Altamirano y los ‘hugonotes’ de Chimalhuacán

Sobre la belicosidad del cura Villageliú cabe mencionar que tiempo después del suceso acaecido en Chimalhuacán debe enfrentar distintas acusaciones que incluso le llevan a ser encarcelado

05 DE ABRIL DE 2013 · 22:00

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Ignacio Manuel Altamirano, en El Siglo XIX,escribe sobre un nuevo caso de persecución contra los que llama “hugonotes indígenas”. El asunto es conocido porque los protestantes de Chimalhuacán, Chalco, envían un escrito al jefe político respectivo y El Monitor Republicano lo reproduce en sus páginas. Afirman que son mayoría en el poblado, y que el 10 de abril al ser mucha la gente reunida para el culto religioso e insuficiente el lugar donde se encontraban para el número de congregantes, deciden ocupar una capilla católica abandonada y en ruinas. Al concluir el servicio, y quedar unos cuantos conversando en las puertas de la capilla, se acerca a ellos “un tumulto de gente armada a pie y a caballo, y a la cabeza de este motín el cura de este pueblo, Bernardo Villageliú”.[1] En su narrativa los denunciantes aseguran que los atacantes llegan “unos con las armas preparadas, otros dando de cañonazos; otros con piedras, palos, reatas y otras cosas, en contra de nosotros”. Claramente señalan que Villageliú es el instigador, “a gritos desaforados el cura decía: ‘mátenlos, acábenlos, no me dejen uno’, yo respondo”. Uno de los agredidos trata de hacerse oír por el cura, recordándole palabras de Jesús sobre no perseguir ni matar. Villageliú sigue con sus instigaciones contra los protestantes, cuando interviene el alcalde y evita el linchamiento. Los agredidos demandan que las autoridades civiles hagan valer las leyes contra el cura Bernardo de Villageliú, porque además de instigar la violencia en su contra, el sacerdote ofende a la cabeza del poder ejecutivo: “Nosotros creemos que insultar a nuestro digno presidente Benito Juárez en público y ante una autoridad, es insultar a toda la nación mexicana, predicar el desacato, dar la voz de rebelión contra nuestras leyes: pero ya se ve, ¿qué debemos esperar de un extranjero enemigo de nuestra patria?” Cabe mencionar que Bernardo de Villageliú era español. El párroco de Chimalhuacán envía un comunicado a la prensa, en el que se dice calumniado por los protestantes, sostiene su inocencia y asegura que pronto se sabrá la verdad sobre el asunto.[2] El periódico publicado por la Sociedad Católica apoya la versión de Villageliú, considera que todo es debido a “los protestantes que allí tratan de establecerse y los católicos vecinos que espontáneamente y sin coacción alguna ejercida por el cura párroco, se resisten a admitir a semejantes huéspedes”. Dado lo anterior no es exacto por tanto, que la conmoción habida entre los vecinos de Chimalhuacán, haya sido excitada por el Sr. Villageliú, sino por la imprudencia de los protestantes, quienes en número de diez y ocho, y sin permiso de la autoridad respectiva, se apoderaron de la capilla de San Bartolo, derribaron la imagen de este santo, lo mismo que las de otros, e iban a emprender la destrucción de los altares, cuando por varios vecinos fue avisado el cura párroco de lo que ocurría. Este, sin excitar al pueblo que ya se armaba contra los sectarios, y para evitar un conflicto, ocurrió inmediatamente a la autoridad respectiva, y ésta, con fuerza armada, fue la que aprehendió a los protestantes poniéndolos a disposición de la autoridad superior de Tlalmanalco, la que los puso en libertad bajo fianza.[3] El cura Bernardo de Villageliú hace llegar al gobernador del estado de México una relación de hechos que, según él, tuvieron lugar en Chimalhuacán. Ratifica que “un grupo como de cien hombres que pretenden formar parte de la secta protestante, llamada Sociedad Evangélica”, se apoderan de la parroquia y ocasionan destrozos. Agrega que “entre los invasores no iban mas que cosa de veinte vecinos de Chimalhuacán, siendo el resto de los pueblos de Tepeclispa, Atlaulta, Soyacingo, Tlalmanalco, Amecameca y Chalco”, los dos primeros pertenecientes a su parroquia.[4] Informado por sus feligreses de lo que sucede, el sacerdote toma la decisión de ir a “Ozumba, como cabecera de la municipalidad, a dar parte al alcalde del desorden que ocurría en Chimalhuacán”. Hace notar que los señalados por él como culpables “se pasean y hacen alarde de su impunidad, no sólo con perjuicio de la moral pública, sino con vilipendio del culto católico”. Es interesante que la argumentación de Villageliú reivindique la Ley de Libertad de Cultos del 4 de diciembre de 1860 (norma que cuando fue promulgada enfrenta decidida oposición del clero católico mexicano), cuyo artículo primero inicia afirmando que “las leyes protegen el ejercicio del culto católico y de los demás que se establezcan en el país como la expresión y efecto de la libertad religiosa, que siendo un derecho natural del hombre, no tiene ni puede tener más límites que el derecho de tercero y las exigencias del órden público”. También enarbola el artículo décimo de la citada Ley y subraya que ahí “se expresan de una manera terminante las penas en que incurren los que ultrajaren y escarnecieren en un templo las creencias, prácticas u otros objetos del culto al que el edificio estuviere destinado”. Al no ser sancionados ejemplarmente por las autoridades, sigue Villageliú, los protestantes “se insolentan con la impunidad hasta calumniarme de una manera horrible en un escrito que publica El Monitor”,[5] el cual antes mencionamos. Por Bernardo de Villageliú nos enteramos de que los protestantes de Chimalhuacán pertenecen a la red de iglesias lideradas por Sóstenes Juárez, cuyo principal centro estaba en San José el Real núm. 21, en la ciudad de México. Aporta el dato de que bautiza al hijo de un protestante, “que arrepentido de su disidencia del catolicismo”, se presenta ante él de forma espontánea y le solicita impartir el sacramento al niño, “porque no estaba conforme con el bautismo que dice le había conferido el que se titula ministro evangélico, C. Sóstenes Juárez”. Distintas publicaciones comienzan a tomar partido sobre lo sucedido en Chimalhuacán. La Revista Eclesiástica se pronuncia a favor de Villageliú, y contra los protestantes del lugar. Critica a El Monitor Republicano, “que está redactado por espíritus fuertes, que a fuerza de querer progresar guían al pueblo a las tinieblas, le hablan de libertad y quieren esclavizarlo; le predican la igualdad y le conducen al despotismo; le hablan de progreso y quieren embrutecerlo”.[6] Prosiguen los cuestionamientos al diario que había dado cabida a la denuncia de los evangélicos: “¿Cree el Monitor que los protestantes llenan un deber de conciencia predicando contra el Catolicismo en una población que se compone en su totalidad de católicos, y cree también que están en el derecho de decir a ese pueblo, puesto que tales son sus convicciones, que Jesucristo no es Dios y que sus ministros son unos embaucadores?” Va en ascenso su apología, justifica la reacción del cura Villageliú y sus seguidores: Ni el Monitor ni el Siglo [Diez y Nueve] que dio crédito a su cuento, ni la predicación de los hermanos evangélicos, serán bastantes para hacerle admitir y profesar las doctrinas y blasfemias que les predican en sus llamados templos y en sus periódicos, aun cuando estos sean los decanos de la prensa […] Si un pueblo celoso de sus libertades religiosas se enfurece contra los que le insultan, sale de su templo e insulta a los que le insultan, no culpemos al pastor que desde el púlpito enseña a odiar las doctrinas de los falsos doctores; está en su casa y usa de su derecho predicando contra el error; y si él no aconseja el atropellamiento de las personas, ni guía al pueblo a las vías de hecho, en su derecho está, mal que le pese al Monitor y a todos los libres pensadores brotados acá como plantas exóticas, que podrán nacer en un rincón de nuestro jardín católico, pero que no arraigarán en todo él sus carcomidas raíces. Tras varios oficios y reclamaciones intercambiados entre el alcalde de Ozumba, Dionisio de la Concha, y el párroco Bernardo de Villageliú, finalmente el 14 de mayo vuelven los católicos a tener control de la capilla, la cual dice el cura es entregada por “Sixto Rosas, perteneciente a la secta que ellos llaman evangélica”.[7] En una breve nota, Ignacio Manuel Altamirano menciona que “en Chimalhuacán, pueblo del distrito de Chalco, ha ocurrido en la Semana Santa un suceso parecido al de Xalostoc, pero aquí no se trataba de un maestro de escuela feroz, sino de un cura rabioso llamado Villageliú, y que hubiera figurado con mucho gusto como capataz en las matanzas de la [Noche] de San Bartolomé”.[8] Con mucho mayor espacio regresa al caso el 19 de junio de 1871, e inicia su escrito de la siguiente manera: “Hablaré ahora de los protestantes. Ya se sabe que yo no lo soy: pero me he propuesto defender constantemente las leyes de Reforma [juarista], y no he de descansar un momento en esta tarea, ni he de dejar pasar oportunidad de llamar la atención de las autoridades hacia las transgresiones que lleguen a mi noticia”.[9] En la fecha citada refiere que ya antes se había ocupado del caso de Chimalhuacán, distrito de Tlalmanalco, “donde hay un círculo numeroso de protestantes, un clérigo español llamado [Bernardo de] Villageliú había hecho aprehender con fuerza del pueblo de Ozumba a treinta y tres de ellos y había causado un escándalo espantoso en dicho pueblo”. Menciona que la vez anterior en que escribió del asunto, se presentó ante él nada menos que un hijo del cura Villageliú, para solicitarle que ya no siguiera escribiendo del tema porque las cosas habían sido de otro forma y el sacerdote católico no había tenido participación en la aprehensión de los protestantes. El experimentado escritor tiene contacto con los familiares de los presos, quienes le proporcionan más datos acerca de las acciones intolerantes del sacerdote católico Bernardo de Villageliú. Afirma que como “el protestantismo hacía y sigue haciendo progresos en los pueblos de Chalco y Tlalmanalco”, en consecuencia el alto clero del Arzobispado de México toma la decisión de enviar a “Villageliú, hijo de la brava Andalucía, comerciante de Veracruz, recién viudo y recién ordenado [sacerdote católico romano], ya de edad madura, y hombre, en fin, de rompe y rasga, de carácter violentísimo y de maneras más propias para dedicarse a la milicia, que para anunciar el Evangelio a los pobres indígenas”. La información obtenida le lleva al cronista a compartir con los lectores que “así es que [Villageliú] llegó a Chimalhuacán, y tan luego como indagó quiénes eran allí los pícaros que se atrevían a ser protestantes sin permiso del cura, comenzó a echar sus medidas y a forjar sus planes para deshacerse de ellos en una especie de San Bartolomé”. Se refiere a los no católicos como “hugonotes indígenas”. Luego comenta que tras comenzar a reunirse los indígenas protestantes en una capilla católica en ruinas y abandonada, Villageliú encabeza el grupo que logra reunir con engaños (había difundido que los evangélicos estaban destruyendo imágenes y esculturas de santos) y sin más manda que amarren a los “herejes” y sean llevados ante las autoridades para ser juzgados por el delito cometido contra una antigua propiedad católica. Aporta el dato de que al momento de escribir su relación de los hechos, en Tlalmanalco siguen presos los protestantes “firmes en su fe: pero preguntando con extrañeza si es verdad que hoy rigen en el estado de México las leyes de Reforma y si se puede ser hereje sin temor de ir a la cárcel”. El escrito de los encarcelados al jefe político, en el que piden ser liberados, es turnado por el destinatario al juez Juan Chávez Ganancia. Se pregunta Altamirano sobre la lentitud del juez en el caso, dado que “hasta ahora se hallan los protestantes en rigurosa prisión, y como son pobres jornaleros sus familias se mueren de hambre”. Altamirano da cuenta del activismo de Villageliú, éste acude en la ciudad de México a varias instancias y personajes que le facilitan cartas de recomendación dirigidas al gobernador del estado de México, Mariano Riva Palacio.[10] El escritor exige la liberación de los detenidos y que quien debe ser sancionado por las leyes sea el cura Villageliú. Subraya que no debe tenerse consideración especial con el párroco católico, que los fueros eclesiásticos terminaron con el triunfo de la República y todos deben sujetarse a las leyes por igual. El periodista menciona que no tiene datos sobre el sentido de la respuesta del gobernador, “pero Villageliú volvió muy ufano a Chimalhuacán pregonando un triunfo que no ha obtenido y asustando a los pobres inditos con su influjo y omnipotencia”. El asunto se complica porque Riva Palacio deja el gobierno del estado de México en manos de un gobernador interino, Valentín Gómez Tagle, personaje de cuya imparcialidad duda Ignacio Manuel Altamirano porque preside la Sociedad Católica de Toluca. De llegar el caso a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Altamirano sostiene que no le parece “inoportuno anunciar, que teniendo, como tengo, voto en los juicios de amparo, llegada la vez haré lo que cumple a mi deber —es decir, me abstendré de concurrir a la decisión. Prefiero eso a dejar de defender por la prensa a los humildes, contra las arbitrariedades del clero y los fanáticos”. Al gobernador interino le recuerda el combativo Altamirano que la separación Iglesia-Estado, promulgada en las Leyes de Reforma, le obliga a dejar de lado sus preferencias religiosas y no, como antes del cambio liberal, hacer deferencias a favor del catolicismo: Ciudadano gobernador, usted como hombre privado puede ser todo lo católico que guste; pero como gobernante representa usted al Estado y el Estado no tiene religión. Sírvase usted, pues, dirigir una mirada a esa cárcel de Tlalmanalco, en la que hace dos meses yacen encerrados como criminales 30 pobres indígenas, que no tienen más delito que ser protestantes y haber querido ocupar una capilla que sus padres construyeron. La extensa crónica de Altamirano levanta reacciones en el sector identificado con los intereses clericales. La Voz de México editorializa que “Villageliú ha sido gravemente injuriado y calumniado” por el escritor liberal.[11] El sacerdote mismo hace llegar un remitido al periódico defensor de su causa. Comienza afirmando que por dar crédito a lo que le relataron los familiares de los encarcelados, Altamirano “escribe un sinnúmero de inexactitudes que muy pronto conocerá el público cuando se publique la causa […] lo ha dominado la pasión y el odio implacable que en todos sus libres escritos manifiesta al catolicismo”.[12] Bernardo de Villageliú sostiene que en Chimalhuacán solamente son protestantes entre 50 y 60 personas, “siendo por fortuna el resto católicos, apostólicos, romanos, mal que le pese al Sr. Altamirano”. Niega terminantemente los señalamientos de que él haya sido el provocador de la violencia, y sostiene que fueron los protestantes quienes vulneraron las leyes. La respuesta de Altamirano tarda unos días, pero es contundente y reitera que son ciertas las acusaciones hechas contra Villageliú en su escrito anterior. Ironiza al referirse al párroco, porque “este buen predicador del Evangelio, para quien aquel precepto de Jesús: ‘Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón’ [Mateo 11:29], es probablemente un precepto falso deslizado en el texto evangélico por la mano de algún tonto” no fue capaz de leer bien donde refería “sus fazañas con los pobres indígenas de Chimalhuacán, cuando dio un brinco de cólera y echando espumarajos por la boca, tomó la pluma y escribió un remitido que mandó a La Voz de México, en que procura negar los hechos que referí”.[13] Incapaz de mostrar con pruebas y argumentos que los señalamientos hechos en su contra en los atropellos de que fueron víctimas los protestantes, subraya Altamirano, el periódico que defiende al cura Villageliú reacciona como partidario fanático del Santo Oficio. A quienes “tienen el cinismo de defender la conducta de Villageliú y de recriminar a los protestantes”, les pregunta: ¿Qué tiene de extraño, pues, que un escritor independiente, que no está vendido a los intereses clericales y que se burla de los anatemas, al ver que jueces, prefectos, gobernadores, diputados católicos y todo el mundo abandonan a los desgraciados indios sumidos en la cárcel de un pueblo fanático, tenga la osadía, fiel a sus principios reformistas, de revelar esa violación de las leyes, ese inicuo atentado contra la libertad humana, esa arbitrariedad de los que cuentan aquí con recomendaciones y protectores? A la acusación de ser anticatólico, Altamirano señala que si una injusticia como la padecida por los indios de Chimalhuacán la sufrieran católicos, él no vacilaría en defenderlos de las arbitrariedades. Informa que los indígenas evangélicos han sido liberados, luego entonces no eran culpables de lo que fueron acusados por Villageliú. Finalmente reproduce una carta de los protestantes de Chimalhuacán, en la cual se aportan más datos que refuerzan los señalamientos realizados por Altamirano contra Bernardo de Villageliú. Sobre la belicosidad del cura Villageliú cabe mencionar que tiempo después del suceso acaecido en Chimalhuacán debe enfrentar distintas acusaciones que incluso le llevan a ser encarcelado. Por ejemplo, a causa de predicar en las misas contra las escuelas que no son católicas, y a las que por ende los feligreses no deben enviar a sus hijos, es llevado a prisión y posteriormente absuelto por un juez.[14] Dos años después se vería inmerso en un problema similar, por arengar a la feligresía contra el sistema escolar laico.[15] Hemos dado considerable espacio al caso de los indígenas protestantes de Chimalhuacán, y a la intensa polémica periodística que levanta, para resaltar la vitalidad de ese núcleo de creyentes evangélicos que estaba vinculado al liderazgo de Sóstenes Juárez y a la congregación de San José el Real. Después de haber sido personaje clave en la organización de varias iglesias evangélicas sin vínculos con alguna de las denominaciones protestantes, años más tarde Sóstenes Juárez decide trabajar con los misioneros de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, cuyo primer enviado (el obispo John C. Keener) llega a la ciudad de México en enero de 1873.[16] A la par continuaba inmerso en actividades de la Sociedad Lancasteriana, que le concede una licencia de seis meses como director de su biblioteca “con objeto de atender a su quebrantada salud”.[17] Juárez funda y/o consolida congregaciones protestantes en diversos lugares del país, tanto en sus años de liderazgo en San José el Real como ya en su función de pastor metodista. Se deben a él los inicios del cristianismo evangélico en, por ejemplo, distintas poblaciones del estado de México, Morelos, Puebla, Guanajuato y Aguascalientes.[18] Su deceso tiene lugar el 25 de mayo de 1891.[19]


[1] El Monitor Republicano, 22/IV/1870, p. 3. [2] La Voz de México, 26/IV/1870, p. 2.
[3] Ibid., p. 3.
[4] La Voz de México, 30/IV/1870, p. 2.
[5] Ibid
[6] Editorial de la Revista Eclesiástica reproducido en La Voz de México, 7/V/1870, p. 2.
[7] La Voz de México, 31/V/1870, p. 2.
[8] El Siglo Diez y Nueve, 24/IV/1870, p. 2.
[9] El Siglo Diez y Nueve, 19/VI/1870, p. 1.
[10] Fue gobernador del estado de México en tres ocasiones, 1849-1851, 1857 y 1869-1871, informa Josefina Zoraida Vázquez, “Breve diario de don Mariano Riva Palacio (agosto de 1847)”, Historia Mexicana, núm. 186, octubre-diciembre de 1997, p. 442.
[11] La Voz de México, 22/VI/1870, p. 3. [12] La Voz de México, 24/VI/1870, p. 2.
[13] El Siglo Diez y Nueve, 10/VII/1870, p. 1.
[14] La Voz de México, 21/XI/1870, p. 3 y 30/IX/1870, p. 2.
[15] El Siglo Diez y Nueve, 3/XII/1872, p. 3, y 6/XII/1872, p. 3.
[16] Sociedad de Estudios Históricos del Metodismo, Iglesia Metodista de México: 75 años de vida autónoma, 1930-2005, CUPSA, 2005, pp. 36-37. La obra que mejor documenta e interpreta las primeras seis décadas de trabajo de esta denominación en el país es la de Rubén Ruiz Guerra, Hombres nuevos: metodismo y modernización en México, 1873-1930, CUPSA, 1992.
[17] El Siglo Diez y Nueve, 8/VII/1875, p. 3.
[18] El Faro, 1/XI/1893, p. 166; El Abogado Cristiano Ilustrado, 1/VI/1887, p. 87.
[19] El Faro, 1/VII/1891, p. 104.

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