La autoridad

Debemos colocar los términos “autoridad”, “memoria”, “palabra” y “tiempo” siempre juntos, para mal o para bien. Para bien: libertad; para mal: esclavitud.

09 DE DICIEMBRE DE 2011 · 23:00

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Es evidente que la acción política en nuestro presente es la clave para otras tantas importantes parcelas de nuestra existencia. En la acción política tiene un papel esencial la palabra, el discurso. Y vivimos en medio de un discurso político falseado, con todas las consecuencias que de ello se derraman. El discurso político, que puede ser un vehículo de libertad social, también es muy común encontrarlo como red que esclaviza e inmoviliza. Al menos, ¡que seamos conscientes del peligro! Esa es la razón de nuestras reflexiones. Iniciamos nuestro recorrido por el concepto de autoridad. Precisamente ahí nos encontramos con la realidad de lo problemático de nuestra existencia. [Siempre pensada “bajo el sol”, aquí, en nuestras carencias y miserias, aunque seamos creyentes.] ¿Qué pondríamos cada uno si nos dijeran que rellenáramos una página en blanco con nuestras ideas sobre la autoridad? Se habla hoy mucho de “autoridad monetaria”, ¿qué será eso? Si es tan relevante, ¿por qué se implica que esos temas son solo entendibles por “expertos”? También es muy común hablar de que, por ejemplo, los maestros han perdido su autoridad (o que se la han quitado). ¿Qué será eso? ¿Están todos seguros de qué significa “autoridad”, y que la reconocerían nada más verla por la calle, perdida, o en la mano del ladrón que la quitó? A veces, es curioso el trasvase de ideas, se dice que no hay autoridad porque no hay “disciplina”, y no hay disciplina porque no hay “castigo”. Bueno, algo se saca en conclusión con estos y otros muchos ejemplos: que la autoridad es algo de “tiempo”, de “historia”, de “vida” con su complejidad. Incluso que tenemos que tomarnos tiempo para pensar en ella. Estos días estamos en medio del discurso, ejemplo de perversión lingüística, sobre la Unión Europea, con sus manejos y trucos. [¿Quién pondría la reunión trascendental para organizar el camino del futuro económico de la Unión Europea de madrugada, después de una cena? ¡Es cuando menos se puede reflexionar!] ¿Qué autoridad posee la Unión Europea? Ante la recepción de Croacia, ¿qué autoridad tuvo en su día el Vaticano y Alemania para “reconocer” –fueron los primeros, al unísono– a esa nación que estaba ligada a Yugoeslavia, y que sale de ella por las armas?¿Dónde quedaba la autoridad de Yugoeslavia como Estado soberano? Y hablando de esta nación, ¿qué autoridad aplicó la OTAN para destruirla a bombazos? Un paso fundamental para comprender la “autoridad” es la memoria, no dejemos que la nublen. Cuando los que bombardearon Yugoeslavia nos digan que la justicia, la autoridad, y la verdad no están en la fuerza, reconozcamos que mienten. Su “autoridad” es la fuerza: militar, económica, de control de los medios de comunicación, etcétera. La palabra es “memoria”, tiempo. Sin memoria no tenemos palabra. Para esclavizar a una comunidad política lo mejor es quitarle su tiempo, aunque luego el tirano esclavizador le conceda el tiempo que él ha dispuesto. Empezaremos a ser libres cuando vivamos nuestro tiempo, nuestra palabra (que es siempre una herida, una escisión). Es evidente que en estas reflexiones no estoy pensando en la Autoridad Suprema. Dios es Absoluto. Estoy pensando en la autoridad, justicia, ética, o cualquier otro asunto, desde la condición humana: aquí abajo, en nuestro barro. La Palabra de Dios es absoluta, su Escritura (la Biblia) es la Autoridad final para todo. En él está la Absoluta Predestinación de todas las cosas. Su Reino es Escatológico: él lo establece. Dios está fuera del tiempo (incluso este modo de hablar, “fuera”, es inadecuado). [Las Escrituras siempre hablan de la predestinación de todas las cosas por Dios como un aspecto de consuelo para el creyente, de soporte de su debilidad, de ánimo para ver el futuro, nunca de soportal de lucimiento especulativo. En ese pedestal especulativo se han subido igualmente los que la niegan.] No olvidemos que para caminar con dirección adecuada debemos colocar los términos “autoridad”, “memoria”, “palabra” y “tiempo” siempre juntos, para mal o para bien. Para bien: libertad; para mal: esclavitud. En el Antiguo Testamento la memoria del pasado confería autoridad para el presente. Incluso Dios mismo toma esta premisa: “Yo soy Yahvé que te saqué con mano poderosa de la tierra de Egipto”, eso es lo que lo coloca en “autoridad” para luego decir: “por tanto”, y darles la Ley. Y de Egipto los sacó con la “autoridad” que le confería ser el Dios de “sus padres”. En el Nuevo Testamento, que tanto usa la palabra autoridad, tenemos precisamente su mirada múltiple para poder traducirla con términos variados. A Cristo se le pregunta “con qué autoridad hace las cosas”; el centurión describe la autoridad como palabra con fuerza de ejecución: “yo mismo estoy bajo autoridad, y digo…”. Con su autoridad de Mesías, Jesús “ordena” un nuevo ministerio del “Antiguo Testamento”: los apóstoles, y establece una memoria particular en la última cena. A su Iglesia (todavía no ha muerto y resucitado, podríamos decir que estamos “todavía” en el Antiguo Testamento, por lo tanto, a “su Iglesia del Antiguo Testamento”) le otorga la autoridad de atar y desatar. Encontramos el mandato de “someternos a las autoridades superiores”, etcétera. Incluso de la “autoridad” (traducido como “poder”) de las tinieblas. Nuestra palabra castellana autoridad, y su uso en la esfera de la comunidad política, la encontramos, sin embargo, en la antigua Roma. En ese contexto pensamos cuando empleamos dicotomías (o armonías) como poder y autoridad, autoridad y libertad, etc. Tengo especial gusto en referirme a este campo porque aquí hallamos la significación de tiempo unida a la autoridad. Es verdad que la auctoritas romana esta unida a una institución (el Senado) y no necesariamente a las leyes propiamente, lo que hoy requiere la adecuada prevención para su uso como ejemplo. Subrayo lo de “comunidad política”, porque no debemos confundirla con el Estado (este sale de la comunidad política, la cual lo establece), ni reducirla a la economía de la familia, donde la autoridad se emparenta con la potestas del padre de familia. Esto tiene sus implicaciones, por ejemplo, en nuestro caso de España, la idea de comunidad política no se ha reconocido (es mi opinión) adecuadamente, dejando al margen su realidad múltiple, y “obligando” a la existencia de una comunidad única artificial. No es extraño que la comunidad política vasca, navarra, catalana, etc., no se sienta “obligada” por una Constitución que las “olvida” (¡siempre la memoria!). La “obligación” se tiene cuando se está ligado a algo (ob-ligación), y esa obligación tiene que ser libre. Este es el campo de la autoridad que “obliga” libremente. Si no, estamos ante la imposición de la fuerza. Incluso se puede hablar de la “religión” política, donde la comunidad política se re-liga a la fuente de su existencia. Ahí, de nuevo, el tiempo, el pasado, la memoria, la palabra que trae esa existencia, la que tiene, pues, “autoridad”. Aunque se puede encontrar en cualquier diccionario, no está de más que recordemos aquí que auctoritas es sustantivo que procede del verbo augere, que significa “aumentar”. El auctor (de augere: autor, actor, fundador) tiene autoridad, es el que “aumenta”. En el presente la autoridad se da donde se “aumenta” la fundación, lo que está en el pasado. La palabra de autoridad es la que vincula el presente (y el futuro) con el pasado., que se soporta en él y aumenta la fuente. Hoy vivimos en el impulso de intereses que quieren una comunidad dispersa (ya no sería comunidad, o mejor, no tendría el poder/autoridad de una comunidad). Los Estados/Mercados, es decir, los mercaderes, personas concretas, procuran que no exista “religión” de la comunidad. Los jóvenes se ven des-ligados de sus casas, de sus abuelos, de su memoria, de su pasado, de su autoridad. La mujer del marido, y viceversa. El alumno del maestro, y viceversa, etc. En consecuencia no puede haber ob-ligación. [Y si no hay obligación, no hay responsabilidad, es decir, “contestar”, “hablar” en relación con lo que estamos ligados.] La única obligación que se nos recuerda (y se nos impone) es con el Estado/Mercado. Parece que es a lo único que somos responsables. Antes de dejarlo aquí (me parece que el próximo encuentro tendremos que seguir con este mismo tema); con lo reflexionado (y tiene fundamentos bíblicos) resulta que la autoridad de, por ejemplo, un padre solo es “legítima” (eso es otro asunto para otro día, la “legitimidad”) si “aumenta” la fundación: la familia. Muchas veces, la acción es la contraria, destruye, anula, disminuye la libertad de cada uno de sus miembros. [¿Cómo puede la iglesia de Roma hablar de autoridad en la familia, cuando niega (no la aumenta) su presencia en el camino de santidad?] De un marido con su mujer, solo si la “aumenta”. Los que oprimen y reducen a la mujer no tienen autoridad, son tiranos; estén en el “mundo” o en la iglesia. O la mujer que no “aumenta” a su marido. En fin, mucho campo de aplicación. Mucho tiempo para aplicar. Que nadie nos robe “nuestro” tiempo, hay que redimirlo. Que nadie nos robe la palabra. Que nadie nos quite nuestra autoridad.

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