La experiencia religiosa de Gª Lorca

"El tema es tan secreto e indescifrable como la misma muerte del poeta" explica J.A. Monroy.

18 DE AGOSTO DE 2016 · 10:00

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Federico García Lorca fue vilmente asesinado en agosto de 1936. Este verano se cumplen 80 años de este crimen.

Para recordar la fecha, “Protestante Digital” está publicando una serie de artículos sobre la vida y la obra del poeta. Este es el quinto.


LA EXPERIENCIA RELIGIOSA DEL POETA

María del Rosario Fernández Alonso, al tratar sobre el sentido de la muerte en la obra de García Lorca, dice que para el poeta no existía “el consuelo de la fe, que le fue extraña después de haberse educado en ella”.[1]
¿Influyó en esto su experiencia de universitario? Como quedó dicho, García Lorca inició estudios de Derecho en la Universidad de Granada. Terminó la carrera, a trancas y barrancas, en junio de 1923, licenciándose juntamente con Guillermo de la Torre.
En la asignatura de Derecho Canónico Lorca tuvo como profesor a un sacerdote de éstos que el infierno elige para perder la fe de los hombres. En el libro de recuerdos Federico García Lorca y su mundo (pág. 80), José Mora, amigo, compañero y confidente del poeta, describe a este sacerdote profesor, Andrés Manjón, como hombre sectario, obcecado en su fanatismo, cruel en su magisterio:
“Don Andrés Manjón, inquisitorial y despiadado sacerdote, de intransigente chatura mental –repugnante olor a santo- que comenzaba las clases haciendo arrodillar a los alumnos y recitar un Padre Nuestro y un Ave María, hacia chistes idiotas sobre Juan Jacobo Ro-us-se-a-u… y se complacía en atormentar las conciencias de los muchachos que por su apellido sabía pertenecían a familias liberales, obligándoles a sostener doctrinas contra sí mismos a riesgo de perder el examen si se atrevían a sostener lo contrario. Cuando don Andrés actuaba en un tribunal examinador con don Fernando de los Ríos, al que sabía casado civilmente, se complacía en herir al compañero haciéndole al primer alumno que se presentaba la siguiente pregunta: “Demuéstrame, de acuerdo con las Decretales XX… que el matrimonio civil es un concubinato”. Don Fernando protestaba con digna energía, el examinado no sabía qué hacer y los exámenes quedaban suspendidos después de una agria disputa entre el cura fanático y el culto maestro”.
Nada tiene de insólito, ante semejantes ejemplos humanos, que Federico comentara en presencia de Juan Mora: “¡Religión de España, tontería…!”
Ante la muerte, en ese momento trascendente de la vida humana, cuando se doblegan las valentías, cuando agoniza el alma y se derrumban los ateísmos, ¿qué actitud religiosa mantuvo García Lorca?
El tema es tan secreto e indescifrable como la misma muerte del poeta. Existen algunos testimonios que merecen poco crédito, porque están condicionados por la ideología política y religiosa de sus autores. En algunos casos, las afirmaciones son calumnias deliberadas, sádicas, crueles.
José Luis Vila-San Juan, en su citado libro García Lorca, asesinado: toda la verdad, dice que los que prendieron a Federico eran de Asquerosa, pueblo muy cercano a Fuente Vaqueros, donde nació el poeta.
Tras la detención, entre los “asquerosos” y García Lorca tuvo lugar el siguiente diálogo, transcrito por Vila-San Juan:
“-¿Qué hacemos con éste? –señala uno a Federico-. Ha intentado agredirnos. -¿Quién es? -Un poeta marica. Se llama Federico García Lorca. Amigo de los rojos. Probablemente, él también lo es. -Yo soy católico –protesta Federico. Sabe que la proclamación de catolicidad es una garantía”.
Tan absurdo resulta el alegato del “asqueroso” al pretender que García Lorca quiso agredirle, cuando el poeta era incapaz de dañar físicamente a una hormiga, como insultante para su memoria es la deducción de Vila-San Juan al decirnos que García Lorca hizo proclamación de catolicidad para salvar la vida. O Vila-San Juan no ha estudiado suficientemente las convicciones religiosas de García Lorca o el autor catalán sabe muy poco de las raíces que el sentimiento sincero echa en el alma. Ni las ideas ni las creencias se abaratan tan fácilmente como para renegar de ellas ante algo tan efímero y superficial como es la muerte.
Ramón Ruiz Alonso, el hombre comúnmente identificado como jefe del grupo que sacó a García Lorca de la casa de su amigo el poeta Luis Rosales, donde Lorca se refugió en espera de que pasara la tremenda confusión de aquellos días, asegura que el poeta rezó antes de morir.
Este Ruiz Alonso era católico, dicen que de misa diaria. Había sido educado en el colegio de María Auxiliadora que los salesianos tenían en Salamanca. Por aquella época era diputado de la CEDA en Granada, el partido político que aglutinaba una gran parte de la derecha católica, fundado por José María Gil Robles. Tipógrafo de profesión, primero trabajó en el periódico “El Debate”, de Madrid, y luego pasó al “Ideal”, de Granada. Ambos periódicos estaban controlado por la Editorial Católica, o sea, por la Sociedad de Publicaciones de la Asociación Católica Nacional de propagandistas que dirigía el obispo Herrera Oria.
Vila-San Juan cuenta que en 1936 Ruiz Alonso y un grupo de los suyos cogieron a unos republicanos que entraron equivocadamente en Granada.
“Ruiz Alonso explicó: “A uno de ellos le he pegado un tiro detrás de la oreja. Luego me he ido a comulgar con la mayor tranquilidad de conciencia”. “Tengo testigos de sus palabras –dice Vila-San Juan- (página 177), no de los hechos (ni del tiro ni de la comunión)”.
Ruiz Alonso afirma que cuando entró en la casa número 1 de la calle de Angulo para detener a García Lorca, el poeta se despidió de las tres mujeres que estaban en ella, diciendo:
“Recen por mí al Sagrado Corazón. Yo lo he hecho antes de cambiarme” (Vila-San Juan, página 138).

 
[1] María Rosario Fernández Alonso, Una visión de la muerte en la lírica española, Editorial Gredos, Madrid, página 323.

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