Un candidato presidencial en México y la Biblia

Para Manolo Zazueta, en gratitud por sus apoyos hemerográficos.

17 DE DICIEMBRE DE 2011 · 23:00

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“Somos los libros que nos han hecho mejores”, escribió Borges. La frase admite un complemento: el efecto de la lectura no es automático; es necesario querer mejorarse en ella. Un campesino analfabeta puede tener una moral más alta que un profesor de Harvard. Los libros mejoran a quien así lo decide. Juan Villoro Hago un paréntesis en la serie sobre el Quinto Congreso Latinoamericano de Evangelización. El motivo es referirme al dislate perpetrado por Enrique Peña Nieto, candidato del Partido Revolucionario Institucional en las elecciones presidenciales que tendrán lugar el próximo año en México. Según sondeos acerca de las intenciones de voto de la ciudadanía, Peña Nieto tiene una muy amplia ventaja sobre los representantes de los otros partidos políticos. Su errática respuesta refiriendo sus libros preferidos, rápidamente se convirtió en un trending topic en las redes sociales. Abundaron las burlas, severas críticas, sarcasmos y caricaturizaciones del personaje que por primera vez fue zarandeado por los activos y vigilantes asiduos a intercambiar puntos de vista en la red cibernética. Lo que sigue es un escrito de mi autoría, originalmente publicado por el diario La Jornada, en la ciudad de México. Dice que ha leído la Biblia. No toda, pero sí algunas secciones de ella. Enrique Peña Nieto, en su ya famosa declaración en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, confió a los reporteros que uno de los libros que ha marcado su vida es la Biblia. Con grandes dificultades dio otros dos títulos, pero confundió a los autores de los mismos. Ya nadie le preguntó acerca de sus pasajes bíblicos favoritos. Pero aquí, por si no los tiene entre sus selectos, le vamos a sugerir algunos. La Biblia contiene infinidad de temáticas. Una de seguro interés para el candidato del PRI en las elecciones presidenciales del 2012, debería de ser la del ejercicio del poder. Pienso que no nada más podría resultarle útil a Peña Nieto, sino que también a los candidatos que además de él van a contender por la presidencia de la República. Tras haber experimentado las crueles condiciones de esclavitud en Egipto, el pueblo de Israel y sus líderes son instruidos por Moisés sobre cómo deberán convivir en la tierra prometida, en la que “fluye leche y miel”. A las autoridades se les demanda que no reproduzcan el régimen social y político del cual fueron liberados: “Juzgarán al pueblo con justo juicio. No tuerzas el derecho ni hagas acepción de personas, ni tomes soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos. La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que el Señor tu Dios te da” (Deuteronomio 16:18-20). Pasó no mucho tiempo para que Israel, al igual que los otros pueblos, tuviera como detentadores del poder religioso y político a reyes y sacerdotes autoritarios, que paulatinamente edificaron un sistema expoliador de los pobres y favorable para sus opresores. Se cumplió lo anunciado por el profeta Samuel, acerca de lo que acontecería con la monarquía israelita: “Los pondrá […] a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos” (1 Samuel 8:12-17). Aproximadamente en el año 750 antes de Cristo, un peculiar profeta, pastor de ovejas y recolector de higos silvestres, originario de Tecoa (población del reino del sur a 17 kilómetros de Jerusalén), critica con gran dureza al reinado del norte en manos de Jeroboam II. El mensaje de Amós tuvo lugar en un período de expansión territorial y prosperidad económica para las élites gobernantes. Amós no vacila en evidenciar al sistema político y económico que ha llegado a extremos inhumanos: “Vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos. Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes” (Amós 2:6-7). A la turbiedad de la casta gobernante, Amós perfila el ideal de la transparencia y la rectitud de quienes dicen anhelar servir a la sociedad: “Pero corra el juicio como las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo” (5:24). Tenemos poco espacio y muchos pasajes para recomendar. Elegimos uno más, que se localiza en el Nuevo Testamento. Es el llamado Sermón del Monte, dado por Jesús y que en la versión de Mateo está consignado en los capítulos 5, 6 y 7. La lectura de la magistral pieza oratoria ha influido poderosamente en las conductas espirituales, cívicas y políticas de innumerables personas. Traemos a la memoria a dos personajes que dejaron constancia de la honda impronta dejada en ellos por la sección neotestamentaria citada. Tenemos el caso de Mahatma Gandhi, quien se dijo cautivado por el ideal ético expuesto en los tres capítulos de Mateo. También el pastor bautista y líder del movimiento por los derechos civiles de la comunidad afroamericana, Martin Luther King, tuvo como columna vertebral de su no violencia al Sermón del Monte. Si como dijo, Enrique Peña Nieto ha leído la Biblia entonces el tránsito hacia otros libros no debería serle largo y sinuoso. La Biblia, nos parece, estimula a sus lectores para buscar más obras literarias para adentrarse en ellas. Lo ha dicho mejor Sergio Pitol: “Literariamente, la Biblia es la madre de todos los libros. El lenguaje bíblico es como la sedimentación de grandes literaturas. Yo me explico la gran literatura norteamericana del siglo XIX, ese surgimiento del nivel del suelo a los niveles más altos debido a que, para los protestantes, la Biblia era un libro de lectura diaria. En cambio, nosotros, la literatura de nuestro siglo XIX no puede comprarse porque nuestra tradición de la lengua era entonces a base de sermones de curas” (La Jornada, 14/IV/1995). Finalmente, de las muchas traducciones de la Biblia que pudiera seguir leyendo Peña Nieto le recomendamos una, la realizada por Casiodoro de Reina (1569) y revisada por Cipriano de Valera (1602). Fue la preferida de Carlos Monsiváis (“La Biblia Reina-Valera es una obra maestra del idioma”), Octavio Paz, Antonio Alatorre y Jaime Sabines. Lo es de José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, en su juventud a los dos les descubrió esa Biblia su amigo Carlos Monsiváis. Termino con la consideración del maestro Pitol: En la Reina-Valera “es en donde el lenguaje me parece prodigioso”.

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