Controlando nuestras palabras

Soy mitad gallega y mitad madrileña y eso me hace... no sé!, ser una mezcla un tanto extraña.

13 DE ENERO DE 2012 · 23:00

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Hace poco leí la historia de alguien que cuando regresaba del trabajo escuchó un anuncio por la radio que le llamó la atención. Era de un programa de informática que revisa los correos electrónicos a medida que se escriben. Esta persona conocía el “corrector ortográfico” y el “corrector de gramática”, pero esto era diferente. El programa revisa el tono y la redacción de los correos para asegurarse de que no sean agresivos, descorteses o maliciosos. Cuando leí esta historia yo pensaba que sería maravilloso que existiera algo así para mi boca. Tengo que confesar que soy muy rápida a la hora de contestar y, en ocasiones, he reaccionado duramente en vez de escuchar primero y después tener que arrepentirme de lo que he dicho, si hubiera existido un “controlador de mensajes” para mi, me hubiera protegido de responder en forma, contenido o tono no correcto. El apóstol Pablo escribe en su carta a los Colosenses: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”. Soy mitad gallega y mitad madrileña y eso me hace... no sé!, ser una mezcla un tanto extraña. Me encanta y vivo la dulzura y muchas cosas del carácter de Rosalía de Castro y conozco bien el esquema de contestar con una inteligente precaución y hasta lentitud, o sea... el no decir si subo o bajo la escalera tan propio de un gallego. Lo de la dulzura es algo innato muy propio de una buena gallega y agradezco a Dios por ello; pero tengo que reconocer que mi mitad latina me puede muy mucho y eso me viene muy bien para muchas cosas, pero tengo que decir que eso de pararme y pensar con calma antes de contestar, hablar pero sin decir y no dar a entender si estoy subiendo o bajando la escalera jamás fue conmigo, pienso y contesto con rapidez y tengo que confesar que, a veces me equivoco, me equivoco mucho y luego tengo que terminar pidiendo perdón. Los creyentes tenemos que reconocer que tenemos muchas ventajas a nuestro alcance seamos de La Coruña, de Madrid o de “La Conchinchina”, todo tiene su parte buena y su parte mala, pero contamos con la bendita ayuda del Espíritu Santo, ese si que es un buen “corrector de mensajes”, sólo que, en ocasiones, no le dejamos ejercer Su función y nos sale nuestro yo, nuestro carácter, nuestra manera de ser y... cuánto daño podemos llegar a hacer!. Creo que uno de los mayores atractivos que pueden adornar a una persona son la dulzura, la sensatez y la calma y el tener siempre la palabra adecuada, “sazonada con sal”, ese era uno de los atractivos más grandes del Señor Jesús; eso no es sinónimo de tonto ni de que en ocasiones haya que “contestar muy clarito a los fariseos” o sacar una ira santa con “los mercaderes del Templo”. He confesado mis faltas en este sentido; pero también es verdad que mi amor al Señor y mi anhelo de transformarme cada vez más a Su imagen día a día, me hagan hacer muchas veces esta oración que hoy sale renovada, que es sólo mía y que quiero compartir contigo. Con ella me despido, deseo que te bendiga y espero que también la puedas hacer tuya. ORACIÓN Perdóname Señor por mis errores, por mis palabras vanas o tal vez equivocadas, perdona por mis malos pensamientos y por todas mis faltas ahora confesadas. Lléname mi Dios de dulzura y cariño, lléname de humildad y transparencia, lléname de palabras agradables, lléname de amor hacia cada dolencia. Sólo pretendo agradarte y parecerme a ti, me encantaría sudar por mis poros Tu cariño, tener gestos de amor para el cansado, y palabras dulces para el que está herido. Escúchame Señor!, vengo a Tus plantas con corazón humilde y anhelante. Quiero servirte mi Dios, a cada instante y terminar mis días dándote la mejor parte.

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