Fe en busca de conocimiento

A los graduados del Diplomado en Biblia y Ministerio Cristiano

20 DE ENERO DE 2012 · 23:00

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Fe que busca comprender o fe en busca de conocimiento. Cualquiera de las dos expresiones traduce bien la expresión latina Fides quaerens intellectum. Al elegir el anterior como lema del Centro de Estudios Anabautistas, cuya primera generación concluye hoy los dos años del Diplomado en Biblia y Ministerio Cristiano, quisimos reflejar el objetivo que nos ha movido: fortalecer una fe ya existente, acrecentar el conocimiento de la Palabra, madurar el entendimiento de la Revelación progresiva del Señor y el desarrollo vivencial y teológico de quienes en la historia se han esforzado por seguir las pisadas de Jesús el Cristo. Ante la pregunta que le hace un maestro de la Ley acerca de cómo tener vida eterna, Jesús le recuerda que desde mucho tiempo atrás la misma Ley había dejado en claro el corazón de lo que demandaba el Señor a su pueblo. El resumen de esa demanda está en la expresión Shemá Israel (escucha Israel), citada en Deuteronomio 6:4. Hay que escuchar cuidadosamente lo que el Señor busca transmitir y ponerlo en práctica. Es decir, nuestras prácticas educativas, discipuladoras, deben estar modeladas por la Palabra y no por contenidos y estrategias populares en determinados tiempos. En Mateo 10:37-40 Jesús por un lado reafirma la Shemá (Deuteronomio 6:4-5). Por otro la expande al subrayar que el amor al Señor está íntimamente ligado al amor y servicio al prójimo: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente. Éste es el primer y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: Ama a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”. Lo que Jesús afirma lo hace en el espíritu del conocido como Sermón del Monte. Lleva más allá lo prescrito en la Ley en cuanto a las responsabilidades de quienes son parte del pueblo de Dios. La relación espiritual con Dios ineludiblemente debe evidenciarse en una espiritualidad que se esfuerza por sembrar la justicia y la paz en cada área de las relaciones humanas. Porque Jesús vino a crear una nueva humanidad mediante su ejemplar ministerio de reconciliación y paz (Efesios 2:15-17). En consecuencia nosotros debemos hacer nuestro ese mismo ministerio. De la enorme riqueza neotestamentaria sobre los siguientes pasos a dar una vez que hemos decidido reconocer y seguir a Jesús como Salvador y Señor, mencionamos solamente dos citas. La primera es 2 Pedro 3:18, en la que leemos: “Más bien, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. En la misma línea va Colosenses 1:9-11, donde Pablo ora por la comunidad cristiana en Colosas y les da a saber que intercede ante el Señor para que “les haga conocer plenamente su voluntad con toda sabiduría y comprensión espiritual, para que vivan de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios y ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder”. Las áreas en que nuestra responsabilidad es crecer continuamente, porque es un proceso dinámico e inacabado, son variadas y amplias. Mencionamos algunas de ellas: Crecer en el conocimiento de la Palabra. Es insustituible para acrecentar constantemente el conocimiento de la historia de la salvación la disciplina de reflexionar en y desde la Biblia. La Palabra es luz (Salmo 119:105), alimento nutritivo (Mateo 4:4), enseñanza segura e instrucción que ensancha el sentido de justicia (2 Timoteo 3:16). Además también es guía ética preventiva (Salmo 119:111), fundamento seguro para construir nuestra vida personal y comunitaria (Mateo 7:24-25). La Palabra nos vivifica, da seguridad porque permanece mientras todo lo demás se desvanece (1 Pedro 1:23-25). La meditación permanente en la Palabra es refrescante ante la aridez de otras palabras meramente humanas, es creadora de ambientes que cobijan ante las inclemencias del desierto (Salmo 1: 1-3). La Revelación nos disecciona y muestra cuáles son nuestros pensamientos profundos y qué intenciones tenemos (Hebreos 4:12). Como nunca antes están a nuestra disposición múltiples recursos para estudiar y crecer en conocimiento de la Palabra. Tenemos varias traducciones de ella, que usan distintos criterios para trasladar desde los idiomas originales al nuestro los dichos y hechos tanto del Señor como de su pueblo. También está a nuestra disposición una amplia gama de materiales auxiliares que nos capacitan para comprender las narraciones bíblicas en su ambiente cultural. Pero de poco valen si no hacemos uso de los mismos, y así empobrecemos la aventura de adentrarnos con mejores herramientas en la hermosa tarea de escudriñar las Escrituras (Juan 5:39). Somos llamados a crecer en el conocimiento del Señor en el contexto de la comunidad cristiana. Es cierto que el Señor distribuye dones a los integrantes de su cuerpo que es la Iglesia. Uno de esos dones es el de la docencia de todo el consejo de Dios (Hechos 20:27). En el pueblo de Dios tienen un lugar los maestros, a condición de que desarrollen su llamado y ministerio en la comunidad de fe, no como una tarea meramente intelectual y académica desconectada del caminar junto con otros y otras que se esfuerzan por entender y practicar los preceptos del Señor. De manera poética León Felipe escribió que “Lo importante no es llegar antes o primero, sino juntos y a tiempo”. Es eco de una bella verdad bíblica, la cual establece que los dones, entre ellos el de la enseñanza/aprendizaje, deben tener por objetivo “capacitar al pueblo de Dios para la obra del servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo” (Efesios 4:12-13). Fe en la obra perfecta de Cristo y el consecuente crecimiento dinámico en el conocimiento de los alcances de esa obra, tiene que ser un ejercicio espiritual e intelectual que se hace en la compañía de la familia de fe. El desafío es a “comprender junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo, en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios” (Efesios 3:18-19). Acrecentar el conocimiento histórico y teológico de la Iglesia cristiana. Otros y otras nos han dejado una vasta herencia de ejemplos a seguir, o a evitar, a lo largo de dos milenios. Sobre todo los grupos conocidos como iglesias de creyentes son fuentes de inspiración para proseguir en la enseñanza neotestamentaria de que el seguimiento de Jesús y sus enseñanzas es un acto voluntario. En tal perspectiva histórica se afirma que las comunidades cristianas deben ser espacio de contraste con los valores imperantes en la sociedad. En medio de corrientes cristianas que sucumbieron a la idea que desde el poder era deseable, y posible, imponer el cristianismo y su ética, las iglesias de creyentes, y entre ellas el anabautismo, afirmaron que tal propósito era, y es, contrario a la naturaleza del Evangelio. Hoy, cuando tal vez de buena fe, pero erróneamente, de forma creciente gana terreno el principio de que desde posiciones ganadas en las instancias del Estado los cristianos pueden imponer convicciones éticas y prácticas propias a la generalidad de la población, es plenamente vigente rescatar los debates teológicos que en la historia se han dado sobre este punto. Contamos con un muy importante acervo que muestra cómo en el seno de las iglesias de creyentes resistieron la tentación constantiniana de casar a la Iglesia con el Estado en turno. Debemos procurar más y más conocimiento de nuestros antecesores y de sus antagonistas. De hacerlo encontraremos que algunos de los dilemas actuales tienen semejanzas históricas. Crecer continuamente en el conocimiento de nuestro contexto. El principio de la encarnación nos provee la responsabilidad de procurar desentrañar las peculiaridades del contexto en el que se desarrolla nuestra vida personal y comunitaria. Nuestro contexto es resultado de procesos históricos, sociales, ideológicos, económicos y culturales específicos. En tal contexto viven personas a las cuales las comunidades cristianas son testigos en el más amplio sentido del término. Desatendernos de conocer el contexto en el que vivimos es un mal entendimiento de la misión cristiana. Las personas tienen todo tipo de necesidades y expectativas, convicciones y prácticas conductuales; nosotros no podemos, no debemos, desconocerlas y presentarles un mensaje que no les tiene en cuenta en toda su complejidad. Jesús siempre se preocupó de las condiciones específicas de quienes se le acercaron, o él se les acercó, por ello el ejemplo primordial de cómo hacer misión es Él. Porque “nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo” (1 Corintios 3:11).

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