Por favor, no dejéis llorar a vuestros hijos

¿Y por qué habrían dejado las mujeres occidentales de darle el pecho a sus hijos, llevarlos en brazos y dormir con ellos?

15 DE SEPTIEMBRE DE 2012 · 22:00

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Al ponerme a escribir esto me he dado cuenta de que en estos últimos cuatro meses me he acabado convirtiendo en una radical. Y con convicción. De esas a las que nadie bajará del burro y que se dedicará a difundir sus ideas siempre que haya oportunidad. Porque a lo largo de la vida, y en especial durante los nueve meses de embarazo, a los futuros padres y madres se les meten (o les meten) en la cabeza una cantidad ingente de ideas, muchas contradictorias, otras contraproducentes. Otras dañinas. Y hasta que no llega el momento en que coges en brazos a tu hijo y te responsabilizas de él y de su vida no tienes capacidad de ver qué vale y qué no vale de lo que te han estado contando y haciendo creer. Y después de estos cuatro meses de mamá primeriza tengo que reconocer que me he convertido en una radical de la crianza con apego, y no me da vergüenza admitirlo. Y lo soy porque he comprendido que cualquier otra opción no honra para nada a Dios. Es más, estoy convencida de que cualquier otra opción es obra de Satanás, que se aprovecha de nuestra naturaleza caída para destruirnos. Que no os sorprenda, ya os he dicho que me he vuelto una radical. Y ahora voy a convenceros de que tengo razón. Es un poco difícil de explicar la crianza con apego, y además quiero resumirlo. Así que perdonadme si no soy muy exacta o se me olvida algo. Todo esto de la crianza con apego comenzó en los años sesenta. En realidad, la crianza con apego es un nombre muy bonito para algo que se lleva haciendo con naturalidad decenas de miles de años, desde que el hombre es hombre, que es el modo natural en que las madres han criado a sus hijos: dándoles el pecho, llevándolos en brazos, durmiendo con ellos. En los años sesenta hubo algunos puericultores que comenzaron a darse cuenta de que tenían que demostrar las ventajas de que las madres le dieran el pecho a sus hijos, los llevaran en brazos y durmieran con ellos, por la sencilla razón de que las madres (hay que decir que las occidentales, sobre todo en EE.UU. y Europa) estaban dejando de hacerlo. Y eso provocaba, y provoca aun hoy día, muchísimas enfermedades, problemas de salud y trastornos emocionales. ¿Y por qué habrían dejado las mujeres occidentales de darle el pecho a sus hijos, llevarlos en brazos y dormir con ellos? ¿Por qué habían empezado a dejar de lado su instinto natural? Esa es la pregunta del millón. Yo creo que se juntó el hambre con las ganas de comer. Como efecto péndulo a la imposición moral de la posguerra de que el único lugar posible de la mujer estaba en casa, surgieron los movimientos feministas que de una forma muy simple (como todo lo que ocurre con los péndulos) llevó la razón y la verdad al extremo opuesto sin pararse a analizarlo por el camino. Así, mientras que en las décadas anteriores las únicas mujeres de verdad eran las que exclusivamente cuidaban de su casa y de sus hijos, en la revolución feminista se llegó a implantar la creencia de que las únicas mujeres de verdad eran las que no estaban esclavizadas por la casa y por los hijos. Tener hijos era una esclavitud. Pensadlo bien: hoy se sigue pensando lo mismo. Las mujeres han retrasado su edad para concebir hijos porque quieren “disfrutar de la vida”, cosa que supuestamente no se puede hacer con hijos. A las pobres a las que la emancipación les pilló tarde, las empresas farmacéuticas y la todopoderosa maquinaria de la publicidad les convencieron de que no hacía falta tener al bebé enganchado al pecho todo el día, lo cual es una esclavitud, que “se criaban igual” dándoles un biberón de lecho artificial que casualmente tenían que comprarles a ellos a precio de oro. Súmenle a ello una revolución industrial donde todo el mundo dejó de cuidar su granja para irse a trabajar a las fábricas de la ciudad, donde no pueden tener a sus hijos colgados a la espalda mientras trabajan, y ya tenemos en engaño pertrechado. De lo de dar el pecho, si queréis, hablamos otro día. Es un tema complejo, extenso y delicado, del que por desgracia no se toma mucho en cuenta en las iglesias. Además, me toca mucho la fibra sensible. Entiendo que haya madres con problemas que tengan que darle biberones de leche artificial a sus hijos. Pero se nos ha engañado para hacernos creer que el hecho de que la madre tenga o no leche para alimentar a su bebé es una especie de suerte que a unas les toca y a otras no. Sí, repito, se nos ha engañado. Y sabemos quién es el padre del engaño. Pero lo que yo quería hacer era un llamado a los padres, sobre todo a los primerizos: por favor, no dejéis llorar a vuestros hijos. El primer impulso de una madre al escuchar llorar a su bebé es acercarse para cogerlo en brazos y consolarlo. Incluso diría que ese es también el primer impulso del padre, cuyas hormonas se supone que no se revolucionan tanto con los bebés; pero los seres humanos somos tan estúpidos que llevamos décadas diciendo y expandiendo el «no, no lo cojas en brazos que se malcría. Déjalo llorando que no pasa nada». Sí, sí que pasa algo si no coges en brazos a tu hijo que llora. Pasa que desde que alguien nos metió esa idea tan peregrina en la cabeza, se han multiplicado en Occidente los casos de niños con el síndrome del emperador, los adolescentes drogadictos, los jóvenes aletargados e inactivos y los adultos depresivos, presos del estrés y la ansiedad. Pero nadie habla de eso, porque nos dicen que hay gente que puede sentirse ofendida, y prefieren disimular. Y ya sabemos quién es el príncipe del disimulo. Por favor, padres, no dejéis llorar a vuestros bebés. Un bebé no sabe comunicarse de otra manera; depende de sus padres para todo, apenas tiene independencia. No hay ningún motivo justificable para no ofrecerle consuelo a un bebé que llora. Es más, el mismo Señor lo dice: «Como aquel a quien consuela su madre,
así os consolaré yo a vosotros» (Isaías 66.13). Si tú no consuelas a tu hijo cuando le hace falta, sea lo que sea, ¿con qué cara acudes después a pedir tú consuelo a tu Padre? Y por favor, padres, no peguéis a vuestros hijos. La disciplina no tiene nada que ver con los golpes. A golpes solo se crían adultos inseguros y violentos, incapaces de controlar unas emociones que nunca les enseñaron a dominar. Un hijo golpeado por sus padres, sus cuidadores, es un niño inseguro en el que debería ser el lugar más protegido del mundo: «Tú me sacaste del vientre materno;
me hiciste reposar confiado
en el regazo de mi madre» (Salmo 22.9). Si tú no provees un entorno protegido a tus hijos, ¿cómo querrás después acercarte a Dios a pedir protección? Dejar a tu hijo llorando hasta que se duerme es una crueldad, y va en contra del instinto de cualquier madre que lo que querrá será acudir a acunar a su bebé. Da igual lo modernas que sean esas teorías y lo lindos que sean los libros en donde nos expliquen paso a paso que los hijos son unos manipuladores y cómo debemos doblegarlos: es mentira. Nos llevan mintiendo mucho tiempo. Y sabemos quién es el maestro de la mentira. Nuestros hijos no quieren juguetes, sino abrazos. Los niños no solo se alimentan de leche y papillas, también se alimentan de besos y mimos. Todos habéis visto en la televisión en los años noventa a esos niños criados en orfanatos de China y Europa del Este sin cariño y sin apego, y a todos se os ha partido el corazón. No os dejéis engañar: proporcionar comida y abrigo a tus hijos no es suficiente. Como veis, me he vuelto una radical. Puesto que este pretende ser un blog de divulgación literaria, os dejo un par de libros que yo guardo como tesorosy que durante estos meses me han ayudado a entender que uno debe ponerse un poco radical con la sociedad para poder educar a tus hijos en el amor de Dios, y en su respeto a todas las personas, sean grandes o pequeñas. Y que es nuestro deber criar bebés que un día serán adultos que sean dignos y valerosos hombres y mujeres de fe que honrando a Dios puedan traer un poco de la rectitud y la bondad de su Reino a este mundo. Uno es Bésame mucho, de Carlos González, y el otro es Educar sin maltratar, de David Solá. Leed estos libros, dejaos convencer si sois incrédulos, y después de eso si queréis nos volvemos a reunir por aquí y seguimos hablando del tema.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El alma del papel - Por favor, no dejéis llorar a vuestros hijos