Un signo divino: la misericordia

"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" Mateo 5,7

14 DE DICIEMBRE DE 2012 · 23:00

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MISERICORDIA HUMANA Y DIVINA De la misericordia podemos decir lo mismo que de la mansedumbre: No crece en el árbol de nuestro natural humano. A veces la conducta del hombre revela destellos de una gloria sorprendente, llegando a entregar sus bienes e incluso su vida por los más necesitados. Pero pronto se apagan estos destellos de luz, cual si fueran fuegos de artificio en la oscuridad de la noche. Admiramos el personaje de "El idiota" de Dostoiewski, porque es un ser misericordioso. Y levantamos monumentos en las plazas de nuestras ciudades a esos hombres y mujeres que con sus vidas y ejemplos dignificaron a la humanidad. Sí, amamos y admiramos a los misericordiosos y a los auténticos altruistas; incluso a aquellos que vivieron sin Dios y no quisieron flores, ni cruces, ni salmos ni cantos en sus tumbas. Porque aún sin creer en Dios el hombre puede hacer mucho bien. ¿Acaso no se valió Jesús de la figura de un samaritano ignorante y lejos de la verdad de Dios para ilustrar lo que era misericordia? Pero la misericordia que alaba Jesús es distinta. El protagonista de esta misericordia no es el hombre, sino Dios. Dios es el motor de la acción misericordiosa que alaba Jesús. Así lo expresa Santiago 1,17: "Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces." También el apóstol Pablo le recuerda a los cristianos de Corinto el peligro que existe en resaltar la bondad humana, les escribe: "Para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros. Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorias como si no lo hubieses recibido?" (1 Corintios 4, 6-7). Estos textos evidencian que delante de Dios todos los hombres dejan de ser los generosos altruistas y los grandes donantes, porque nadie tiene absolutamente nada propio para dar. Todo lo que tenemos lo hemos recibido. Y al dar, damos lo que es de Dios, tanto si creemos en él como si no creemos. Aquí no hay benefactores y beneficiados. Aquí todos los ojos miran a uno, al que está sentado en los cielos, tal como lo expresa con inigualables palabras el autor del salmo 123: "A tí alcé mis ojos, a tí que habitas en los cielos. He aquí como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios." SER MISERICORDIOSO ES SABER PERDONAR La palabra griega misericordia pertenece originalmente al ámbito de la judicatura. Los condenados por un tribunal tenían el derecho a pedir clemencia al juez. Este sentido está comprendido también en la bienaventuranza que estamos tratando. Misericordia es perdonar a aquel que por sus graves culpas está condenado a la muerte. Y esta ha sido la experiencia que hemos gustado todos los que hemos creido en Cristo y nos hemos comprometido con él. Y ahora se espera de nosotros, se nos exige, que no preservemos para nosotros ese maravilloso don celestial, sino que lo extendamos generosamente a todos los hombres y mujeres con quienes nos relacionamos. En este aspecto nuestra bienaventuranza tiene una correspondencia directa con esa petición del padrenuestro que reza: "Perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores." Negarnos a perdonar a otros es un grave delito que atrae sobre nuestras cabezas la ira de Dios. Dos cosas nos enseña la parábola del siervo malvado: Primero, que misericordia de arriba a abajo sólo existe en la relación Dios-hombre. Dios es el Señor y nosotros sus siervos. Él es el Padre y nosotros sus hijos. Dios no es nuestro socio, a quien tratamos de igual a igual. Él es sublime, nosotros humanos. Él es santo, nosotros pecadores. Él es el que perdona y nosotros somos los perdonados. Segundo, en la misericordia entre los hombres no hay unos que estén arriba, mientras que otros están abajo. ¿Estás siendo misericordioso con tus deudores? MISERICORDIA Y ANUNCIO DEL EVANGELIO Misericordia en este sentido significa servicio, y , sobre todo, servicio de la palabra, anuncio del precioso evangelio de Jesucristo. Es el apóstol Pablo el que encarna ejemplarmente este honroso y grato deber de comunicar a otros la misericordia de Dios en Jesucristo. A los romanos les escribe llamándose a sí mismo deudor de ellos, les dice: "A griegos y a no griegos, a sabios y a nos sabios soy deudor. Así que, en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma" (Romanos 1,14.15). MISERICORDIA Y DIACONÍA Junto al servicio misericordioso de la palabra aparece también comprendido en esta bienaventuranza que estamos tratando el servicio diacónico, el "vaso de agua fría" que extendemos a otros en el nombre de Jesús. Pero esta diaconía misericordiosa tiene en la Biblia un significado más amplio. Misericordia no es simplemente hacer bien al necesitado de ayuda material. En las palabras sobre el juicio final los "hermanos pequeños" de Jesús no son únicamente los necesitados de ayuda material, sino a la vez, los difamados, los humillados, esas personas heridas en su dignidad humana. Por el contrario, la inmisericordia es esa actitud de distanciamiento fariseo que observamos hacia los que han perdido su honra. UN EJEMPLO DE MISERICORDIA PRÁCTICA Por extraño y sorprendente que parezca, para algunos la misericordia no es más que una palabra bonita, pero no saben ponerla en práctica. Si este es nuestro problema, Jesús nos ofrece un ejemplo de cómo actua la misericordia. En Lucas 10,30-35 nos cuenta Jesús una parábola, dice: "Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día, al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese". Y nos dice Jesús: Misericordia es la acción de este samaritano. El sacerdote y el levita no tuvieron misericordia del herido, pasaron de largo, a pesar de que enseñaban la ley de Dios y la ayuda al prójimo. Pero misericordia es más que conocimiento, es más que saber lo que hay que hacer. Misericordia es echar manos a la obra, no poder pasar de largo cuando vemos a un necesitado. Y esto hizo el samaritano, que no conocía la ley de Dios. ¿Es posible que haya fuera de la iglesia personas más misericordiosas que los hijos de Dios? Sí, es posible, lo dice Jesús. Para nuestra vergüenza lo dice. ¡Quiera Dios que la acción del samaritano nos sacuda a todos! Jesús nos dice: "Vé, y haz tú lo mismo." Después nos dice Jesús que el samaritano "fue movido a misericordia". Sus entrañas se removieron. ¡Qué corazón más noble y sensible! Algunos tienen piedra en lugar de corazón. Colosenses 3,12 nos dice: "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia." Necesitamos unas entrañas, un corazón, lleno de misericordia. Después, el samaritano "vino cerca de él". La verdadera misericordia necesita pies. Si queremos esperar hasta que la necesidad llegue adonde nosotros estamos, tendremos que esperar largo rato. Las palabras bonitas ayudan poco. Las exhortaciones piadosas carecen de valor cuando las manos no colaboran. La predicación de la boca sólo es eficaz cuando va acompañada de la predicación de las manos. Después de vendar sus heridas, el samaritano " lo puso en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Al otro día al partir..." ¿Qué le había proporcionado toda esta ayuda al samaritano? Sólo trabajo. Habría avanzado mucho más de haber cabalgado sólo en su montura. Pero en lugar de esto, montó al herido con él. ¡Podemos imaginarnos lo difícil que sería viajar en estas condiciones! Tuvo que reclinarlo contra su propio cuerpo, porque el hombre estaba medio muerto. Pero él no escatimaba esfuerzos, lo importante era salvar una vida. El samaritano tuvo que interrumpir su viaje para ayudar al herido. Leemos: "Otro día al partir". Le dedicó al hombre su tiempo. El ministerio de la misericordia cuesta tiempo. No se puede practicar la misericordia sin sacrificar tiempo. ¿Tienes tú tiempo para tu prójimo? A veces el sacrificio de un par de minutos significa realizar un trabajo que perdurará por la eternidad. Un punto más y habremos tratado todas las lecciones que nos da el samaritano. Dice Jesús: "Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese." El servicio que este hombre prestó al herido le costó también dinero. Y ésto es muy delicado para mucha gente. Cuando se habla de dinero, muchos no quieren saber nada. Se sienten mal. La cartera es un aspecto de la vida de muchos cristianos que aún no ha sido consagrado plenamente al Señor. "Mi dinero es mìo", decimos. ¿Qué hay de tí al respecto? ¿Sois tú y tu dinero del Señor? Muchos cristianos están aún atados a su dinero. Aún hay quienes dan al Señor calderillas, o sea, mijagas. ¿Qué, pues, cuesta la misericordia? Todo; nos cuesta todo lo que somos y tenemos. Nos cuesta una entrega total al Señor, un ponernos completa e incondicionalmente a disposición de Jesús. Si queremos ser misericordiosos, si queremos ser bienaventurados, éste es el camino. LA MISERICORDIA Y LA GRAN PROMESA La verdadera misericordia contiene su paga en sí misma. Es una gran satisfacción poder ayudar a un necesitado y salvar una vida para la eternidad. Pero la recompensa de la misericordia es todavía mayor. Dice Jesús: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." ¿Enseña esta misericordia que podemos alcanzar el cielo con nuestras obras de misericordia? No, el cielo lo alcanzamos por la fe en la sola obra de Jesucristo. Lo que nos enseña esta bienaventuranza es que para hacer verdadera misericordia es necesaria una entrega absoluta y total al Señor. Esta entrega será siempre el producto de haber experimentado la misericordia de Dios.

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