Una teoría literaria bíblica en Eclesiastés

Eclesiastés 12:9-14 contiene dentro de sí todos los elementos de una teoría literaria

27 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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Las teorías literarias son criaturas escurridizas. Y caducas, por desgracia. Mutan constantemente y no hay forma de mantenerlas con vida demasiado tiempo antes de que llegue otra teoría que desbanque a la anterior. O, como empezó a pasar en el siglo XX con las vanguardias, a veces esas teorías se simultanean, se anulan o (lo que es peor) se complementan a pesar de parecer totalmente incompatibles. En el mejor de los casos cada cual decide a cuál se adscribe. En el mejor de los casos, en realidad, cada autor debe formular la suya propia e intransferible. ¿Es que no existen teorías literarias que perduren, o principios aplicables a la literatura que hayan pervivido al tiempo? La clave de cualquiera de ellas es intentar extraer lo obvio e imprescindible de todo lo escrito hasta la fecha, teorizarlo y convertirlo en plantilla para aplicarlo a la producción literaria que venga después. En el fondo es una tarea imposible, porque no hay forma de sintetizar toda la literatura escrita y no hay forma de predecir lo que se escribirá. Realmente, si uno lo piensa bien, todos los intentos por imponer una teoría literaria han acabado dando como resultado a algún autor que se salta las normas, innova, sorprende e instaura algo nuevo. Por ejemplo, el Siglo de Oro fue el siglo de las teorías literarias. Se analizaba, se estudiaba, se impartían principios y guías desde las escuelas. Se hablaba de que tal o cual cosa era lo que había que hacer, y cómo había que decirlo. Parecía que todos, en cierto momento, alcanzaron un consenso acerca de qué cosa era “buena” o “mala” literatura. Entonces llegó Lope de Vega y dijo que él podía hacerlo mejor. O, en cualquier caso, que él iba a hacer lo que le diese la gana. Allá donde los eruditos hablaban de drama o de comedia, él mezcló ambas disciplinas. Allá donde los unos hablaban de la pureza y la moralidad de los personajes, Lope creó protagonistas ambiguos, malvados simpáticos, víctimas culpables y verdugos que caían bien. Yo creo que por eso Cervantes le odiaba tanto. No se dio cuenta de que él había hecho lo mismo, o incluso algo mejor, con su Quijote. Cervantes no quiso crear la novela moderna, él quería triunfar como autor teatral. Había pretendido adscribirse al pie de la letra a esas teorías de los clasicistas con la intención de conseguir buenas críticas y agradar al público, pero nunca lo logró. Y entonces llegó Lope, que con una facilidad impresionante se metía a cualquiera que quería en el bolsillo (y su dinero también), y se hizo con el honor teatral que anhelaba Cervantes. Bueno, también dicen por ahí que Lope, que no tenía precisamente mucho tacto en las relaciones sociales (excepto si se trataba de mujeres), le devolvió las críticas y las quejas a Cervantes escribiendo el famoso Quijote apócrifo de Avellaneda, ese que provocó que Cervantes tuviera que escribir la segunda parte de su Quijote (y matarlo al final) para no perder royalties. Pero esa es otra historia. Después de decir todo esto no voy a pretender, a pesar de lo que dice el título de este artículo, hacer una teoría literaria “bíblica” y definitiva en lo que ocupan estas tres páginas de texto. Solamente quería hablar de lo extraño que resulta que, a pesar de reconocer que las teorías literarias duran y sirven para poco, todo escritor acaba cayendo dentro de las redes de intentarlo con alguna en algún momento de su carrera.Porque, sin pretenderlo, aunque no lo pongamos por escrito, cualquiera que escribe tiene una teoría literaria en su cabeza que rige lo que hace. La cuestión no es si admitimos o no que esas teorías literarias existen, sino de dónde proviene la nuestra y qué vamos a hacer con ella. Llevamos dos semanas hablando de autores, de literatura, de la importancia de los libros, de la fe que se esconde detrás de los escritores y de lo que la Biblia dice al respecto. Creo que es el momento de darle otra vuelta más a este tema, si me lo permitís. Todo autor tiene una teoría literaria, aunque ni siquiera sepa que la tiene. Aquellos que llevan su vida a los pies de Dios y viven según la Revelación, en cierto modo deberían reflejar esa fe en su teoría literaria. Sería inevitable, en realidad, y también preferible y honesto. Del mismo modo, este principio nos sirve para entender que el mundo de la literatura no se diferencia del resto del mundo, y que allá donde no está Dios es difícil (imposible en realidad) hacer pie y permanecer erguido por uno mismo. Al comienzo de la novela Dublinesca, Enrique Vila-Matas presenta a Samuel Riba, un editor que se siente frustrado y casi acabado con el mundo al que ha pertenecido y la vida que ha llevado hasta ese momento. Se encuentra en Lyon. Ha sido invitado para participar en una conferencia sobre el estado de la edición literaria en Europa. En vez de asistir decide no salir de la habitación de su hotel ni ponerse en contacto con aquellos que le han invitado. Se encierra y se sienta a escribir la teoría literaria definitiva, la final, la que las resuma a todas. Y antes de marcharse de su habitación de hotel decide tirarla a la basura. He aquí donde lo explica: Porque vamos a ver, pensó Riba, si uno tiene la teoría, ¿para qué quiere hacer la novela? Y en el momento mismo de preguntárselo y seguramente para no tener una sensación tan grande de haber perdido el tiempo, incluso de perderlo al preguntárselo, comprendió que haberse pasado tantas horas en el hotel escribiendo su teoría general le había en el fondo permitido desembarazarse de ella. ¿Acaso un hecho así era desdeñable? No, desde luego. Su teoría seguiría siendo lo que era, lúcida y osada, pero iba a destruirla tirándola a la papelera de su cuarto. Con honestidad, Vila-Matas admite esa futilidad de las teorías literarias, incluso de una que parece ser la definitiva. Luego juega con ese tema y posteriormente publicó un pequeño volumen llamado Perder teorías que intenta ser precisamente la teoría literaria de la que se deshizo Samuel Riba en Lyon. Pero la cuestión es que intentar hacer una teoría literaria desde la nada, basándose solamente en la literatura y en uno mismo, es una actividad frustrante. Y nunca será definitivo. Entonces, ¿a qué deberíamos aferrarnos? Desde mi punto de vista, ese texto de Eclesiastés 12:9-14 que al final del libro habla de la importancia que se le debe dar a los libros me parece más que interesante. Porque esos breves versículos contienen dentro de sí todos los elementos de una teoría literaria, precisamente una formulada por un autor, que a diferencia de las demás no intentó basarse en la propia literatura, sino en algo superior: en la revelación de Dios. Lo primero que admite el autor de esta teoría es que nada perdura si no se somete primero a Dios. Después, hablamos de literatura, pero manteniendo el orden de prioridades. ¿Funcionaría una teoría literaria basada en la revelación bíblica que ofrecen estos versículos? ¿Cómo sería esa teoría? Podemos entretenernos en el ejercicio mental y buscar unos cuantos principios en estos versículos que servirían para formular nuestra teoría literaria bíblica particular. Luego, cada cual que analice, piense y decida. Creo que la gente de Protestante Digital otorga la maravillosa oportunidad de poner comentarios al final de cada artículo, en el caso de que los que lean esto quieran compartir algo. La cuestión es que creo firmemente que, a pesar de que en el fondo las teorías literarias acaban siendo personales e intransferibles, si se basan en la fe que nos une tendremos puntos en común. Y quizá sea un buen punto desde el que comenzar, como cristianos, a desprendernos de la propaganda evangelística y empezar a hablar con honestidad desde nuestros escritos del puro evangelio. Pero de eso hablaremos más otro día. Algunos puntos básicos para una teoría literaria bíblica (basado en Eclesiastés 12:9-14) - El temor y la obediencia a Dios deben ir en primer lugar antes de plantearnos cualquier obra (v. 13). - Un autor debe buscar la sabiduría antes de ponerse a escribir (v. 9). - Antes de componer, hay que escuchar y estudiar (v. 9). - Nuestra escritura debe ser agradable y verídica (v. 10). - Cuidado con obsesionarse (v. 12). - Escribamos con la intención de no dejar indiferentes nunca a los lectores (v. 11). - Escribamos sabiendo que Dios traerá a juicio nuestra obra (v. 14).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El alma del papel - Una teoría literaria bíblica en Eclesiastés