El gran avivamiento del fuego pentecostal

El fuego pentecostal es el último gran avivamiento de la Historia de la Humanidad, aunque otro, sin duda, está por llegar.

27 DE ENERO DE 2013 · 23:00

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Todo movimiento tiene sus antecedentes, pero dado que muchas veces he tratado en este estrado virtual el origen y causa del pentecostalismo moderno, me remitiré a aquellos artículos anteriores. Es bueno releer. A pesar de todo, no huelga decir que el movimiento pentecostal es resultado del gran movimiento de santidad de la segunda mitad del siglo XIX. En la recién colonizadas y salvajes tierras del Oeste norteamericano, los cristianos comenzaron a predicar al crisol de culturas que comenzaban a formar la forma de ser estadounidense. Muy poco tenía que ver el Oeste y Centro del país con la sofisticada sociedad del Este, más influida por las modas filosóficas de Europa. La voz de John Morgan en su famoso libro La Santidad Aceptable a Dios, fue una de las primeras en hablar de la necesidad de un nuevo avivamiento centrado en el Espíritu Santo. El famoso Scotfield también habló del creciente interés de su generación por el Espíritu Santo. De personas como ellos y otros muchos, nació el movimiento pentecostal. El pentecostalismo histórico fue el resultado de la unión de tres cosas: Sencillez, igualdad y alegría. Los bautismos del Espíritu Santo con glosolalia o manifestación de lenguas, tal y como los describe el libro de los Hechos, capítulos 2, se dieron durante toda la historia de la Iglesia, pero en la segunda mitad del siglo XIX, comenzó a suceder mucho más a menudo. Casos en Inglaterra, Carolina del Norte o la India, fueron los antecedentes de la famosa madrugada del 31 de diciembre de 1900. Chales F. Parham, ministro metodista y un apasionado del Espíritu Santo y sus manifestaciones, dirigía un sencillo instituto bíblico en Topeka, Kansas. En aquel modesto lugar en el que se enseñaba a cuarenta alumnos se derramó el bautismo del Espíritu Santo sobre una mujer llamada Agnes Ozman. En las últimas semanas, los estudiantes estaban profundizando en el libro de Hechos y quisieron experimentar la misma promesa que casi 2000 años antes había tenido los primeros cristianos y para ello se reunieron en vigilia la última noche del año. El movimiento se extendió como el fuego en un caluroso medio día de verano. Kansas, Missouri y Texas fueron los primeros en experimentar el avivamiento pentecostal, pero la iglesia por antonomasia sería la de la calle Azusa, en un modestísimo barrio de Los Ángeles. El pastor de la iglesia nazarena William J. Seymour, nieto de esclavos, pastoreaba la primera iglesia en experimentar un gran avivamiento pentecostal, que sacudió la ciudad e hizo que la prensa de todo el país se interesara por ellos. Pero, ¿Cuál fue el secreto de este movimiento? Ya lo apuntábamos al principio: sencillez, igualdad y alegría. La sencillez inocente de creyentes que creían que el poder de Dios es el mismo ayer que hoy. Como recuerda el viejo himno pentecostal: Puede hacerlo otra vez, puede hacerlo otra vez. Es el mismo hoy, no cambiará. Gozoso estoy, si Dios ha hecho un milagro, puede hacerlo otra vez… La igualdad racial y cultural de los creyentes. Una iglesia pastoreada por un negro, como la de la calle Azusa, repleta de hispanos, anglosajones, italianos y nórdicos. La raza dejó de tener importancia en aquel movimiento. La alegría que producía la llenura sencilla del Espíritu Santo y la libertad de poder expresarla. Sin duda, esa alegría nacía de las expresivas formas de los primeros pentecostales negros, que introdujeron en nuestra liturgia de nuevo al cuerpo y su movimiento como parte de la adoración a Dios. El movimiento pentecostal se extendió por todas las denominaciones y grupos, avivó la labor misionera decaída a principios del siglo XX, motivó a millones de personas a convertirse. En la segunda mitad del siglo XX, penetró en las iglesias más tradicionales, incluida la Iglesia Católica y sigue extendiéndose como un fuego imparable por Asia, América y África. El fuego pentecostal es el último gran avivamiento de la Historia de la Humanidad, aunque otro, sin duda, está por llegar.

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