Knox: la predicación que inició una guerra civil

Tras la llegada de Knox a Escocia la regente María había proclamado la ilegalidad de predicar las doctrinas reformadas. De esta manera quería frenar la expansión del protestantismo como había hecho la reina María en Inglaterra. La respuesta conjunta de los predicadores impidió el freno de la Reforma. La regenta había convocado a los predicadores a Stirling para ser juzgados. Knox acompañó a los predicadores hasta la ciudad y a ellos se unió un gran número de ciudadanos. Cuando la regente supo que los predicadores protestantes acampaban a las afueras de la ciudad junto a una multitud, tuvo temor. Los nobles reformados habían dicho a la regente que si intentaba frenar el avance de las reformas, ellos la expulsarían de Escocia. Después del incidente, Knox fue a Perth donde predicó un incendiario mensaje contra la misa. El sermón movió a los protestantes a enfrentarse a los católicos. La guerra civil había comenzado ocho días después del regreso de Knox a Escocia. El enfrentamiento de Knox con un sacerdote tras el sermón encendió la llama de los disturbios. El sacerdote abofeteó Knox y un joven lanzó una piedra al clérigo, este logró esquivarla, pero la piedra alcanzó una imagen católica del templo. La furia iconoclasta se extendió por toda la región y numerosas iglesias y monasterios fueron saqueados. Knox condenó los disturbios, no quería que la misa se aboliera en el país a través de la violencia. La regente mandó un ejército para reducir a los insurgentes de Perth. Éstos escribieron a María, para detener el enfrentamiento. Lo único que pedían era plena libertad de culto. Pero la regente continuó su marcha hacia la ciudad. Mientras tanto Knox había escrito a los nobles protestantes para que defendieran su causa. La regente llegó un acuerdo con la ciudad, para que ésta se entregara pacíficamente, pero cuando se efectuó la rendición la atacó ferozmente. La traición de María unió aún más a los protestantes, que convocaron una reunión en St Andrew’s. Knox acudió a la cita, pero allí les esperaba un ejército enemigo al mando del arzobispo Hamilton, para detenerlo y terminar con su vida.