Hacia CLADE V (quinta parte)

Para Pedro Savage, por cuyo denodado esfuerzo cristalizó la FTL.

07 DE ENERO DE 2012 · 23:00

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El tema de la liturgia es introducido en el documento preparatorio del Quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización mediante preguntas. “¿Cómo influyen las prácticas litúrgicas (canciones, oraciones, sermones, gestos, ritmos, cultos) en nuestro seguimiento de Jesús? ¿Hay criterios que nos ayudan a discernir frente a estas prácticas?” Es claro que las prácticas litúrgicas reflejan entendimientos de lo que es dar culto a Dios. En esos entendimientos, con frecuencia, se entremezclan comprensiones bíblico teológicas de la historia de la salvación con elementos culturales prevalecientes en la sociedad en la que están inmersas las comunidades cristianas. Es decir, por un lado lo cúltico es perfilado por nuestro horizonte comprensivo de las acciones y Revelación de Dios que tenemos en la Biblia, pero también influye poderosamente el contexto cultural en que están inmersos los cristianos y cristianas. La liturgia se expresa en momentos históricos determinados, sea que los creyentes estén conscientes de ello o no lo estén. La teología implícita y explícita de una comunidad cristiana se puede conocer por los textos escritos que produce, o consume, y también, sobre todo en grupos que dicen no tener teología (por una reacción negativa a una disciplina que consideran contraria a una fe dinámica) a través de sus predicaciones y cantos que se entonan en sus reuniones. Las comunidades evangélicas latinoamericanas han sido muy fecundas en la producción de himnos, cantos y coritos desde las primeras décadas de su establecimiento en los distintos países del Continente. En un inicio se hicieron traducciones, y/o adaptaciones, de los himnos clásicos del protestantismo europeo y del estadounidense. Pero en esas traducciones/adaptaciones hubo el aporte endógeno, y no mucho tiempo después comenzó la composición hímnica de letristas y músicos latinoamericanos. En el muy útil libro La historia del himno en castellano, de Cecilio McConnell (Casa Bautista de Publicaciones, 1987), se traza el origen y desarrollo de la producción hímnica protestante en la lengua de los países iberoamericanos. Para el caso de México el autor resalta la fecundidad de autores que trascendieron las fronteras del país, y contribuyeron con sus piezas musicales al sucesivo crecimiento de los himnarios que se fueron elaborando en distintos lugares de Iberoamérica. Comenta McConnell que “aunque la obra evangélica en Chile y en la Argentina empezó en la misma década que en México, no obstante desde un comienzo la tierra de los aztecas tuvo una mayor importancia evangélica e hímnica que los demás países hispanoamericanos. Por ejemplo, antes de finalizar el siglo XIX los himnarios de España llevaban himnos evangélicos de México, pero casi ninguno de los países sudamericanos”. Desde entonces la traducción y composición original de himnos y cantos ha sido particularmente fructífera en México. Hoy los llamados “salmistas” mexicanos hacen giras por toda la geografía donde la liturgia se expresa en castellano. Aunque a diferencia de sus antecesores del siglo XIX y las dos terceras partes del siglo XX, los actuales compositores, en su mayoría, están lejos de la riqueza lingüística y de conocimiento bíblico de quienes produjeron las primeras traducciones y composiciones de piezas musicales para ser usadas en las celebraciones litúrgicas evangélicas. Desde las últimas dos décadas del siglo pasado y hasta ahora la liturgia cantada ha ido desplazando a la exposición de la Palabra en las reuniones de las comunidades protestantes/evangélicas hispanoamericanas. Considero que la gama de distintos ritmos musicales es un aporte importante en las celebraciones cúlticas que en muy diversos climas, condiciones culturales, sociales y económicas se llevan a cabo por toda Iberoamérica. Es de celebrar la riqueza musical que puede expresar nuestros distintos estados de ánimo. Debe haber lugar en nuestras liturgias para la solemnidad, el duelo, la desbordante alegría, la reflexión, la fraternidad, la esperanza, el compromiso, el gozo del perdón y el fortalecimiento de la voluntad para seguir el código ético del Reino. Para todo ello, y más, las expresiones musicalizadas pueden contribuir poderosamente, a condición de que no releguen la Palabra sino que sean permeadas por ella. Mucha de la producción litúrgica musical iberoamericana contemporánea está centrada en los beneficios que tiene el creyente al confesar a Jesús como Salvador. Se enfatiza que hay salvación, sanidad, poder del Espíritu Santo y prosperidad material en Jesús. De la misma manera es subrayada la expectativa del retorno del Señor y las bendiciones para los cristianos. Todo lo anterior casi siempre está escrito, y por eso se canta así, en primera persona de singular. Por lo tanto se internaliza una dimensión individualista de la fe, en la que abundan los privilegios pero prácticamente están ausentes las responsabilidades de ser discípulos de Jesús. La dimensión ética personal y comunitaria queda muy marginada en las liturgias que reducen la riqueza del Evangelio al incesante incremento de todo tipo de comodidades que, supuestamente, llegarán a los creyentes mediante la repetición de ciertas fórmulas y rituales. De tal manera que el centro litúrgico ya no es la manifestación máxima de la Revelación de Dios, que es Jesús, sino los descubrimientos en turno de un chamán o gurú evangélico, o post evangélico, que predica una exacerbada fuga del mundo y un espiritualismo que es muy endeble ante la espiritualidad bíblica. Cierta espiritualidad se refleja en determinada liturgia, a la vez que ésta última revela nuestra formación espiritual. Porque la espiritualidad es “un estilo de vida, una manera de ser y de hacerse discípulo de Jesús […] una manera de pensar y actuar, de caminar según el Espíritu (Romanos 8:4)… una manera de ser cristiano (Gustavo Gutiérrez, La verdad os hará libres: confrontaciones). Eldin Villafañe subraya también que una espiritualidad auténtica y relevante debe ser integral y debe responder por igual a la dimensión vertical y horizontal de la vida […] ya que toda espiritualidad verdadera es, en última instancia, amar a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (El Espíritu liberador: hacia una ética social pentecostal latinoamericana). Hemos tomado la cita del estimulante libro de Darío López, La fiesta del Espíritu. Espiritualidad y celebración pentecostal (Ediciones Puma, Lima, 2006, pp. 17-18). Las tradiciones litúrgicas, las de larga historia así como las más recientes que son cambiantes y flexibles, deben ser evaluadas con la integralidad de las Escrituras, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).

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