Pequeños héroes de la fe en los Hechos de México

Son de la estirpe mencionada en Hebreos 11:35-38.

16 DE MARZO DE 2013 · 23:00

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Leí en algún comentario bíblico que el apóstol Pablo tuvo más de cien colaboradores en sus tareas evangelística y pastoral. Sus nombres se encuentran en el libro de los Hechos y en las cartas paulinas. Si nos preguntamos por quienes, hombres y mujeres, trabajaron al lado de Pablo tal vez podríamos recordar diez o, con esfuerzo, veinte nombres de personas que le acompañaron en sus viajes, y/o estuvieron trabajando junto con él en alguna de las iglesias neotestamentarias. Al resto le tenemos en el olvido, y no valoramos que si se hace mención de ellos y ellas es porque desarrollaron importantes tareas a favor del Evangelio. Si leemos cuidadosamente el Nuevo Testamento, particularmente una de sus secciones, el libro de Hechos podemos mirar tras de los protagonistas principales (Pedro y Pablo, por ejemplo) a muchos creyentes que conformaron redes que hicieron posible el ministerio petrino y paulino. En algunas ocasiones los documentos neotestamentarios solamente mencionan el nombre de un varón o mujer que apoyó a Bernabé, Pablo, Pedro y Timoteo. A veces además del nombre se proporciona información adicional que hace posible saber en qué consistió su ayuda a los líderes que viajaban para visitar a las nacientes iglesias. En el capítulo final de Romanos, el 16, el apóstol Pablo enlista a muchos hombres y mujeres considerados por él claves para que su ministerio fructificase. Inicia mencionando a Febe, “que está al servicio de la iglesia de Cencreas”. Ella era líder en esa comunidad, y tal vez no divagamos si le consideramos pastora de la iglesia. Pablo pide a los cristianos en Roma que hospeden a Febe y la atiendan en sus necesidades, menciona que “ella se ha desvelado por ayudar a muchos, entre ellos, a mí mismo”. Tras pedir un trato amoroso para Febe, el apóstol envía saludos a Priscila y su esposo Aquila, “que han colaborado conmigo en Cristo Jesús y se jugaron la vida por salvar la mía. Y no sólo yo tengo que agradecérselo, sino todas las iglesias de origen pagano” (16:3-4, Biblia La Palabra). Después saluda a su querido amigo Epéneto, “el primer cristiano de la provincia de Asia”, del que no sabemos más. Fueron los cristianos que podemos llamar comunes quienes coadyuvaron para que los evangelistas, apóstoles, maestros y pastores tuviesen condiciones favorables y de receptividad hacia sus ministerios. A su vez los liderazgos contribuyeron, con su ejemplo en palabras y hechos, a infundir ánimo, certeza, conocimiento y esperanza en las comunidades que día a día debían enfrentar un medio que mayoritariamente les era hostil. Debo confiar que estoy releyendo el Nuevo Testamento prestando atención a la multitud de nombres de personajes “secundarios”, al tiempo que trato de seguirles la pista lo más posible en los documentos que conforman aquella sección de la Biblia. Esta relectura me ha sido provocada por mis investigaciones históricas sobre los orígenes de las comunidades protestantes mexicanas en el siglo XIX. Se encuentran en proceso editorial dos nuevos libros de mi autoría: James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830 (segunda edición); y Manuel Aguas: de sacerdote católico a precursor del protestantismo en México, 1868-1872. No cabe duda que los dos personajes estudiados son excepcionales. Ambos debieron realizar su obra de difundir el cristianismo evangélico en condiciones adversas, e incluso con el peligro de perder su vida o la de sus familiares. Tanto Thomson como Aguas tuvieron la protección de quienes compartían la misma fe y junto con ellos contendieron en la diseminación del mensaje evangélico. El sacerdote dominico Manuel Aguas, una vez que rompe con la Iglesia católica a raíz de publicar una carta en la que explica los motivos a quien fuera su antiguo superior en la orden religiosa, Nicolás Arias,[1] recibe ataques simbólicos y físicos de manera incesante. El 2 de julio de 1871 Aguas predica un sermón histórico en el templo donde se reúne la Iglesia de Jesús (San José de Gracia en el centro de la ciudad de México), en él ahonda su crítica al catolicismo romano y sus palabras alcanzan resonancia nacional cuando el sermón es publicado íntegramente en El Monitor Republicano el 7 de julio. Otros periódicos reproducen la predicación en distintas entidades del país. Prácticamente cada día la prensa de la capital mexicana daba cuenta de algún acontecimiento relacionado con Manuel Aguas y la Iglesia de Jesús. El jueves 6 de julio, mientras tenía lugar la celebración de un servicio religioso, “llegó un católico apostólico romano que se introdujo en el templo, diciendo que iba a degollar al presbítero que predicaba [Aguas] porque era un hereje”.[2] El intento no prospera porque “uno de los asistentes quiso hacer retirar al piadoso visitante, pero este caritativamente le dio una puñalada”.[3] Tuvo que intervenir la policía, dice la publicación, “para evitar que el fanático hiciera otra barbaridad”. La vida de Aguas fue salvaguardada, y de su protector nunca se supo el nombre. La Iglesia de Jesús tuvo en Manuel Aguas a un poderoso difusor. Un escrito suyo, titulado Contestación que el presbítero Don Manuel Aguas da a la excomunión que en su contra ha fulminado el Sr. Obispo Don Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos,[4] llega a poblaciones de una entidad federativa colindante con la capital del país, el estado de México, y tiene el efecto en algunos lectores de llevarles a iniciar su conversión al protestantismo. Uno de los ejemplares llega al liberal Nicanor F. Gómez, y la lectura del escrito junto con la del Nuevo Testamento que adquiere en la Semana Santa de 1872 lo llevan a separarse de la Iglesia católica y hacer causa común en Capulhuac con “algunas personas consideradas herejes porque cantaban himnos y leían la Biblia y otros libros que atacaban a la religión católica romana”.[5] El naciente núcleo evangélico de Capulhuac comienza a reunirse “en secreto en las montañas cercanas y en lugares despoblados”.[6] Apoya al grupo la Iglesia de Jesús que tenía una congregación en el vecino pueblo de Joquicingo. Nicanor Gómez abre su casa para realizar en ella cultos protestantes. Tiempo después se hacen preparativos para realizar un acto especial, el bautizo de la niña Sara Vega el 12 de abril de 1873, sábado de gloria. Con el fin de acompañar en esta ocasión especial a los evangélicos de Capulhuac llega una delegación de Joquicingo, de la cual forma parte Primitivo A. Rodríguez, hijo de Manuel Aguas y su discípulo.[7] Al concluir el culto los de Joquicingo son acompañados hacia la salida del pueblo por varios creyentes de Capulhuac, entre ellos Nicanor Gómez, su hijo Eulogio y Luis Gonzaga. Son perseguidos por católicos del poblado y agredidos con armas blancas y de fuego. Resultan heridos cinco de Joquicingo y muerto Luis Gonzaga, quien recibe un balazo y veintisiete puñaladas.[8] La muerte de Luis Gonzaga es relatada en un folleto al parecer escrito, y con certeza publicado, por Santiago Pascoe.[9] Este personaje llega a México en 1865, procedente de Inglaterra con la intención de “propagar el evangelio del Señor Jesucristo”. Él mismo escribe: “fue preciso buscarme ocupación por algunos años, mientras aprendía el idioma, la religión y costumbres del país. Vine contratado de contador y agrimensor de una compañía inglesa para explotar una mina de plata en los montes de Ixtapan del Oro del estado de México”.[10] A partir de agosto de 1872 Santiago Pascoe distribuye biblias y materiales evangelísticos en Toluca. De manera formal Pascoe, su familia y algunos convertidos inician reuniones de carácter evangélico el domingo 23 de febrero de 1873. Por la mañana tiene a su cargo la predicación el pastor Francisco Aguilar. En la noche tal actividad le corresponde a Pascoe, “hubo mayor asistencia y unas cuantas vidrieras fueron quebradas [por los antagonistas al grupo]. En pocas semanas la asistencia llegaba a unas cien personas, habiendo como veinticinco miembros y cuarenta candidatos”.[11] He proporcionado algunos nombres y los pocos datos sobre ellos hallados en mis investigaciones. De su entrega a la obra evangélica no caben dudas. De otros y otras apenas si queda alguna impronta, un leve rastro que no da sino solamente para imaginar lo gigantesco de su esfuerzo y decidida entrega para abrir cauces a la fe. Son de la estirpe mencionada en Hebreos 11:35-38: “Algunos se dejaron torturar hasta morir, renunciando a ser liberados ante la esperanza de alcanzar una resurrección más valiosa. Otros soportaron ultrajes, latigazos, cadenas y cárceles, fueron apedreados, partidos en dos por la sierra, o muertos a filo de espada; anduvieron errantes de un lado para otro, vestidos con pieles de oveja o de cabra, faltos de todo, perseguidos y maltratados. Personas demasiado buenas para un mundo como este, que tuvieron que vagar por lugares desérticos, por los montes, las cuevas y las cavernas de la tierra”. Pagaron un alto costo que a otros les significó ver la luz y descubrir el Camino, la Verdad y la Vida.

[1] El Monitor Republicano 26/IV/1871, pp. 2-3. [2] El Correo del Comercio, 8/VII/1871, p. 3. [3] Ibid. [4]Imprenta de V. G. Torres, México, 1871. [5] Apolonio C. Vázquez, op. cit., p. 202. [6] Ibid. [7] Nicanor F. Gómez Pascoe, op. cit., p. 58. [8] Ibid., p. 59 y El Abogado Cristiano Ilustrado, 15/II/1888, p. 27. [9] Reproducido por Nicanor F. Gómez Pascoe, pp. 65-71. [10] En Apolonio C. Vázquez, op. cit., p. 192. [11] Juan N. Pascoe, “Rasgos biográficos de Santiago Pascoe”, El Abogado Cristiano Ilustrado, 28/VIII/1913, p. 553.

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