Obra póstuma de Carlos Monsiváis

Pertenecer a un credo “ajeno” en América Latina ha sido, sin poder evitarlo, asumir la identificación entre creencia heterodoxa y traición a la mayoría; entre creencia “herética” y “ridiculez”.C.M.

13 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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Posiblemente uno de los últimos textos que entregó Carlos Monsiváis a la imprenta es el que lleva por título “De las variedades de la experiencia protestante”, que figura en el último volumen de la colección “Los grandes problemas de México”, publicada por El Colegio de México, como parte de las celebraciones por el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución.[1] Su título remite a la obra clásica de William James, Las variedades de la experiencia religiosa. El tomo, coordinado por Roberto Blancarte, apareció en junio de 2010, mismo mes de la muerte de Monsiváis. Este investigador anunció su inclusión en la obra apenas unos días después del deceso y lo calificó como “un recuento casi personal de la experiencia comunitaria del rechazo y la intolerancia”, además de “testamentario”.[2] Sus palabras de la introducción general sitúan esta colaboración en su justa dimensión: Monsiváis […] rememora la historia de un protestantismo que nació liberal y en un momento en el que la opción religiosa formaba parte de una elección política y moral, pero que no predomina ahora sobre otras “experiencias profundas del cristianismo ‘revisitado’”. El autor conecta la intolerancia doctrinal del siglo XIX con la que todavía se conoce hoy, pese a la cual los protestantes se han abierto camino, con la triple meta de garantizar el respeto a la ley, establecer las tradiciones que vertebren sus comunidades y “convencerse a sí mismos del carácter respetable de sus creencias”.(p. 14) Y no podía faltar una observación sobre la forma expresiva que se hace presente en el texto, acaso en un registro más comedido, pero igualmente efectivo a la hora de relacionar al protestantismo con sus coordenadas ideológicas y culturales, y de mostrar las dificultades con que se integró a la sociedad mexicana. Blancarte se contagia del espíritu monsivaíta, aunque siempre ha sido un defensor de la igualdad religiosa: En su clásico estilo, Monsiváis afirma que en México “el Estado es laico, pero distraído, y no se fija en los métodos que suprimen las herejías”. Dicho autor documenta, por lo demás, persecuciones, hostigamientos y la abierta intolerancia que en no pocas ocasiones conducen al asesinato tolerado. A la acusación de extranjerizantes y sometidas a los dictados del imperialismo misionero yanqui, a las iglesias protestantes se les agrega el peyorativo término de “sectas”, con apoyo de más de un antropólogo de izquierda. A pesar de todo, Monsiváis identifica un cambio a partir de la década de los setenta: creciente pluralidad y mayor tolerancia se acompañan de la dilución del espíritu cívico de los protestantes, asumiendo en algunos casos formas conservadoras. En cualquier caso, nadie para a la jerarquía católica en sus perennes declaraciones de intolerancia, como nadie detiene las conversiones. (Énfasis agregado.) Las raíces protestantes tan profundas (y ampliamente reflexionadas por él mismo) del autor de El Estado laico y sus malquerientes no han sido apreciadas por el gran público, pues incluso uno de los estudios más importantes sobre él, Carlos Monsiváis: cultura y crónica en el México contemporáneo (2001), de Linda Egan, apenas menciona su formación y orientación religiosa de toda la vida.[3] Lo mismo sucede con la ficha del Diccionario de escritores de México, publicado por la UNAM, pues a pesar del enorme esfuerzo por ubicar su obra dispersa, tampoco se advierte esta veta del escritor, tan relevante para comprender el trasfondo de muchos de los giros que utiliza. La cantidad de referencias bíblicas que manejaba y transformaba, así como el lenguaje que, procedente de la versión de Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, en la revisión de 1909, particularmente, es un desafío para los lectores y críticos. Todavía se recuerda el día en que se le rindió un homenaje y recibió el Premio Miguel Caxlan en una institución de educación teológica de la capital cuando algunos estudiantes leyeron un salmo pero en la revisión de 1960, lo que desentonó bastante con sus gustos reconocidos, aunque no dejó de tomar la situación con humor. Tomando como punto de partida otro texto publicado en 2002 en la revista Este País,[4]en el que se ocupa de varios grupos sociales marginados, Monsiváis desarrolla dicho recuento con una mirada efectivamente muy cercana al problema, pero sin abandonar jamás la ironía ni el apunte histórico que apuntala magníficamente sus observaciones y juicios. Así, los títulos de las 12 secciones en que dividió el texto hablan por sí solos de la manera con que este texto fundamental enfoca y enfatiza las características de la identidad protestante en México y, por extensión, en América Latina. He aquí algunos de ellos: “El estrago que causan o podrían causar los herejes”, “No se les admite ni cantando en silencio sus himnos”, “Le dije pinche aleluya y no se rió” o “¿Cómo le hacen tantos para creer en algo distinto a mis creencias?”. El resumen vital que manifiesta esta colaboración para ese libro colectivo abre, en la introducción, con una demostración de que Monsiváis abrevó en las obras historiográficas, teológicas y académicas más importantes (Prien, Bastian, Míguez Bonino), además de las producciones más significativas de autores de la nueva generación protestante, quienes lo pusieron al día en cuanto a las novedades de análisis que surgían del ambiente evangélico, como en el caso de la tesis de Deyssy Jael de la Luz que tan generosa y oportunamente cita. La obra de H.-J. Prien (La historia del cristianismo en América Latina) publicada simultáneamente en España y Brasil en 1985, es de las más reconocidas porque su autor conoció directamente el ambiente evangélico del subcontinente. Sobre Bastian no hay mucho que agregar, aunque debe recordarse que Monsiváis fue uno de los presentadores de Los disidentes. sociedades protestantes y revolución en México, 1872–1911, al lado de Jean Meyer, a fines de los años 80. El trabajo de Míguez Bonino (Rostros del protestantismo latinoamericano, 1995) es un análisis histórico-teológico que se convirtió instantáneamente en un clásico. Las primeras palabras de la introducción son una lección de síntesis, autocrítica y reconocimiento de la pluralidad del mundo protestante, que se desglosará en el resto del documento: A fines del siglo XIX, así sea en unas cuantas ciudades, ya hay en México comunidades protestantes. Los pastores suelen ser estadounidenses y si no lo son, en Estados Unidos se han convertido a cualquiera de las denominaciones, sobre todo presbiterianas, metodistas, bautistas, congregacionales. Como es previsible, a los primeros conversos les entusiasma su cambio de vida, y el libre examen de la Biblia los hace confiar en el criterio propio que los aparta, a su juicio, del fanatismo. No hace falta decirlo, estos grupos pequeños se arriesgan en distintos niveles con tal de ejercer su fe.(p. 66)

[1]C. Monsiváis, “De las variedades de la experiencia protestante”, en R. Blancarte, Los grandes problemas de México. Tomo XVI. Culturas e identidades. México, El Colegio de México, 2010, pp. 65-85
[2]R. Blancarte, “El Monsiváis que yo conocí”, en Milenio Diario, 22 de junio de 2010, http://puebla.milenio.com/cdb/doc/impreso/8787823.
[3]Cf. E. Poniatowska, “El libro de Linda Egan sobre Monsiváis”, en La Jornada, 9 de mayo de 2004, www.jornada.unam.mx/2004/05/09/03aa1cul.php?origen=opinion.php&fly=1.
[4]C. Monsiváis, “¿A poco no le da gusto estar excluido?, (Las marginalidades por decreto)”, en Este País, núm. 133, abril de 2002, http://estepais.com/inicio/historicos/133/11_ensayo8_A%20poco%20no%20le%20da%20gusto_Monsivais.pdf.

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