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El mito del “ADN basura”.

Esta semana les traigo el artículo “Más sobre el mito del ADN basura”, de Felipe Aizpún.

11 DE FEBRERO DE 2012 · 23:00

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Felipe Aizpún mantiene una página web en castellano titulada: “DI ¿Darwin o Diseño inteligente?” en la que habitualmente suele defender los planteamientos de este movimiento científico, enfrentados casi siempre a los del neodarwinismo imperante. El pasado año publicó un artículo relacionado con el llamado “ADN basura” que me parece interesante transcribir, ya que analiza el último libro de Jonathan Wells, un científico partidarios del Diseño inteligente. MÁS SOBRE EL MITO DEL "ADN BASURA" Felipe Aizpún Aunque ya nos hemos referido en otras ocasiones al mito del ADN basura, vale la pena detenerse de forma minuciosa en el contenido de la exposición desarrollada por Jonathan Wells en su reciente libro “The Myth of Junk DNA” (Discovery Institute Press, 2011). El libro surge como respuesta a los argumentos expuestos durante décadas por prominentes darwinistas en el sentido de reivindicar que, estando la inmensa mayoría de nuestro ADN compuesto por secuencias que no codifican proteínas, tal material genético es sencillamente inservible y representa, en cuanto que debe ser considerado como vestigial y restos de materiales que la evolución ha desechado, prueba del proceso de evolución darwiniana y un argumento demoledor contra la inferencia de diseño. Wells cita profusamente los escritos en este sentido de autores como Richard Dawkins, Kenneth Miller, Michael Shermer, Francis Collins, Jerry Coyne, o John Avise entre otros. Como todo el mundo sabe, la gran mayoría de nuestro ADN (un 98% aproximadamente) no codifica proteínas. Dentro de la concepción gen-centrista del neo-darwinismo tradicional, este ADN se considera no funcional, simples restos de la historia evolutiva de cada especie. Sin embargo, Wells nos aporta en su libro una batería demoledora de trabajos científicos que demuestran el carácter funcional de una gran parte del ADN no codificante. El libro cita cientos de trabajos que revelan el carácter funcional de diferentes secciones de nuestro genoma y, como el propio Wells advierte, los ejemplos por él aportados no son sino una pequeña muestra de la cantidad ingente de trabajos similares que pueden ser encontrados en Internet; además, añade, permanentemente se publican nuevos trabajos que revelan el hallazgo de nuevas funciones hasta el momento desconocidas. La evidencia a favor del carácter funcional del ADN se divide en dos categorías diferentes. Por un lado la evidencia que sugiere que cierto material es “probablemente” funcional. La segunda es la evidencia de la función concreta observada en determinadas secuencias. Con relación a la primera categoría Wells hace a su vez dos subdivisiones. Por un lado el hecho de que la inmensa mayoría del ADN es objeto de transcripción en moléculas de ARN. Si sólo el ADN no codificante no fuese funcional, la lógica evolucionista no permitiría explicar el despilfarro de energía que supondría la transcripción innecesaria de tan enorme cantidad de material genético. Por otro lado, la evidencia surge de la comparación de secuencias de ADN en diferentes organismos. La propia teoría evolucionista tradicional proclama que las secuencias no funcionales deberían experimentar mutaciones en el tiempo que no serían objeto de selección, mientras que las secuencias funcionales sí que tenderían a ser “conservadas” en los diferentes linajes en el tiempo. Tal como se verifica en el estudio comparativo de los genomas de diferentes especies, una gran cantidad de secuencias no codificantes se conservan idénticas en especies más o menos distantes en un hipotético escenario evolutivo. Por lo tanto, tenemos así dos tipos de argumentos que apuntan a la existencia de un carácter funcional de la mayoría del ADN, aunque no siempre sepamos cuál es exactamente la función que desarrolla. Sabemos sin embargo, que secuencias no codificadoras sirven para regular virtualmente todas las etapas de expresión génica con profundas consecuencias biológicas. Con relación a la segunda de las categorías mencionadas son muchos los tipos de funciones que han sido descubiertas en diferentes tipos de ADN no codificante. Por un lado recordemos que el genoma se divide en secciones con capacidad para codificar por proteínas (los genes) y secciones no codificantes. Las primeras, lo que normalmente denominamos “genes” están a su vez conformadas por grupos de bases que son las que efectivamente resultan traducidas en la selección de los aminoácidos que conforman las proteínas y que denominamos exones, y otras secuencias denominadas intrones intercaladas entre las primeras y que se pensaban carentes de función. La síntesis proteica incluye así un episodio fundamental, el “splicing” o empalme de secuencias codificantes llevado a cabo por maquinaria celular especializada que recoge los ARN transcritos a partir del ADN contenido en el interior del núcleo, para seleccionar (“cortar y pegar”) únicamente las secciones codificantes y construir el ARN mensajero que será posteriormente traducido en el ribosoma. Pues bien, para nuestra sorpresa, cada vez son más las funciones detectadas en secciones de intrones ubicadas en el seno de los genes. Por ejemplo, desempeñan tareas de reconocimiento de los sitios exactos en los que procede cortar y pegar las secciones codificadoras. Recordemos que merced a las diferentes posibilidades de splicing alternativo un gen puede codificar por una cantidad enorme de diferentes proteínas. En los seres humanos se ha verificado también que secuencias de intrones gobiernan una mayoría de los ARN implicados en la maquinaria molecular que traduce los ARN mensajeros en proteínas; también influyen en la expresión génica modificando la cromatina. Proseguimos; los pseudogenes son secuencias de ADN no codificantes que aparentan ser copias inactivas de otras secuencias que codifican proteínas en otros organismos o simplemente en otras zonas del genoma. Con el tiempo se ha descubierto que algunas de estas secuencias sí que finalmente producen proteínas funcionales. Otros simplemente producen ARN que suprime el carácter funcional de sus correspondientes secuencias funcionales. Otros pseudogenes, por el contrario, producen ARN que potencia la expresión funcional de su gen correspondiente. Por otro lado, la mitad de nuestro genoma está formado por repeticiones de secuencias de ADN no codificante. Una evidencia creciente nos muestra que dichas secuencias desempeñan funciones variadas; por ejemplo el control de activación o desactivación de un cromosoma X en las hembras de mamíferos para permitir el correcto desarrollo del feto, la regulación de la transcripción del ADN en moléculas de ARN, o del ARN en proteínas. Dichas secuencias además parecen tener un papel destacado en el control de diferentes funciones biológicas como la producción de células sanguíneas, el transporte de bicarbonatos o el metabolismo de las grasas. Quizás la función mejor estudiada es su papel coadyuvante en la maniobra de fijación del embrión a la placenta de los mamíferos para facilitar el rápido tránsito de nutrientes de la madre al feto. Otra función importante que nos desvela Wells en su libro es la existencia de funciones que no dependen de la específica secuencia de la molécula en cuestión. Tal como nos explica, el genoma se expresa según tres distintos niveles jerárquicos de información. El primero es la propia molécula de ADN en su carácter lineal, el segundo se mueve al nivel de la cromatina, es decir, el complejo de ADN, ARN y proteínas que dan soporte material a los cromosomas, y por último la propia ubicación de los cromosomas en el núcleo que constituye por sí sola una clave informacional que regula determinadas funciones biológicas. Pues bien a veces, simplemente la longitud de las secuencias genéticas tiene relevancia funcional contribuyendo a la complejidad de los sistemas de interacción génica en los organismos. A un segundo nivel la estructura de la cromatina afecta profundamente la expresión génica siendo dicha estructura frecuentemente independiente de la específica secuencia lineal del ADN que lo conforma. Por último se ha comprobado igualmente que la posición de un cromosoma dentro del núcleo celular tiene consecuencias para la regulación de la actividad funcional de los distintos genes. Jonathan Wells es enormemente prudente en sus conclusiones y define de manera minuciosa las implicaciones de su estudio. Deja claro que las funciones descubiertas en las diferentes zonas del genoma antes consideradas inactivas no constituyen por sí mismas evidencias concluyentes de diseño. Pero sí sostiene con decisión que el argumento tradicional esgrimido en contra de la inferencia de diseño y basado en el supuesto carácter no funcional de la mayoría de nuestro genoma ha quedado completamente invalidado por el avance de la investigación científica. Y cierra su discurso con la siguiente reflexión: En 1994 Kenneth Miller escribió: “Si el ADN de un ser humano o de cualquier otro organismo se pareciese al programa de una computadora cuidadosamente construido, con módulos lógicamente estructurados y claramente conectados, cada uno de ellos creado para desempeñar una función específica, la evidencia a favor del diseño inteligente sería aplastante”. Sólo un año después, el programador informático y Director de Microsoft Bill Gates escribió: “El ADN es como un programa informático, pero mucho, mucho más avanzado que ningún software jamás creado”

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