Cuando el cuerpo dice ‘basta’

Situaciones desbordantes, comunes, pero especialmente prolongadas en el tiempo, traen a nuestros cuerpos un agotamiento y desgaste mucho más perjudicial, incluso, que el impacto de una gran catástrofe.

24 DE FEBRERO DE 2013 · 23:00

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¿Alguna vez se han preguntado cómo hace el cuerpo para decirnos “BASTA”? Porque lo hace y no de manera convencional. Evidentemente no habla nuestro idioma castellano, no nos envía una carta, o un e-mail, ni nos invita cordialmente a que paremos o reduzcamos el ritmo. Pero, sin duda, se comunica con nosotros y nos habla. Nos lo dice a gritos, cuando ya no tiene otra forma de asegurarse que le escuchamos, y esto suele ser producto y consecuencia directa de nuestros propios desequilibrios. ¡Qué lejos parece quedar Salomón con sus recomendaciones y consejos, cuando se detenía en decirnos y recordarnos que todo tiene su tiempo, que cada cosa tiene su lugar debajo del Sol y que todo, absolutamente todo, es vanidad! Sin embargo, su mensaje está hoy más vigente que nuncaa la luz de todas las cosas que suceden a nuestro alrededor, de todas las cosas que ocurren también dentro de nosotros, en nuestra mente, en nuestros sentimientos, en nuestra forma de vida, en nuestros hábitos… Últimamente he recibido muchos casos por estrés en mi despacho. Y creo que no soy la única terapeuta en esta situación. Un alto número de ellos, además, relacionados con mucho más que el estrés convencional que identificábamos en el personaje del ejecutivo estresado. Eso pasó ya a la historia, no tanto porque ya no haya ejecutivos estresados, que los hay, sino porque el problema trasciende con mucho a esa población tan reducida y nos toca a todos, de una manera o de otra. Todo lo que está sucediendo con la crisis está poniendo de manifiesto en tantas y tantas personas efectos colaterales en su organismo que son consecuencia directa de tiempos prolongados de preocupación, incertidumbre y ansiedad. La aparente seguridad que gobernaba el país hace un tiempo se ha evaporado, simple y llanamente, y ya nadie parece dormir tranquilo. Los que no tienen trabajo y ven que tampoco encuentran, a pesar de sus muchos esfuerzos, los que lo tienen pero duermen con un ojo abierto, no sea que lo pierdan, los que hace ya mucho que desistieron de pensar en trabajo y simplemente se ocupan en sobrevivir, aunque sea en la cuneta de una carretera nacional… Situaciones desbordantes, todas ellas, que por ser además especialmente prolongadas en el tiempo traen a nuestros cuerpos un nivel de agotamiento y desgaste que los expertos consideran mucho más perjudicial, incluso, que el impacto debido a una gran catástrofe. El tipo de estrés que las personas vienen sufriendo de forma generalizada en el último tiempo es similar al que sufre el cuidador habitual de una persona con enfermedad crónica tipo Alzheimer. No hay minuto de descanso, no hay oasis para el relax, el mundo sigue moviéndose y uno se ve buscando el hueco para subirse a él sin que su propio mundo personal y familiar se descoloque. Y entonces el cuerpo, que lleva sufriendo las noches en vela, los malos hábitos de comida, las preocupaciones acompañadas de oleadas de cortisol y la incertidumbre por un futuro que pinta mal, decide que ahí mismo, donde quiera que esté, se planta. Y que siga otro. El problema es que no hay otro, porque sólo tenemos uno y nos tiene que durar toda la vida. A este respecto a las personas les está tocando tomar decisiones muy difíciles. Porque cuando el cuerpo dice “Basta” hay que hacerle caso. De otro modo, la dificultad y el cansancio se nos llevan por delante. Y tantos y tantos están teniendo que poner sus fuerzas al máximo de sus posibilidades, aun sabiendo que ello les pasará una factura muy alta y otros, por las mismas razones, están teniendo que dejar de lado incluso actividades que son la fuente de su sustento porque su cuerpo ya ha dicho su última palabra. Añadamos a todo esto la indignación, la frustración y el enfado de contemplar cómo al país lo movemos sólo unos pocos, junto con la realidad de que otros pocos lo saquean hasta la extenuación y lo que encontraremos es la desesperanza en estado más puro y más dramático viviendo en las mentes y los corazones de muchos españoles. Ante todo este paisaje gris sólo puede uno acercarse a la Roca de los tiempos, al que nunca nos falla, al que quiere nuestro bien por encima de todas las cosas, quien nos ha prometido cielos nuevos y tierra nueva donde reinen la justicia y la equidad, brille Su presencia permanentemente y donde ya no habrá más temor, ni lágrimas, porque bajo Sus alas estaremos seguros. Parte de Sus promesas se cumplen en nosotros cada mañana, porque hasta aquí nos ayudó el Señor y porque, a pesar de que nuestro cuerpo se plante, nuestras fuerzas son renovadas cada día. Esa es Su salvación de momento: no tanto retirar de nuestras vidas la prueba, sino aumentar nuestras capacidades y afirmarnos en Su poder. Porque cuando nuestro cuerpo dice “Basta” y aun así seguimos de pie, sólo puede ser Su fuerza en nosotros lo que explica ese milagro. En Él esperamos…

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