Los libros y la teoría de Eclesiastés

Ten presente que el hacer muchos libros es algo interminable y que el mucho leer causa fatiga. (Eclesiastés 12:9-14 NVI)

20 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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No era la primera vez que lo leía, supongo, porque con la Biblia pasan estas cosas. Pero sin duda fue la primera vez que lo leía consciente de que lo que estaba diciendo este pequeño pasaje era demasiado gordo para dejarlo escapar. Lo más curioso del texto es que Eclesiastés es un libro que termina diciendo que los libros no tienen tanta importancia. En serio, lo dice. Mirad: «Además de ser sabio, el Maestro impartió conocimientos a la gente. Ponderó, investigó y ordenó muchísimos proverbios.Procuró también hallar las palabras más adecuadas y escribirlas con honradez y veracidad.Las palabras de los sabios son como aguijones. Como clavos bien puestos son sus colecciones de dichos, dados por un solo pastor.Además de ellas, hijo mío, ten presente que el hacer muchos libros es algo interminable y que el mucho leer causa fatiga.El fin de este asunto es que ya se ha escuchado todo. Teme, pues, a Dios y cumple sus mandamientos, porque esto es todo para el hombre.Pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto». (Eclesiastés 12:9-14 NVI) Y no solo eso, sino que en este pequeño reducto de sabiduría hay escondida una preciosa teoría de la escritura para los escritores y una preciosa teoría de la lectura para los devoradores de libros. Pero antes de sacar mis propias conclusiones, di un paseo y le pregunté a algunos buenos amigos, escritores y lectores profesionales, para ver si a ellos también les sorprendía encontrar en la Palabra de Dios unas palabras así. Coincido totalmente con lo que me dijo Miguel Ángel Gómez en su primer e-mail cuando le envié el texto: «¡Este versículo no puede estar en laBiblia! ¡Tiene que ser una versión apócrifa!», y después se reía, pero tiene toda la razón. Miguel Ángel, además de escritor (La trilogía de la conspiración, El club del crimen, y El asesino del fin del mundo, que saldrá publicado ya mismo, si es que no está en imprenta mientras escribo estas líneas), tiene un blog de reseñas literarias que deja perplejo por la constancia y el ritmo con que él mismo lee todos esos libros y los recomienda. Yo coincido con él en que no hay mejor mundo donde huir que al de un buen libro. Llevo pensando lo mismo desde que tenía 11 o 12 años. ¿Cómo es posible que en la Biblia se nos diga que «leer mucho causa fatiga»? Él lo soluciona así: «Como lector y escritor leo estos versículos con curiosidad y, en principio, confusión. Soy un devorador voraz de todo tipo de libros, no solo de autores cristianos, me encanta la novela policíaca, la histórica, también los ensayos, las biografías o los libros de historia. Los leo con pasión y recomiendo su lectura desde mi blog porque creo que los libros enriquecen, hacen madurar, enseñan y, no menos importante, entretienen y nos invitan a soñar haciendo volar nuestra imaginación (…). Pero, ¿está el autor de Eclesiastés en contra de la lectura? El significado del libro de Eclesiastés nos da la respuesta. El autor realiza una labor de investigación, basada en la experiencia y en la observación, para encontrar el sentido de la vida. Su conclusión final es que nada de lo que hay “debajo del sol” tiene sentido si quitamos a Dios del medio, incluido la lectura. Los libros nos enriquecen como personas, nos ayudan en nuestra vida “debajo del sol”, pero no pueden ser el fin último para encontrar el sentido de la vida, sino un instrumento. (…) Dios no puede estar en contra de la lectura, porque precisamente ha elegido una colección de libros para revelarse al ser humano. Tampoco el autor de Eclesiastés se opone a leer, porque en su búsqueda, entre otras cosas, usó la lectura: “ponderó, investigó y ordenó muchísimos proverbios”, y después dejó sus conclusiones escritas en un libro para que sean leídas. (…) Hemos sido creados a imagen y semejanza de un Dios que es creativo, maravillosamente creativo,y que ha dado al ser humano capacidades como la escritura para que disfrutemos con la belleza de una historia bien escrita, como podemos hacerlo al observar la belleza de un amanecer en la montaña o un atardecer en el mar. Dios ha inventado el placer para que lo disfrutemos, incluido el placer de la lectura»(Miguel Ángel Gómez). Otra de las opiniones más interesante me llegó de una persona también muy interesante, y sabia, alguien más que apropiado para hablar de ese otro sabio que escribió Eclesiastés. Eugenio Orellana, que preside la ALEC (Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos), y lleva años dedicado a la difusión de la literatura y del evangelio. Se puso a pensar al respecto y dijo: «La reflexión del sabio que va y viene en una especie de mar de verdades que jamás se detiene apunta a la única conclusión que perdura: Dios. Estar centrado en el Creador le da sentido a lo que sea que se haga. Dejarlo a Él por fuera termina, tarde o temprano, siendo una vacuidad semejante a querer atrapar el viento. ¿Has escrito un libro? ¿Levantado una familia? ¿Compuesto una canción? ¿Acumulado riquezas? ¿Dado muchos consejos sabios? ¿Triunfado en la vida? Si todo esto y lo que quieras agregar deja por fuera a Dios terminará diluyéndose, en el crisol de la eternidad, como agua entre los dedos. La centralidad de Dios en la vida del hombre es lo que le da verdadero sentido a todo lo que éste pueda emprender. Es la conclusión a la que llega el Predicador. Y es la conclusión a que llegamos nosotros». Su reflexión siguió un poco más el camino: «La afirmación del Predicador de que el hacer muchos libros es algo interminable pareciera un despropósito inspirado en una crisis depresiva momentánea. Y que el mucho leer causa fatiga. Pero no lo es tanto cuando tenemos experiencias como ésta: en una tienda que vende desde desodorantes hasta juegos de sala pasando por cuanto producto se requiere para el hogar, nos encontramos con estanterías llenas de impresionantes volúmenes. Pasta dura, sobrecubierta a todo color e impresión en relieve, de 500 y 600 páginas, rebajados a 3 dólares. Mientras hojeábamos algunos, llegó una empleada para decirnos que no costaban 3 dólares sino que habían sufrido una nueva rebaja. Y procedió a remarcarlos. Ahora costaban 50 centavos de dólar. Miles de libros que una vez fueron el orgullo de sus autores y que salieron al mercado a precios cercanos a los 50 dólares, ahora “se pedía por favor” a la clientela que los llevaran por cincuenta centavos. Yo compré algunos para usarlos como muestra en nuestros seminarios y talleres de que el Predicador tenía razón al afirmar que el hacer muchos libros es algo que no tiene fin y que ante tal avalancha de volúmenes de todo tipo, la fatiga se apodera de ojos y cerebro del lector. Y se resiste a adquirirlos aunque se los ofrezcan regalados. Es decir: tenía razón el sabio al afirmar lo que afirmó. Diferente pareciera ser cuando el que escribe, lo hace teniendo su servicio a Dios como inspiración. En tales casos, el libro jamás será depreciado» (Eugenio Orellana). Fue el propio Daniel Jándula el que también me habló de esa misma idea, aunque creo que no había intercambiado nada al respecto con Orellana. Creo que sencillamente fue ese poder misterioso y sorprendente de la Palabra capaz de hablar a corazones atentos y en silencio solo a través del Espíritu. Daniel Jándula, novelista (El Reo, Pistolas al amanecer), bloguero musical, y lo que se tercie (ha publicado cuentos en casi todas partes, escribe artículos para revistas especializadas como Ruta 66 y Revista de letras, y publicó el año pasado junto a José de Segovia y Curro Royo el monográfico sobre Huellas del cristianismo en el cine), me contó que el día anterior a que le hiciese llegar estos versículos había estado paseando con un amigo por el mercadillo de Encants, en Barcelona, y se había quedado pensativo frente a las cajas y cajas de libros de segunda mano depreciados, donde la gente se metía a revolver y buscar gangas a precios ridículos igual que lo hubieran hecho con cualquier otro producto de cualquiera de los puestos. Él recién estaba superando la resaca típica del escritor de haber terminado de escribir una novela y quedarte unos día casi como de luto. Y decía: «Después de haber pasado meses pensando, escribiendo, reescribiendo, midiendo cada una de las palabras, preocupándote de adónde llegará lo que escribes y a quién le interesará, que si tal o cual editorial podría o no estar interesada, preocupándote de lo que estés diciendo sea, al final, algo trascendente y no pura morralla, llegas a Encants y te das cuenta de que tú no eres diferente a esos autores de los libros de segunda mano. Que ellos también trabajaron y se fatigaron igual que tú y sus libros han acabado casi regalados al mejor postor. Es un ataque a cualquier intento de vanidad por parte de un escritor. (…) Dice al final: “Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto”, y en realidad es como si te estuviera diciendo que Dios está pendiente de todo lo que escribes, él es el primer crítico de tu obra, y no solo crítico, sino juez. Incluso, si lo piensas, él está pendiente de lo que aún no has escrito, de la obra realizada “en secreto”, es decir, de esa idea para una novela, o un cuento, o un artículo que tienes dando vueltas en la cabeza. A Dios le importa y está pendiente hasta de eso que todavía es un secreto. No le puedes engañar» (Daniel Jándula). Pero a quienes debes «engañar», en realidad, cuando escribes, no es al juez y crítico supremo de la obra, sino a los lectores. Es más, un buen lector, frente a un buen libro, se sentirá encantado de que le engañen… En eso consiste la literatura, al final, en un rato de aislamiento intelectual que cuando te devuelva de nuevo a la realidad te haya hecho cambiar, cuanto menos, alguno de tus modos de ver el mundo. Miguel Ángel Moreno, otro de estos buenos escritores de trasfondo cristiano (es autor de La vidriera carmesí, La zarza de tres espinas y se ha atrevido nada más y nada menos que con una saga de ciencia-ficción que tiene enganchados a la mitad de mis amigos y conocidos, Praemortis), me contó en su reflexión que en realidad era en eso en lo que este pasaje le hacía pensar a él:«Desde el punto de vista de un escritor de novela estas palabras poseen una interpretación muy particular. Me llaman la atención especialmente los versículos 10, 12 y 13. ¿Qué me dicen a mí? (…) El versículo 13 habla de una máxima que todo escritor, por muy creativo que pretenda ser, debe tener en cuenta: “Nada nuevo hay bajo el sol”. Todo se ha inventado ya. De este modo, la tarea del escritor es la de tomar algo de lo ya creado y ofrecerlo desde un prisma original, creativo y sorprendente. Sin embargo, y al hilo de esta cuestión, el versículo 12 me ofrece una advertencia: cuidado con obsesionarse. Dedicarse a la creación literaria no es un trabajo (aunque algunos se lo tomen como tal), sino una tarea mucho más elevada. Un escritor no está desempeñando un oficio; es escritor, en cuerpo y alma. Como tal, su vida se ve sometida a grandes presiones a la hora de construir un nuevo libro, aguardar la reacción de los lectores, buscar nuevas ideas y ordenarlas, etc. Y en este maremágnum de sensaciones, es fácil que nos invadan las preocupaciones y la obsesión por mejorar, por hacer más. Pero una carrera como ésta discurre por un sendero largo, que es mejor recorrer a paso lento pero seguro. En este sentido, el versículo 10 representa toda una lección. Hallar las palabras adecuadas, esforzarnos al máximo en cada nuevo proyecto, aunque nos lleve más tiempo y dedicación (algo que no parece concordar con la época que nos ha tocado vivir), a la larga, resultará siempre mejor. Al final, ningún escritor debe olvidar que su don forma parte de un compromiso con Dios. El versículo 14 se encarga de recordarnos que desempeñamos una tarea que es más importante de lo que pudiera parecer» (Miguel Ángel Moreno). Al final, ciertamente, lo curioso de este pasaje bíblico que habla de que los libros no son tan importantes es que te está diciendo precisamente lo contrario: que pongamos mucho ojo en lo que leemos y lo que escribimos. Y eso no quiere decir que nos debamos subir ahora al caballo de lo trascendental ni que nunca podamos leer ni escribir por entretenimiento y diversión, porque, entre otras cosas, jugando y divirtiéndose es como el hombre aprende a vivir cuando es niño, y es algo que no se debería perder. Te está diciendo que nada merece la pena si no se pone a Dios primero. Sin él, todo, incluso algo tan elevado y trascendental como la literatura, solo crea cansancio y vanidad. No existe nada bajo el sol que no deba someterse primero al dominio del Creador. No deberíamos olvidarnos de que así fue como fuimos creados.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El alma del papel - Los libros y la teoría de Eclesiastés