable afán siguen la obra de su propaganda; envían sus misioneros a los lugares más apartados de la República; abren sus templos y alguna sus hospicios; reparten profusamente sus biblia, y en pueblos muy apartados, escondidos entre las montañas, no es raro ya oír alguna vez cómo la armonía de los salmos se desprende de entre una agrupación de cabañas”.[ix] Dado que El Monitor Republicano había otorgado espacios anteriormente a informar sobre actos de intolerancia contra los protestantes, Juvenal tiene elementos para hacer una comparación entre casos pasados y el de Atzala: “Varias veces algunos misioneros protestantes han tenido que sufrir los resultados de su arrojo; algunos han sucumbido; otros volvieron mal parados de su empresa; pero nunca como ahora, nunca como en Atzala, habíamos visto una carnicería igual […]”. La peculiaridad del caso estaba en que “nunca […] habíamos visto que en esos desórdenes anduvieran complicadas las autoridades que debían dar ejemplo de obediencia a las leyes, no solo de Reforma [juarista], sino a todas las leyes que consignan las garantías del hombre”.


[i] “El Pbro. Dn. Manuel Aguas, datos biográficos”, La Buena Lid, s/f, p. 10. [ii] El Monitor Republicano, 9/X/1878, p. 1. [iii] Ibid. [iv] Ibid. [v] El Monitor Republicano, 25/X/1878, p. 2. [vi] Ibid. [vii] El Monitor Republicano, 24/VIII/1871, p. 1. [viii] Ibid. [ix] El Monitor Republicano, 26/X/1878, p. 1.

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