Gilboa, el mal fin de un buen comienzo

La historia de un hombre que buscando unas asnas encuentra una corona.Texto bíblico: 1 Samuel 28:3-25; 31:1-13

27 DE JULIO DE 2012 · 22:00

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GEOGRAFÍA E HISTORIA La gran llanura de Jezreel está limitada en el sudoeste por unas estribaciones montañosas correspondientes a los montes de Isacar. Resaltan en este punto septentrional tres montes de escasa elevación. El primero, ubicado entre el extremo sur del lago de Genesaret y la ciudad de Nazaret es el Tabor. El segundo es el conocido como pequeño Hermón. El tercero, separado de los dos anteriores por el valle de Jezreel, es el más alto con sus 518 m. Hoy lo adorna el pueblo de Faku’a, de ahí su nombre moderno de Yebel Faku’a. Aunque el antiguo nombre de Gilboa subyace todavía en el nombre de la moderna aldea de Yelbon. Es en este monte Gilboa, línea divisoria de las aguas pluviales entre el Mediterráneo y el Jordán, donde las tropas filisteas derrotaron al ejército de Israel. Saúl, abandonado por Dios, se quita la vida echándose sobre su propia espaday, al recibir la noticia del triste final del ungido de Dios, clamó David en su salmodia: “Montes de Gilboa, ni rocío ni lluvia caiga sobre vosotros… ¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla!” (2 Samuel 1:21,27). Esto es lo más destacado que nos ofrece el Gilboa en su historia milenaria. Saúl, en el ocaso de su vida pone fin a su propia existencia, perdida la corona de Israel y la gracia de su Dios. El drama del fracaso espiritual de la vida de Saúl y su triste final en el Gilboa se ve potenciado por la muerte de su valeroso y noble hijo, el príncipe Jonatán. Gran amigo de David, para ambos jóvenes, su pacto de amistad tendrá tristes consecuencias. Saúl perseguirá a muerte a David, quien se verá obligado a huir de desierto en desierto y a esconderse de cueva en cueva, hasta que, finalmente, acabará refugiándose en la tierra ocupada por los filisteos. Por su parte, Jonatán, a causa de su amistad con David, habrá de escuchar de labios de su propio padre el grave reproche: “Hijo de la perversa y rebelde, ¿acaso no sé yo que tú has elegido al hijo de Isaí para vergüenza tuya, y para confusión de la vergüenza de tu madre” (1 Samuel 20:30). Por causa de su amistad con David tuvo que sufrir Jonatán que Saúl arrojara también contra él una lanza homicida. Por causa de su amistad con David tuvo que renunciar a la corona de Israel, siendo el príncipe heredero. Y no obstante todo esto, “Jonatán habló bien de David a Saúl su padre” (1 Samuel 19:4); además, informaba a David de las aviesas intenciones de su padre y, finalmente, le ayudó a huir de la trampa mortal que aquel le había tendido. Por su parte, David será fiel a Jonatán incluso hasta después de su muerte, haciendo misericordia con Mefiboset, hijo de Jonatán y único sobreviviente de la familia de Saúl. Desde el trasfondo de esta noble amistad entre David y Jonatán, resalta todavía más el sombrío cuadro del suicida Saúl en los montes de Gilboa. Saúl el hombre, el anciano, caminaba hacia la perdición. Pero el joven Saúl comenzó su periplo existencial navegando por el océano de la vida, desplegadas las velas de la fe y la piedad. Su barca naufragó y se hundió dolorosamente en las olas de la desobediencia y el egoísmo. REYES Y PROFETAS @MULT#IZQ#52823@El naufragio espiritual en el que abocan algunos cristianos no es, por lo general, el resultado de un instante de locura; es, más bien, como nos muestra la vida del rey Saúl, el final de un camino lleno de continuas desobediencias. Saúl figura en la Biblia como el rey rechazado por Dios, no obstante su divina elección inicial. En su misericordia, Dios accedió al deseo de Israel de tener un rey como los demás pueblos, pues lo cierto es que las escuelas de profetas fundadas por Samuel en Gibea y Ramá no habían producido una personalidad espiritual y teológica capaz de impulsar y salvaguardar la teocracia en Israel. Así como Samuel no fue capaz de transmitir a sus dos hijos el carisma que le convirtió en profeta, tampoco logró transmitir este carisma a sus alumnos, los hijos de los profetas. Y es que ni siquiera un profeta de Dios puede disponer de la unción del Espíritu a su albedrío. Esta unción no se transmite por la ordenación que llevan a cabo los hombres, sino que es la prerrogativa de una consagración que lleva a cabo Dios mismo. Ser profeta no es oficio para el que capacita una escuela teológica, es un poder recibido en base a un llamamiento divino. El derecho a ser profeta no procede de aquellos a los que tenía que hablar el profeta, sino de aquél que le había revestido de poder para hablar. En su misericordia, Dios accedió al deseo de Israel de tener un rey como las demás naciones y le indicó, al principio, a los hombres que más se dejarían llevar por su Espíritu. No obstante el rechazo de la teocracia por parte de Israel y su elección de la antigua monarquía, con su consecuente despotismo, aun en su actual estado de rebeldía espiritual Israel continuaba siendo el primogénito de Dios entre las naciones. UN BUEN COMIENZO La historia comienza con un hombre que emprende un viaje buscando las asnas de su padre que se han escapado. Al final de este viaje le aguarda la corona de un reino. Toda la preocupación y el esfuerzo de Saúl iban encaminados a cumplir la tarea que su padre le había encomendado y encontrar las asnas perdidas. A punto de renunciar a su infructuosa misión (1 Samuel 9:5), su criado le sugiere que vayan a ver al profeta Samuel, en la esperanza de que éste les pueda dar alguna razón de los animales extraviaos (1 Samuel 9:6). Ambos encuentran al profeta y éste les anuncia que las asnas han sido encontradas, y les invita a comer con él (1 Samuel 9:20ss). Los dos jóvenes duermen aquella noche en casa de Samuel, y a la mañana siguiente el profeta unge en secreto a Saúl por rey de Israel (1 Samuel 10:1). De esta manera, el hombre que iba buscando unas asnas perdidas acabó encontrando una corona. La historia se repite, Dios no llama a ociosos a su servicio. Moisés experimentó su llamamiento mientras pastoreaba ovejas en el desierto, el ángel de Jehová encontró a Gedeón mientras éste aventaba el trigo en el lagar de su padre, Eliseo recibió el manto de profeta mientras araba con una yunta de bueyes y el profeta Amós fue llamado por Dios mientras cuidaba ganado y cultivaba higueras en los campos de su pueblo de Tecoa. Así, también a Saúl le alcanzó el llamamiento divino cuando llevaba varios días deambulando por las tierras de Israel en busca de las asnas perdidas de su padre. No cabe extrañeza ante las palabras que le dirige Samuel: “¿Para quién es todo lo que hay de codiciable en Israel, sino para ti y para toda la casa de tu padre?” (1 Samuel 9:20). La exégesis rabínica añade a esto: “Si eres capaz de buscar durante tres días un par de asnas porque así lo desea tu padre, no te resultará una carga buscar mayores valores que hace tiempo que ha perdido tu pueblo”. Tras despedirse de Samuel, el Espíritu de Dios desciende sobre Saúl y le hace profetizar para testimonio a todo el pueblo, “mudándole en otro hombre” (1 Samuel 10:6,10-12). Así ocurre siempre, Dios no llama a todos los capacitados, pero capacita a todos los llamados. Al principio de su reinado Saúl dio señales de estar revestido de una humildad y sabiduría encomiables. Así, por ejemplo: a) Supo callarse para él lo que su curioso tío no debía saber todavía (1 Samuel 10:14-16). b) Hizo oídos sordos a las declaraciones despreciativas que hicieron sobre su persona algunos perversos el día de su elección pública como rey de Israel (1 Samuel 10:27). c) No se enorgulleció públicamente de su elección, sino que se escondió humildemente entre el bagaje porque se consideraba inadecuado (1 Samuel 10:22). d) Se dispuso a ayudar inmediatamente a los amenazados habitantes de Jabes de Galaad (1 Samuel 11:1-9). e) Manifestó en su resolución la firmeza y el valor de un verdadero rey capaz de mover al pueblo con autoridad cuando es necesario (1 Samuel 11:7). f) Hizo gala de la magnanimidad de un corazón real grande y noble, perdonando a los que le habían menospreciado anteriormente (1 Samuel 11:12-13). Todas estas acciones revelan el prometedor comienzo del reinado de Saúl, que había sido puesto por Dios para liberar a Israel de la opresión de sus enemigos. Pero este buen comienzo se torció muy pronto, pues Saúl fue apartándose cada vez más del camino de la obediencia y de la fe en el Dios de Israel, y fue convirtiéndose lenta y progresivamente en un rey “como los de las demás naciones”. Su gobierno autocrático entró en conflicto con la teocracia de Israel, y se hundió fatalmente, pues Israel no puede tener “un rey como las demás naciones”. El único que gobierna sobre Israel es Dios, y si alguien quiere gobernar con éxito sobre Israel habrá de observar en todo la ley y la palabra de su Dios. Varios errores de Saúl nos indican las razones por las que sus buenos comienzos no bastaron para garantizar el progreso de su reinado, sino que dieron pie a su decadencia: INICIO DEL FIN: EL ÉXITO DE JABES Tras la victoria de Saúl sobre los amonitas que sitiaban la ciudad de Jabes de Galaad y su victoriosa revuelta inicial contra los todavía más peligrosos filisteos que subyugaban gran parte de Israel, Saúl consiguió una brillante victoria contra los amalecitas del sur. Pero es precisamente esta victoria la que marca el comienzo del declive del reinado de Saúl. El hombre que había recibido un nuevo corazón junto a los profetas, el que se había escondido humildemente entre el bagaje, el que había perdonado a sus menospreciadores, experimenta ahora una transformación interior que le hace alejarse de Dios y de sus divinos planes. Esto debe bastar para ponernos en guardia, pues vivimos en un mundo muy peligroso. ¿Por qué razones se produjo esto? Vamos a verlas. 1. Su impaciencia. En su guerra contra los filisteos Saúl se vio en una situación muy delicada. Según 1 Samuel 13:5 los enemigos se habían congregado en gran multitud, Israel, en cambio, estaba acobardado. Samuel había prometido venir para ofrecer sacrificio a Dios que inclinase a favor de Israel el signo de la batalla. Saúl le había esperado durante siete días (1 Samuel 13:8). Los israelitas empezaban a desertar. Entonces Saúl creyó que no podía continuar esperando más y, contraviniendo la ley de Dios, ofreció él mismo el sacrificio. Los que se matriculan en la escuela de la fe deben ejercitarse en la paciencia. ¡Felices los que sepan esperar hasta que suene la hora divina! La impaciencia condujo a la apostasía del becerro de oro en el Sinaí, y también debido a la impaciencia perdió Saúl su corona. 2. Su incredulidad. Saúl describe la razón de su falta con sus propias palabras, al decir: “Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado y que los filisteos estaban reunidos en Micmas, me dije: Ahora descenderán los filisteos contra mí a Gilgal” (1 Samuel 13:11-12). Saúl ponía sus ojos en las circunstancias en lugar de fijarlos en Dios. Su pensamiento era correcto desde un punto de vista humano, pero equivocado desde una perspectiva divina. 3. Su desobediencia. De la impaciencia y la incredulidad Saúl pasó a la desobediencia. Las palabras de Samuel habían sido: “Espera siete días, hasta que yo venga a ti y te enseñe lo que has de hacer” (1 Samuel 10:8). De manera que Saúl no tenía que hacer nada hasta que llegase Samuel. ¡El examen de Saúl consistía simplemente en no hacer nada! Si no hacía nada, sería rey. Dios conoce a los suyos. Y a cada uno lo prueba conforme a su necesidad. A éste le dice: ¡Trabaja! Al otro: ¡Quédate quieto! En ocasiones no hacer nada y esperar resulta más difícil que acometer una gran empresa. Saúl no obedeció la clara orden. “Ofreció el holocausto” (1 Samuel 13:9). Y su desobediencia le costó su corona. Impaciencia, incredulidad y desobediencia constituyen tres rasgos en su relación con Dios que dieron comienzo a la decadencia espiritual y política de Saúl. Pero junto a estos rasgos existen también otros detalles de carácter que contribuyeron a la ruina espiritual de este monarca que había sido elegido por Dios. La próxima semana veremos (en “Gilboa, el monte del juicio de Saúl”) cómo se produce su triste y progresivo deterioro y decadencia espiritual, y material. (*) Los artículos de esta serie se corresponden con un extracto del libro del mismo nombre y autor (Montes escogidos, Félix Gonzáles Moreno), donde además acompañan el final de cada capítulo preguntas que lo hacen útil como herramienta para el estudio en grupo. 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