A 30 años del ‘Nuevo Catecismo para indios remisos’

Una referencia al 30º aniversario de la publicación de la única obra de ficción de Carlos Monsiváis, el “Nuevo catecismo para indios remisos”.

23 DE DICIEMBRE DE 2012 · 23:00

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La fábula estaba en blanco. A punto de ser escrita, carecía de un tema que le procurase el respeto ajeno y la dignificase sempiternamente. Ya eran demasiadas las narraciones bobaliconas para arrullar niños, y demasiados los cuentos ingeniosos que le endilgaban a los animales las ineptitudes humanas. Hacían falta apólogos secos, enconados, sin moralejas dulcificadoras. Se requería un texto que al sorprender desagradablemente al mismísimo Dios, fuese memorable por motivos inesperados.[i] C.M., “La fábula que estuvo a punto de sorprender a Dios” No podía terminar 2012 sin la aparición de nuevos libros de Carlos Monsiváis (Las esencias viajeras (Hacia una crónica cultural del bicentenario de la Independencia) y Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México), pero tampoco sin hacer referencia al 30º aniversario de la publicación de su única obra de ficción, el Nuevo catecismo para indios remisos. Aunque según Adolfo Castañón hubo una edición previa en 1981,[ii] lo cierto es que la de 1982 es la que dio a conocer el conjunto de parábolas semi-pseudo-cuasi-teológicas que pergeñó el cronista de al colonia Portales para vaciar en ellas todo el ácido y, al mismo tiempo, el jolgorio con que asumió las realidades religiosas tradicionales, ésas que por su formación protestante tan acendrada le calaban hondo, con todo y que él se esforzó todo el tiempo por difuminar el impacto que le causaban. Castañón, uno de los críticos más cercanos a Monsiváis, es quien quizá con mejor tino ha definido lo que representa este libro dentro del corpus monsivaíta, así como su filiación literaria: La palabra catecismo supone cristianismo, y el mundo postcristiano (por eso Nuevo) de Carlos Monsiváis podría ser leído a la luz de G.K. Chesterton y de V. Swift, pero sobre todo del Mark Twain de Fragmentos del Diario de Adán y Eva, del Diario de Eva y teniendo en cuenta la etimología del catecismo, es decir, teniendo presentes los ecos de la modernidad cristiana desencantada en conflicto y complicidad con el paisaje de un territorio tan pronto cristiano, tan pronto católico, según las necesidades de la parodia, que le ha tocado como hábitat al testigo. Desencantado de Dios y de sus símbolos, del lenguaje y de las instituciones encargadas de transmitir las creencias, al escritor el único vestigio de Dios que le queda en la marea del nihilismo generalizado es el Lector, ese santo espíritu en función de quien la escritura se cumple.[iii] Y es que en este volumen estamos ante una recopilación de 50 textos híbridos (40 en un principio, aunque inicialmente sólo serían nueve), con un sabor predominante a fábula, es verdad, pero con el tono irónico permanente que no solamente toca el asunto para ridiculizarlo, sino que lo convierte en una mezcla de seriedad y jocosidad, y hasta de sermón y jaculatoria gozosa. Algunos títulos de los textos para corroborar lo anterior: “Parábola de la virgen provinciana y la virgen cosmopolita”, “Quien no odie a los símbolos sólo conocerá la Fe por aproximación”, “Del refrán que fue piedra de tropiezo de la Fe”, “El rezo desobediente”, “El santo que tenía mala clientelea, etcétera. Acerca del Nuevo catecismo… versó la amplia entrevista que le hizo su amiga Elena Poniatowska (“Los pecados de Carlos Monsiváis”, La Jornada Semanal, 23 de febrero de 1997, www.jornada.unam.mx/1997/02/23/sem-monsivais.html), el también autor de El Estado laico y sus malquerientes se explaya y recuerda el origen del libro: Francisco Toledo, hombre de curiosidad inagotable, descubrió en Oaxaca un Catecismo para indios remisos, es decir, para indios renuentes a “la verdadera religión”, como se decía entonces. Armando Colina y Víctor Acuña compraron un juego de grabados del siglo XVIII y se lo dieron, y Toledo decidió trabajar estos temas religiosos, uniéndolos a su mitología juchiteca y poniéndole como título Nuevo catecismo para indios remisos. Me pidió nueve textos y acercándome a lo que creí el espíritu de los grabados, los hice, pero luego ya absolutamente contaminado añadí tres textos, y en una siguiente edición agregué otros diez. Y luego reescribí. De modo que la intención más remota ni siquiera fue suya, pero al participar en el proyecto progresivamente advirtió la manera en que coincidía con sus “intereses ocultos” de trabajar el tema religioso que siempre le apasionó y que aquí le dio ocasión de desarrollarlo como pocas veces, pues los registros escriturales que maneja lo acercan y lo alejan, en un vaivén frenético, como ya se dijo, a formas discursivas ligadas a la expresividad de lo sagrado en varias de sus manifestaciones. Porque nada más paradójico que un protestante reescribiendo un catecismo católico rechazado por la masa indígena de la Nueva España, que así podría resumirse el contenido de este panfleto posmoderno (aunque no en la edición de 1982, necesariamente, quizá más en las posteriores), pues también puede entrar en esa categoría sin ningún problema. Sin entrar en especificaciones odiosas, el propio Monsiváis define el género de sus textos, con la mente puesta tal vez en lectores ávidos y morbosos por encontrar al “autor creyente” haciendo gala de sus convicciones, pero nada más lejano, por supuesto. A la pregunta sobre si es un libro de ficción, respondió: Sí. Es un intento de glosar, de llevar a su consecuencia extrema la lógica de las supersticiones. En la Nueva España, por el modo en que se implantó la fe y por esa lenta asimilación de una creencia nueva en un medio tan salvajemente sometido, se produjo una cantidad enorme de supercherías, en sí mismas manicomiales. Y me atrajo la idea de llevar a sus consecuencias a fin de cuentas previsibles lo ya concebido desde la más vigorosa fantasía. Sé que es imposible contender con la fantasía desprendida de las creencias religiosas o equipararse a ella, pero el intento me absorbió un tiempo. Cada lector puede encontrar en estas fantasías reescritas el hilo conductor para una apropiación distinta del legado religioso tradicional, aderezado con una visión alegórica tributaria de El progreso del peregrino, de Bunyan, el puritano, un clásico del universo literario y religioso que Monsiváis conoció muy bien. Su testimonio de lector es inapelable: ¿Cuál fue tu catecismo de niño? De niño no tuve catecismo por no ser católica mi formación. En todo caso, habré leído alguno de esos catecismos de la Historia Patria que abundaban en las librerías de viejo. Seguramente leí resúmenes de Guillermo Prieto, y en la secundaria intenté leer el de Roa Bárcena y fracasé. Ya en preparatoria leí, no sin morbo, el del Padre Ripalda. ¿Por qué fracasaste en ese aprendizaje de los catecismos? Porque disponía de un gran equivalente, que rehúye la idea misma de catecismo, La Biblia, leída con cierta perseverancia desde que me acuerdo. Y porque había leído novelas de la formación ejemplar, The Pilgrim’s Progress (El progreso del peregrino), de John Bunyan, muy importante para mí. Pero exagero. Resumiendo, la Biblia fue la madre de todos los catecismos para mí, y el antídoto. (Énfasis agregado.) El diálogo con el catolicismo, que no crítica necesariamente, desde esa vertiente, es difícil, pero no imposible: [El libro] No critica a la religión católica. No pasa por la fe, pasa por el lado de la locura extendida en algunas creencias. En lo tocante a la religión, el pasmo es tan inmenso que me impide pronunciamientos, pero los desafueros a nombre de esas creencias me han resultado desde niño muy divertidos, y me propuse atender ese mundo no tan marginal, pero nunca central, de las creencias católicas en México y examinarlo a la luz de la sátira. En cuanto al protestantismo, el tipo de supersticiones que ha provocado es distinto al católico, pero no por ello deja de parecerme divertido. Lo que pasa es que me llevaría más tiempo, y no sé si hay el conocimiento suficiente de estos prejuicios para que el resultado no fuese una querella de gueto. He aquí un texto completo para apreciar las dimensiones de la intertextualidad monsivaíta y sus derivaciones en todos los sentidos: Las dudas del predicador Enmienda tú, arcángel San Miguel, apóstol de las intercesiones sin lisonjas, enmienda tú a estos naturales y nativos, y extírpales las influencias perversas, y el ánimo de transformar los templos en tianguis indecentes, y borra de ellos las supersticiones, y elimina con ira a sus falsos reyes, sus abominaciones y blasfemias, sus monstruos que paren ancianos a los catorce meses, y sus iguanas que hablan con las reliquias como si éstas tuvieran don de lenguas. Varón inmaculado, santo arcángel, castiga a los nativos, cortos de manos y restringidos de piernas, quebrantados y confusos. Haz que sepan de tu aborrecimiento y tu justicia. Que sus arroyos se tornen polvo abyecto, sus perros amanezcan desdentados, su falsa mansedumbre se vuelve azufre y sus cánticos sean peces ardientes sobre su miseria. Pasa sobre sus dioses escondidos cordel de destrucción y que en el vientre de las indias mudas aniden humo y asolamiento. Porque, enviado con alas, éste tu siervo ha vivido entre nativos muchos años, exhortando y convirtiendo a quienes no quieren distinguir ya entre la verdadera religión y las idolatrías nauseabundas, entre el pecado y el respeto a la Ley. Castígalos, Miguel, y devuélveme mi recto entendimiento, para que ya no sufra, y abandone los tenebrosos cultos de medianoche y nunca más le ruegue, pleno de confusión y de locura, a Tonantzin, Nuestra Madre... de la que inútilmente abominan los hombres barbados que con espada y fuego instalaron sus dioses en nuestros altares creyendo, pobres tontos, que hemos de abandonarla algún día, a ella, nuestra diosa de la falda de serpientes.[iv] Lo prehispánico, lo católico, lo sincrético y lo moderno: todo ello amalgamado en una fábula que se muerde la cola porque la religiosidad, libre de amarras dogmáticas, siempre ha seguido su curso, más allá de cualquier intento por domeñarla. Ésa es otra de las raíces en el largo andar del cronista negado para teólogo que exploró con hilaridad auto-contenida los territorios del deseo reprimido en todas sus formas. Y sí, negó ser teólogo, pero no se contuvo a la hora de indagar esos caminos tan retorcidos. Poniatowska quiere acorralarlo: “Tú tienes bases suficientes para hacer un ensayo muy extenso sobre la religión, pero hasta hoy siempre has tocado el tema con humor, ¿por qué?”. Y él responde: “Porque no soy teólogo. Hasta ahora mi registro de la religión ha sido a través de la literatura y del rechazo a la intolerancia”. En este combate sin fin, los textos de Monsiváis también se ubican en una trinchera muy específica y saca partido de la misma: El teólogo de avanzada y su repertorio anacrónico Si había alguien orgulloso de su espíritu contemporáneo, era el Teólogo de Avanzada. Creía que todo dogma era cuantificable, verificaba las correspondencias entre la física y el Sermón del Monte, sostenía que un milagro no viola sino amplía las leyes de la naturaleza, y no se oponía a declarar simbólicos o alegóricos los textos bíblicos juzgados inexactos o falsos por la razón. Pero al Teólogo de Avanzada lo acompañaba la mala suerte. Bastaba su presencia en una boda para que por ensalmo se multiplicasen bebida y comidas. Salía al campo y lo seguía una orquesta de seres inanimados. Decía una agudeza y la víctima de su chiste inofensivo se retorcía de dolor al otro lado del océano. Durante una sequía imploraba por agua y tras cuarenta días y cuarenta noches de tormenta incesante, muchas especies desaparecían para aflicción de zoólogos y ecólogos. “¿Cómo es posible?”, se preguntaba, “Yo, el Teólogo de Avanzada, hago a pesar mío milagros fuera de época. Di un discurso sobre el Evangelio y la rotación de los astros y en la primera lección oscureció a mediodía y llovieron del cielo focas y jirafas. Anhelo el diálogo cartesiano y me aclaman muchedumbres fanáticas. Nadie, absolutamente nadie, toma en serio mi intento por hermanar la religión y la ciencia”, Mientras se lamentaba, llegó una carta de la Academia notificándole el rechazo por “acompañar su solicitud con demostraciones precientíficas”. Irritado, el Teólogo de Avanzada lanzó una maldición y todos los miembros de la Academia se convirtieron en sapos de piedra. Por una vez, el Teólogo se alegró de sus poderes a la antigua.[v] Finalmente, Linda Egan, autora de un libro fundamental (Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo. Fondo de Cultura Económica, 2004) y quien en un principio no había consignado la influencia bíblica en su obra, afirma, señalando otras filiaciones, pero también las características formales de esta escritura “neo-catequética”: La mayoría de estos textitos son fábulas, breves relatos alegóricos que son descendientes reconocibles de la tradición medieval de un don Juan Manuel. El grueso de estas narraciones didácticas son antirrealistas, apropiándose libremente de lo fantástico, lo maravilloso y lo mágico-real: la moraleja que comunican relaciona su forma y función con el ejemplo o parábola (bíblica). Es a la vez natural e irónico que la imaginación ficcional de Monsiváis se alinee con este género ya que ha […] estudiado objetivamente tanto la tradición pagana como la cristiana, profesa una doctrina que tiene la moralidad por la base de una mentalidad moderna y democrática, y reconoce que un entendimiento secular de la cultura mexicana exige un entendimiento profundo de sus dogmas y rituales sagrados. […] Un ánimo finalmente optimista persiste en toda su obra, pero en el Nuevo catecismo, su participación explícita en la tradición de la literatura sermonesca, el diálogo socrático, la exégesis bíblica, la parábola y la sátira litúrgica del Medioevo ubican estas fábulas dentro de un tiempo ético que se apresura hacia revelaciones de un mundo justo por venir.[vi] El lector potencial tiene ante sí, una gran tarea, con una anunciada gratificación de por medio: no parará de reírse de sí mismo a la hora de enfrentarse al Nuevo catecismo de indios remisos, es decir, buena parte de los adoctrinados/as por la Iglesia Católica en toda América Latina.


[i]C. Monsiváis, Nuevo catecismo para indios remisos. México, Siglo XXI, 1982, p. 19.
[ii]A. Castañón, “Carlos Monsiváis: una experiencia estética de la dialéctica de la secularización”, en Nada mexicano me es ajeno. Seis papeles sobre Carlos Monsiváis. Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2005, recogido en Raquel Serur, coord., La excentricidad del texto. El carácter poético del Nuevo catecismo para indios remisos. México, UNAM, 2010 (El estudio), p. 31. Su recuento de las apariciones de esta obra es minucioso: 1) Arvil Gráfica, con 11 láminas de Francisco Toledo, noviembre de 1981; 2) Siglo XXI Editores, 1982 (colofón fechado el 8 de octubre); 3) Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1992, aumentada; 4) Ediciones Era, 1996; 5) Biblioteca Era, 2001; y 6) el disco compacto de la UNAM, 1998, colección Voz Viva, que incluye 8 textos, cuya lectura del autor va acompañada por la flauta de Horacio Franco. Tres de ellos pueden escucharse en: www.descargacultura.unam.mx/playerList/showAlbum?playerList.id=16948. La revista Nexos también publicó algunos: www.nexos.com.mx/?P=leerarticulo&Article=266496.
[iii]Ibid., p. 40.
[iv]C. Monsiváis, Nuevo catecismo…, pp. 17-18.
[v]Ibid., pp. 59-60.
[vi]L. Egan, “La teología secular de Carlos Monsiváis en Nuevo catecismo para indios remisos”, en R. Serur, op. cit., pp. 109-110, 138-139. Énfasis agregado.

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