El tiempo del reloj poético de García Lorca

El tiempo es uno de los grandes temas en la obra de Federico García Lorca.

23 DE AGOSTO DE 2016 · 08:00

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Con este son once los artículos publicados por “Protestante Digital” para recordar la vida y la obra de Federico García Lorca al cumplirse 80 años de su trágica muerte en Granada, donde el odio y la barbarie troncharon la vida en flor del excelente poeta.
El tiempo es uno de los grandes temas en la obra de García Lorca, como lo es también en los dramas de Shakespeare. Independientemente del espacio que le concede en sus poemas, está presente, como protagonista mudo, en dos obras teatrales: Así que pasen cinco años y Doña Rosita.
Ambas obras pertenecen a la última época del poeta.
En Así que pasen cinco años el tiempo tiene carácter de inminencia. El viejo de chaqué gris, barba blanca y enormes lentes de oro, dice al joven que viste un pijama azul: “Todavía cambian más las cosas que tenemos delante de los ojos que las que viven sin distancia debajo de la frente. El agua que viene por el río es completamente distinta de la que se va” (Acto I).
Nada tenemos en las manos tan efímero como el tiempo. Cuando Gandhi oyó decir eso de que el tiempo es la mejor medicina, porque todo lo cura, contestó que también es el mayor enemigo, porque a nadie perdona. Ortega afirma que al nacer traemos en nuestras manos un puñado de tiempo que cada cual ha de llenar por sí mismo. El joven del pijama azul en Así que pasen cinco años no supo cómo hacerlo o no lo intentó. Al final del último acto, cuando en el reloj, significativamente, dan las doce, el joven cae muerto de un tiro en el corazón. Agonizante, exclama: Lo he perdido todo. Y el eco, burlón, repite en sus oídos: Lo he perdido todo.
En Doña Rosita la acción del tiempo es esencialmente cronológica. Doña Rosita es un personaje simbólico, empezando por su nombre. La rosa, símbolo del amor, lo es también de la brevedad de la vida. La obra se estrenó en Barcelona el 13 de diciembre de 1935. Su título completo es Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. Es la única obra de García Lorca que tiene un título doble. El lenguaje de las flores es el lenguaje del tiempo, el lenguaje de la brevedad de la vida. La vida, como la rosa, es mudable, cambia. El tío lo explica a la tía en los comienzos del primer acto: Cuando se abre en la mañana, roja como sangre está. El rocío no la toca porque se teme quemar. Abierta en el mediodía es dura como el coral. El sol se asoma a los vidrios para verla relumbrar. Cuando en las ramas empiezan los pájaros a cantar y se desmaya la tarde en las violetas del mar, se pone blanca, con blanco de una mejilla de sal. Y cuando toca la noche blanco cuerno de metal y las estrellas avanzan mientras los aires se van, en la raya de lo oscuro, se comienza a deshojar.
Las representaciones son puras evocaciones bíblicas, especialmente de los libros poéticos. El profeta Isaías se anticipó a Lorca en el empleo de las imágenes y de los símbolos. En el capítulo 40 de su libro, versículos 6 al 8, dice: “Voz que decía: Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces? Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra de Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:6-8).
Tan importante es el tiempo como el uso que de él hagamos. En el poema Otro sueño, Lorca dice: ¡Quisiera en estos árboles atar el tiempo con un cable de noche negra!
Y en La selva de los relojes, recordando la parábola del rico insensato, contemplando el tiempo como un delgado paréntesis entre lo perecedero y lo eterno, exclama: Hay una hora tan sólo. ¡Una hora tan sólo! ¡La hora fría!
Esa hora fría, ¿es la hora de la muerte?

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